El nuevo Leviatán

13/05/2020
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A veces olvidamos de dónde surgen las ideas que dieron origen a este engendro que hemos llamado el Estado Moderno. Hasta donde recuerdo, proviene de las ideas de los filósofos empíricos ingleses de los siglos dieciséis y diecisiete: Francis Bacon, Tomas Hobbes y John Locke, para devenir décadas después en otros como George Berkeley y David Hume. Ellos fueron quienes primero reflexionaron sobre la naturaleza del Estado moderno e hicieron aportes sustantivos, con sus constantes polémicas, a la naturaleza de este concepto tan complicado. Se les llamó empíricos porque se dedicaron a reflexionar sobre la experiencia, y de cómo ésta condiciona a una posible filosofía de la ciencia. Francis Bacon llegó a pensar que el conocimiento procedía de la experiencia, hasta el punto de afirmar que la propia felicidad humana provenía de la técnica; mientras que Thomas Hobbes llevó el asunto a un terreno radical, al afirmar que el ser humano es malo por naturaleza, está lleno de deseos de poder y de sentimientos negativos que lo conducen a conflictos incesantes: ese deseo de poder sería ilimitado, mientras los objetos de ese deseo limitados; y es por ello que el estado natural del hombre en este caso es estar en una guerra permanente de todos contra todos, (por cierto, éste parece ser el estado en que se halla la humanidad actualmente en el año 2020), con lo cual Hobbes se convierte en el más sincero de estos filósofos, afirmando además que esa guerra existe o va a existir, siempre y cuando se encuentren mas de dos deseos similares frente a ese único objeto de ese mismo deseo. Más claro no canta un gallo. En ese estado de guerra potencial, surgen entonces los deseos de competencia y desconfianza que, en caso de lograr una victoria, se convierten en gloria. Para él, los estados de celos, venganzas, envidias y conflictos potenciales de este deseo surgen en el ser de manera espontánea en todas partes; el estado “natural” del hombre es un estado de anarquía, temor y muerte. Ante esta situación se pregunta ¿cómo fundar entonces un Estado y un gobierno?

 

En su notable obra Leviatán, Hobbes sostiene que los seres humanos deben crear un Estado artificial basado en ciertas normas y leyes para evitar la anarquía y el despelote; los hombres tienen derecho a buscar la paz y el derecho de defenderse; entonces lo mejor es que hagan un contrato social en el que transfieran esos derechos particulares a un gobernante que debe garantizar el bien común. Por lo contrario, si renuncian a esos derechos donde buscan la seguridad de su persona humana, el gobernante les aseguraría, si cumplen, ese derecho a protegerles mediante ese tal contrato social. Esta idea puede resultar terrible, pero es tremendamente sincera.

 

En cambio, el parecer de John Locke es diferente cuando libra en Inglaterra la primera lucha contra las prerrogativas de los reyes y el estatismo, reacciona contra Hobbes diciendo que nadie desea tenerte en su poder a menos que quiera coaccionarte por la fuerza, atentando contra tu libertad. La libertad es un derecho, y ser libre de tal fuerza es la única seguridad de tu conservación. Nos dice Locke que el estado natural del hombre es la igualdad, y que a eso debe aspirar. Si se los ve bien, me parece que ambos tienen razón. Locke nos indica que el pacto social, en todo caso, debe ser bilateral e implica una relación mutua e igualitaria de todos los ciudadanos, ya sean éstos legisladores, reyes o ciudadanos comunes, y que sólo hay una ley natural que obedecer: la ley de la Razón. En todo caso, la única, si lo vemos bien, la Razón Suprema es Dios. Y el límite del conocimiento humano se encontraría en la metafísica. Al luchar contra el estado monárquico y proponer las cámaras de lores y de comunes, Locke se apunta acertadamente a la creación de un parlamento moderno (razonable), donde se discutan leyes para el pueblo y la mayoría tenga participación en asuntos de Estado.

 

Filósofos empíricos posteriores como George Berkeley y David Hume ya están en el siglo dieciocho y se acercan a la llamada Ilustración, donde se discutirán otras cuestiones, incluyendo a Dios. También van por el camino de investigar la experiencia, con un toque de crítica a las ideas abstractas a través de diversas teorías, como la de asociación de ideas. No debemos olvidar, a este respecto, la importante obra de Herbert Spencer El individuo contra el Estado, donde el filósofo inglés, fallecido a principios del siglo veinte, se propuso defender la libertad individual contra la intervención cada vez más pronunciada del Estado, hasta llegar al límite de considerarla nociva o abusiva. En la actualidad, el papel del Estado se halla sobrevalorado, pues sus responsabilidades suelen sobrepasar sus verdaderas funciones y necesidades. El Estado capitalista liberal –ahora global- ha crecido amorfamente, parasitando en las instituciones privadas y manipulándolas, y no precisamente para evitar la guerra de todos contra todos, como creía Hobbes, sino para propiciarla cuando llegue el momento oportuno. Entonces el Estado, en vez de fortalecerse mediante sus fuerzas activas, leyes, instituciones o comunidades, y en lugar de crear una ciudadanía consciente, se dedica mas bien a acumular capital de trabajo para convertirlo en capital financiero, y a través de éste, adquirir poder bélico y mediático. El Estado liberal burgués ha fracasado en su gestión de realizar un contrato social con los ciudadanos, al no protegerlos ni siquiera en sus necesidades básicas. El Estado socialista burocrático también ha fracasado, al concentrar poder en inmensos partidos políticos que crean una estructura inflexible de mando, para apoderarse de las decisiones de las comunidades, en lugar de transferirles poder; en muchos casos, al principio, los representantes del Estado escuchan las voces de las comunidades y en lugar de apoyarlas se apropian de sus proyectos, plagian sus ideas o prometen implementarlas, pero no las llevan a cabo o las posponen indefinidamente, mientras sancionan a los disidentes calificándolos de traidores, con lo cual se vuelven fundamentalistas. De esta manera, el proletariado nunca ha podido ejercer el poder, mientras los parlamentos y los partidos decidan por ellos desde estructuras estáticas como presidencias, gobernaciones o alcaldías. En cualquier caso, advertimos cómo el monstruo del Leviatán en que se ha convertido el Estado hace naufragar cualquier tentativa de poder popular.

 

En ninguna de estas reflexiones empíricas o liberales del Estado ha faltado la noción de Dios. Todos los filósofos se han acercado a él desde diversas perspectivas, pues el Estado requiere de un basamento metafísico para sostenerse y lo halla, ya sea bajo la forma de una concepción panteísta, politeísta o monoteísta (esta es la predilecta), pero un Estado sin Dios estaría cojo, no podría andar bien. De modo que cualquier tipo de religión o de institución eclesiástica le viene bien al Estado, siempre y cuando le convenga a sus intereses. Los fieles acuden a templos e iglesias a buscar consuelos o respuestas espirituales para las naturales flaquezas humanas que todos padecemos y a menudo las consiguen; además, constituyen un refugio para sus requiebros anímicos o existenciales; y desde el punto de vista físico-espacial, se encuentran con una fastuosa estructura arquitectónica (cuyo mayor exponente es la catedral gótica medieval, permanentemente remozada), al cobijo de pequeñas iglesias románicas del campo o de capillas modestas, que si bien han servido para atraer a los fieles hacia un espacio de paz y consolación, también han domesticado las pasiones desbordadas, las transgresiones sexuales, los vicios y las enfermedades mentales.

 

Asimismo, los cuerpos de represión, policía, ejércitos, unidades de inteligencia o espionaje han servido para reprimir y satanizar buena parte de la rebeldía social de los seres humanos, calificándolos de anarquía, revolución, violencia, crimen, los cuales de inmediato son identificados con fuerzas negativas, en pugna con las fuerzas del progreso liberal. La verdad, es que la supuesta libertad que suele pregonarse desde el Estado liberal burgués suele ser una libertad muy restringida, una libertad limitada al desplazamiento físico, al libertinaje sensorial, a la experimentación con drogas y narcóticos y a la capacidad adquisitiva de cada quien.

 

A la larga, el Estado liberal global ha propiciado un nuevo Leviatán, un monstruo que ha crecido desmesuradamente y desatado instintos básicos en el ser humano; los ha potenciado primero y luego los ha liberado sin analizar sus consecuencias a largo plazo, y éstas han resultado funestas a causa del excesivo poder que han acumulado. Cómo se explicaría, entonces, que un ciudadano, aparentemente normal, casado y con hijos, con un trabajo en una empresa, salga por la noche a estrangular personas y luego regrese tranquilamente a su hogar a compartir con su esposa y dar un beso en la frente a sus hijos dormidos; o un señor común y corriente se aposte con un rifle de alta precisión en una azotea de cualquier ciudad de los Estados Unidos y dispare y mate a personas inocentes, y que éstos sean considerados sucesos comunes. La histeria colectiva, la esquizofrenia, la paranoia, el estrés, el desasosiego, la ansiedad y la angustia se han vuelto enfermedades inducidas, cada vez más frecuentes no sólo en las metrópolis, sino también en pueblos pequeños y campos. Las grandes ciudades se han vuelto, mas que espacios de convivencia y civilidad, en espacios-pánico de inmensas aglomeraciones donde imperan la polución, la contaminación sónica y visual y el hacinamiento, donde la lucha por la sobrevivencia puede ser a veces tanto o más feroz que en el campo. Me refiero, por supuesto a la de una sociedad raigal que ha sido previamente inoculada por la occidental a través de mecanismos viciados ya conocidos.

 

La noción de Estado moderno –y el concepto mismo de modernidad- se encuentran hoy altamente cuestionados; tanto, que ponen en tela de juicio los cimientos de sus leyes económicas y políticas, las cuales exigen una revisión urgente y radical, sino deseamos naufragar en ese océano de contradicciones sociales que ya empezaron a mostrar sus lados más débiles, y nos impiden avanzar en la construcción de una sociedad más equilibrada, justa y libre.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/206517
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