¡Una Navidad sin pandereta!
- Opinión
Por la pandemia del coronavirus vamos a vivir una Navidad diferente. Pero puede ser para nosotros la oportunidad de descubrir el verdadero sentido de la Navidad y lo que nos exige esta situación de pandemia que va para largo.
Va a ser diferente la Navidad porque nos sentimos vulnerables, desprotegidos, confinados. ‘Vulnerables’ porque sigue muriendo gente por el coronavirus no sólo a lo lejos, sino entre nuestras amistades y hasta nuestras propias familias. ‘Desprotegidos’ por la vacuna que contrarrestaría está pandemia llega con muchos interrogantes al punto que en los países como Estados Unidos y Europa, la mitad de la población no se quiere hacer vacunar. ‘Confinados’ porque ni los científicos saben las consecuencias que trae esta vacuna que incide en nuestros genes, es sea, en nuestras células más fundamentales y no saben las reacciones que pueden desencadenarse. Eso nos conduce a muchas incertidumbres: la muerte sigue rondando en nuestro alrededor…
En esta Navidad no vamos a poder realizar la cena familiar que estábamos acostumbramos a organizar. Todas las reuniones están limitadas a cierto número de personas adultas… Además vista la amplitud de la crisis económica, las pérdidas de empleo, las bajas de los salarios, las mensualidades atrasadas para un sinnúmero de funcionarios estatales, la diminución de las remesas de los migrantes, el aumento del costo de la vida… muchos niños y niñas no tendrán su regalo de Navidad o este será más… simbólico.
A pesar de todo, muchas familias han adornado su casa con luces y han hecho su nacimiento con muchos personajes al pie del árbol de Navidad artísticamente decorado… Tal vez para recordarnos lo que hemos perdido o estamos perdiendo. El papa Francisco lo dijo recientemente: “No podemos pretender estar sanos en un mundo que está radicalmente enfermo”. El teólogo español Antonio Pagola nos advierte en el mismo sentido: “Si vivimos vacío por dentro, somos vulnerables a todo”.
¿No será que el nacimiento de Jesús nos recuerda inconscientemente el ‘paraíso perdido’, o sea, el mundo futuro que soñamos y que vamos destruyendo? Reflexionemos un poco. María, José y el niño Jesús representan a la familia unida y feliz a pesar de todas las dificultades. Los pastores son los vecinos afables y generosos que visitan y felicitan a los papás por el recién nacido. Los magos simbolizan la paz entre las naciones: son extranjeros que han venido a buscar una buena noticia y una esperanza de convivencia mejor. Estamos en el campo de Belén, símbolo de cercanía y tranquilidad con la naturaleza, los animales, la vida sana y sencilla. No faltan los ángeles que nos dicen que Dios tiene mucho que ver en todo esto.
Pero entre nosotros, ¿qué es lo que queda de esta primera Navidad? ¿Cómo están nuestras familias: Unidas y felices? ¿Cómo estamos entre vecinos: Nos visitamos, nos felicitamos, compartimos el pan de la mesa y de la amistad? ¿Cómo está la convivencia con los extranjeros, los indígenas, los negros… en tiempos de tanto racismo y desconfianza? ¿Es amistosa nuestra relación con la naturaleza, son sanas nuestras comidas? Arrinconamos tanto nuestra fe que tiene todas las penas del mundo a sobrevivir en medio de tanto desorden, caos y destrucciones…
A pesar de todo, viene la Navidad, viene Dios débil como un niño, para hacerse nuestro amigo y compañero de nuestros sufrimientos, atropellos y desesperanzas. Viene la estrella de Belén para cada uno de nosotros que nos invita a vivir la Buena Noticia de la Navidad: “¡La gloria de Dios es la paz entre los hombres”, porque ese es el mensaje de Navidad.
¿Recibiremos este mensaje o más bien ya lo hemos enterrado debajo de un gran papanoel que, en muchas de nuestras casas y nuestras familias, le ha ganado la partida al niño Jesús? El papanoel nos trae el consumismo que nos divide y opone los unos a los otros. El papanoel nos aleja de la fraternidad con los vecinos para reunirnos en torno a los ‘amigos de chupa’. El papanoel nos vende enlatados y comida chatarra que nos debilitan y nos enferman. El papanoel llena nuestra casa, nuestras calles, nuestros campos, nuestras selvas de plásticos y desechos de toda clase. El papanoel nos regala un sistema que nos empobrece, nos engaña y nos mata, igual al rey Herodes de ayer matando niños que pudieran quitarle riquezas y poderes… Hay que elegir o ¿ya hemos elegido?
La Navidad diferente que estamos invitados a vivir es escuchar y seguir el mensaje que trajeron los ángeles a los pastores: “¡La gloria de Dios es la paz entre los hombres!” No podemos vivir sin fe ni espiritualidad, sin rumbo ni porvenir. Dios sueña para nosotros un paraíso que comienza en esta tierra y que quiere construir con nosotros… si le damos la mano y si nos damos la mano. Dios quiere la paz para nosotros individualmente y entre nosotros colectivamente, porque somos una sola unidad entre todos, con la naturaleza, con el cosmos y con él. La gloria de Dios es la felicidad compartida; es esta clase de paz que nos trae el niño Jesús, pero no el papanoel. ¿Quién decide entre la paz o la desgracia, entre Dios y el papanoel, entre una Navidad sin muchas panderetas pero con una gran felicidad? Cada uno de nosotras y nosotros, porque esta decisión es nuestra y a nuestro alcance.
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