Derecho a existir, pulsión de re-existir: protestas populares y sentidos de lo común en tiempos de pandemia
- Opinión
Derribar la clausura de un ‘mundo muerto’: rutas de fuga, revuelta y re-existencia en América Latina.
La pandemia del nuevo coronavirus ha saturado absolutamente todo. Incluso la memoria, que ya venía siendo atropellada y convulsionada permanentemente por el eterno presente de esta sociedad hiper-informada, inundada de datos, imágenes, video-cápsulas, memes y múltiples acontecimientos impactantes.
Así que, como un acto para recobrar el aliento, como quien sofocado se quita el tapabocas para tomar una bocanada de aire fresco, hagamos nuevamente memoria de vida, recordemos los meses y semanas atrás, que determinaron todo 2019: calles calientes, millones de voces; marchas, piquetes, pancartas, consignas, pañuelos, enjambres, multitudes. Corazones latiendo, rabia, anhelo, hartazgo, esperanza. Chile, Ecuador, Colombia, Haití, Perú, Honduras, Puerto Rico, Venezuela, Costa Rica, Bolivia, Nicaragua; y fuera de las tierras del Abya Yala, Hong Kong, Francia, Irak, Líbano, Catalunya, Argelia, Zimbabwe.
Todos, de una u otra forma, diciendo ¡Ya Basta! Basta a la precarización neoliberal, a los ajustes económicos, a las desigualdades y la exclusión, al autoritarismo y el estado de excepción, basta a ser condenados a un mundo sin futuro.
Pero las ondas de esta vibración socio-política mundial terminaron chocado con las ondas de la pandemia global 2020, siendo esta última otro resultado de la expansión neoliberal y colonizadora del capital. Además de los millones de contagios y los cientos de miles de fallecidos, la pandemia ha generado una parálisis de buena parte del sistema; un shock concreto en las dinámicas globalizadas (a escala macro, meso y micro), y un shock simbólico, al provocar un considerable impacto en las perspectivas y expectativas de las sociedades. Y sobre todo, nos revela que no estamos sólo ante una enfermedad muy contagiosa, sino que en realidad todo este sistema capitalista en decadencia es una máquina de intoxicación de la vida, una máquina de patologización de cuerpos y ecosistemas; que es el vector fundamental de la insalubridad global que experimentamos.
Ciertamente nos encontramos ante una situación muy complicada y enigmática. Pero para algunos, entre derechas e incluso izquierdas, y ante las fuerzas de saturación y parálisis que provoca la pandemia, parece haberse olvidado el actor social, el mundo de los de abajo, la micro-política; parece que los han ubicado en una especie de campo de invisibilidad, de desmerito, de imposibilidad. Como si estos actores sociales dejaran de contar en el curso de los acontecimientos actuales y futuros; como si la política ahora fuese un estadio vacío donde sólo juegan el poder de las corporaciones transnacionales, la geopolítica tradicional y el Estado (que gestiona la biopolítica, el estado de excepción, la sociedad de control o incluso para algunos, un nuevo y ‘posible’ welfare state).
Visto así, ese es un mundo muerto. Un mundo de comandos, de tránsitos lineales, sin agonismo popular, sin sustancia y de dominio espectral irremediable. Un mundo desde el cual nos negamos a pensar, buscando en cambio resaltar las múltiples rutas que trazan las resistencias de las fuerzas vivas, las pulsiones de vida de los de abajo: alimento y horizonte, salud y comunidad, oxígeno y dignidad. Vida, tanto desde su perspectiva productiva y reproductiva cotidiana, hasta en su sentido ontológico y filosófico.
Estas rutas de escape/reproducción/emancipación se encuentran hoy obstaculizadas, militarizadas, contagiadas. Pero hay que derribar la clausura de posibilidades que propone el ‘mundo muerto’, y señalar al menos tres expresiones cruciales de la política –o la otra bio-política– de estas fuerzas vivas: la primera, que lo que emergió y rugió desde los pueblos en 2019 sigue hoy latiendo, sigue hoy respirando. Y, sobre todo, que el problema de fondo, lo que ha originado las protestas, sigue sin resolverse. Hay, por tanto, no sólo una materialidad sino también una ontología de la revuelta.
La segunda, que durante el tiempo de la cuarentena y la crisis de la pandemia de Covid-19, también se han desarrollado procesos que han sido poco visibilizados y difundidos –para algunos ‘invisibles’– y que han consistido en la construcción de soluciones desde los de abajo para los de abajo, así como un énfasis del trabajo hacia adentro por parte de comunidades, organizaciones y movimientos sociales en los territorios, orientándose hacia el fortalecimiento de la autonomía y la autogestión.
Vale resaltar experiencias de redes de alimentación solidaria entre territorios, como la ‘Minga de la Comida’, propuesta por el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), que llevan alimentos para el intercambio y así ayudar a aliviar la situación de las familias vulnerables de Popayán y de comuneros indígenas que no han podido regresar a sus territorios; otras de estas redes se producen no sólo en algunas partes de Colombia, sino en regiones de otros países, como ocurre en Ecuador, y en Bolivia, siendo principalmente alimentos recolectados del campo que se aportan para familias pobres en las ciudades. Sistemas de trueque urbano y campesino de diverso tipo se han también establecido para enfrentar los efectos socio-económicos de la pandemia, como en el caso de Cochabamba en Bolivia o en varias regiones de México. En Brasil, organizaciones sociales como el Frente Brasil Popular y el Frente Pueblo Sin Miedo (que agrupan a cientos de organizaciones brasileñas) crearon una plataforma no sólo de solidaridad alimentaria, sino también para apoyar con artículos de limpieza y un fondo de emergencia para trabajadores informales. Cabe también señalar las experiencias de las ‘ollas comunitarias’ en Chile –como la de la comuna popular de Puente Alto, en Santiago, que asiste a 5.000 habitantes–, en Cali (Colombia), en varios municipios de Guatemala o en Buenos Aires, lugares del conurbano y otros puntos del interior de Argentina; o las de las Asambleas territoriales en Valparaíso (Chile), desde las cuales se han impulsado cosas como campañas de desinfección colectiva de espacios públicos, fondos solidarios, cuadrillas de seguridad alimentaria o la elaboración de manuales de pan. Aunque en primera instancia estas experiencias descritas no se orientan a confrontar a los poderes constituidos, tienen una importancia constitutiva para los procesos de fortalecimiento de las iniciativas populares y territoriales, y sobre todo, marcan claramente la ruta de una respuesta social ante la pandemia.
La tercera expresión contiene las posibilidades de horizonte y expansión de estas fuerzas, y se resume en la siguiente disyuntiva vital: es cierto que la pandemia tiene un poderoso efecto paralizante, pero en realidad todo esto es mucho más paradójico. Mientras busca confinar, desmoviliza y genera miedos, al mismo tiempo potencia escenarios de movilización, al profundizar drásticamente todas las contradicciones y causas que habían generado las protestas y descontentos. Más precariedad, más desigualdad, más estado de excepción. Esta contradicción fundamental es un muy claro ejemplo de lo que es este tiempo paradójico de colapso/oportunidades que vivimos en la actualidad.
Algunos, entre derechas e incluso izquierdas, ven con malos ojos los llamados a la movilización. Es verdad que la pandemia ha generado enfermedad, sufrimiento y muerte en los sectores populares, con la muy dolorosa pérdida incluso de referentes y líderes sociales como Ramona Medina (de la Villa 31 en Buenos Aires) o el cacique Messías Kokama, uno de los principales líderes de la Amazonía brasileña. Pero lo que resulta más dramático es precisamente que la pandemia de COVID19 no tiene el monopolio de la muerte, ni de la infección, ni de la precarización. Que esta pandemia es en realidad el síntoma de una constelación de males y enfermedades que aquejan y acechan a la mayoría de la población, para la cual la lucha es una cuestión cotidiana y fundamental para la sobrevivencia, para la reproducción de la vida. Y especialmente por eso, la pandemia vulnera más cuando se conjuga con esos otros males sociales, como la pobreza, la desnutrición, la falta de agua o el racismo. Que esto que muchos han llamado la ‘normalidad’ que existía previamente, en realidad era una pesadilla para millones de personas en la región, y principalmente en todo el Sur Global.
Por eso la cuarentena en América Latina para una parte de la población, desde sus inicios sencillamente no se podía cumplir (y aún no se puede), o bien no se podía sostener por mucho tiempo, sobre todo para quienes se buscan la vida en el día a día. Por eso se fueron evidenciando múltiples micro-protestas territoriales, a medida que se ampliaba la precariedad (morir de Covid o morir de hambre). Por eso en las últimas semanas, el escenario de movilizaciones retoma vuelo, como ha ocurrido en Ecuador, Bolivia, Chile, Colombia, Venezuela, o en Córdoba (Argentina) –lo que ciertamente ocurre mientras otras tantas se producen por parte de sectores conservadores y de extrema derecha en nombre de las libertades económicas–, mientras se reavivan las protestas de Irak, Líbano, Hong Kong, India, entre otras.
La ecuación es muy complicada y nos encontramos ante un proceso de reorganización del sistema tal y como lo conocemos. Pero esta re-organización no ocurre ni ocurrirá de manera unilateral, estable, lineal e irresistible por los designios del gran capital y los Estados potencia. Esta nueva coyuntura se produce al interior de un sistema global que es en realidad más frágil que nunca, mucho más vulnerable y mucho más inviable. Lo que está en crisis es todo un orden histórico civilizatorio y esto nos ha traído a un tiempo límite, de umbrales ecológicos, económicos, energéticos; a un tiempo de eventos extremos donde la turbulencia es la normalidad. Así que nada está garantizado, nadie puede ya garantizar el control de la situación. Todo, absolutamente todo, está en disputa y el muy diverso campo popular juega, y es onda de choque en esta crisis.
En el corto plazo, por un lado, ante la agudización de las contradicciones y factores causales del descontento, podríamos presenciar una nueva ola de protestas en la región encabezada por la revuelta de los precarizados, provocada por el mundo extremo que va dejando la pandemia. Eso podría abrirnos a una nueva correlación de fuerzas que eventualmente podría allanar caminos a nuevas posibilidades y alternativas populares.
Por otro lado, en el devenir y transitar de esta crisis, las particulares condiciones que se desarrollan abren un campo de redefinición de lo común, de la autogestión, de lo público, de la gobernanza, que tendría importantes repercusiones. Estamos al interior de ese proceso.
Sentidos y dilemas de la revuelta, el antagonismo y lo común
Tenemos hoy muchísimas más preguntas que respuestas. ¿Cómo reproducir una vida digna, cómo transitar una vía alternativa, ante tal nivel de insalubridad global, ante tal nivel de precariedad de las condiciones de vida en el planeta, de las democracias, ante los sistemáticos bloqueos de alternativas? En este mundo en emergencia, de tiempos ajustados, parece que tendremos que ir caminando y resolviendo estas preguntas sobre la marcha. Pero, además de resolver las cuestiones básicas de la reproducción de la vida, seguiremos necesitando comprender y dotar de sentido la existencia, la revuelta, la re-existencia; la transformación socio-ecológica; nuestra forma de ser y estar en la Tierra. No parece bastar el antagonismo puro, mucho menos hoy cuando extremas derechas protestan, ocupan calles, se rebelan, se presentan como ‘anti-sistemas’ y piden un ‘cambio’; o bien cuando el crimen organizado o el narcotráfico insurgen, desafían a los poderes formales o crean violentas economías que logran incluir a parte de los sectores sociales más vulnerados, ganando adeptos entre ellos.
De manera que, el propio antagonismo, la forma y los significados que pueda tener, está en disputa. Es en este sentido que resaltamos el valor del proyecto y horizonte de lo común. Sobre todo en la medida en la que el antagonismo se enraíza en la acción colectiva, en el re-encuentro de los iguales y las diversidades, en la re-articulación integral de nuestros modos de ser y estar con las tramas de la vida, lo cual es fundamental ante un mundo que sufre los terribles efectos de la fragmentación. Lo común hoy, es una posición crítica ante la crisis, ante la posible nueva ola de privatización y mercantilización corporativa; ante el avance de las extremas derechas y sus posturas radicalmente anti-Vida; ante la idea de que el humano es un ‘virus’ depredador y no en cambio esta cultura moderno/occidental colonizante; ante la lógica del ‘sálvese quien pueda’ y la competencia feroz; ante la marginación económica e institucional del mundo de los cuidados; pero también, ante los nuevos Leviatanes de la emergencia o los posibles avances de un nuevo estadocentrismo ‘social’ que recanalice el potente descontento popular hacia una nueva ilusión de cambio desde arriba.
Sin embargo, esta idea de lo común como proyecto y horizonte no se presenta sólo como un lugar filosófico desde donde pensar ese antagonismo, sino tal vez principalmente como un modo de hacer: es una política productiva porque pone en el centro y punto de origen la transformación y la re-existencia en el aquí y en el ahora; no se sienta a esperar mediaciones, sino que territorializa ese otro mundo que imagina. Esto tiene un valor tremendo precisamente porque, en un mundo caótico y muy incierto, de grandes perturbaciones, es la comunidad el principio de orden. Comunizar es hoy un factor vital, pues se trata de tejer y re-tejer la comunidad, desgarrada por décadas de neoliberalismo y violencia neocolonial; es repotenciar la noción de interdependencia a partir de una política común del cuidado (y más en estos tiempos de insalubridad global y capitalismo enfermo); es por tanto, generar resiliencia y sumar en la correlación de fuerzas; es reconocernos en un nosotros-común entre iguales, que es esencialmente diverso (no un común homogéneo), y recomponer nuestra relación simbiótica con la naturaleza (el común con la trama de la vida ecológica), trascendiendo el antropocentrismo y dando cuenta que el planeta Tierra es en realidad la casa común.
Pero ante este sentido del antagonismo y del re-existir, la gran pregunta que ha surgido es cómo se reproduce ese común ante dinámicas de distanciamiento social, o bien en contextos de caos, conflicto armado o eventos ambientales extremos. Es la gran pregunta sobre lo común en el antropoceno. Algunos parecen haber declarado la muerte de lo común ante los escenarios actuales. Pero esta idea/clausura es muy limitada, por varias razones: primero, plantea una visión normativa y rígida que, ante ciertas condiciones, parece proponer que lo común está o no está, sin reconocer que más bien este se encuentra en permanente producción, adaptación, reformulación y flujo. No se trata pues de una forma pura a la cual se llega, sino, como hemos mencionado, es básicamente un referente, un lugar para pensarnos y sobre todo un modo político de hacer (que ciertamente también podría institucionalizarse). Lo segundo, hay numerosos ejemplos de cómo, en contextos adversos, lo común ha podido persistir, como ha ocurrido en comunidades que resisten en conflictos armados (teniendo como casos emblemáticos las experiencias kurdas y varias del sur de México) e incluso se reajustan para fortalecerse a partir de ellos. Lo tercero, en relación con lo segundo, nos señala que justamente en períodos de profunda crisis, lo común es un componente fundamental para allanar el camino para lograr salidas y alternativas, trazando un horizonte de restitución, autocuidado, sanación y recomposición vital; y cuarto y último, se trata también de reconocernos en las dinámicas propias de la trama de la vida y los ecosistemas, que son eminentemente cooperativas y simbióticas, es decir, que lo común nos constituye como parte de este tejido de vida en la Tierra.
La otra gran pregunta que surge tiene que ver con los alcances y límites de las iniciativas sociales, desde abajo, ante enormes desafíos como las pandemias de la globalización neoliberal o los grandes eventos ambientales del antropoceno. ¿Cómo nos sanamos ante un virus como este y una pandemia que en buena parte sale de nuestras manos, ante lo cual pareciese que las grandes tecnologías y las instituciones estatales y privadas están mejor provistas para enfrentarlo? ¿Cómo se enfrentan grandes inundaciones, o algo de las dimensiones del cambio climático, desde los pueblos, sin que esto suponga una dramática y extraordinaria exposición social a tales peligros? Estas fundamentales preguntas nos remiten ineludiblemente a una discusión sobre la relación con el Estado y con lo público que, por su densidad, no podemos abarcar aquí. Pero sí quisiéramos plantear una idea: la protesta, organización y movilización social como una proyección del campo popular en la política global. Esto implica no ver única y necesariamente la contraposición pura y compartimentalizada de lo común, el Estado y lo privado (estos asuntos no pueden ser abordados en blanco y negro), sino también las relaciones conflictivas y ‘transfronterizas’ entre estos ámbitos, que en la medida en que la protesta y organización popular ganan terreno, posibilitan la transformación de la política en ámbitos más amplios que lo local.
Sobre esta idea de lo común como una política multi-escalar, de la proyección del campo popular en la política global, nos parece vital resaltar tres aspectos: primero, hay que recordar que las protestas populares que han llenado las calles latinoamericanas han demandado en muy buena medida justicia social y ambiental, soluciones a la crisis y políticas de protección y asistencia del Estado, ante el muy alto nivel de desamparo, sobre todo de los sectores más vulnerables de la sociedad. Segundo, la idea de la centralidad de lo común, de su política situada como punto de origen, no es excluyente con la disputa política hacia otras escalas. Eso implica, por un lado, que su avance suma a una correlación de fuerzas más favorable para los pueblos, lo que a su vez crea un marco menos adverso para su accionar; por otro lado, la calle y la comunicación son una de las principales arenas donde se canaliza la disputa por lo público y en ellas es fundamental la lucha por demandas hoy centrales, como la condonación de la deuda externa a los países del Sur Global, la salud como derecho universal y la instauración de la renta básica. Toda posibilidad de creación de lo que podríamos llamar barreras de derecho ha provenido y provendrá fundamentalmente de las luchas desde abajo. Se trata de obligar al Estado a mantener y respetar esos derechos. Tercero, y no menos importante, que ante la situación de emergencia ambiental y climática, económica, social, y en general todo lo que supone esta crisis civilizatoria, se requiere de transformaciones tan vastas y aceleradas, que va a ser necesario que profundos cambios se realicen en todas las escalas globales, y en todas ellas el ámbito social y el campo popular necesitarán incidir.
No hay pizca de simplicidad en estos asuntos y, como ya hemos dicho, el tiempo de pandemia y reestructuración sistémica nos podría también abrir a nuevos tiempos de “Estadolatría” (Gramsci), bio-paternalismo y euforia estatal que legitimen que dicha reestructuración favorezca en el fondo mayores formas de explotación, expolio y despojo, y que las dinámicas suicidas que nos llevaron a esta situación crítica actual no sean afectadas. De ahí que es crucial poder respondernos a la pregunta, ¿cómo abordar una política no-estadocéntrica en estos tiempos? ¿Cómo lo común puede reproducir una política desde las autonomías en semejantes circunstancias?
El tan mentado frenazo de emergencia a la locomotora benjaminiana ha ocurrido. El futuro es hoy y la posibilidad de un giro radical de todo el orden civilizatorio se ha abierto. Algunos se organizan para una “nueva normalidad”. ¿Cuál es su posición ante el curso de lo que acontece?
Somos posibilidad en la asunción de nuestro derecho a existir, en la potencia de nuestra pulsión de re-existir; somos raicillas en las grietas de un sistema senil y decadente. Estamos vivas y vivos.
Caracas, mayo 2020
-Emiliano Teran Mantovani es sociólogo venezolano y ecologista político, miembro del Observatorio de Ecología Político de Venezuela
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