Bolsonaro aislado, desacreditado, urgido por privatizar bienes y recursos de Brasil
- Opinión
La pérdida de popularidad del presidente ultraderechista Jair Bolsonaro se acrecentó tras su discurso en la Asamblea General de Naciones Unidas, y amenaza con aislarlo cada día más teniendo en cuenta que todavía no logró presentar un proyecto para el país ni cuenta con una base social para sostener su discurso belicista y antipopular.
La desaprobación del ultraderechista Bolsonaro y de su gobierno se disparó en los últimos seis meses. El índice de aprobación del mandatario cayó de 57,5% en febrero a 41% en agosto, en tanto que la desaprobación subió de 28,2% a 53,7% en el mismo periodo. El porcentaje de personas que juzgan negativamente la acción del gobierno saltó de 19% en febrero a 39,5% seis meses después. Y el de quienes la juzgan positiva cayó de 38,95 a 29,4%. La evaluación de "regular" se mantuvo estable, en torno al 29%.
Lo cierto es que la visión de Bolsonaro choca a diario contra la cultura, política y costumbres del pueblo brasileño y a medida que pase el tiempo, más aislado quedará. Tampoco cuenta con el apoyo irrestricto de los mandos, pese a que en su gabinete hay más presencia castrense que en los gobiernos de la dictadura militar (1964-1985).
En la semana en que el gobierno brasileño fue a la ONU para decirle al mundo que la Amazonia aún humeante esta preservada y que la prioridad oficial del país para con los pueblos indígenas era unir sus territorios a la lógica de las grandes empresas trasnacionales, las alarmas de la ciencia y la investigación sonaron y advirtieron que la crisis climática ha cambiado su curso y ahora está transitando la frontera de la urgencia planetaria.
El destemplado discurso de Jair Bolsonaro en la ONU (quizá el peor en la historia de estas reuniones anuales), una ruptura desconcertante con la tradición pacifista, multilateralista y negociadora de Brasil, encierra igualmente la indignación por el menosprecio por la urgencia de un pacto cooperativo, equitativo y convergente que ofrezca respuestas al problema que ataca inexorablemente todos los pueblos, todas las clases sociales y todas las naciones. Claro, también a Brasil.
Aferrándose a una irresponsabilidad histórica indecente, el gobierno brasileño no tenía nada que decir al mundo sobre el rescate de la esperanza frente a ese mañana aterrador, señala el editor de Carta Maior, Joaquim Palhares.
Militares disconformes
Justo cuando los militares conquistaron el mayor espacio político en un gobierno en democracia, los presupuestos de Defensa se derrumbaron, haciendo que las dos prioridades estratégicas, defensa de la Amazonia y el desarrollo de los yacimientos off-shore (pre-sal), resulten desatendidos por largo tiempo.
La defensa de Brasil está abandonada», escribió en Folha de Sao Paulo Roberto Mangabeira Unger, uno de los intelectuales más destacados de Brasil, profesor en Harvard y quien formuló la Estrategia Nacional de Defensa (END) en 2008. Asegura que el presupuesto de Defensa como participación del PIB está cayendo en el último cuarto de siglo, siendo similar al de Argentina (1,3%) y mucho más bajo que el de países de los BRICS como India, que alcanza el 2,4%.
Mangabeira recalcó que “no hay desarrollo sin afirmación rebelde del camino nacional”, recordando que la estrategia nacional de defensa impulsó la creación de un complejo industrial de defensa capaz de impulsar la economía por su vanguardismo tecnológico.
Por su parte, el diario O Globo señaló que los cuarteles manifiestan su decepción y desaliento ante la caída del 35% en el presupuesto para la Defensa de 2020 respecto al de este año, lo que significa que Bolsonaro y sus secuaces dejan al Brasil indefenso, mientras alardean su sumisión a EEUU y renuncian a cualquier estrategia nacional de desarrollo que no se resuma en agradar a los mercados financieros.
Desnacionalizar, el proyecto estratégico
El ministro de Economía Paulo Guedes jamás escondió su proyecto estratégico: destruir la estructura del aparato estatal, con la misión de reducirlo a la dimensión microscópica de estado mínimo. Para ello cuenta con dos líneas de acción: estrangula los recursos para las áreas sociales y las inversiones y operar en el campo de la privatización, de la entrega y de la concesión del conjunto de las empresas estatales y de las áreas que competen al gobierno.
El gobierno de facto de Michel Temer fue marcado por la presencia de Henrique Meirelles, representante explícito del financismo y expresidente internacional del Bank of Boston, como todopoderosos ministro de Hacienda, abriendo el camino para que comenzara el proceso de desmonte, con el congelamiento por dos décadas de los recursos presupuestarios.
Guedes recibió de buen grado la ofrenda y jamás intentó flexibilización alguna. Y así fueron abandonados la asistencia social, la salud, la educación, la previsión social, la ciencia y tecnología, las inversiones. El gobierno de Bolsonaro alardea de su intención de privatizar el mayor número posible de empresas estatales. Y recibió una incomprensible ayuda del Supfremo Tribunal Federal que decidió liberar la venta de subsidiarias de empresas nacionales (35 de Petrobrás, 30 de Electrobras) sin que fuera necesaria la autorización parlamentaria
Bolsonaro estuvo en Estados Unidos y fue patético: se encontró con Trump y le dijo “I love you”. Quizá aún no se ha enterado que es justamente EEUU la que intenta dominar la economía brasileña, apropiarse de sus recursos naturales (Amazonía, petróleo, minerales, agua), mercados y empresas estatales.
La fuerza popular
Más allá de la denunciología, las fuerzas populares tienen que presentar al país un proyecto estructural que garantice empleos, ingresos y mejores condiciones de vida, para lo cual es imprescindible mejorar la comunicación con las masas, en un país donde hay 13 millones de desempleados y 30 millones en puestos de trabajo precarizados. O sea, unos 50 millones de trabajadores excluidos del proceso productivo.
Joao Pedro Stedile, líder del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST), asevera que los movimientos populares y la izquierda en general tienen que renovar sus métodos de hacer pedagogía de masas, es decir, cómo trabajar de modo distinto para concientizar el pueblo.
Eso no basta: el gran desafío es lograr la unidad entre la clase obrera y las fuerzas populares para construir una plataforma común, lo que muchas veces se ha visto impedido por los intereses de los partidos políticos, que en Brasil funcionan apenas como maquinarias electorales sin poner mayor atención a las necesidades del pueblo, como vivienda, educación, salud.
Concientizar significa informar, formar al pueblo sobre lo que está pasando en Brasil para que, a partir del debate, el pueblo proponga no solo cambiar la realidad, sino cómo
Juraima Almeida
Investigadora brasileña, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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