El experimento sueco
- Opinión
En lo que respecta al coronavirus, varios países fueron a contracorriente con respecto al resto del mundo. Suecia, por ejemplo, no impuso cuarentenas, no cerró restaurantes ni bares, limitó las reuniones sociales a 50 individuos y confió en que sus ciudadanos asumirían voluntariamente las medidas de distanciamiento social. Ahora que acumula más muertos que sus pares escandinavos (4,717 al 9 de junio), los críticos y la prensa mundial parecen unidos en su dictamen: fracasó el modelo sueco.
Pero hay mucho para matizar en este caso, como veremos. Siguiendo a los suecos, sopesemos algunas perspectivas heréticas sobre la pandemia y cómo viene siendo enfrentada, opiniones alejadas de la doctrina de la Organización Mundial de la Salud (OMS); después de todo, gracias a sus medidas nos encontramos ante un desastre económico en ciernes que también producirá muerte e incalculable sufrimiento humano.
“Terrible error”
Anders Tegnell, el epidemiólogo a cargo de la respuesta sueca al coronavirus, negó que su política fuera un fracaso, aunque admitió que se pudo hacer más para cuidar del adulto mayor, la población que compone el grueso de los fallecidos (el 89% tenía más de 70 años). Tegnell también señaló que de volver en el tiempo probablemente tomaría algo de las medidas “ortodoxas” usadas por el resto de Europa, pero no ve ninguna razón para pensar que aplicaría medidas esencialmente distintas.
Sin duda, cierta política sueca debería ser reconocida como un éxito: sus colegios no fueron cerrados y solo se cuenta un fallecido entre los menores de 16 años. Este único caso presentaba, además, otros cuadros no relacionados al Covid-19. A diferencia de nosotros y buena parte del mundo, en Suecia no han sometido a su infancia al miedo del virus (innecesariamente) ni la están educando para que vea a sus semejantes como amenazas bacteriológicas.
Como ya hemos señalado en columnas anteriores, el grueso de los fallecidos por Covid-19, en todas partes, pertenece a la población mayor, motivo por el cual muchos expertos niegan la utilidad de imponer una cuarentena generalizada (medida que, además, según somos testigos los peruanos, es difícil de aplicar en el tercer mundo). El nobel y profesor de Stanford, Michael Levitt (con 75 años y una madre de 105), es uno de esos expertos: “Los epidemiólogos les dieron malos números (a los políticos), que entraron en pánico… los daños hechos por la cuarentena serán mucho peores que los hechos por la pandemia”. Levitt es uno de los muchos herejes que se atreve a comparar el Sars-Cov-2 con la influenza.
Como informamos en “Mentiras en la respuesta global al coronavirus” (edición del 22 de mayo de este semanario), los malos números que guiaron la mano de presidentes como Boris Johnson, Donald Trump y los de varios otros países desarrollados, salieron del Imperial College de Londres (ICL). En abril, el New York Times hablaba así de la gran influencia de esa institución: “El reporte (del ICL), que advirtió que de no controlarse la propagación del mal podría causar 510 mil muertos en Reino Unido, produjo un cambio súbito en la relativamente relajada respuesta del gobierno (de Johnson) al virus… Oficiales americanos dijeron que el reporte, que proyectaba 2.2 millones de muertos en Estados Unidos (bajo circunstancias igualmente relajadas), también influyó en la Casa Blanca para reforzar sus medidas de aislamiento…”.
Hay más: “El (ICL) ha asesorado al gobierno (británico) en su respuesta a epidemias previas, incluyendo la de SARS, gripe aviar y porcina. Con un equipo de 50 científicos y lazos con la OMS, el ICL es tratado como una especie de estándar dorado, con sus modelos matemáticos influyendo directamente en las políticas gubernamentales”.
De manera que los pronósticos apocalípticos del “estándar dorado” vienen fallando por varios cientos de miles de muertos en el caso británico y más de dos millones en el estadounidense. Errores abismales e inesperados tratándose de tremendo estándar. Luego se descubriría que los programas computacionales usados por el “Imperial” para sus pronósticos hollywoodenses contenían, para colmo, una cantidad escandalosa de “bugs” (errores de programación).
Es muy interesante observar la forma como el New York Times informó entonces sobre la lógica detrás de las cuarentenas. La estrategia opuesta –buscar la inmunidad de rebaño–, decía el Times, “produciría un desborde de pacientes graves en un país sin suficientes camas. En su lugar, Reino Unido necesita seguir una estrategia de ‘supresión’… eso reducirá el número de casos y distribuirá el flujo de pacientes durante un período más largo” (17/03).
Nunca se trató de que aquella fuera la alternativa “científica”; simplemente no había alternativa (y nos referimos al sexto país más rico del mundo).
En su momento, investigadores de la Universidad de Uppsala, en Suecia, adaptaron los modelos del ICL a su país para ver qué pronosticaba. Los resultados –obviamente– fueron de terror, pero como en los casos anteriores erraron por el mismo margen abismal. Hallaron que de seguir con la política liberal de pocas restricciones e “inmunidad de rebaño” –que a diferencia de Reino Unido sí se mantuvo en el país escandinavo–, Suecia acumularía 40 mil muertos hacia Mayo y 100 mil para los primeros días de junio. Todo parece indicar que la cifra total no pasará de 5 o 6 mil.
Rebaños sin inmunidad
Sunetra Gupta es una profesora de epidemiología de la Universidad de Oxford. Una semana después de que saliera el modelo del ICL (segunda mitad de marzo), ella y un grupo de investigadores de la misma institución desarrollaron un modelo alternativo que los llevó a especular que, en realidad, el 50% de la población de Reino Unido ya estaría, para entonces, infectada de Sars-Cov-2. Según la científica india y compañía, el virus estaría mucho más expandido en la población de lo que se cree. El estudio sugiere que su ratio infección-mortalidad sería de solo 0.1%.
El escenario catastrófico previsto por el Imperial College, de acuerdo con Gupta, proponía que el virus habría llegado recientemente, estaría matando a mucha gente y mataría a muchísima más. En el escenario de los investigadores de Oxford, el virus, bastante menos nocivo, habría llegado a mediados de enero o incluso a fines de diciembre, habiendo barrido con el país antes de las cuarentenas impuestas por Johnson a fines de marzo y haciendo las cuestionadas medidas de aislamiento completamente redundantes.
Ahora han pasado más de dos meses y la información parece sugerir que el modelo de Oxford era el más acertado: “…distintos países han tenido distintas políticas de cuarentena y, sin embargo, lo que podemos observar es un comportamiento bastante consistente…”, explica Gupta, “en casi todos los contextos hemos visto la epidemia crecer, dar un giro y morir, casi con la precisión de un reloj…”.
Johan Giesecke, otro científico sueco de renombre, pronostica que cuando se realicen pruebas serológicas masivas, nos daremos cuenta de que el virus, como señaló Gupta, en realidad estaba mucho más extendido, con una enorme población asintomática. “Un tsunami no es una mala comparación…”, dice el sueco, “barrerá con Europa sin importar lo que hagas”.
El Nobel Michael Levitt, a quien citamos en los primeros párrafos, ha aparecido en la CNN y posteriormente también en FOX. Por aparecer en la segunda cadena de noticias, la primera ya no quiere saber nada de él. En el desbocado escenario político norteamericano, sugerir que las cuarentenas podrían tener escasa base científica coloca a este experto en la esquina republicana y conservadora de FOX News. Según Levitt, en países como Estados Unidos o Israel, que conoce muy bien, “todo es político, nadie puede decir algo como esto pues le dirán que no valora la vida”.
Las claves para entender la pandemia, en efecto, son políticas, no científicas ni sanitarias. Y como en tantos otros asuntos, la discusión y el debate públicos brillan por su ausencia. La prensa corporativa no los fomenta. Las masas fueron arreadas deliberadamente hacia el pánico con cifras truchas que sí se difundieron masiva y urgentemente, justificando la imposición de medidas peligrosas que producirán más daño que el mal que intentan combatir.
Pero esas medidas también tienen el efecto de suavizar el golpe a un sistema ruin, negligente, un proyecto político-económico que durante años e inclusos décadas de crecimiento no pudo crear sociedades dignas, democráticas, con un nivel básico de equidad; un modelo que no puede producir lo más elemental: salud pública y educación de calidad.
Las medidas draconianas de aislamiento tuvieron el efecto de dosificar la cantidad de ciudadanos que tendrían que hacer uso, en un determinado momento, de esos remedos de sistemas de salud pública. Lo cierto es que otra decisión hubiera sido insostenible. En suma, lo que vemos hoy en el Perú y parte del mundo no se trata tanto del virus –ni de su letalidad o velocidad de propagación–, sino de todo lo que no se hizo antes en preparación para su llegada. Los promotores del modelo neoliberal no necesitan usar hospitales ni tienen que esperar a que el Estado les subvencione alguna onerosa vacuna de Bill Gates y Pfizer. Lo que ese modelo le da a los pobres son las migajas del “chorreo”. Los hospitales sin oxígeno, camas UCI o ventiladores, son su forma de producir y conservar al “cholo barato”.
(Todos los científicos citados aquí fueron entrevistados por LockdownTv, del muy recomendable canal Uñera, en YouTube).
-Publicado en Hildebrandt en sus trece (Perú) el 12 de junio de 2020
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