Una visión integral histórico-cultural, como crítica a los análisis deterministas y funcionalistas

Violencia y paz social

21/11/2019
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Foto: jujuyalmomento.com
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"Al río que todo lo arranca lo llaman violento, pero nadie llama violento al lecho que lo oprime" (Bertolt Brecht)

 

La sociedad chilena, desde hace más de un mes está en el foco mundial, producto del -para algunos sectores- “inesperado” estallido social, que representa una mayoritaria respuesta popular ante décadas de injusticia, pauperización y postergaciones sociales. A propósito de ello, uno de los aspectos más debatidos en la actualidad, tiene que ver con la violencia y la paz social. Si el debate se centra en la coyuntura en específico, particularizada en las actuales protestas sociales, y no se analiza con una mirada integral, compleja e histórico-cultural, se está en riesgo de centrarse en la parte, y no ver la totalidad y las complejidades que radican en ello, tal como lo hacen las visiones deterministas y funcionalistas que analizan los procesos sociales, y que por cierto, copan los espacios comunicacionales e informativos.

 

Estas posturas paradigmáticas y epistemológicas, tienden a conceptualizar a la violencia como síntoma-signo particular y ocasional de la sociedad, de ahí que muchas veces se intenta explicar con la pretensión de frenarla o conjurarla, pero escasamente se ha tratado de entenderla en su esencia. En tanto la paz, se describe como un estado ideal al que llegar, y que por cierto, se presenta ligada al orden público, a la normalización social, vale decir, a la naturalización de los fenómenos que ocurren en la sociedad. En la práctica, violencia y paz social representan un correlato y unidad dialéctica imposible de separar y analizar de manera binaria, pues representan características de una totalidad sistémica: el modelo de económico-social capitalista.

 

El escritor Julio Cortázar en su obra Corrección de pruebas en Alta Provenza escrita en 1973, advertía sobre la necesidad de reconocer que “es muy importante comprender quién pone en práctica la violencia: si son los que provocan la miseria o los que luchan contra ella...", cuestión que la posiciona como una articulación que el mismo escritor argentino expresaba como “violencia-hambre, la violencia-miseria, la violencia-opresión, la violencia-subdesarrollo, la violencia-tortura, conducen a la violencia-secuestro, a la violencia-terrorismo, a la violencia-guerrilla”. En última instancia, se advierte que el análisis de la violencia no se puede perder en el aparecer, sino que se debe centrar en el proceso que lo genera, como una totalidad dialéctica y en constante desarrollo.

 

Lo anterior pone en el tapete la calificación mayoritaria que ha surgido desde los círculos intelectuales deterministas y funcionalistas, desde donde se configura la violencia como una anomia social, cuya superación implicaría el mero ajuste normativo, que permita volver a la “normalidad” de las estructuras sociales que se ven subvertidas por éste “fenómeno circunstancial”. Desde esa perspectiva la violencia vendría a configurarse como un “desajuste de la vida civilizada” que mediante mecanismos coercitivos sería necesario “neutralizar-eliminar”, pues de no hacerlo, se pondría en tela de juicio, inclusive las estructuras morales de la sociedad.

 

Sin embargo, desde una visión más integral e histórico-cultural de los procesos sociales, la violencia es un factor estructurante de las sociedades; está instalada en los patrones de interacción, como un conjunto de fuerzas materiales, simbólicas, cognitivas y afectivas. Desde esa perspectiva, la violencia no puede entenderse como un sentimiento, emoción desbordada, comportamiento disruptivo, o acciones episódicas y particulares como se intenta describir de manera mecánica y lineal desde las posiciones antes descritas. Pues en esencia, la violencia es un conjunto articulado de prácticas histórico-culturales, que atendiendo el modelo económico-social capitalista que organiza la sociedad actual, tienen la finalidad de producir diferencias y asimetrías sociales; es la articulación de la violencia la que tiene como producto concreto a una persona que tiene problemas de salud y es atendida al instante, mientras que otras deben esperar años para ello; es la articulación de la violencia la que da la ventaja que un niño tenga educación personalizada con no más de 20 compañeros en sala, mientras que otro debe convivir con 45 o más compañeros en ambientes poco propicios para aprender.

 

Lo señalado como ejemplo, es apenas un detalle de la compleja red de violencia que se articula como práctica histórico-cultural, que la mayoría de las veces se presenta de manera latente, simbólica, pero siempre como fuerza articulada buscando romper identidades, culturas y saberes, o al menos controlando coercitivamente. En esa lógica, la violencia es acumulativa, de ahí que se hace manifiesta y coherente ante los ojos de las personas, que comprenden en ciertos momentos histórico-culturales que existe un “alguien” que hace, y un “otro” que padece; actos y efectos que de tanto repetirse se hacen visibles. Ello ocurre porque la fuerza utilizada para generar razón y entendimiento moral o cognitivo entra en contradicción y se devela como cuerpo. Ante ello, las corporalidades afectadas por esa fuerza, comienzan a resistir y rebelarse. Esto último, este aparecer, es lo que muestran los medios de comunicación masiva, y es lo único que pueden ver y analizar algunos intelectuales deterministas y funcionalistas, que no entienden la complejidad y articulación de los procesos sociales.

 

La violencia más que un factor eventual, es una condición inherente al sistema económico-social capitalista; así funciona el modelo y así reproduce relaciones, corporalidades y provoca un estado generalizado que se manifiesta en cualquier tipo de interacción humana. Así, la violencia es el motor que moviliza las relaciones sociales capitalistas, que se traduce en un estado de guerra social permanente por competir, eliminar al otro, reprimir empatía y solidaridad, pues esto último representa un antagonismo ante las fuerzas articuladas descritas previamente. Por lo tanto, el capitalismo produce relaciones sociales que en esencia contradicen permanentemente la naturaleza social del ser humano, lo que provoca una práctica en constante emergencia de estados de excepción y de exclusión, de perversa incertidumbre, que van marcando física y simbólicamente a las personas, que día a día se prestan a levantarse y enfrentar campos de batallas cotidianos, del que no siempre sobreviven, más, los que lo logran, encuban rabia, frustración, desazón que se acumula transgeneracionalmente.

 

Atendiendo esa misma lógica, desde posiciones deterministas y funcionalistas, se entiende la paz social como “un estado ideal de normalidad”. Vale decir, que es un retorno a las condiciones donde las fuerzas materiales, simbólicas, cognitivas y afectivas, lograban controlar y hegemonizar la razón y el entendimiento, sin contrapeso. En palabras simples, la paz social pregonada, no es más que volver al estado de interacción social anterior, donde las fuerzas mencionadas actúan de manera velada. De ahí la urgencia por “volver a la normalidad” y por “alcanzar la paz social”, en cuyos fines las fuerzas políticas tradicionales y los medios de comunicación masiva vienen a jugar un rol fundamental.

 

Para finalizar, es conveniente aclarar entonces, que no se trata de estar o no de acuerdo con la violencia o la paz social, pues ello corresponde a una entelequia discursiva-comunicacional instalada como factor distractor. De lo que se trata, y esto es lo fundamental, es comprender desde dónde se pone en marcha la violencia, y luego propone la paz social como salida de los conflictos; se trata en última instancia de entender quién moviliza el conjunto de fuerzas articuladas-articulantes de la sociedad. Frente a ese conjunto sistémico-complejo, se debe tener una posición clara, pues ese sistema económico-social capitalista es portador de violencia. De ahí que dados los últimos acontecimientos que vive Chile y el mundo, posicionarse contra ese sistema y ese estado de cosas, ya no representa sólo una posición política-ideológica, pues más bien corresponde a una postura ético-moral.

 

Juan Rubio González

Licenciado en Psicología

Psicólogo

Diplomado en Pensamiento Complejo

https://www.alainet.org/es/articulo/203424
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