Renovar la Iglesia: ¿tarea para un mártir?

09/03/2020
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Una Iglesia atrasada

 

Carlo María Martini, jesuita, fue arzobispo de Milán durante 22 años. Juan Pablo II lo había nombrado cardenal en 1983. Fue uno de los cardenales más votados en el cónclave en que fue elegido Papa Benedicto XVI en abril de 2005. Falleció a los 85 años, en agosto de 2012.

 

Martini fue un excelente pastor de la Iglesia de Milán. Fue también el hombre que cultivó el diálogo con otros intelectuales, como el agnóstico Umberto Ecco. Al día siguiente de su muerte, el diario Corriere della Sera de Milán publicó una entrevista hecha a Martini pocos días antes, en la que se lamentaba de que la Iglesia se hubiera quedado atrasada por 200 años. Se preguntaba: “¿Cómo puede ser que no se mueva? ¿Tenemos miedo? ¿Miedo en lugar de coraje? Sin embargo, la fe es el fundamento de la Iglesia”.

 

Su testimonio de vida y sus escritos son una buena oportunidad para reflexionar sobre la relación entre la fe y la Iglesia.

 

Probablemente ninguna religión ha tenido a lo largo de la historia tantas discrepancias, derivaciones, escisiones, rupturas y excomuniones como la Iglesia católica. La primera discrepancia surge hacia el año 50 cuando algunos discípulos que predicaban el evangelio a los gentiles en Antioquía exigían como condición para el bautismo que antes pasaran por el rito de la circuncisión, propio de los judíos. Después de largas discusiones, en el concilio de los apóstoles de Jerusalén Pedro zanjó la controversia a favor de la tesis de Pablo y Bernabé con estas palabras: ¿Por qué tentáis a Dios queriendo poner sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nuestros padres ni nosotros pudimos sobrellevar? (Hechos 15,10)

 

Ignacio de Antioquía fue el primero en designar a la Iglesia fundada por Jesús  como “católica”, abierta a todas las gentes, pueblos y naciones. El apelativo “apostólica” le viene de tener su fundamento en los apóstoles y sus sucesores; y el  de “romana”, por haber sido Pedro el primer obispo de Roma. Gracias a esta Iglesia ha llegado el mensaje de Jesús hasta nuestros días, pero eso no significa que tenga que seguir organizada como ha llegado hasta nosotros. Fue fundada por Cristo, pero como  otras instituciones gobernadas por hombres de carne y hueso, tiende a atrofiarse, anquilosarse y detenerse en su desarrollo a lo largo del tiempo.

 

El cardenal Martini tuvo la audacia de decir al mundo no sólo que la Iglesia debe cambiar, sino que ese cambio es necesario, urgente y radical. «La Iglesia debe reconocer los errores propios y debe seguir un cambio radical, empezando por el Papa y los obispos». Palabras proféticas que, como siempre, resultan molestas para algunos.

 

Un cambio “radical” significa que se hace “desde la raíz”, sin limitaciones o paliativos, teniendo como referente único a Jesús de Nazaret. Martini hizo una propuesta concreta, que podría servir de pauta para esa Iglesia renovada: aconsejó al Papa y a los obispos que busquen doce personas fuera de lo común para los puestos de dirección, que estén cerca de los pobres, rodeados de jóvenes y que experimenten cosas nuevas.

 

“Cosas nuevas” que se podrían experimentar

 

Pensemos en algunas: renunciar a que el Papa sea jefe de un Estado; suprimir el Estado Vaticano y los cargos de poder, como cardenales, monseñores, comisiones pontificias, guardia suiza y nunciaturas en los países; destinar a obras sociales los inmuebles y bienes pontificios; convertir el Banco Ambrosiano en una Banca Ética y dedicar sus recursos a proyectos de desarrollo social; renunciar a los beneficios económicos y tributarios estipulados en los concordatos; cambiar los signos de riqueza y los ropajes en technicolor por la sencillez; adoptar formas de vida similares a las de la gente común y corriente. El Papa -elegido por las conferencias episcopales de los países- y sus colaboradores más cercanos podrían tener en Roma una residencia funcional, desde la cual podrían viajar en vuelos comerciales para visitar y animar a las comunidades nacionales.

 

El nombramiento de obispos podría hacerse escuchando la opinión de los sacerdotes y laicos de cada diócesis, teniendo en cuenta la recomendación del apóstol Pablo a Timoteo: Es necesario que no se pueda reprochar nada al obispo. Marido de una sola mujer, hombre serio, juicioso, de buenos modales, que fácilmente reciba en su casa y sea capaz de enseñar. Ni bebedor ni peleador, sino indulgente, amigo de la paz y desinteresado del dinero. Un hombre que sepa dirigir su propia casa y que sus hijos le obedezcan y respeten… (1 Tim 3,2-4). Su forma de vida no debería ser muy diferente a la del promedio de sus fieles. En consecuencia, los palacios episcopales dejarían de ser lujosas residencias y podrían cumplir funciones pastorales o sociales. Para hacer estos cambios se requieren obispos con coraje y perder el miedo.   

 

Pero la Iglesia es principalmente el pueblo de Dios, la comunidad de los creyentes en Jesús. Ellos deberían ser los que, de entre sus fieles, propongan al obispo quiénes quieren que sean sus pastores -célibes o casados, hombres o mujeres- preferiblemente con un oficio o profesión que les permita tener independencia económica y que, junto con los laicos más comprometidos, estén dispuestos a dedicar parte de su tiempo a la comunidad.

 

Esto es mucho más sencillo que el tinglado que se ha ido montando a lo largo de los siglos. Para desmontarlo hacen falta las tres condiciones a que aludía el cardenal Martini: dejar de lado el miedo, armarse de coraje y tener fe. ¿Es pedir demasiado?

 

El papa Francisco es un hombre sencillo y bueno, cercano a la gente. Ha hecho  importantes aportes doctrinales en aspectos relacionados con la desigual distribución de la riqueza, el cuidado de nuestra Tierra y la defensa de los pueblos marginados. Pero parece que le cuesta tomar decisiones sobre cambios importantes en el funcionamiento de la institución eclesial. Veamos un ejemplo reciente:

 

El documento preparatorio del Sínodo de la Amazonía planteó “estudiar la posibilidad de la ordenación sacerdotal de personas ancianas, preferentemente indígenas, respetadas y aceptadas por su comunidad, aunque tengan ya una familia constituida y estable…” El Sínodo en Roma duró tres semanas con participación de más de 300 personas. Pasados más de tres meses de la terminación del Sínodo, el Papa publicó la Exhortación Apostólica Postsinodal Querida Amazonía de 79 páginas, a lo largo de las cuales no se toma decisión sobre el tema de la ordenación sacerdotal de personas casadas. 

 

Frente a la necesidad y urgencia de los cambios, la Iglesia oficial responde con palabras, muchas y bonitas palabras. Pero recordemos los requisitos que planteaba el cardenal Martini para renovar la Iglesia: fe, coraje y falta de miedo.

 

No hay ningún motivo para poner en duda la fe profunda del papa Francisco. Parece que tampoco le falta coraje, ya que se requiere buena dosis del mismo para aceptar el cargo que asumió hace siete años. Es válido, por tanto, preguntarse si quizás habrá tenido miedo de algo o de alguien…

 

Seguramente habrá que esperar a la elección de un nuevo Papa que tenga la fe, el coraje y la falta de miedo para tomar la decisión de renovar la Iglesia desde la raíz, siendo consciente de que eso supone correr el riesgo de que algunas fuerzas oscuras logren terminar con su mandato antes de tiempo.  

 

- Mariano Martínez Dueñas es bachiller en Teología por la Universidad de Salamanca. Licenciado en Ciencias de la Comunicación por la Universidad de Lima. Experto en Comunicación Social, en Capacitación Masiva y en Desarrollo Comunal en varios proyectos de la FAO en Perú, Honduras y Ecuador. Consultorías para capacitación de personal y formulación y evaluación de proyectos de desarrollo en Costa Rica, El Salvador, Guatemala, México y Perú. Autor del libro “ESTE MUNDO AL REVÉS. Dimensión política de la fe cristiana”

 

2 marzo, 2020

 

https://voxpopulialdia.com/2020/03/02/renovar-la-iglesia-tarea-para-un-martir/

 

https://www.alainet.org/es/articulo/205146
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