El trapo rojo
- Opinión
Tanto ruido termina silenciando lo sustancial. Nos inundaron, nos inundan los cinco sentidos propagando el miedo a la muerte, se la agita tanto que nos matan en vida, nos inundan de thanatos y entonces se olvida el vivir, nos paralizan... la vida se detiene, solo existe el terror por el morir, pareciera un coleptaso de los jinetes del Apocalipsis. No abraces, no toques, no beses, no camines, cuidado en el comer y en el oler, pon barreras al micro enemigo que se agazapa por todo y en todos, hasta en tus seres queridos, usa siempre un tapabocas. Presta oreja constante a los protocolos. Mira bien y guarda el metro de distancia el uno del otro. Una y otra vez, de manera repetida lava tus manos, asepsia impecable, guerra total contra los microorganismos pese a que somos caldo bacterial desde nuestros orígenes y en el aquí y en el ahora.
Si sales puedes toparte con la muerte, un tal virus te puede atrapar y llevarte al otro lado. Es, en suma, lo que nos advierte la propaganda de Estado. Tanta difusión en todos los medios hablados y escritos repetida hasta la hartera, tanto que sólo escuchamos un ruido de fondo que se parece más a un chantaje Estatal que te recuerda que debes ser dócil, obediente, si no lo acatas te puedes morir. Todo esto que manipula los frágiles sentimientos humanos termina por romperse, por quebrarse porque la prohibición no tiene mucho asidero en lo real como lo ha señalado el epidemiólogo David Quammen y el periodista Thierry Meyssan. La OMS procedió mal. Nuestra sorpresa es mayor cuando aquellas voces idóneas y sensatas nos informan sobre la ideología científica o seudociencia que se está haciendo bajo modelos estadísticos y matemáticos deduciendo falsas predicciones de mortandad, que la muerte nos inundará de no confinarse. Dicho modelo fue aplicado con pandemias que fueron magnificadas como las pestes avícola, bovina, etc. Dicho error costó sacrificios inútiles y pérdidas económicas enormes que llevaron a la quiebra a miles de personas. Lo mismo se avisora con el Covid19, las cifras o curvas calculadas en muertos no han resultado tan empinadas.
Encierro insoportable y aburrido
Retomemos el hilo. Me gustan esos rebeldes que tienen mucho que ganar y nada que perder en esta histeria colectiva: los indigentes van y vienen vadeando el hambre, alcanzando alguna miga en la basura, ellos no tienen un lugar de cuatro paredes dónde confinarse, su casa es la calle. Ahora en rebeldía se suman quienes sienten los excesos del Estado por restringir la libertad personal y de locomoción, los adultos mayores protestan, los informales salen a las calles para el rebusque y así pescar algo de comer, y otro tanto sucede en la vida barrial, imposible detenerla, sus gentes se resisten encierro en casuchas que en confinamiento suelen ser peores que los calabozos, sin aire y sin por dónde mirar algún paisaje, hace la vida aburrida e insoportable. Y otros tantos salen a ondear un trapo rojo en señal de estar pasando hambre.
Volvamos al abstracto símbolo degradado de los aplausos por lo demás hipócrita, los mismos a quienes se aplauden son pateados, rechazados cuando se los tiene cerca, aduciendo peligrosa fuente de contagio. Al principio el gesto solidario del aplaudir al personal de salud, consistió en salir a los balcones a las ocho de la noche, luego añadieron música con mensajes esperanzadores de volvernos abrazar, estar juntos departiendo un café, así el Confinamiento era de no temerle, eso simbólico era como una especie de placebo que justificaba la obediencia ciega e incuestionada por las medidas extremas de privar de libertad al individuo, de encerrarlo en sus propias casas, de confinarlo. Pero como bien se lo dice una regla es regla cuando arregla o que están hechas son para romperlas, para quebrarlas, pues la obediencia estúpida o ciega no va con las personas, todas ellas dotadas de cerebro, con su aparato de confrontación, incluso la vida misma enseña sus propios direccionamientos, tan sólo mirar esas voces que se resisten, se alzan para reclamar por su libre circulación en su cuadra, en la calle, en su barrio, en la ciudad, en el país y fuera de él.
Pareciera ser que ser juiciosos no va con la vida, sobre todo cuando dicen encierro, paran la productividad, pero no dan para comer. Confinar es apretujar y bien se lo compara con una olla a presión. La gente está aprisionada y debe darse algún escape para que no estalle. Desatinados, desadaptados, desquiciados, llaman a los desobedientes que no siguen al pie de la letra los dictámenes de gobierno, pero en cierto sentido son válvulas de escape.
Finalmente, y para no temer al morir, a la hermana muerte, quiero recordar a los Estoicos y a Michel Serres, unos y otro nos recuerdan de la sabiduría del vivir sin desligarla de la muerte, porque vivir es ya estar muriendo de apoco, la vida es muerte que viene, la muerte es vida vivida. Y para qué preocuparnos por la muerte total si cuando vivimos es porque no estamos muertos, y cuando se muere es en la ausencia de vida, es el decir de los Estoicos: cuando estamos no está (la muerte) y cuando está, no estamos (la vida). Bellamente Serres anuda una y otra cuando la imagina: "Abandonaré la vida como me he levantado mil veces de la mesa. Habré percibido un ruido en la puerta, interrumpirá el festín, lo reconoceré. No sé si suene una campana, o si resonará una voz; no sé si un ventarrón hará la señal. Sólo sé que comprenderé. / Será preciso que me dé vuelta un momento. Antes de seguir aquel llamado, buscar con mis ojos al anfitrión, y él sonreirá, ser cortés, no abandonar los lugares sin haber dado las gracias a quien me ha invitado”. Michel Serres. El Parásito.
Mientras tanto seguiremos viendo a la muchedumbre en las calles ondeando el trapo rojo en señal de desobedientes, pero sobre todo clamando por tener pan en la mesa.
Mauricio Castaño H
Historiador
Colombiakritica
http://colombiakritica.blogspot.com/2020/04/el-trapo-rojo.html?m=1
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