La 4T a la luz de la revolución mexicana

02/09/2020
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Este 1° de septiembre Andrés Manuel López Obrador rinde su Segundo Informe de Labores como presidente de México. Los resultados de su gobierno, el de la llamada Cuarta Transformación, estarán durante los próximos días en el centro del debate público.

 

Lo que veremos será una guerra de cifras, acusaciones cruzadas y opiniones prácticamente irreconciliables: para la oposición será la crónica de un fracaso anunciado, sosteniendo sus dichos en el número de decesos que ha provocado la pandemia; la caída histórica de la economía durante el segundo trimestre de este año y el número de muertos producto de la violencia criminal. En contraparte, el oficialismo sostendrá que el país avanza en su transformación, presumiendo sus resultados en el combate a la corrupción con el destape del caso Lozoya (sobornos y corrupción vinculados a Odebrecht y la aprobación de las reformas estructurales durante el pasado sexenio); la cancelación de la condonaciones fiscales gracias a la cual los súper ricos están pagando sus impuestos por primera vez en décadas; la rehabilitación de los hospitales que la anterior administración entregó en obra negra; el rescate del sector energético y hasta la cifra histórica de entrega de apoyos sociales para las familias más necesitadas.

 

Sin embargo, el motivo del presente análisis no es discutir justamente los resultados del actual gobierno a dos años de haber llegado. Es mucho más ambicioso que eso: busca establecer un parámetro de comparación histórico que nos permita evaluar los resultados que tendrá el gobierno de la 4T a la luz de los otros grandes procesos transformadores que le precedieron. Me refiero a la Independencia, la Reforma y la Revolución, tomando para efectos del presente trabajo la Tercera Transformación.

 

La 4T a la luz de la revolución mexicana

 

Existe una corriente historiográfica para la cual la revolución mexicana podría condensarse y resumirse como un movimiento impulsado desde Estados Unidos para barrer con la influencia europea en México que ganaron durante la dictadura porfirista. Y si bien existe evidencia histórica que puede sostener hasta cierto punto tal afirmación, lo cierto es que la revolución dista mucho de ser un mero cambio cupular alentado por un solo factor de poder. Por el contrario, la revolución mexicana se convirtió en uno de los mayores movimientos sociales del siglo XX en Latinoamérica y el mundo gracias a un notable número de factores internos y externos aunque sus efectos no fueron inmediatos.

 

De hecho, la revolución mexicana terminó siendo algo muy distinto a lo inicialmente planteado por Francisco I. Madero en 1910, cuando el ilustrado hacendado norteño buscó un cambio de élite política que no derivara en mayores transformaciones sociales. Sin embargo, ya en el poder Madero terminó siendo presa del fuego cruzado entre las propias fuerzas revolucionarias que lo llevaron al poder y el viejo régimen porfirista que jamás lo aceptó a pesar de buscar mantenerlo intacto.

 

En este ir y venir de fuerzas internas, la confluencia de los intereses y operaciones de las grandes potencias de la época también resultaron determinantes en el devenir del movimiento revolucionario. Tanto Estados Unidos, la potencia con mayor peso en México por su vecindad geográfica; como Alemania y Gran Bretaña, las potencias europeas que hicieron de México su principal teatro de operaciones abiertas y encubiertas en Latinoamérica durante la Primera Guerra Mundial; intentaron de una u otra forma utilizar a las fuerzas revolucionarias para sus propios fines.

 

Obviamente, la potencia que mayor intervención tuvo en México durante la revolución fue Estados Unidos, ya sea por la vía diplomática con las maniobras de su embajador Henry Lane Wilson para derrocar y asesinar a Madero; por la vía de operaciones militares como la ocupación de Veracruz en 1914 o la expedición punitiva contra Villa entre 1916 y 1917; o bien, como fuente de abastecimiento militar o comercial para la facción apoyada en determinado momento. Sin embargo, alemanes y británicos también jugaron sus cartas para intentar alcanzar sus propios objetivos. De ello tenemos muestra con el famoso telegrama Zimmermann, a través del cual Alemania buscó embaucar a México en una guerra con Estados Unidos para que Washington no interviniera en el teatro europeo; o el apoyo decidido que los británicos dieron a Huerta y más tarde les valió la expropiación de sus ferrocarriles y bancos, además de ser vetados por los estadounidenses en otros países de Latinoamérica.

 

Pero a diferencia de otras regiones del mundo como el Medio Oriente donde las fuerzas revolucionarias locales fueron utilizadas únicamente como instrumentos de los intereses imperialistas europeos derivando en los Tratados Sykes - Picot que repartieron la región acorde a los intereses de París y Londres; en México las fuerzas revolucionarias también utilizaron los intereses y acciones externos en su propio beneficio. Quien mejor lo hizo en todo el conflicto fue Carranza, quien por ejemplo, permitió a los alemanes la operación de sus servicios de espionaje en el país a cambio de no atentar contra las instalaciones petroleras de Tampico, hecho que habría desatado la ocupación estadounidense del puerto obligándolo a entrar en guerra con Estados Unidos, o coqueteaba con los alemanes para negociar en mejores términos con los estadounidenses.

 

Mas es importante resaltar que el actuar de las potencias extranjeras, principalmente Estados Unidos, condujo a la radicalización de todas las facciones revolucionarias avivando el nacionalismo mexicano y forzándolos a buscar el apoyo de la base social, tanto agraria como obrera sobre las cuales no escatimaron promesas.

 

Sin embargo, hacia 1920 los resultados sociales de la revolución eran prácticamente nulos. A pesar de haber sido una de las grandes demandas de la lucha armada, principalmente del movimiento zapatista, la repartición de tierras no se había efectuado. Por el contrario, las grandes haciendas y latifundios habían regresado en su gran mayoría a sus antiguos dueños. En lo que respecta a Estados Unidos, una década después de iniciado el conflicto gozaba de una posición de preminencia sobre México como nunca antes la había tenido gracias a la liquidación de la presencia europea.

 

De esa manera, México se hallaba ocupado económica y financieramente por Estados Unidos, país que salía de la Primera Guerra como el principal acreedor del mundo y con un ejército y planta industrial en plena capacidad de movilización, habiéndose esfumado además la esperanza de equilibrar la situación con la intervención europea pues Alemania había sido derrotada y tanto británicos como franceses se hallaban en una situación muy comprometida en términos económicos, financieros y militares.

 

Así, una década después de iniciado el movimiento armado hubiese sido muy válido preguntarse: ¿qué ganó México con sacrificar a más del 10% de la población en una guerra interna que no había arrojado ningún cambio sensible al cabo de una década? En todo caso, la única diferencia entre la etapa porfirista y la revolucionaria sería la Constitución de 1917, cuyo espíritu vertido en los artículos 25, 27 y 28 era letra muerta ante el veto estadounidense para su aplicación.

 

Sin embargo, la semilla de la transformación había sido plantada y sus frutos aún tardarían casi década y media más en cristalizar, hecho alcanzado hasta el gobierno cardenista cuando se realizó el mayor programa de repartición de tierras de nuestra historia y en la víspera de la Segunda Guerra Mundial se consiguió el mayor triunfo de la revolución de 1910: la expropiación petrolera de 1938, definiendo a los hidrocarburos como el símbolo del nacionalismo revolucionario del siglo XX:

 

Es decir, la revolución mexicana tardó 28 años en cristalizar y quizá un poco más en crear las instituciones que dieron forma a la realidad mexicana durante el siglo pasado.

 

Aunque suene exagerado, en realidad va acorde con los señalamientos de distintos especialistas alrededor del mundo: los procesos históricos tardan al menos una generación en ver reflejado su impacto sobre la realidad. Ello no significa que no debamos exigir resultados al gobierno de López Obrador, sino que, parafraseando a Alfredo Jalife, estemos conscientes que el gobierno de la 4T será una especie de bisagra entre el viejo régimen que no ha terminado de morir y el nuevo que no ha terminado de nacer.

 

facebook.com/EdgarAVC

 

Fuente:

 

Katz, F. (2013). La guerra secreta en México. México D.F., México, Ediciones Era.

 

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/208749
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