Las causas de Don Pedro Casaldaliga
- Opinión
Ni la muerte biológica, sucedida el pasado 7 de agosto, podrá separar al “Profeta Vivo de los Pobres”, Don Pedro Casaldáliga de su amado pueblo de la remota diócesis de Sao Félix de Araguaia, en el Matto Grosso brasileiro, donde se plantó hace 52 años. Ni cuando tuvo que presentar su dimisión al cumplir 75 años -para beneplácito del Vaticano- ni cuando nombraron dos subsecuentes obispos se retiró de su “obispado”, una humilde vivienda rural, ni de las comunidades campesinas e indígenas a las que se entregó todo este tiempo en alma y cuerpo, aun mermado por el Parkinson.
Pedro, así le gustaba que le llamaran, no monseñor, ni don, nació en 1928 en Cataluña, de padre y madre campesinos. Se ordenó sacerdote de la orden claretiana en 1952, trabajó en zonas obreras de Cataluña, luego en Guinea y en 1968 llegó como misionero al Matto Grosso. Tres años después, a regañadientes, fue nombrado obispo de San Félix. Su primera carta pastoral, habla ya de su compromiso fundamental: “Una Iglesia de la Amazonía, en conflicto con el latifundio y la marginación social”. Fue un texto importante en la larga lista de libros, 13 ellos de poesía que, reflejaron e inspiraron su compromiso de hecho y de palabra con las causas de los excluidos del Brasil y del Tercer Mundo. Profeta.
“No poseer nada, no pedir nada, no callar nada y de paso, no matar nada”, fue una de sus divisas. Fue pobre con los pobres. Vestía pantalones de mezclilla y sandalias, como los campesinos de su diócesis. Se movía como ellos: en jornadas de autobús de 16 horas por caminos de tierra para llegar al aeropuerto más cercano, para ver el mundo “a la altura del pueblo”. No se presentó como deben los obispos cada cinco años a rendir visita al Papa. Cuando lo hizo fue sin la elegante sotana con vivos morados y el crucifijo dorado, sino en simple camisa, collar de campesino y anillo espiscopal de madera de la región.
Su voz profética nunca fue acallada. Ni ante los ricos, ni ante los poderosos, ni siquiera ante el Vaticano. Denunció el acaparamiento de tierras, primero por los latifundistas, después por las grandes compañías multinacionales que destruyen el bosque para el monocultivo del soya. Escribió: "¡Malditas sean todas las cercas! ¡Malditas todas las propiedades privadas que nos privan de vivir y de amar! ¡Malditas sean todas las leyes, amañadas por unas pocas manos para amparar cercas y bueyes y hacer la Tierra esclava y esclavos los humanos! ¡Otra es la tierra, hombres, todos! ¡La humana tierra libre, hermanos!" Fue uno de los obispos fundadores de la Comisión de Pastoral de la Tierra y un incansable promotor de la reforma agraria.
Su voz profética se enderezó siempre contra el capitalismo: "Creo que el capitalismo es intrínsecamente malo: porque es el egoísmo socialmente institucionalizado, la idolatría pública del lucro, el reconocimiento oficial de la explotación del hombre, la esclavitud de muchos al yugo del interés y la prosperidad de los pocos.”. Se manifestó abiertamente contra lo que consideraba los tres mandamientos del capitalismo: votar, callar y ver la televisión.
Fue de los generadores, desde su práctica con las personas oprimidas y excluidas, de la espiritualidad y la Teología de la Liberación. También desde su experiencia de defensa de la selva y de los territorios indígenas aportó a la Ecoteología. Señalaba: “Dentro de esta visión de globalidad, descubrí por fin que el planeta es nuestra única casa. Y no hay modo de salvarnos nosotros si no salvamos el planeta”.
Por todo eso la práctica de Don Pedro fue una continua poiesis en el sentido que Platón da a ese vocablo griego: acción que lleva del no ser al ser, creación, producción del ser. En primer lugar, en su práctica pastoral de acompañamiento, toma de conciencia y práctica con los campesinos y campesinas sin tierra ante los latifundistas; con los diversos pueblos indígenas de la selva por defender sus territorios y su naturaleza, es decir por acompañar a los oprimidos en su proceso del no ser al que los condenaron, a la construcción de su ser personal y comunitario. En segundo lugar, por el reflejo y la inspiración de esa práctica en sus textos poéticos: de gran sensibilidad, y belleza, pero no para el disfrute esteticista, sino para remover comodidades, para despertar conciencias, para inspirar al compromiso.
Don Pedro, quien estuvo a punto de ser asesinado por terratenientes y militares, varias veces se sentía de la misma comunidad que San Romero de América, Arzobispo de San Salvador, o que el jesuita Ignacio Ellacuría, sacrificado también en esa misma tierra. Pero también se sentía uno con todas las y los mártires del pueblo, anónimos, sacrificados a lo largo de toda nuestra Amerindia luchando por la libertad, la justicia, los derechos humanos, los pueblos y territorios indígenas, la naturaleza y la paz. Para ellos que lucharon ayer y para quienes ahora participan de esta poiesis del no ser al ser, queda la voz del poeta y profeta vivo de los pobres:
“Mis causas valen más que mi vida. Mis causas se pueden resumir en las causas de Jesús: que todos tengan vida aquí en la tierra y en el cielo. Son las causa de todas y todos los que militan, las Causas de la humanidad…Son nuestras Causas, Son las Causas de Dios. No quiero homenajes, sí que se divulguen las grandes Causas”.
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