Elecciones Norteamericanas: ¿Golpe Electoral en Medio de la Crisis?

La lucha contra la amenaza fascista en Estados Unidos debe apoyarse en un análisis de su naturaleza y su relación con la crisis capitalista.

26/10/2020
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Foto: organizingupgrade.com
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Ha quedado evidente en las últimas semanas que el régimen de Trump, sus partidarios de la extrema derecha, los supremacistas blancos, e importantes sectores del Partido Republicano están tramando un golpe electoral. Si estas fuerzas fascistas logran alcanzar sus propósitos dependerá de cómo se desenvuelven los acontecimientos a raíz de la votación del próximo 3 de noviembre y de la capacidad de la izquierda y las fuerzas progresistas de movilizarse en defensa de la democracia y de avanzar una agenda de justicia social como contrapeso al proyecto fascista.

 

La lucha contra la amenaza fascista en Estados Unidos debe apoyarse en un análisis de la naturaleza de dicha amenaza y en particular, de la relación entre esta amenaza y la crisis capitalista. He estado escribiendo desde 2008 sobre el surgimiento de los proyectos del fascismo del siglo XXI. Este proyecto se avecina en Estados Unidos desde principios del presente siglo. Entró en una etapa cualitativamente nueva con el ascenso del Trumpismo en 2016 y aparece estar ahora en la vía rápida frente al proceso electoral.

 

En el cuadro más amplio, el fascismo, ya sea su variante del siglo XX o del siglo XXI, es una respuesta particular ultra-derechista a la crisis capitalista, tal como la crisis de los 1930 o aquella que comenzó con la imposición financiera de 2008, agravada ahora por la pandemia. Esta respuesta ultra-derechista a la crisis va desde el Trumpismo en Estados Unidos y el BREXIT en el Reino Unido, y la cada vez mayor influencia de los partidos neofascistas en toda Europa, hasta países como Israel, Turquía, las Filipinas, Brasil, y la India.

 

El Trumpismo y el fascismo

 

Los indicios de la amenaza fascista en Estados Unidos están en plena vista. Los movimientos fascistas se proliferaron rápidamente desde el viraje del siglo en la sociedad civil y también el sistema político mediante el ala derechista del Parido Republicano. Trump demostró ser la figura carismática capaz de galvanizar y envalentonar las diferentes fuerzas neofascistas, entre ellas, los supremacistas blancos, los nacionalistas blancos, los neo-Nazi y Ku Klux Klan, los Guardianes del Juramento, el Movimiento de Patriotas, los fundamentalistas cristianos, y los grupos anti-inmigrantes. Desde 2016, se han formado muchos más grupos, incluyendo los “Proud Boys” (“Muchachos Orgullosos”), Q’Anon, los Boogaloo (cuyo declarado objetivo es incitar una guerra civil), y los “Vigilantes del Lobezno”. Todos estos grupos están fuertemente armados y están movilizando para provocar enfrentamientos en coordinación con elementos del ala extrema-derecha del Partido Republicano. De hecho, esta ala extrema-derecha hace tiempo captó al partido y lo convirtió en una fuerza de reacción total.

 

Estos grupos fascistas han sido alentados por la fanfarronería imperial de Trump, por su retórica populista y nacionalista, y por su discurso abiertamente racista, dirigido a azuzar la histeria anti-inmigrante, anti-musulmán, anti-negro, y xenofóbica. Entraron desde 2016 en un acelerado proceso de polinización cruzada. Con la elección de Trump, lograron tener una presencia en la misma Casa Blanca y en varios gobiernos estatales y locales alrededor del país. Los diferentes grupos blanden con cada vez mayor impunidad sus unidades paramilitares. El Buro Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglos en inglés) y el Departamento de Seguridad Interna han identificado a las milicias racistas, fascistas, y de extrema-derecha como la principal amenaza terrorista al interior del país. Estas mismas agencias del gobierno federal también afirmaron que estos elementos armados operan al interior de agencias policiacas y unidades de las fuerzas armadas. Un informe emitido en 2006 por una de las agencias de la inteligencia norteamericana advirtió sobre “la infiltración por grupos organizados de supremacía blanca a los organismos policiales, y recíprocamente, la infiltración por parte de agentes policiales y de seguridad a estas mismas organizaciones debido a sus simpatías con la causa de la supremacía blanca”.

 

La insurgencia fascista llegó a un punto auge a raíz de las protestas masivas desatadas por el asesinato por la policía en mayo pasado de George Floyd. Entre los incidentes recientes, demasiado numerosos para enumerar aquí, figura esta muestra:

 

  • las milicias fascistas han aparecido a menudo a las protestas anti-racistas para amenazar a los manifestantes, y en algunas instancias han llevado a cabo asesinatos;

  • Trump ha rehusado condenar la insurgencia armada ultra-derechista;

  • al contrario, Trump defendió a un joven integrante de estas milicias que el pasado 25 de agosto mató a tiros a dos manifestantes desarmados en Kenosha, Wisconsin;

  • el pasado 3 de setiembre, agentes del gobierno federal llevaron a cabo una ejecución extrajudicial de Michael Reinoehl, quien días anteriores confesó que mató a tiros a un miembro del grupo de supremacía blanca, el “Patriot Prayer” (“Plegaria Patriota”), aparentemente en defensa propia durante un enfrentamiento entre partidarios armados de Trump y manifestantes anti-racistas en Portland, Oregón. “Tenemos que llevar a cabo la retribución,” declaró Trump en una entrevista escalofriante, en la cual tomó el crédito por la ejecución;

  • especialmente ominoso, el FBI disolvió un complot de un grupo de milicianos de una organización terrorista, autodenominado Vigilantes del Lobezno, para asaltar el edificio del capitolio en el estado de Michigan y secuestrar y posiblemente asesinar el gobernador del estado y otros funcionarios del gobierno estatal. La casa blanca rehusó condenar la conspiración.

 

Si bien hay importantes diferencias entre Alemania e los años 1920 y 1930 y Estados Unidos ahora, vale la pena recordar el tristemente celebre “golpe de la cervecería” en 1923 en Bavaria, Alemania, incidente que marcó un viraje en el ascenso al poder de los Nazi. En aquel incidente, al igual que en Michigan, Hitler y un grupo fuertemente armado de sus seguidores intentaron llevar a cabo un golpe contra el gobierno local. Funcionarios leales al gobierno de Bavaria suprimieron el golpe y encarcelaron a Hitler, pero la insurgencia fascista experimentó a raíz del intento de golpe una importante expansión de su notoriedad e influencia.

 

Las perspectivas de un golpe fascista ahora dependen de lo que sucede en las elecciones de noviembre. El Estado de Derecho está en entredicho. Trump ha declarado, sin ofrecer prueba alguna, de que habrá fraude electoral. Ha rehusado comprometerse con una transición pacífica del poder si pierde el voto a su contrincante Joe Biden, y en efecto ha llamado a sus seguidores a prepararse para una insurrección.

 

Trump es un miembro de la clase capitalista transnacional, un abierto racista que ni siquiera intenta disfrazar su tendencia fascista. Aprovechó las protestas por el asesinato de George Floyd para profundizar el proyecto fascista, incitando desde la Casa Blanca a la movilización fascista en la sociedad civil norteamericana, manipulando el miedo y la reacción racista con un discurso de “ley y orden” y amenazando con extender el estado policiaco. Millones de personas, sobre todo de los grupos racialmente oprimidos, han sido privados ya de su derecho al voto. El hijo mayor de Trump, Donald Trump hijo, hizo un llamado en setiembre pasado para que “cada cuerpo capaz” se integre a “un ejército para llevar a cabo operaciones de seguridad” a favor de la campaña electoral de su padre.

 

Morfología del proyecto fascista

 

La crisis actual del capitalismo global es tanto estructural como política. Políticamente, los Estados capitalistas enfrentan crises en espiral de legitimidad como consecuencia de décadas de penurias y deterioro social causado por el neoliberalismo y ahora agravado por la incapacidad de dichos Estados de gestionar la emergencia sanitaria y el colapso económico. El nivel de polarización social global y de desigualdad es sin precedente. El uno por ciento más rico de la humanidad controla más del 50 por ciento de la riqueza del mundo mientras el 80 por ciento más pobre tiene que conformarse con apenas el 5 por ciento de esta riqueza. Esta desigualdad extrema solo puede sostenerse por niveles extremos de violencia estatal y privada, situación propicia para los proyectos políticos fascistas.

 

Estructuralmente, la economía global está sumida en una crisis de la sobre-acumulación, o estancamiento crónico, empeorada ahora por la pandemia. En tanto se disparan las desigualdades, el sistema produce cada vez más riqueza que la masa de pueblo trabajador no puede consumir. Como resultado, el mercado global no puede absorber la producción de la economía global. La clase capitalista transnacional no encuentra salidas para descargar los billones de dólares que ha acumulado. En años recientes, ha realizado niveles alucinantes de especulación financiera, el pillaje de presupuestos públicos, y la acumulación militarizada y acumulación por represión. Estos últimos se refieren a como la acumulación de capital depende cada vez más de la amplificación de los sistemas transnacionales del control social, la represión, y la guerra, de manera que el estado policiaco global se extiende alrededor del mundo para defender la economía global de guerra y suprimir las rebeliones de los de abajo.

 

El fascismo persigue rescatar al capitalismo de su crisis orgánica, reanudar violentamente la acumulación de capital, establecer nuevas formas de legitimidad del Estado, y reprimir sin trabas democráticas las rebeliones desde abajo. El proyecto conlleva una fusión del poder estatal reaccionario y represivo con una movilización fascista en la sociedad civil. Al igual que su predecesor del siglo XX, el fascismo del siglo XXI se trata de una mezcla tóxica del nacionalismo reaccionario y del racismo. En su repertorio discursivo e ideológico, el proyecto acarrea el nacionalismo extremo y la promesa de la “regeneración nacional”, la xenofobia, las doctrinas de la supremacía racial/cultural al lado de la movilización racista, la masculinidad marcial, el milenarismo, la militarización de la vida cívica y política, y la normalización – hasta la glorificación – de la guerra, la violencia social, y la dominación.

 

Al igual que su contraparte del siglo XX, el proyecto gira en torno al mecanismo psicosocial de sublimación del temor y ansiedad de masa en momentos de aguda crisis capitalista hacia las comunidades convertidas en chivos expiatorios, ya sean los judíos en la Alemania Nazi, los inmigrantes en Estados Unidos, o los musulmanas y las castas inferiores en la India. También persigue sublimar esta ansiedad hacia un enemigo externo prefabricado, tal como el comunismo durante la Guerra Fría o Rusia y China en la actualidad. Persigue organizar una base social de masa con la promesa de restaurar la estabilidad y la seguridad para aquellos desestabilizados por la crisis capitalista.

 

Los organizadores fascistas apelan a los millones de personas que han sido desoladas por la austeridad neoliberal, el empobrecimiento, el empleo precario, y la relegación a las filas de la humanidad superflua – condiciones ahora agravadas por la pandemia. Los grupos dominantes se empeñan en canalizar el cada vez mayor descontento desde una crítica al capitalismo global hacia el respaldo a la agenda del capital transnacional, agenda disfrazada con retórica populista. En este empeño, la movilización ultra-derechista y neofascista juega un papel importante.

 

La apelación al fascismo se dirige en particular a los sectores históricamente privilegiados de la clase obrera global, tales como sectores de los trabajadores blancos en el Norte Global y capas urbanas de clase media y profesional en el Sur Global, que ahora experimentan una mayor inseguridad y el espectro de la desestabilización socioeconómica. Si bien el proyecto fascista intenta reclutar a su causa estos sectores históricamente privilegiados, pero ahora descontentos, el otro lado de la moneda es un intensificado control social y represión violento de otros sectores. Estos sectores en Estados Unidos provienen de manera desproporcional de las filas de las comunidades que enfrentan la opresión racial, étnica, religiosa y otras formas de opresión.

 

Los mecanismos de la exclusión coercitiva van desde el encarcelamiento en masa y la extensión de los complejos industrial carcelario, hasta la omnipresente acción policiaca, las leyes anti-inmigrante y los regímenes de detención y deportación de los inmigrantes, la manipulación y reorganización del espacio de tal manera que tanto las urbanizaciones cerradas y los guetos están controlados por ejércitos de guardias privadas y los sistemas tecnológicamente avanzados de monitoreo y rastreo, la paramilitarización de la policía, los métodos “no letales” de control de las multitudes, y la movilización de las industrias culturales y los aparatos estatales ideológicos para deshumanizar las victimas del capitalismo global como peligrosos, perversos, y culteramente degenerados.

 

El racismo y las interpretaciones divergentes de la crisis

 

No podemos menospreciar el papel que juega el racismo en la movilización fascista en Estados Unidos. Pero a la vez necesitamos profundizar el análisis del mismo. El sistema político norteamericano y los grupos dominantes enfrentan una crisis de hegemonía y de legitimidad. Esta crisis entraña la descomposición del bloque histórico racista que de una u otra forma reinó supremo desde finales de la guerra civil norteamericana en 1865 hasta finales del siglo XX pero que se ha visto desestabilizado de cara a la globalización capitalista. La ultra derecha y los neofascistas intentan reconstruir dicho bloque, en el cual la identidad “nacional” se presenta como “identidad blanca” como sucedáneo de una movilización racista contra las fuentes percibidas de la ansiedad y la inseguridad.

 

Sin embargo, muchos miembros blancos de la clase obrera han experimentado la desestabilización social y económica, la movilidad hacia abajo, una mayor inseguridad, un futuro de incertidumbre, y la acelerada precarización – es decir, condiciones laborales y de vida cada vez más precarias. Este sector ha gozado históricamente del privilegio racial-étnico que conlleva la supremacía blanca frente a otros sectores de la clase obrera, pero ha venido perdiendo dichos privilegios frente a la globalización capitalista. La escalada del discurso racista velado (codificado) y abierto desde arriba tiene como propósito canalizar los miembros blancos de la clase obrera hacia una conciencia racista y neofascista de su condición.

 

El racismo y la apelación al fascismo ofrecen a los obreros provenientes del grupo racial o étnico dominante, soluciones imaginaras a las contradicciones verdaderas, es decir, el reconocimiento de la existencia del sufrimiento y de opresión, aunque dichas soluciones son falsas. Los partidos y los movimientos identificados con estos proyectos han avanzado un discurso racista, menos codificado y menos mediado que aquel discurso de los políticos convencionales (“mainstream”), dirigido en contra de las minorías racialmente oprimidas, los inmigrantes, y los refugiados, entre otros sectores vulnerables, quienes se convierten en chivos expiatorios. Sin embargo, en esta época del capitalismo globalizado hay pocas posibilidades en Estados Unidos de proporcionar beneficios materiales a una potencial base social del fascismo, por lo que la “recompensa del fascismo” es únicamente psicológica. La ideología del fascismo del Siglo XXI descansa fundamentalmente en la irracionalidad, es decir, la promesa de asegurar la seguridad y de restaurar la estabilidad es emotiva, no racional. Es un proyecto que no distingue – y no necesita distinguir – entre la verdad y la mentira.

 

El discurso público de Trump del populismo y nacionalismo, por ejemplo, no guarda relación alguna con sus políticas. Sus políticas económicas entrañan una total desregulación del capital, grandes recortes al gasto social, el desmantelamiento de lo que aún quedaba del Estado de bienestar social, las privatizaciones, desgravaciones fiscales para las corporaciones y los ricos al lado de un aumento de la carga impositiva para la clase obrera, represión sindical, y una expansión del subsidio estatal al capital – en pocas palabras, el neoliberalismo con esteroides. La retórica populista de Trump no se corresponde con la sustancia de su política. La apelación de Trump a su base social es casi por completo algo simbólico – por ende, el fanatismo de su retórica de “construir el muro” (entre Estados Unidos y México) y otra retórica, simbólicamente esencial para sostener una base social para el cual el Estado puede ofrecer poca o ninguna recompensa material. Esto explica también la naturaleza cada vez más desquiciada de la bravuconería de Trump mientras se acerca la elección.

 

Pero he aquí el punto clave: el deterioro de las condiciones socioeconómicas y la mayor inseguridad no conducen automáticamente a una reacción racista y fascista. La interpretación racista/fascista de estas condiciones tiene que ser mediada por agentes políticos y agencias del Estado. El Trumpismo representa justamente dicha mediación. Para hacer retroceder la amenaza del fascismo, las fuerzas populares de resistencia deben proponer una interpretación alternativa de la crisis, entrañando una agenda de justicia social y una política de la clase obrera que pueden ganarse a la potencial base social del fascismo. Esta potencial base está compuesta en su mayoría por obreros y obreras que están experimentando los mismos efectos perjudiciales de la globalización capitalista que afecta a toda la clase obrera.

 

Necesitamos en Estados Unidos una agenda de justicia social y pro-clase obrera que responde a la condición cada vez más miserable de la supuesta base social del fascismo junto con la clase obrera en su conjunto. Biden bien podría ganar las elecciones. Sin embargo, aun si logra tomar posesión de la presidencia, seguirá en curso la crisis del capitalismo global y el proyecto fascista que dicha crisis fomenta. Hay que recordar que Biden, además de ser criminal de guerra, es un neoliberal que responde a los intereses sobre todo del capital financiero transnacional con sede en Wall Street. Un frente unido contra el fascismo debe basarse en una agenda de la justicia social que pone la mira en el capitalismo y su crisis y que es capaz no solo de derrotar a Trump sino a enfrentar a los desafíos en el periodo post-Trump.

 

 

- William I. Robinson es Profesor de Sociología, Universidad de California en Santa Bárbara.

 

Traducido al español por el autor. Publicado 25 octubre en inglés por TruthOut:

https://truthout.org/articles/to-defeat-fascism-we-must-recognize-its-a-failed-response-to-capitalist-crisis/

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/209493
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