Romper el silencio

19/03/2020
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Abogado Steven Donziger, perseguido por la Chevron
Foto: americanlawyer.com
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Cuando leo cierto diario de rancio abolengo, no puedo evitar preguntarme: ¿existirá algo como la honestidad intelectual?

 

Es decir, ¿el ser humano razona movido por un sincero deseo de llegar a la verdad, a lo que efectivamente es, o, en su defecto, es una percepción previa de su propia conveniencia –muchas veces inconsciente y automática–, aquello que dirige y condiciona su razonamiento?

 

Así como el ser humano inconsciente de sus propios instintos y temores no puede sino ser esclavo de ellos, quien es inconsciente de sus propios sesgos y no está dispuesto a examinarlos jamás conocerá la libertad de pensamiento. Ella no viene adjunta cuando le entregan su DNI. Si nuestra percepción de la realidad surge del sustrato de la conveniencia personal, o de la conveniencia de la tribu a la que pertenecemos –que es lo mismo–, nuestro fin como civilización está casi asegurado. El hombre habrá de volver a la caverna que, psicológicamente, nunca se atrevió a abandonar; tarde o temprano volverá de las bombas atómicas a los palos y las piedras, parafraseando a Albert Einstein.

 

Pero revisemos algunos casos esperanzadores que, además, están muy insertos en la realidad contemporánea.

 

La redención de un sicario

 

John Perkins no ha matado a nadie (que yo sepa). Durante muchos años, su trabajo consistió en visitar países del tercer mundo representando a su gobierno y a algunas instituciones económicas globales con el fin de incluirlos –por la razón, el soborno o la fuerza–, en un esquema de deuda eterna e impagable que sirviera como palanca para reorientar la economía del país víctima en función de los intereses de las corporaciones multinacionales más poderosas del mundo, norteamericanas y europeas.

 

Luego de abandonar esa lucrativa senda de vida, Perkins se acusó a sí mismo de haber fungido de “sicario económico” y publicó sus confesiones en un libro que apareció en 2004 (luego de que veinticinco editoriales rechazaron su manuscrito). Una vez publicado, no tardó en ocupar la lista de “best-sellers” de The New York Times –donde permaneció por 70 semanas– y en traducirse a 32 idiomas.

 

¿Y qué es un sicario económico? Dice Perkins: “un sicario económico es un profesional bien remunerado que engaña a países robándoles miles de millones de dólares. Ellos canalizan dinero del Banco Mundial, la Agencia de Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAID) y otras instituciones extranjeras de ‘ayuda’, a los cofres de grandes corporaciones y a los bolsillos de unas cuantas familias adineradas que controlan los recursos naturales… sus herramientas son reportes financieros fraudulentos, elecciones amañadas, extorsión, sexo y asesinato…

 

“…Juegan un juego tan antiguo como el imperio, pero uno que ha tomado dimensiones aterradoras durante esta era de globalización”.

 

Perkins conoció al expresidente ecuatoriano (1979 - 1981) Jaime Roldós, un hombre a todas luces honrado que, como unos pocos antes que él, cometió la osadía de querer gobernar su pequeño país para sus conciudadanos. Como ya deberíamos haber entendido de sobra, eso es impermisible. Los gobiernos latinoamericanos jamás han estado orientados al bienestar de sus ciudadanos, sino a la hegemonía de una élite local e internacional blanca y de ascendencia europea, con un racismo que hasta hace solo unas décadas se declaraba de manera abierta y orgullosa. En 2011, los deudos de Roldós insistieron en que su trágica muerte –ocurrida cuando el avión donde viajaba con su mujer y muchos otros acompañantes se estrelló–, no habría sido accidental. Perkins coincide con ellos. Su muerte habría sido la eliminación de un político que no tenía intenciones de colaborar con la corrupción local e internacional.

 

La figura se habría repetido poco después con el panameño Omar Torrijos. “Era un hombre que realmente tenía la intención de ayudar a su país –cuenta Perkins–, cuando intenté sobornarlo o corromperlo, él me dijo: ‘…mira Juanito, no necesito ese dinero, tengo lo que necesito, tengo una buena casa, una buena esposa… lo que necesito es que mi país sea tratado con justicia, necesito que Estados Unidos pague su deuda con Panamá por toda la destrucción que ha ocasionado… necesito estar en una posición desde la que pueda ayudar a otras naciones latinoamericanas… necesito el Canal de Panamá de vuelta en manos de la gente de Panamá… así que no intentes sobornarme’.

 

“Era 1981 y en mayo, Roldós fue asesinado. Omar (Torrijos) estaba al tanto de eso… después de la muerte de Roldós, reunió a su familia y le dijo: ‘probablemente yo sea el siguiente, pero está bien porque he hecho lo que vine a hacer… renegocié el Canal y estará ahora en nuestras manos’”. El panameño murió en otro “accidente” aéreo poco después.

 

Denunciando la ocupación desde adentro

 

No creo que exista nada más alentador que ver a un ser humano denunciar los pecados de su propia sociedad, de su tribu, sobre todo aquellos que ha normalizado en una doctrina o tradición. La complicidad no es lealtad y el que consiente las faltas y crímenes de sus parientes y amigos les hace un enorme daño. “Breaking the Silence” (Rompiendo el Silencio, en castellano) es una organización de exsoldados israelíes en contra de la ocupación.

 

Ellos conocieron de cerca la situación de los palestinos y, en muchos casos, perpetraron crímenes y vejaciones por las que luego fueron premiados y felicitados por sus superiores. Ahora quieren acabar con esa ocupación, con la desgracia palestina y la indignidad que significa convertirse en el victimario. El sitio en línea de “Breaking the Silence” reúne las declaraciones, muchas de ellas anónimas, de cientos de exsoldados.

 

“Las acciones militares (los) cambian inmensamente. Los casos de abuso hacia los palestinos, el saqueo y la destrucción de su propiedad, han sido la norma por años, pero siguen siendo descritos como casos ‘extremos’ y ‘únicos’… la sociedad israelí en general continúa haciéndose de la vista gorda con respecto a lo que se está haciendo en su nombre”.   

 

“En cierta ocasión –relata un exsoldado– …una patrulla detectó a alguien cerca de una alambrada. Lo persiguieron… logró escapar, correr y saltar por encima del cerco, le gritaron que se detuviera y dispararon. Dispararon al aire –como suelen decir– dispararon al aire en los pulmones”. Ese único disparo mató al palestino, que resultó ser “muy joven… de unos nueve años”. Los soldados planearon una única declaración, asegurando que no pudieron disparar a las piernas porque “andaba en bicicleta”. Nadie resultó castigado.

 

Un hombre contra Chevron

 

Steven Donziger trabaja con comunidades indígenas afectadas por la contaminación criminal de su territorio, la selva amazónica ecuatoriana, desde 1993. Cuando empezó la extracción de petróleo por parte de Texaco –a mediados de la década del 60 del siglo pasado–, sus directores vieron conveniente desechar cualquier regulación ambiental con respecto a los residuos tóxicos que producían sus plantas. Según AmazonWatch.org, el crimen pagó: se ahorraron aproximadamente $3 por barril de petróleo producido, unos $5 mil millones luego de 20 años de saqueo impune.

 

Cadmio, mercurio, bario, cobre y plomo empezaron a fluir incontenibles de pozos donde la compañía –comprada luego por Chevron– depositó hasta 200 veces más contenido tóxico de lo permitido por las leyes norteamericanas y mundiales. Todo pasaría irremediablemente a la capa freática que de la cual los locales extraían agua para consumo y regadíos, contaminando sus ríos y sangre. Las comunidades indígenas empezaron a enfermar. Luego, una epidemia de defectos congénitos empezaría a afectar a sus hijos.

 

Donziger, norteamericano, empezó el largo proceso legal contra Chevron en Nueva York hace ya casi 30 años. Luego del traslado del caso a Ecuador en 2000 por pedido de la multinacional y varios años más de rebuscados retrasos y tácticas dilatorias, el abogado consiguió un veredicto unánime en favor de las comunidades ecuatorianas afectadas y casi S10 mil millones en indemnizaciones. La respuesta de Chevron fue fugar de Ecuador sin pagar un centavo. Pronto comenzaría la retaliación –pública y ejemplar– contra Donziger.

 

Su caso probaría que incluso en países desarrollados se pueden llevar a cabo persecuciones judiciales dignas de la Santa Inquisición. Bastaba con encontrar al juez correcto, uno que jugara para Chevron y le permitiera emplear testigos anónimos y otros bien remunerados servidores de la compañía, como el exjuez Alberto Guerra, quien había sido sacado de su puesto en el gobierno ecuatoriano por recibir sobornos. El cuello blanco le enrostraría a Donziger el soborno de otro juez, solo para admitir luego que había mentido para obtener una mayor recompensa por parte de la petrolera. El trabajito le granjearía $2 millones.

 

Ese y otros “detalles” resultarían irrelevantes para el juez amigo del gran dinero, que aceptaría procesar a Donziger por fraude, no sin antes negarle la confidencialidad abogado-cliente e intentar requisar todos sus documentos y comunicaciones para que pudieran ser examinados por los abogados de la Chevron. Donziger apeló contra esa inconstitucional decisión y se negó a entregar la información, por lo que fue declarado en desacato y condenado a prisión domiciliaria, donde se encuentra el día de hoy.

 

Su ejemplar lucha resultó poco menos que revolucionaria: “Es la primera vez que comunidades indígenas y campesinos pobres consiguen acceso a este nivel de capital y talento legal, que es la razón por la cual Chevron está tan aterrorizada… no solo quiere ganar el caso, quiere destruir la mera idea del caso”, explicó Donziger para Greenpeace.org (26/02/20).

 

Publicado en Hildebrandt en sus trece (Perú), viernes 13 de marzo de 2020

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/205345
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