¿Qué transición energética queremos?

18/11/2020
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Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 550: Energía y crisis civilizatoria 26/10/2020

El sistema capitalista ha impulsado que nuestra relación con la energía sea como la que tenemos con cualquier otro bien de consumo: que esté sujeta a las “leyes de mercado”. Ignorando así la relevancia de la energía en el ADN de la sociedad. Esta visión miope desdeña, en primer lugar, la relevancia de la energía en el desarrollo civilizatorio. En segundo lugar, banaliza —y hasta ignora— los impactos ambientales derivados de los procesos de extracción, producción y transformación energética, potenciando el Cambio Climático, la degradación de los ecosistemas y demás problemas eco-sociales. Igual que desprecia los impactos sociales, hace lo propio con los impactos derivados del desarrollo de proyectos energéticos, como los impactos a la salud derivados de los altos niveles de emisiones de algunos combustibles. En general, este sistema ha ignorado toda relación no mercantil de la energía con la sociedad y el medio ambiente.

 

Generalmente, estamos acostumbrados a escuchar hablar de transición energética desde una perspectiva de cambio tecnológico, aceptando no cuestionar que este paradigma es posible. Esta transición energética mainstream ignora las interdependencias del sector energético con el desarrollo social y el medio ambiente, de manera que perpetúa las relaciones de desigualdad existentes, cuando no las aumenta. Además, esta transición energética mainstream es imposible, tanto por la forma en la que se plantea, como por el fondo.

 

Tenemos primero un problema de forma: la transición energética mainstream ignora los principios de la teoría de sistemas complejos. Cuanto más complejo es un sistema, mayor es su entropía, entendiendo por entropía —desde el prisma de la termodinámica— la energía que no puede utilizarse para producir trabajo, es decir energía que requiere el propio sistema para su funcionamiento. Esto nos lleva a que, cuanto más complejos sean los “futuros” sistemas energéticos, más energía demandarán para su funcionamiento, aunque no aumente el consumo energético. Dicho de otra forma, aunque se mantenga el actual consumo de energía, cada vez se demandarán más energéticos primarios (recursos naturales) para satisfacer la demanda.

 

Esto nos lleva al problema de fondo: ¿hay energía suficiente para una transición energética mainstream? La respuesta vuelve a ser un “no” rotundo. Aunque a veces aparezcan trabajos o reportes técnicos excesivamente optimistas sobre los índices de radiación promedio, o potencia eólica marítima. Estos estudios ignoran un elemento fundamental del sistema energético: los potenciales no son energía. El aprovechamiento de los recursos requiere de equipos y tecnologías para transformar este potencial eólico y solar en energía eléctrica; igual que el petróleo enterrado a miles de metros de profundidad requiere equipos de extracción y transformación para finalmente poder consumir la gasolina en un coche. Y como es obvio, la construcción y operación de estos equipos consume energía. Esto implica que a la hora de contabilizar la energía disponible no debemos pensar únicamente en el potencial de la fuente, sino también en las demandas de energía para la extracción del recurso energético, la producción de equipo y las infraestructuras (ductos/líneas de transmisión) necesarias para su interconexión con el resto del sistema energético. Todo ello sin mencionar las inversiones de capital, los requerimientos de materias primas, la degradación de los ecosistemas o la pérdida de biodiversidad que derivarían de su desarrollo.

 

En este sentido, es fundamental considerar la Tasa de Retorno Energético (TRE), la cual mide la rentabilidad o eficiencia de un proceso de transformación energética al observar la relación entre la energía aportada por una planta o proceso y la energía invertida en construirla y operarla. Si la TRE es menor que 1 la planta estaría consumiendo más energía de la que genera. Si es mayor a 1 entonces la planta es energéticamente rentable y cuanto mayor sea la TRE mejor.

 

Con este antecedente, es más claro ver por qué no hay suficiente energía para la transición energética mainstream. El actual modelo se construyó sobre la base de un petróleo convencional —barato y de alta calidad— de alta TRE que alcanzó su pico entre 1930 y 1940: 100 barriles producidos por cada barril invertido1. Este alto rendimiento energético se ha ido reduciendo paulatinamente hasta unos valores de entre 10 y 30 la última década. Además, el agotamiento paulatino de los recursos convencionales ha hecho necesario explotar pozos en aguas profundas, la fractura hidráulica o el petróleo de arenas bituminosas, todos ellos procesos con mayor demanda energética y de infraestructuras, con TRE menores de 10.

 

La misma tendencia se puede apreciar en países con alta penetración de renovables. Una vez desarrolladas las ubicaciones con mejores potenciales, los siguientes desarrollos, con menor potencial, generan menos energía, reduciendo su TRE. Dicho en otras palabras, aunque los recursos renovables dependen de un flujo que es inagotable en la percepción humana, las zonas para aprovecharlos sí que tienden a agotarse. A esto hay que sumarle que las fuentes renovables presentan una TRE significativamente menor. Aún hay mucha incertidumbre en la estimación de ésta ya que son pocos los proyectos que han terminado su vida útil, pero se estima entre 2 y 2023 la TRE de las tecnologías renovables. A excepción de las grandes hidroeléctricas que, si bien presentaron TRE superiores a las del petróleo en su pico, ya han sido explotadas —y hasta sobreexplotadas— las cuencas hidrográficas en la mayoría de los países.

 

La energía: ¿bien de mercado o derecho?

 

Esta es la realidad que debemos de afrontar. El acelerado consumo del último siglo ha devorado los recursos que se formaron en el planeta durante miles de millones de años. El declive energético ya es una realidad, y como sociedad tenemos que decidir cómo abordarlo. De no actuar pronto la crisis energética será incontenible, y con una única alternativa en el debate, la transición energética mainstream, la cual, en el caso de ser, no será universal.

 

Hablar de transición energética es hablar de cómo fluye la energía en nuestra sociedad. Se trata de un cambio, una transición no sólo tecnológica, sino paradigmática, que desmonte nuestras barreras psicológicas y que nos permita transformar nuestra relación y comprensión de la energía. Debe ser un proceso capaz de dar voz y espacio de participación a todos, a toda la sociedad, no sólo al limitado grupo de agentes que monopoliza la voz y las decisiones del sector. Porque hablar de energía no es solamente un tema técnico, ni mucho menos económico. Es un tema que abarca desde las alianzas geopolíticas, tanto en procesos extractivos como tecnológicos, hasta el ejidatario que vive en una comunidad aislada, y al que un panel solar le puede dar acceso a la electricidad y, por ende, a una mejor calidad de vida. El tema también abarca políticas públicas y reglamentaciones del sector que moldean —cuando no directamente limitan— nuestra capacidad para ser partícipes del sector. O más importante aún, establecen si la energía es un bien de mercado o es un derecho.

 

Esta visión nos presenta varios ejes que es necesario recorrer para poder realizar una transición energética justa. El primero y rector de todo el proceso es la conceptualización de la energía como un derecho, ya que es un requisito necesario para una vida digna. Sobre todo, si se considera que la energía es un derecho instrumental para el acceso a otros derechos fundamentales como la alimentación, la sanidad, o la educación. Los avances en establecer la energía como derecho se pueden ver en instrumentos desarrollados desde la sociedad civil, como la Declaración Universal de los Derechos Humanos Emergentes4 o la iniciativa ciudadana para reconocer en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos el “Derecho Humano de Acceso a la Electricidad”5.

 

Como derecho, el acceso y uso de la energía no debe verse más como una facilidad, un bien o un privilegio, sino como un vector de desarrollo humano. Para ello la educación y la comprensión de las implicaciones que tiene el aprovechamiento de cualquier recurso son fundamentales. La energía debe convertirse en un tema de dominio público, informado y común.

 

Una transición justa

 

Debemos entender la energía como un bien limitado. Las políticas que lo instrumenten deben tener como objetivo central el cubrir las necesidades energéticas de la sociedad y, bajo este paradigma, identificar y entender el origen y la causa de ellas. El alto nivel de consumo energético en transporte en América Latina no sólo es producto de tecnologías poco eficientes, sino que también se debe a la concepción urbanística de las grandes ciudades, a la percepción del auto como parte del patrimonio personal, o a ser países históricamente exportadores de hidrocarburos, entre otros factores.

 

La comprensión de quién y en qué se consume la energía es fundamental para la transición energética justa. Si bien se tiene que reducir el consumo energético global es fundamental que estas reducciones sean progresivas con respecto a los índices de consumo, considerando que durante este proceso una parte de la sociedad deberá aumentar su consumo energético para cubrir su derecho a una energía de calidad, accesible y suficiente para cubrir sus necesidades energéticas.

 

La transición de tecnologías de generación eléctrica que estamos viviendo, tiene que incluir el cambio de las formas de propiedad de las plantas de generación. Dado que estas tecnologías de generación se pueden desarrollar en pequeña escala, ya no existe limitante para modelos de generación colectiva o comunitaria. Eso permitiría transitar de un sistema energético que perpetúa la acumulación de capital, hacia uno que contribuya a la distribución de la riqueza en la sociedad.

 

Puesto que la relación de los hombres y las mujeres con el sector energético, desde los puestos de toma de decisiones, hasta los usos e impacto de la carencia de energéticos es muy desequilibrada, la transición energética justa debe de tener entre sus objetivos impulsar la equidad de género.

 

Como dice Pablo Bertinat;6 “desfosilizar, desprivatizar, desconcentrar, descentralizar, desmercantilizar, democratizar es el trabalenguas a resolver”.

 

- Rodrigo Palacios trabaja con modelos energéticos y eléctricos para el apoyo a la toma de decisiones y el desarrollo de políticas públicas. rodrigo.palacios@iniciativaclimatica.org

 

 

1 Guilford, M. C., Hall, C. A., O’Connor, P., & Cleveland, C. J. (2011). A new long term assessment of energy return on investment (EROI) for US oil and gas discovery and production. Sustainability3 (10), 1866-1887.

2 Trainer, T. (2018). Estimating the EROI of whole systems for 100% renewable electricity supply capable of dealing with intermittency. Energy Policy, 119, 648–653 y

3 Brockway, P. E., Owen, A., Brand-Correa, L. I., & Hardt, L. (2019). Estimation of global final-stage energy-return- on-investment for fossil fuels with comparison to renewable energy sources. Nature Energy, 4(7), 1–11.

4 Institut de Drets Humans de Catalunya. (2009). Declaración Universal de Derechos Humanos Emergentes. Institut de Drets Humans de Catalunya, 124.

5 Iniciativa con proyecto de decreto por el que se adiciona un párrafo al artículo 40. De la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Presentada por el diputado Jorge Carlos Ramírez Marín, el 24 de octubre de 2017

6 Bertinat, P. (2016). Transición energética justa: pensando la democratización energética. Friedrich-Ebert-Stiftung.

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/209818?language=en

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