El cambio de época mencionado por el papa Francisco en su saludo navideño

02/01/2020
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Llamó mucho la atención que el papa Francisco, representante de una institución conservadora por excelencia, hiciera en su saludo navideño una referencia al cambio de época y precisara que no era una época de cambio.

 

Aunque evadió abordar el fondo de tal aseveración, se aventuró a mencionarlo con lo cual avala un debate que aparenta ser académico pero que los hechos políticos y comerciales internacionales lo sacan del ámbito escolástico o teórico.

 

El cambio de época es real y por eso Francisco llama a ver su impacto en ámbitos de la sociedad en general y la Iglesia católica en particular, porque atañe e involucra a todos.

 

Específicamente el sumo pontífice afirmó: “la que estamos viviendo no es una época de cambios, sino un cambio de época”, en el cual las transformaciones dejaron de ser lineales.

 

En palabras más usuales: el actual sistema socioeconómico y de producción muestra con mayor claridad que no funciona bien y no admite transformaciones transversales sino de esencia.

 

En eso coincide con los académicos cuando señalan que los cambios constituyen decisiones que transforman rápidamente el modo de vivir, de relacionarse, comunicar y elaborar el pensamiento, pero sobre todo, el modo de producción y las relaciones sociales que les son inherentes. Es cambio en la raíz, no en el follaje.

 

Sin embargo, eso no significa que todo será mejor, ni mucho menos, y no parece que haya algún teórico que lo afirme y ni siquiera insinúe. Simplemente algo se mueve, aunque todavía se desconozca su rumbo.

 

Lo que queda claro es que no hay ya vuelta atrás empezando por el propio Estados Unidos donde el sistema político bipartidista sufrió un duro golpe en las últimas elecciones con Donald Trump y Bernie Sanders quienes representaron elementos de ruptura al interior demócrata y republicano con fracturas sin cerrar todavía, aunque menos visibles en el partido en el poder.

 

Esa ruptura no es nueva, pero nunca fue tan visible como en las elecciones pasadas. Se atribuye a un choque generacional dentro del propio sistema político con enfoques muy diferentes sobre el mundo gestado tras la Segunda Guerra Mundial sustentado en el Estado de Bienestar ya pretérito, y las nuevas rutas que marcó la terminación de la guerra fría.

 

En realidad, las disonancias partidistas en Estados Unidos, incluidas las cúpulas de uno y otro, y entre ellas, son expresiones del cambio.

 

Hace un buen tiempo que el sociólogo estadounidense Immanuel Maurice Wallerstein, fallecido en agosto de este año y considerado el principal teórico del análisis de sistema-mundo, advirtió de los cambios a la vista que el fin de la guerra fría acarreaba porque habían concurrido dos derrotas: la del comunismo soviético y la del liberalismo norteamericano. Aunque Estados Unidos se atribuyó la victoria y sus teóricos comenzaron a hablar del fin de las ideologías, las dos derrotas significan que no hubo vencedor ni vencido y que el proceso inicial del cambio abarcaba a ambos sistemas políticos.

 

Según la lógica de Wallerstein, uno y otro campo conducían a un proceso de mediana duración que llevaría a la entera recomposición del sistema mundial existente desde la segunda mitad del siglo XX.

 

La práctica indica que con el declive global de la hegemonía estadounidense y consecuentemente el auge de China, el gigante asiático que finalmente despertó como se había alertado desde muchos años atrás, el reacomodo de fuerzas es de tal magnitud que es casi imposible imaginar que se trate de un simple cambio de centro en el que el oriente desplaza al occidente.

 

Se trata más bien de que la misma globalización que originó el neoliberalismo exige una nueva estructura en la organización del sistema mundial que libere las fuerzas productivas maniatadas por una tecnología que requiere cada día menos mano de obra y concentra en tal magnitud el capital que limita su capacidad de exportarlo, en menoscabo del principio básico de la expansión capitalista.

 

El cáncer de la globalización neoliberal es esa concentración descomunal del capital en pocas manos que genera y amplía sin límites la desigualdad social presente en todas partes del mundo, como una poderosa granada de fragmentación que ya está explotando en numerosos países, sobre todo de América Latina.

 

Aunque parezca contradictorio, esa concentración de capitales preocupa a muchos de quienes lo ostentan, como los megamillonarios de México incluido Carlos Slim, por su potencialidad de provocar conflictos sociales explosivos.

 

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, considera que hay una nueva corriente en los sectores empresariales orientada a que se procuren ganancias racionales. Que no sean excesivas, que no signifiquen afectar las economías nacionales ni destruir el territorio, el medio ambiente, y que se pueda dar trato justo a los trabajadores.

 

En otras palabras, están proponiendo una cierta y controlada redistribución de las riquezas mediante las ganancias para desactivar la bomba de tiempo que significan la concentración del capital y el incremento de la desigualdad con la desaparición de clases sociales equilibrantes como la pequeña y mediana burguesías.

 

Un ejemplo al respecto lo dio el potentado estadunidense Nick Hanauer, inversionista de Amazon y otras enormes empresas, quien en un vídeo muy divulgado alertó a los multimillonarios: “si no hacemos algo para corregir las desigualdades económicas evidentes en nuestra sociedad, las horcas vendrán hacia nosotros, porque ninguna sociedad libre y abierta puede soportar este aumento en la desigualdad económica”.

 

Es fácil estar de acuerdo con ese multimillonario, lo difícil es que reaccionen racionalmente aquellos a quienes está dirigido el mensaje, en especial los ricos estadounidenses equivocados en la apreciación que tienen de Trump a quien no ven como una expresión del cambio de época advertido por el papa Francisco, sino como el fementido mesías del regreso al Estado de Bienestar y al Estados Unidos de la postguerra y la guerra fría que ya no puede volver a ser.

 

El propio tratado comercial que se acaba de firmar entre México, Estados Unidos y Canadá, conocido como T-MEC, está indicando que el viejo mercado internacional organizado en torno al comercio entre nacionales tutelados por sus estados se viene abajo y es sustituido por nuevas formas en las que es más difícil el control hegemónico por uno o un grupo de países.

 

La Franja y la Ruta o Nueva Ruta de la Seda auspiciado por China es otro ejemplo, como lo es también el Brics que, a pesar del gobierno espurio de Joao Bolsonaro, sigue en pie, o la renovada Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN). Todos indican una nueva dinámica del mercado global y un cambio que está llevando incluso a diferentes sistemas financieros que dejarán de ser dominados por una moneda única, como el dólar.

 

En esa misma tónica, hace unos días se anunció el inicio de un enorme sistema de gas en Asia, en Rusia y China a la que sigue un proyecto mayor, cercano a su ejecución, que ha sacado de sus casillas al gobierno de Trump. Se trata de un nuevo sistema que abastecerá de energéticos a una gran parte de Europa.

 

Es el gasoducto Nord Stream 2, mayor que el número uno de hace algunos años. Los países participantes son Rusia, Alemania, Austria, Francia, Bélgica y Holanda lo cual rompe la intención de Estados Unidos de aislar a Rusia, como intentó antes con China. De esa manera Washington queda a un lado y pierde mayor espacio en la geopolítica.

 

Lo interesante es que el gran proyecto gasífero ha sido promovido por Rusia y Alemania, sin embargo, serán las operadoras europeas las que continuarán con la construcción del gasoducto Turk Stream en el territorio de la Unión Europea, de acuerdo con la normativa de la Comisión Europea.

 

Esos cambios no los lidera Estados Unidos ni mucho menos Trump quien, en todo caso, no sería más que un mal administrador de la desintegración de los últimos resquicios de un neoliberalismo en bancarrota que le dejó Barack Obama quien ya se resentía por el cambio de época.

 

Como explica el analista panameño Guillermo Castro, es muy posible que el presidente Donald Trump devenga en una suerte de Napoleón III, encabezando una modalidad sui generis de gobierno de la lumpenburguesía en alianza con el lumpenproletariado, adobada por el recuerdo de glorias irrecuperables.

 

Es tonto no admitir la existencia del cambio de época pronosticado mucho tiempo atrás y avalado ahora por la máxima autoridad eclesiástica.

 

En ese enredado panorama se desarrolla la crucial batalla de América latina, en especial el sur, donde aflora inusitadamente la tesis leninista de un paso adelante y dos atrás en aquellos gobiernos progresistas que se instalaron lamentablemente dentro de la camisa de fuerza de la democracia representativa en declive que no supieron o no pudieron quitarse, como los casos de Brasil y Argentina -ya recuperada con la caída de Macri-, la traición de Lenin Moreno en Ecuador, y ahora el golpe de Estado al que Estados Unidos se ha visto obligado a recurrir como señal de que se le agotaron todos los recursos racionales democráticos, para mantener la globalización neoliberal y a través de ella retomar el control de su patio trasero que se les va de la mano.

 

Ahora, más que nunca, es necesario definir que la lucha contra el neoliberalismo no se haga en nombre de reivindicaciones que finalmente sintetizan la demanda de un regreso al caduco Estado de Bienestar que hoy carece de asidero en la realidad, sino por un cambio social con rostro que vaya más allá de una confrontación entre el capitalismo de ayer y el de hoy, como ocurre en Estados Unidos y cuya meta no es renunciar al capitalismo sino perfeccionarlo.

 

Todos estamos hoy en una circunstancia semejante, que nos obliga a imaginar nuestras alternativas de futuro sin importar incluso que se haga a partir de los lenguajes del pasado.

 

Como advirtiera el panameño Guillermo Castro, el hecho es que persiste - y se agrava - una situación en la que los de arriba ya no pueden, y los de abajo ya no quieren, mantener el estado de cosas imperante. Es cada vez más necesario distinguir entre la contradicción principal cuyo desarrollo anima el proceso, y el aspecto principal de esa contradicción en cada etapa de su desarrollo.

 

Los pueblos de América Latina ni siquiera tienen el derecho de equivocarse como se equivocaron en la Argentina de Cristina y votaron por Macri, o la de Brasil al permitir el encarcelamiento de Lula, de Ecuador al tolerar la traición de Lenin Moreno, y de Bolivia al no oponerse en el mismo día al derrocamiento de Evo Morales.

 

Chile lo está demostrando con una heroica resistencia al neofascismo de Piñera en el país donde nació el neoliberalismo con olor a sangre y pólvora y lamentablemente se está enterrando con esa misma fetidez.

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/204015?language=en
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