El secreto para unas fiestas navideñas felices

18/12/2019
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Los humanos del planeta tierra estamos buscando, tras siglos de existencia, claves, principios, que nos aseguren una convivencia justa, digna, feliz para todos.

 

El año 1948, 10 de diciembre, en Paris, la Asamblea General de las Naciones Unidas hizo pública la Declaración universal de los derechos humanos, proclamando, Artículo 1º:   “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.  Hace 71 años.

 

Pero, hace   más de 2000 años que, según nos cuentan los narradores Marcos y Mateo, ocurrió lo siguiente:

 

-Llegaron la madre de Jesús y sus hermanos y desde fuera, lo mandaron llamar. Tenía gente sentada a su alrededor y le dijeron:

 

-Oye, tu madre y tus hermanos te buscan ahí fuera.

 

Él les contestó:

 

-¿Quién son mi madre y mis hermanos?

 

Y paseando la mirada por los que estaban sentados en el corro, dijo:

 

-Aquí tenéis a mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios ese es hermano mío y hermana y madre (Mr 3,31-35). “Vosotros, no os dejéis llamar “señor mío” pues vuestro maestro es uno sólo y vosotros todos sois hermanos (Mt 23, 8-9).

 

Yo no sé si habrá habido algún momento de la historia en que los seres humanos se hayan relacionado tanto como en la nuestra. Hemos recorrido un gran trecho ciertamente. Pero,

 

-Nunca como hoy tanta riqueza y nunca tanta pobreza.

 

-Nunca tanto intercambio sociocultural y político, y nunca tanta desconfianza y hostilidad.

 

-Nunca tanta comunicación y nunca tantas barreras para una veraz información.

 

-Nunca tan declaración de igualdad y soberanía de las naciones y nunca tan descarada práctica de invasión, dominación y guerra.

 

-Nunca tanta declaración de derechos humanos y nunca tanta transgresión de los mismos.                    

 

Crece, sin embargo, a pesar de todo, 

 

-La conciencia de que las desigualdades e injusticias son intolerables.

 

-La conciencia de que los privilegios y monopolios son intolerables.

 

-La conciencia de que ninguna nación debe prosperar a base de explotar y dominar a otra.

 

- La conciencia de que ningún ser humano debe ser explotado por otro.

 

-La conciencia de que los pueblos están llamados para entenderse y solucionar juntos las grandes causas de la humanidad.

 

La humanidad rechaza la omnipresente y voraz mercantilización de la globalización neoliberal.

 

Demasiadas veces en la historia nos hemos peleado a causa de nuestras diferencias. Pretendíamos actuar desde el plano de la superioridad, convirtiendo la tierra en lugar de dolor y conflicto permanente.

 

Hoy la conciencia avanza imparable por los caminos que señaló Jesús de Nazaret. Dios no hay más que uno y la vida de cada hombre vale en todas partes lo mismo, sea cual sea su patria, su raza, su religión, su cultura, su clase social, su género. 

 

Jamás circunstancias accidentales pueden anular o rebajar lo esencial.  Y lo esencial es el respeto a toda persona.

 

Mi patria universal es la dignidad de la persona.

 

Mi lengua universal son los derechos humanos.

 

Mi religión es la que me religa a todo ser humano, me lo hace otro yo y me hace tratarlo como yo quiero que me traten a mí.

 

Mi sangre y mi ADN    me identifican con los anhelos universales de justicia, de libertad, de amor y de paz bullentes en los miembros de la especie humana.

 

Mi ciudadanía es universal y planetaria. 

 

Todos somos personas

 

Y, si personas, iguales. Y, si iguales, hermanos. Y, si hermanos, ciudadanos del mundo entero. Y, si ciudadanos del mundo entero, hijos de un único Dios, Padre y Madre de todos.

 

-Las razas son relativas. Las religiones, las lenguas, las patrias, las culturas son relativas.

 

-Lo absoluto es el amor a toda persona, el no querer el mal para nadie, el no explotar a nadie, el no humillar a nadie, el no discriminar a nadie, el no engañar a nadie.

 

-La fraternidad es la genética constitutiva de la humanidad, genética que hace imposible la injusticia, el odio, la insolidaridad.

 

Uno se hace prójimo de cualquier necesitado cuando tiene compasión de él. Y tiene compasión cuando ve en su cara la cara de un hermano. Y ver en otro la cara de un hermano es ver a Dios: “Cuanto hicisteis con uno de estos hermanos míos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.

 

Las falsas grandezas han suplantado a la verdad y la verdad es que, entre nosotros, no hay señores y esclavos, grandes y pequeños, mayores y menores, sino iguales, porque todos somos hermanos.

 

Ser y convivir, pues,   como hermanos es la clave y el principio que nos depara Jesús de Nazaret para celebrar la gran fiesta de su Navidad 2019.

 

- Benjamín Forcano es sacerdote y teólogo.

https://www.alainet.org/es/articulo/203919
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