Las fábricas de la soja (2/3)
- Opinión
Para explicar el actual modelo de producción alimentaria, la mejor fórmula es compararlo con la cadena de montaje de un automóvil. Quizás por eso hablamos de agricultura industrial. Piezas hechas en diferentes factorías repartidas por el mundo se engarzan en una última fábrica que, dice, “produce coches”. Si en los coches la pieza importante es el motor, en el caso de la carne barata industrial, una de las piezas fundamentales es la soja requerida para la elaboración de los “piensos de engorde”, como así me enseñaron a nombrarlos en mis años de estudios veterinarios. Sin la proteína de esta leguminosa toda la cadena de producción y comercialización actual de carne barata no sería posible.
El caso es que solo tres fábricas en el mundo producen el 80% de los 353 millones de toneladas anuales: una fábrica llamada EE.UU., otra fábrica llamada Brasil y la fábrica llamada Argentina. La soja es como una navaja suiza, tiene diferentes usos: en forma de tofu o de leche para el consumo humano; como biocombustibles para los depósitos; y, sobre todo, un 76,7% del total para la alimentación animal. De estos piensos, una tercera parte (unos 90 millones de toneladas) se destina a la industria porcina.
La mitad de esta producción sojera está lista para viajar allá donde tengamos un animal estabulado que cebar. China es el mayor importador, lógico, pues este país es la mayor potencia porcina. El segundo es Europa, donde España tiene un papel destacado con dos puertas de entrada abiertas de par en par, el puerto de Tarragona y el de Barcelona, como se contaba en el artículo “Los trenes de la soja”. Entre ambas terminales circulan anualmente más de 3,5 millones de toneladas de soja que, curiosidad, necesitarían entre 14 y 15 trenes diarios para su distribución.
En la investigación La Relevancia de Catalunya y el Puerto de Barcelona, que próximamente publicaremos la organización Grain y la Revista Soberanía Alimentaria, explicamos que la soja que entra por los puertos catalanes llega en dos formatos, como habas sin procesar –mayoritariamente procedente del Brasil– y procesada en forma de harina -en su mayoría viene de Argentina–. Es decir, que bien podemos hablar de una estrecha conexión catalana con la “República tóxica de la soja”, como se conoce al conjunto del territorio que ocupa el cultivo de esta leguminosa en el Cono Sur del continente americano.
Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia, los países de esta República, han visto cómo la expansión de la soja ha modificado definitivamente su paisaje llegando al extremo de dedicar el 60% de su tierra cultivable a este monocultivo. Si bien el primer impulso data de 1997, con la introducción de la soja transgénica que arrebató miles de hectáreas a los cultivos tradicionales destinados a la alimentación local y provocó la expulsión de millones de familias campesinas hacia las ciudades y villas miseria, en los últimos años la conexión sojera se incrementa de la mano de la ultraderecha política, como el caso de Bolsonaro en Brasil. Los grandes incendios que sufrió la selva amazónica pocos meses después de su investidura explican la poca consideración de este político, y su corte del agronegocio, por la vida en el planeta.
Pero no es la Amazonía el lugar predilecto para el cultivo de la soja. Más de la mitad de la exportación desde el Brasil nos llega de la sabana de El Cerrado que, como explican Laura Villadiego y Nazaret Castro, del colectivo de periodistas Carro de Combate, es un “ecosistema mesetero de dos millones de kilómetros cuadrados (cuatro veces la superficie del Estado español) que se está deforestando a enorme velocidad”. Bunge, que citábamos en Los trenes de la soja, junto a Cargill y ADM, son las grandes empresas que promueven este negocio.
Como reflexiona Baudouin de Bodinat en La vida en la tierra, esto “no habla de que las cosas hayan cambiado sino de que han desaparecido; de que la razón mercantil ha destruido enteramente nuestro mundo para instalarse en su lugar. No añoro el pasado. Es este presente lo que encuentro lamentable”.
- Gustavo Duch Guillot es autor de Alimentos bajo sospecha y coordinador de la revista Soberanía Alimentaria, Biodiversidad y Culturas.
http://gustavoduch.wordpress.com/
Revista CTXT, 22 de septiembre de 2020
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