México: Sociedad relajada o relajienta
- Opinión
(70 días de confinamiento)
“Sabemos cómo revivir la economía.
Lo que no sabemos es cómo revivir a la gente”
Nana Akufo-Addo
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Las palabras anteriores corresponden al presidente de Ghana, y representan el dilema de la humanidad frente al virus que azuela al mundo. Y es que, después de semanas de encierro, ahora el dictado es que la maquinaria de la economía global, enmohecida por la ausencia de ganancias (aunque no faltan los ganones en toda crisis; en ésta última, más de 400 mil millones de dólares en dos meses), vuelva, más temprano que tarde y se reactive a plenitud. En el proceso, la parte más débil y vulnerable de la ecuación, el trabajo, pierde de cualquier manera: por la enfermedad o por hambre.
En Estados Unidos mueren diariamente mil cien personas por el coronavirus, pero el presidente Donald Trump, acudiendo a la Ley de Protección de Defensa, ha hecho de la carne una industria esencial. “Reabrir la economía es una sentencia de muerte para los trabajadores”, es el nombre de un artículo del Instituto de Estudios de Política (IPS, por sus siglas en inglés), aunque “los ricos pueden estar bien sacrificando a los vulnerables”. Y pone el ejemplo de las empacadoras de carne, que ocupan en su mayoría a negros y latinos en condiciones inseguras de trabajo, foco de focos, todavía, de contagio.
La situación actual de la industria de la carne nos remite a Chicago en 1905: “La máquina de preparar carne tenía que funcionar hasta altas horas de la noche para proveer de alimentos las mesas navideñas. Marija, Elizabeta y Ona, piezas de esa máquina, comenzaron a trabajar quince y dieciséis horas al día. En esto no había discusión; cualquiera que fuera su duración, no tenían más remedio que aceptar esas larguísimas jornadas si deseaban conservar sus puestos. Además, como esto suponía ingresos adicionales, se aplicaban a la labor con verdadero ahínco, indiferentes a la naturaleza del esfuerzo. Empezaban a trabajar todos los días a las mañanas a las siete, almorzaban a mediodía, y desde entonces seguían trabajando hasta las diez o las once de la noche sin volver a probar bocado” (Upton Sinclair. La Jungla. Para Leer en Libertad. México. 2016).
Los trabajadores de la salud en Estados Unidos, en medio de su vulnerabilidad, han sido particularmente combativos: “Las enfermeras, además de tratar a los enfermos, se han enfrentado a los manifestantes por la reapertura. Y se quedaron fuera de la Casa Blanca, leyendo los nombres de sus colegas asesinados por la inacción del gobierno y exigiendo más protecciones” (IPS, 5/22/2020).
Un gobierno corroído por el trumpvirus, que a su vez carcome a la sociedad. En tanto el número de muertes por el Covid-19 en Estados Unidos alcanza los cien mil (un promedio de mil cien personas cada día), el presidente Trump golfea… Así lo titula Rolling Stone, el 24 de mayo: “Trump juega golf mientras mueren más estadunidenses”.
Histórica portada de The New York Times, el domingo 25 de mayo, con las primeros mil personas que murieron por la pandemia en Estados Unidos. En la víspera del Memorial Day, el último lunes del mes de mayo, cuando EU recuerda a sus soldados caídos en las innumerables guerras en las que ha intervenido.
La pandemia se ha convertido en una oportunidad para sacar a la luz las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores. El 23 de mayo, Daily Beast da a conocer la situación laboral de la industria restaurantera en Estados Unidos, no sólo en las cadenas de comida rápida, que va del pago por debajo del salario mínimo (apenas una tercera parte) hasta el abuso sexual.
Seguramente, pasados estos días de unidad y concordia, los trabajadores regresarán a su normalidad que representa el sistema de explotación.
El mismo día, la Coalición de Solidaridad Global Covid-19 (Covid-19 Global Solitarity Coalition), conformado por más de sesenta personas entre académicos, trabajadores y artistas, dan a conocer un Manifiesto en que se devela que la raíz de esta crisis, que viene antes de la pandemia, es la aguda desigualdad generada por el sistema capitalista, que se expresa en estos números: ocho personas poseen más riqueza que las 3.6 mil millones de personas más pobres del planeta, o el uno por ciento de la población concentra el ingreso de 6.9 mil millones de personas.
En el Manifiesto de Solidaridad Global Covid-19 se subraya: “Todo ser humano debe tener oportunidad de tener una vida saludable, creativa y plena, libre de los estragos de la pobreza, la explotación y la dominación” (The Progressive, 5/23/2020).
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De golpe o de a poco, de acuerdo con las necesidades del mercado, se regresa a la normalidad o, si se quiere, a una nueva normalidad. Hay consenso de que 2020 será un parte aguas que significará un antes y un después de la pandemia del coronavirus, situación que no se había sufrido en 101 años, después de la pandemia de influenza, con el adjetivo racista de española, aun cuando no tuvo su origen en España, como la actual se le caracterizó de china, un pretexto que utilizó el presidente Donald Trump como un elemento más de su guerra comercial contra China. Y es que le urge fabricar un enemigo externo, mientras se vuelva a la normalidad, pues en los últimos dos meses suman 37.8 millones de personas en las filas del seguro del desempleo. Pero, Noam Chomsky habla de “torpeza y criminalidad” de Trump en el manejo de la pandemia (Monthly Review, 5/20/2020).
Al mismo tiempo que se busca una vacuna y un tratamiento contra el coronavirus, siguen las explicaciones sobre su origen: si es producto de la naturaleza y su evolución, y qué tanto tiene que ver el ser humano, sobre todo, el sistema de producción capitalista, que si hoy se quiere sustentable y amigable con la naturaleza, de la formamos parte, en esencia es depredadora, al querer someterla y dominarla a sus necesidades de acumulación y reproducción, vía explotación, en pos de la ganancia, sin entender lo que significa para autodestrucción del género humano.
El epidemiólogo evolutivo Rob Wallace afirma que su labor específica consiste en analizar las bases históricas y geográficas de los virus. El 1 de mayo, apareció su artículo: “El Covid-19 y los circuitos del capital”, en Monthly Review, que ya comentamos en una nota anterior, y ahora (5/21/2020) es entrevistado ampliamente por la misma revista, en la que afirma que “la clase dominante de Estados Unidos no puede reconocerse en la pandemia, salvo al pasar el peor daño al 99%”. Daño en términos de costos sociales y político, que reproduce la desigualdad y exclusión, a pesar de los llamados de solidaridad y fraternidad que se escuchan en todas partes, cual canto de las sirenas. El germen de una sociedad virulenta.
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Aquí, en base a un semáforo nacional, cuyos colores nos dirán el grado de normalidad (realmente, la saturación hospitalaria) para saber qué actividades se reabrirán, de a poco y de a mucho, ya se adelantó, como era previsible, que la Ciudad de México se mantendrá en rojo (sólo actividades esenciales) hasta el 15 de junio, y en verde hasta el mes de agosto, cuando las actividades, incluidas las escolares, se reabrirán totalmente. Seguramente, veremos muchos casos de daltonismo lorquiano.
Después de reclamos de diversos sectores de la economía y la sociedad (anónima y no), a estas alturas, aquí y todo el mundo, cualquier actividad, por más precaria que sea, resulta esencial, de sobrevivencia, porque es la diferencia entre comer y no comer, pues en ella le va la vida, pues en ella le va la vida. A partir del 1 de junio, se agrega la cerveza como esencial. ¿Cómo decir, cualquier sobreviviente, ¡Salud!, con agua simple?
Después de los estragos que ha causado la epidemia, continúa aquí el escepticismo, todavía, de mucha gente, que no sólo sigue en las calles, sino que se reúne y hace fiestas. “¡A mí el pinche virus, me vale madre!... Me hace lo que el viento a Juárez”. Y es que dentro de la guerra de cifras, que cuestionan las que ofrecen cada noche las autoridades en Salud, esto sí, basadas en modelos matemáticos, la conclusión es que, en comparación con el resto del mundo (China, origen de la pandemia, Europa y Estados Unidos, nuestro vecino del norte, con la mayor cantidad de muertes), en México “¡la huesuda me respeta!”, siguiendo cierto pacto que tenemos y que se refleja en nuestra relación que tenemos con la Muerte, que se remonta a tiempos prehispánicos y que se sintetiza el 1 y 2 de noviembre, en el Día de Muertos, un festejo popular.
¿Del relajamiento al relajo, y al rebrote? ¿De qué tamaño será el rebote? ¿Será apenas un chipote?
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Desde un principio, la actual administración se ha deslindado del recetario neoliberal que predominó durante treinta y seis años, por la que ha terminado con una época de privilegios para unos cuantos por la vía de la concentración del ingreso y riqueza y el saqueo de recursos públicos. El resultado es la redefinición de las relaciones del Estado y el capital, que se ha expresado de múltiples formas a lo largo de casi año y medio, y que está lejos de terminar. Uno de sus campos de confrontación es el mediático, en el que el presidente Andrés Manuel López Obrador, todas las mañanas, con lanza en mano, cual Quijote, sale a defender su proyecto de la 4T. No se cansa en repetir: No somos los mismos.
En medio de la doble crisis, sanitaria y económica, que profundizará la recesión, no quita el dedo del renglón en cuanto a crear, este mismo año dos millones de empleos, cuando en dos meses (abril y mayo) se habrían perdido ya un millón… ¿Cuántos de ellos recuperarán sus empleos y con los mismos ingresos?
Frente a las críticas por su manejo de la economía (se le regatean los resultados en su gestión en salud, por dejar en manos de los científicos el tratamiento de la epidemia), en la que sobrepone la distribución al crecimiento (la carreta delante de los caballos, se diría), el presidente afirmó, el 21 de mayo, que agregará otros índices dentro del Producto Interno Bruto (PIB), el cual mide el tamaño de la economía de un país. El PIB es la suma del valor de los productos y servicios generados durante un lapso determinado: convencionalmente, un año, que se divide en cuatro trimestres, para fines de seguimiento e información.
Aunque hay de todo –de chile, de dulce y de manteca—, el PIB no toma en cuenta, cabalmente, lo que genera la economía informal, en la que se (sub)ocupa más de la mitad de mitad de la población, que no paga impuestos (ingresos del gobierno), pero que no se escapa de la red de corrupción, a través, por ejemplo, de los derechos de piso o mordidas para dejarlos trabajar, que suele escapar de los circuitos contables.
Con los resultados negativos del PIB, cuando pensaba duplicarlo, de dos por ciento anual durante el periodo neoliberal, a cuatro por ciento anual (en 2019, un retroceso de o.1%), enfatizó que, mediante una amplia convocatoria en la incluirá, además de economistas, a psicólogos y sociólogos, se hará un nuevo indicador que, adelantó, “no les va a gustar a los tecnócratas”.
Subrayó que con el nuevo índice se medirán bienestar, desigualdad y la felicidad del pueblo, que son resultado, tanto del crecimiento como de la distribución. ¿La felicidad por el PIB? ¿Cómo se mide la felicidad? Aún más, que los mexicanos tenemos fama del ser hijos de la Chingada (Octavio Paz dixit) o amantes del desmadre, pues. En las buenas y en las malas (como ahora), somos fiesteros. Sólo hay que revisar chistes y memes sobre el coronavirus.
Antes, es decir, en el periodo neoliberal, “lo que importaba era el PIB, el crecimiento a secas, a rajatabla, aunque se enfermara la gente, aunque se destruyera el territorio y se afectara el medio ambiente”. Al puro crecimiento económico le agrega que sea “con honestidad, con austeridad, con bienestar, con cultura, con felicidad”.
¿Crecimiento con austeridad? Es como pedirle a la inmensa mayoría de la gente, que apenas sobrevive, que se amarre (más) el cinturón, que a veces ni a cinturón llega… cuando mucho a un mecatito. Además, de ser feliz. Un concepto, el de la felicidad, harto subjetiva. Campo de estudio de la psicología social y de la sociología. En economía, sería la satisfacción mínima de ciertas necesidades básicas o poseer el celular de última generación, un par de huaraches o cientos o miles de zapatos. Hasta el infinito, en la satisfacción de necesidades, más allá de las esenciales.
Ya no hablemos de la acumulación de capital o de los niveles de desigualdad del ingreso, que mide el coeficiente de Gini. ¿No habló Morelos, en Los Sentimientos de la Nación (1813), de moderar opulencia e indigencia? Una demanda radical para sus tiempos, para crear una clase media.
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¿Se agregaría la violencia intrafamiliar, particularmente la que da contra las mujeres, que el presidente minimiza y descalifica, dentro del grado de felicidad? Ya circula el documental: Nosotras tenemos otros datos, sobre el crecimiento de la violencia al interior de los hogares (155 llamadas diarias al 911), que rompe las imágenes idílicas que se nos ofrecen de la convivencia familiar. Se conoce que, en muchos aspectos de la vida social, y más tratándose de las mujeres y de la familia, las declaraciones de López Obrador son tradicionales, por no decir conservadoras, con un contenido cuasi religioso. Bien podría asumir el papel de papá intransigente y regañón que hace Fernando Soler en muchas de sus películas.
Como en los mejores melodramas de la época de oro del cine mexicano, que después fueron éxitos de telenovela, se filmaría la cinta, en blanco y negro, que es más efectista, y con mayor cantidad de extras, un remake 2020 de Nosotros los pobres… ¡Torito!
Así como el mexicano tiene fama de fiestero y relajiento aun en la pobreza (ahí quedan las películas de Pedro Infante, el actor de Nosotros los pobres y de su zaga: Ustedes los ricos), hay signos inequívocos de que somos felices, a pesar de todo: También de dolor se canta (título de otra película). Si no, hay que escuchar las canciones de desamor que interpreta José José, que con ellas se hizo de un estilo.
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López Obrador se siente acosado y descubre teorías conspiratorias contra su programa de gobierno transformador, que define como “una modernización desde abajo”. No obstante, el adjetivo, la modernización, históricamente, es sinónimo de despojo, saqueo, explotación y exclusión. De ahí la desconfianza de los de hasta abajo, que, al oponerse a ciertos proyectos, se les pone en el saco de los conservadores. Cuando nada más quieren proteger sus tierras, sus recursos, sus maneras de hacer y ser, sus vidas en comunidad. Nada menos.
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