La guerra y la peste

18/08/2020
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La edición digital de fecha 17/8/2020 del Haaretz de Israel trae una columna de Hagai Amit en la que el periodista afirma que el verdadero asunto detrás del acuerdo del Estado judío con los Emiratos Árabes Unidos es la venta de armas, dado que estos árabes del Golfo son compradores compulsivos de parafernalia bélica y el negocio de abastecerlos no está como para perdérselo.

 

Es probable que, tratándose de semejantes actores (Estados Unidos, Israel y las dinastías familiares árabes) el lucro no haya estado ausente a la hora de pactar una normalización de relaciones diplomáticas y consulares entre Tel Aviv y Abu Dabi. Mucho más si se repara en el hecho de que los siete emiratos no tienen litigios -ni actuales ni que provengan desde el fondo de la historia- con sus dos vecinos limítrofes, Omán y Arabia Saudita. De modo que armas que no se necesitan para la defensa exterior tal vez sean imprescindibles para mejorar la seguridad interior de cara a familiares que reclaman su turno histórico en el ejercicio del poder.

 

Por ahora, Israel puede agregar a EAU al terceto que completan Jordania y Egipto, es decir, los tres países árabes que no rehúsan relacionarse con la potencia ocupante de Palestina. Y toda la concesión que ha hecho el primer ministro Benjamín Netanyahu ha sido la de suspender, "por ahora", las anexiones ilegales de aquel territorio. También celebra el tratado Antonio Guterres, el secretario general de la ONU, un hombre que estornuda cada vez que en el Departamento de Estado hace frío.

 

Lo curioso es que, al día siguiente del acuerdo, unidades de la aviación norteamericana basada en Siria en violación flagrante del derecho internacional, atacaron un puesto de control del ejército nacional ubicado en las cercanías de la ciudad de Qamishli, matando a un oficial sirio e hiriendo a otros dos. El crimen ocurrió cuando los militares locales se negaron a dejar pasar a una patrulla de los ocupantes ilegales estadounidenses. El hecho es -además de un delito internacional- curioso, porque el "mediador" para la paz, el presidente Donald Trump, argumentó, al anunciar el acuerdo EAU-Israel, que la convivencia pacífica entre los pueblos del planeta es el alfa y el omega que persigue su política exterior. De modo que, o bien Trump es un cínico o bien no controla al Pentágono, que esa es la jefatura formal de cuantas aventuras militaristas despliega Estados Unidos en el mundo.

 

Lo mismo cabe decir de las provocaciones de la OTAN en las fronteras de Bielorrusia. No se trata de provocaciones -dice la portavoz Oana Lungescu-, sino de una actividad militar "defensiva", y para "preservar la paz". Como nadie le cree, Jens Stoltenberg, el secretario general de la alianza militarista, viene en su ayuda: el presidente Lukashenko debe respetar la libertad de expresión y el derecho a la protesta pacífica, es decir, debe cruzarse de brazos y observar y hacer observar, en cuanto de él dependa, con una mueca burlona dibujada en su rostro, cómo prospera, en sus propias narices, la enésima revolución de color instigada por los servicios occidentales, esta vez para cambiar el régimen con capital en Minsk, umbral de similar aventura, de resultar exitoso el golpe contra Lukashenko, en la Rusia de Putin.

 

Los Estados Unidos hace ya mucho que le han encontrado el agujero al mate: saben cómo permitir la "libre expresión" y el "derecho a la protesta pacífica" sin que, por ello, se vea enervada la función de las corporaciones financieras, empresariales y mediáticas, que es la de gobernar siempre y en todas las épocas escondidas detrás de los partidos demócrata y republicano. Ni Putin ni Lukashenko gozan de igual beneficio, porque las corporaciones, en sus países, no se hallan detrás sino debajo de las autoridades elegidas por el pueblo en elecciones periódicas. Manda el poder político, no el poder económico. Algo parecido (parecido, no igual) a lo que hizo Néstor Kirchner en 2003 cuando "puso a parir" a los empresarios españoles, según la gráfica expresión que acuñó entonces el jefe de la confederación patronal José María Cuevas.

 

Y tan debajo están esas corporaciones que cada tanto tiempo el presidente ruso les marca la cancha cuando sus "ceos" se quieren pasar de vivos. Todo funciona bien así, y nada le ha impedido al Centro de Microbiología y Epidemiología Gamaleya, de Moscú, crear la primera vacuna contra la amenaza global que significa el COVID 19. A tal punto que el democrático y moral Occidente ya se ha hecho presente en el país donde la Iglesia Ortodoxa tiene una base social tan fuerte y numerosa como la de Vladimir Putin, con el fin de corromper a los científicos que crearon la vacuna ofreciéndoles dinero para que se cambien de camiseta y empiecen a trabajar para ese otro filántropo de la libertad de expresión, el Big Pharma (los cinco laboratorios más grandes de Occidente), cuyo desvelo es, frecuentemente, que ciertas enfermedades no se curen nunca porque con su cura perderían plata.

 

Éstos (sus gerentes políticos, como Jens Stoltenberg) son los que abogan por la "libertad de expresión" y el derecho a protestar "pacíficamente". Alexandr Guintsburg, el director de Gamaleya, acaba de hacer la denuncia y suena el teléfono pero el doctor Ghebreyesus, de la OMS, y el ingeniero Guterres, de la ONU, no contestan.

 

Así las cosas, Rusia viene, en la percepción occidental, en modo demonio a la par de China, respecto de la cual la prensa "libre" de Europa y Estados Unidos se pregunta si se la puede "demandar", dando por hecho que China es, aristotélicamente hablando, la causa material, formal, eficiente y final del coronavirus y no el ejército estadounidense en operaciones deportivas en Wuhan en aquel fatídico septiembre de 2019, fecha en la cual plantaron -sabiéndolo o sin saberlo- el "bicho" en todo el mundo.

 

De modo que, en vez de agradecerle a China porque en la prepandemia mantenía a las corporaciones occidentales a flote y con los balances favorables, hay que "demandarla", lo cual sería, para los demandantes, como pegarse un tiro en el pie, dado que, para la pospandemia, el "gigante asiático" no sólo se proyecta como el único actor en condiciones de acometer la recuperación de la economía global, sino que también está, por estos días, anunciando que su empresa fabricante de vacunas, la CanSino Biologics, se dispone a patentar su medicación para la prevención del COVID 19. La vacuna china, que todavía no ingresó a fase 3, es decir, a la fase en que se prueba en un número suficiente de personas como para saber si es efectiva o no, se llama Ad5-nCoV, y ya ha sido puesta en carpeta por los gobiernos de Brasil y Chile para empezar allí los ensayos de la aludida fase 3.

 

Así las cosas, a China y a Rusia, una vez más, le deberá Occidente algo más que una libra de carne. Sólo que esto no es ninguna historia de amor, es una saga con final feliz, ma non troppo.

 

A la vacuna rusa se la ha ninguneado diciendo que "no cumple con todas las etapas", algo que dicho así, no sólo es mentira, sino que también es como si un general en el frente dijera, ante la ofensiva enemiga que arrecia, que los tanques que le mandan para repelerla salieron de fábrica sólo con la base antióxido pero sin pintura. Lo cierto es que no sólo AMLO en México ya se está anotando para comprar dicha vacuna sino que hay que ver todavía qué pasa con AstraZéneca en nuestra bendita Argentina; y ojalá que nos vaya bien con AstraZéneca y con el enigmático nombre del laboratorio de Hugo Sigman, con Tu-Sam o con la doctora Rímolo, con Horangel o con Pancho Sierra, pues de lo que se trata, en suma, es de que no se nos muera más gente y de que, en medio del baile, no nos muramos también nosotros y algunos buenos amigos de nosotros.

 

En España y en el mundo la derecha sale a "defender sus derechos". Se juntan en dulce montón y se hacen merecedores, esos manifestantes anticuarentena, a que los dispersen de modo tal que no les queden más ganas de volver a defender sus derechos. Porque amenazan de muerte por contagio a quienes tienen todo el derecho a ejercer la defensa propia. Tal vez no se han dado cuenta de ello, los muy otarios.

 

Estos estúpidos que gritan, dijo una vez el general Perón refiriéndose a los Montoneros y a la "jotapé" que había ocupado toda la zona de la Plaza de Mayo adyacente y paralela a la catedral de la ciudad de Buenos Aires, me acuerdo como si fuera hoy. Pero hoy el escenario y los estúpidos son otros y el general tal vez les habría espetado el mismo epíteto que aludiría, en el caso, al escaso cerebro y/o la abundante mala leche de los imbéciles que se juntaron en el obelisco y en otros puntos del país al son de los tambores de guerra zarandeados, con idéntica estupidez, por estúpidos que convocan a "defender la patria", o a "que no nos roben la Constitución", o a "cuidar la democracia amenazada", o a "luchar para evitar que se lleven puesta a la justicia" o a impedir que Cristina, que "viene por todo", se salga con la suya. La boludez y la mala entraña, como el covid 19, cruzan el mar y van y vienen a lo largo de un mundo plagado de tontos confundidos y de profesionales en el arte de confundir.

 

Guerra en el mundo y pandemia marchan juntas. Todo es guerra. Es guerra ocupar un país por la fuerza como hace EE.UU. en Siria; es guerra militar, esta. Es guerra amenazar a una empresa con echarla del mercado si le vende insumos a otra, como hace EE.UU. con las empresas que quieren abastecer de chips a Huawei; es guerra económica, esa. Es guerra calumniar a países cuyos científicos le están prestando un servicio a la humanidad ofreciendo una medicación contra una pandemia; es guerra en el campo de la salud pública, esa, es decir, en un campo donde debería ser un crimen desatar una guerra. Todas estas guerras las causa Estados Unidos. ¿Se lo podría demandar a Estados Unidos imputándole tentativa de uso de "la democracia" como pretexto para aferrarse a una hegemonía global ilegal y criminal y que ya exhibe signos de cansancio histórico?

 

El lunes 17 de agosto, China hizo saber que estaba de acuerdo con la propuesta de la Federación Rusa de celebrar por teleconferencia una cumbre de líderes mundiales referida al asunto embargo de armas a Irán. La propuesta de Putin fue hecha en el marco del grupo de potencias involucradas en los acuerdos de paz de 2015. EE.UU. se opuso y se abstuvieron Alemania, Inglaterra y Francia, pues a Trump ya no le van quedando amigos. El portavoz del ministerio de Exteriores chino, Zhao Lijian, dijo que el resultado de la votación “mostró de nuevo que el unilateralismo carece de apoyo popular y que el comportamiento hegemónico no triunfará”. Parece sensato -además de verdad- lo que dijo Zhao.

 

Y así, el mundo viene andando, aun cuando no se sabe por cuánto tiempo más seguirá andando, y no son muchos los que se dan cuenta de que no hay mucho tiempo por delante para que el mundo siga andando. Hay que seguir obstinándose en las soluciones honorables y favorables a la vida humana, pues en esta guerra rendirse no es opción.

 

Y ello -permítasenos el parafraseo de algo ya dicho- aun cuando las pestes se parecen a las guerras. Las guerras son peores que las pestes. Sin embargo, se parecen. Veamos.

 

"La (peste): cada una es libre, y sin embargo las suertes están echadas. Ella está ahí, está dondequiera, es la totalidad de todos mis pensamientos, de todas las palabras de Hitler, de todos los actos de Gómez; pero no existe nadie que pueda constituir el total. No existe más que para Dios. Pero Dios no existe. Y sin embargo la (peste) existe" (Jean-Paul Sartre; Los caminos de la libertad II; El Aplazamiento; Losada, Bs. As., 1° ed., 2009, p. 336).

 

Así, en estos términos angustiados, miraba Sartre su circunstancia. Él hablaba de la guerra, pero se puede escribir "peste" donde Sartre decía "guerra". Las guerras y las pestes se parecen. Sus estupores se parecen. Convocan fascismos las guerras, y también las pestes. Por lo demás, "la humanidad no está llena más que de sí misma, nadie le falta y no espera a nadie. Continuará sin ir a ninguna parte y los mismos hombres se plantearán las mismas preguntas y fracasarán en las mismas vidas" (JPS, op. cit., pp. 219-220).

 

Nunca hemos sido más cósmicamente momentáneos que ahora. Hace cien años que hay pobreza en la Argentina. No se cura la pobreza con neoliberalismo. Tampoco con "inclusión social" ni con asignaciones para "los más vulnerables". Los analgésicos no sirven para dar de alta al enfermo terminal. Sirvieron, en su momento, para aliviar dolores intensos, para paliar desmanes, los desmanes neoliberales. Pero no pueden sustituir a una política estructuralmente conducida por los trabajadores y el pueblo de este país.

 

Cómo se relacionan los pueblos con el proceso histórico que los tiene por protagonistas, aquí y en el mundo, ese es el punto. Ningún encuestador va al conurbano a preguntar a sus vecinos qué piensan de la democracia. De las malas noticias, mejor no enterarse. Pero ojo, que eso es lo que hace el avestruz. Que esta pugna por las conciencias y nuestra conciencia misma no nos la gane el fascismo, pues el capitalismo, para subsistir, escucha ofertas, y el fascismo es una de ellas, la única, en rigor, que le va quedando.

 

jchaneton022@gmail.com

 

https://www.alainet.org/es/articulo/208511
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