Sin Evo y con un pueblo en resistencia, el MAS vuelve al poder de la mano de Lucho Arce
- Opinión
Lo importante, más allá de los contundentes resultados, es que en los once meses que duró el gobierno de facto de Jeanine Áñez, el Movimiento al Socialismo (MAS) logró entender la nueva etapa, revisar sus propios errores y generar nuevos apoyos y alianzas y nuevos liderazgos. Ni siquiera unida la derecha hubiera logrado imponerse en Bolivia, pero quizá hubiera logrado acercarse a una segunda ronda.
El “voto útil” del mundo rural y urbano popular periférico fue para el candidato masista Lucho Arce, y eso definió su ventaja final. El nuevo desafío del MAS será gobernar sin el poder que tuvo entre 2006 y 2019, un periodo épico de la revolución que no podrá repetirse. Sin embargo, su gobierno no será nada fácil en un escenario regional posprogresista y una economía muy complicada, aunque las elecciones en Argentina y ahora en Bolivia, así como las tendencias en Chile, Ecuador y Colombia parecen marcar un proceso de reajuste, del alineamiento progresivo a un eje progresista que no termina de definirse ni consolidarse.
El triunfo del MAS muestra que sí era posible ganar con un candidato que no fuera Evo Morales, y que sus esfuerzos reeleccionistas terminaron llevando a su gobierno a un callejón sin salida, sobre todo por el rechazo a la reelección indefinida. La asonada programada por la derecha y sus patrocinantes de Washington terminó en un golpe, lo que no excluye una fuerte crisis interna que explica la salida del MAS del poder.
La represión y la vuelta al llano insufló una nueva mística a la campaña electoral del MAS, de la que careció en 2019, cuando la confianza en el aparato estatal y en la figura patriarcal de Evo Morales, reemplazó la movilización desde abajo.
El alejamiento de Morales y la crisis también permitió la emergencia de una nueva camada de dirigentes. Entre ellos, Andrónico Rodríguez, sucesor de Morales en los sindicatos cocaleros cochabambeños, un campesino con una licenciatura en Ciencias Políticas, que expresa la nueva sociología del mundo rural, cada vez más interconectado con las ciudades.
En esta campaña, destaca un análisis de Le Monde Diplomatique, aparecieron muchos “Andrónicos” que permitieron desplazar del primer plano a varios dirigentes sociales desgastados y con visiones prebendalistas de la política y el Estado. En Bolivia, el MAS actuó con una autonomía relativa respecto a las posiciones de Evo Morales, limitado en sus movimientos por su exilio argentino. En los últimos meses, los parlamentarios masistas, con Eva Copa a la cabeza, eligieron la moderación frente a los llamados a la lucha que llegaban desde Argentina.
A diferencia de parte del apoyo solidario internacional antigolpista, perdida en consignas tan viejas como vacías, el MAS logró entender la nueva etapa y apostar a la salida electoral, con los compromisos que ésta requirió, por encima de la resistencia en las calles”, señala el analista Pablo Stefanoni.
Quienes se quedaron en Bolivia entendieron la complejidad de lo ocurrido en noviembre: el proceso que terminó en una “sugerencia” militar armada para que Morales renuncie, un golpe, fue parte de una crisis con más dimensiones, incluida la de la popularidad inicial de Áñez y el propio desgaste de Morales.
En las manifestaciones populares de los últimos meses no se vio un reclamo de que volviera Evo, sino un rechazo a la agresión constante y racista del gobierno y de las bandas ultraderechistas, con las quemas de wiphalas, por ejemplo, después de las masacres de Senkata y Sacaba, y las continuas referencias a las “hordas del MAS” y las columnas en la prensa sobre el “enemigo público número uno” o el “cáncer de Bolivia”.
Desde un comienzo y siguiendo un guión prefabricado en Washington, el gobierno de facto buscó demonizar al MAS, al que intentó reducir a una fuerza “narcoterrorista”, caracterizando su gestión como una mezcla infame de autoritarismo, corrupción y despilfarro de recursos públicos, alejado de las imágenes de éxito económico resaltadas incluso por organismos internacionales. La autonomía relativa frente a Evo amplió el margen de acción del MAS en el país, al tiempo que el tenor moderado de Arce, sumado a su prestigio como gestor de la economía, permitía responder, sin sobreactuaciones, a los ataques de la derecha.
El MAS, pese a haber sufrido una desbandada once meses atrás, logró reconstituirse desde el Parlamento –donde conservó su mayoría de dos tercios– y desde las calles, manteniendo su lugar de fuerza de base popular en el país, junto a la Central Obrera Boliviana y asociaciones de pobladores.
El gobierno de facto no entendió que el MAS seguía expresando un bloque étnico-social de matriz plebeya amenazando con cárcel y persecución no solo a sus dirigentes y militantes, sino a referentes de expresiones más amplias de los movimientos sindicales y sociales.
La nueva gestión del MAS deberá desarrollarse en un escenario posprogresista y marcadamente neoliberal en la región. Desde antes de asumir, los vencedores hablan de sumar fuerzas, lo que obligará a transformarse en un partido dispuesto a compartir el poder y aceptar en mayor medida la alternancia.
Sin dudas, la amplia ventaja es un capital fundamental para el binomio ganador en un contexto de polarización. La “revolución de las pititas” cívico-militar parece diluirse en menos de un año, pese al relato de la “liberación” inserto en el bombardeo publicitario en los medios concentrados apoyados por el gobierno de facto, los suplementos especiales de los periódicos y diarios, las agresivas campañas en redes sociales.
Los onces meses de zozobra
Desde que Evo Morales fue desalojado cruentamente del poder, con la complicidad de las Fuerzas Armadas y de la policía, se abatió contra sus partidarios una feroz persecución política que incluyó masacres, encarcelamientos, exilios e inhabilitaciones judiciales.
La administración de Jeanine Áñez y los cabecillas civiles del golpe, Carlos Mesa (Comunidad Ciudadana) y Fernando Camacho (de la racista Creemos), realizaron intensas campañas para desacreditar al presidente derrocado y a su partido, y por minimizar la fuerza del MAS en las urnas.
En tres ocasiones postergaron la realización de los comicios, de forma inicial previstos para marzo, intentando ganar tiempo adicional para neutralizar al MAS. Pero el tiro les salió por la culata.
El golpe contó con el abierto y descarado apoyo de la Organización de Estados Americanos (OEA) y su secretario general, Luis Almagro, quien emprendió por su cuenta una campaña propagandística orientada a presentar las frustradas elecciones del 20 de octubre del año pasado, en las que Evo buscaba su tercera relección, como fraudulentas.
Obviamente nunca demostró fraude alguno, pero sirvió de pretexto a los golpistas y dio pie a varios gobiernos de derecha para dar, unos días más tarde, su reconocimiento al régimen de facto, tal como esperaba el gobierno de Estados Unidos. Es evidente que Almagro utiliza el cargo para promover golpes de Estado y destruir las instituciones democráticas en los países de la región que no se pliegan a las directrices de Washington.
Durante once meses el MAS fue acosado por la policía, sus dirigentes fueron criminalizados y gobernantes y medios de comunicación hegemónicos integrantes de la internacional del terror mediático de otros países presentaron a su máximo líder como narco, corrupto y hasta dictador. Pero el pueblo logró remontar la brutal y sanguinaria ofensiva de la derecha, se enfrentó al gobierno de facto en las calles y ganó la elección presidencial del domingo, por mayoría absoluta –lo que descarta el escenario de una segunda vuelta–, recuperando la democracia y el proyecto social, progresista y soberanista que el MAS aplicara desde 2005.
¿Reconciliación?
Evo Morales, en rueda de prensa desde Buenos Aires, afirmó que buscarán un encuentro de reconciliación para la reconstrucción: “no somos vengativos, revanchistas”, afirmó. Pero ni él ni ninguno de los dirigentes masistas saben cuáles serán los derroteros de los diferentes actores de los meses golpistas. Áñez seguramente viaje a Colombia. Antonio Murillo, quien había sido censurado por la Asamblea Legislativa Plurinacional en días recientes, fue destituido del gobierno de facto.
Carlos Mesa, nuevamente derrotado, afirmó que será “cabeza de oposición”, aunque no resulta claro cómo podrá articularla. En cuanto a Camacho, es probable que intente consolidar un liderazgo en oriente, apoyado por factores internacionales, e incluso trate nuevamente de dividir el país. ¿Cómo se articulará la paz con la justicia? Ese pueblo que dio la cara en las calles y en las rutas para enfrentar la dictadura sabe que sin justicia será imposible la reconciliación, por más que la reciten los dirigentes. En un hecho de gran simbolismo, resultó electa senadora por el MAS Patricia Arce, alcaldesa de Vinta que había sido secuestrada, golpeada y pintada de rojo durante los días del golpe.
Lo que vendrá
Pese a que el amplio triunfo del MAS fue reconocido por la presidenta de facto Jeanine Áñez, el expresidente derechista Carlos Mesa -candidato de Comunidad Ciudadana, quien quedó segundo a casi 20 puntos por debajo- e incluso el secretario general de la OEA, Luis Almagro, el Tribunal Supremo Electoral tiene siete días para dar resultados, y la toma de posesión de Arce será entre el 31 de octubre y el 14 de noviembre.
Arce anunció que su primera medida de gobierno será otorgar un bono contra el hambre de unos 144 dólares, aprobado por el Parlamento para enfrentar la pandemia del Covid-19, y que la mandataria golpista Jeanine Áñez se negó a pagar. En su declaración televisiva, reiteró el anuncio de un gobierno de ”unidad nacional para todos los bolivianos” que hiciera tras su amplia victoria en las urnas. Asimismo, reiteró su propósito de ampliar la política de bonos a la ciudadanía como uno de los ejes de su plan de reactivación de la economía, golpeada por las medidas del gobierno de facto, la crisis internacional y la pandemia del Covid-19.
“Para nuestro modelo es importante fortalecer la demanda interna vía bonos y transferencias. En paralelo vamos a empezar la reconstrucción de la producción, que eso también ha sido afectado por las medidas que el gobierno golpista ha tomado” explicó. Hemos recuperado las esperanzas, dijo Lucho Arce al proclamar su triunfo junto a su vicepresidente, David Choquehuanca, ex canciller. Arce contará con mayoría en el Congreso, según proyecciones, pero no alcanzaría las dos terceras partes que requiere para que se aprueben leyes sin necesidad de pactar con otras fuerzas políticas.
Desde Buenos Aires, donde está exiliado, Morales atribuyó la victoria de su ex ministro de Economía a la conciencia de la revolución democrática cultural, y agregó: el resultado demuestra que en noviembre pasado no hubo fraude: “sí hubo golpe”. Morales ganó los comicios del 20 de octubre de 2019, y la entonces oposición de derecha alegó, sin presentar una sola prueba, que hubo fraude, acusación avalada también por la Organización de Estados Americanos (OEA). Las protestas impulsadas entonces por el líder ultraderechista Luis Fernando Camacho dejaron 30 muertos. Morales fue conminado por la cúpula militar a renunciar.
Evo sostuvo que el delito de su gobierno fue haber sido antiimperialistas y haber identificado a enemigos internos y externos, y manifestó su deseo de volver a su tierra natal tarde o temprano. Expuso que le gustaría volver a Cochabamba y ser un agricultor o pequeño productor. Definió a Arce como uno de los mejores economistas de América Latina, y recordó que fue un ministro de Economía por casi 12 años, con mucha calidad humana, muy solidario y honesto.
Con la promesa de volver a instalar los grandes planes de industrialización del gas natural y de los grandes yacimientos de litio y diversificar la matriz productiva del país, Arce tendrá la tarea de recuperar la senda del crecimiento. El Banco Mundial estima que la economía de Bolivia, dominada por la agricultura y el gas, caerá alrededor de 6 por ciento este año, después de más de tres décadas de crecimiento.
Nacido en La Paz hace 57 años, el presidente electo se graduó en Economía en la Universidad Mayor de San Andrés, y estudió una maestría en la Universidad de Warwick, en Inglaterra. Trabajó 18 años en el Banco Central, donde ocupó diversos cargos. Tiene un perfil más tecnócrata que político, pero el perfil no es todo: en la campaña ha mostrado su buena muñeca política.
En el gobierno de Morales, Bolivia elevó su PIB de 9 mil 500 millones de dólares anuales a 40 mil 800 millones y redujo la pobreza de 60 a 37 por ciento, según datos oficiales. La bonanza permitió otorgar bonificaciones a miles de embarazadas, estudiantes y ancianos, e inversiones millonarias para intentar industrializar la explotación del litio y el gas natural.
Durante su gestión, Bolivia creció a un ritmo anual de 4.6 por ciento. Con la mirada puesta en la demanda interna como motor del crecimiento económico, Arce promovió la nacionalización de empresas estratégicas y el desarrollo de inversión pública, así como políticas redistributivas.
En su campaña, Arce propuso inyectar ocho mil millones de dólares al Estado que saldrían de créditos internacionales, negociar el no pago de la deuda externa, crear un impuesto a los más ricos, que representan uno por ciento de la población, y sustituir importaciones con producción nacional.
Arce deberá construir su propio liderazgo presidencial, con un Evo Morales que volverá a Bolivia mucho menos fuerte que antes, y un vicepresidente, David Choquehuanca, distanciado de Morales y con base propia entre las dirigencias aymaras del altiplano paceño.
Lucho Arce deberá mostrar que su exitoso modelo sirve también en tiempos de crisis económica e incertidumbre profundizada por la pandemia. Tras el triunfo, se mostró humilde, sugirió una autocrítica y prometió la unidad nacional. Todavía no asumió.
Aram Aharonian
Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la) y susrysurtv.
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