El tramposo Bill Gates

01/05/2020
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Las más alucinantes “teorías de conspiración” sobre el coronavirus y su paso catastrófico por nuestras sociedades involucran al multimillonario cofundador de Microsoft, Bill Gates. El creador del sistema operativo Windows estaría involucrado en la diseminación global del COVID-19 con miras a patentar una vacuna y ¡vender, vender, vender!

 

Si bien existen muchísimas teorías de conspiración bastante trilladas, esa suspicaz y por lo general poco informada manera de especulación popular suele reflejar realidades concretas que no debemos pasar por alto: Gates y un puñado de multimillonarios dedicados a la filantropía ostentan una influencia política enorme sobre gobiernos ya de por sí muy poderosos, así como sobre infinidad de organismos globales como la Organización Mundial de la Salud.

 

Sin duda, la percepción popular de esa influencia concreta juega un rol fundamental en el origen de tantas teorías conspirativas y su enorme difusión en internet. Ellas son también un intento de acercarse a una realidad poco discutida y plantear preguntas enteramente válidas: ¿quiénes son estos filántropos y qué quieren?, ¿por qué las puertas de la política global parecen abrírseles de par en par?

 

Después de todo, nadie ha votado por Bill Gates, George Soros o los hermanos Charles y David Koch.

 

El poder de estos sujetos no se sostiene en la legitimidad del voto ciudadano, sino en cierta noción muy propia de estos tiempos “neoliberales”: los multimillonarios serían seres iluminados, preclaros, los benefactores de la humanidad por antonomasia, los creadores de riqueza, trabajo, tecnología, etc. Es en esa percepción popular que reposa la frágil legitimidad de estos “filántropos” y su capacidad para acceder al poder por fuera del sistema de sufragio, como invitados “de lujo” cuya presencia debería honrar a cuanto gobierno tercermundista los reciba.

 

Pero al definir a Gates y otros de su estirpe como “filántropos” debemos cuidarnos de entrecomillar ese adjetivo. Su beneficencia corre en paralelo con la visión ideológica que les permitió a él y otros magnates acumular sin restricciones –en muchos casos ejerciendo monopolios nocivos para el consumidor y la sagrada competencia, como Microsoft–; esa visión es también la que ha creado esta desigualdad catastrófica que ha venido a definir nuestros tiempos junto con la degradación del medioambiente y, más recientemente, la pandemia de COVID-19.

 

El libre mercado es la solución para los males del mundo, de acuerdo con Bill Gates, quién dice tener “carnet” en el “club de fans” del capitalismo. Desde un principio, la idea detrás de sus fundaciones consistió en “tomar todas las herramientas del capitalismo”, para “…conectar las promesas de la filantropía con el poder de la empresa privada”. Y así va por el mundo, esparciendo ese evangelio mientras compra influencia política mediante donaciones multimillonarias.

 

Sabemos a ciencia cierta que muchos de estos “filántropos” prefieren no pagar impuestos, lo que consiguen llevando sus fortunas a las mismas islas caribeñas donde los piratas del pasado ocultaban sus mal habidos tesoros. Los “Silicon Six”, como se conoce a Microsoft, Google, Apple, Facebook, Netflix y Amazon, son expertos en elusión tributaria, una realidad que han sabido ocultar tras su imagen de modernidad, de empresas “cool” (y muchos millones en donaciones “caritativas” a medios de comunicación). De acuerdo con una investigación reciente de Fair Tax Mark, esas seis compañías lograron ahorrarse cerca de 100 mil millones de dólares en impuestos entre 2010 y 2019, poco menos de la mitad del PBI peruano de 2018.

 

Pero la elusión es solo una de tantas maneras de evitar engordar cualquier presupuesto estatal que podría invertirse en medidas públicas “incorrectas” (es decir, no alineadas con la lógica neoliberal), las que producirían un mal ejemplo a seguir de tener cualquier nivel de éxito. El meollo del asunto parece ser ese: evitar la transferencia de riqueza al resto de la sociedad través del pago de impuestos. Una vez pagados, el dinero pasa al control de un Estado que decide cómo emplearlo.

 

Al colocar sus fortunas en fundaciones “filantrópicas” mientras evaden o eluden impuestos, la élite capitalista ha conseguido sacarle la vuelta al Estado en su calidad de proveedor de servicios públicos e iniciativas de corte social, decidiendo desde esas entidades –tal como lo haría tradicionalmente un gobierno– a dónde va el dinero, qué se financia y qué no. El asunto se intensifica en el mundo en desarrollo, donde las necesidades apremian y el Estado, por lo general, no puede paliarlas ni producir las condiciones indispensables para su solución. Lejos de promover cualquier cambio, las fundaciones “parchan” algunos de los síntomas del capitalismo en declive y financian a otros “emprendedores” que sepan reproducir su filosofía y valores.

 

Así hace su entrada el héroe de nuestros tiempos, el “filántropo” capitalista que llega del mundo desarrollado a paliar el hambre, la ignorancia y la insalubridad tercermundista, sin pagar impuestos y sin cuestionar ni mucho menos cambiar modelos que, después de todo, tienen unos cuantos beneficiarios –ellos–, como pequeñas islas en un océano de precariedad.

 

Caridad entre multimillonarios

 

Hace poco más de un mes, el medio periodístico norteamericano The Nation publicó una investigación sobre la Fundación Melinda & Bill Gates, a la sazón la filantropía más grande del mundo, analizando el destino y beneficiarios de más de 19 mil de sus donaciones. Lo que descubrieron fue que cerca de $2 mil millones en donaciones “filantrópicas” hechas por los Gates fueron a parar a compañías privadas (algunas de ellas gigantes y multimillonarias, como Unilever, GlaxoSmithKline, IBM y NBC Universal Media, entre otras).

 

Una socióloga de la Universidad de Essex entrevistada por la revista The Nation, Linsey McGoey, observó: “(La Fundación Gates) ha creado uno de los precedentes más problemáticos en la historia de las donaciones caritativas al abrir las puertas para que las corporaciones se vean a sí mismas como (legítimas) receptoras de caridad, en un momento en que las ganancias corporativas están en auge”.

 

Su modelo de caridad, explica Tim Schwab para el medio mencionado, ha resultado beneficiando “no a los más pobres del mundo sino a los más ricos”. Su objetivo, comenta, “no sería ayudar a los más pobres sino ayudar a los ricos a ayudar a los necesitados”. Es decir, una enorme operación de relaciones públicas financiada con dinero que debió ir al fisco.

 

Los Gates, por ejemplo, donaron $19 millones a una empresa privada afiliada a Mastercard, con el fin “caritativo” de “incrementar el uso de productos financieros por adultos pobres”, en Kenia. Al momento de la donación (2014), su fundación tenía inversiones en Mastercard a través del “holding” Berkshire Hathaway, el fondo de inversiones propiedad de Warren Buffet, socio de Bill Gates y su esposa Melinda. En la misma línea, la Fundación Gates posee acciones y bonos en muchas de las compañías privadas a las que suele donar dinero, como Merck, Novartis, Vodafone, Ericsson, entre muchas otras. Ese dinero se invierte en investigar nuevas medicinas, aplicaciones de banca móvil y sistemas novedosos para monitorear la salud humana. Suena bien, pero teniendo en cuenta que la Fundación Gates es en parte dueña de estas compañías y que ellas lucrarán de los resultados de la donación, ¿por qué pasar como “caridad”, con su importante descuento en impuestos, lo que a todas luces es una inversión?

 

La fundación también donó $2 millones a Participant Media para promover un documental realizado por el mismo tipo que posteriormente realizaría un documental de Netflix centrado en Bill Gates, un tal Davis Guggenheim. La producción, “Waiting for Superman”, promovía uno de los proyectos esenciales de Gates, los “charter schools”, colegios públicos manejados de manera privada.

 

Estos conflictos de interés, en muchos casos flagrantes, no parecen ser detectados por las permisivas entidades estatales dispuestas para fiscalizar las caridades de los multimillonarios. Cuando una corporación o fundación evade o es legalmente exenta de impuestos, “eso debe ser visto como un subsidio público”, explica el experto en impuestos Ray Madoff. Como bien dice Madoff: “si Bill y Melinda Gates no pagan su carga completa de impuestos, el público tiene que poner la diferencia o simplemente (resignarse) a vivir en un mundo donde el gobierno hace cada vez menos y los filántropos superricos hacen cada vez más”.

 

El Estado, controlado mal que bien por esa peligrosa e ignorante chusma que de vez en cuando vota de manera “incorrecta”, ha de ser castrado; que la prerrogativa, el poder de decisión sobre qué se financia y qué no, a lo largo y ancho de nuestras sociedades y en todos sus ámbitos, pase a manos de poderosos privados, como fue siempre hasta la llegada de la democracia. Ella, pues, es la gran amenaza para las enormes acumulaciones de dinero que vemos hoy en día.

 

La fórmula “filantrópica” es tan buena que quienes evaden impuestos y pasan a tomar el control de ciertas agendas políticas –mediante el dinero que les sobra y que crearon sobre las espaldas de millones de trabajadores mal pagados (Amazon es un triste ejemplo) –, pasan a llamarse “filántropos” en lugar de tiranos. Pero lo cierto es que siguen trabajando en su beneficio, imponiendo una ideología y un dogma como requisitos indispensables para sus convenientes caridades, mientras apuntalan su imagen y las de sus compañías. A diferencia de los “barones ladrones” de hace un siglo, los de esta era son duchos relaciones públicas.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/206298
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