La lapidación de la palabra en la vida pública

La mentira como dispositivo para la construcción del poder se nutre del clasismo, el racismo, la conspiranoia, el negacionismo y el autoengaño que aflora entre la ciudadanía.

19/01/2021
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Ilustración: http://ssoysoy.blogspot.com
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Mediada por la razón, la palabra y su sentido para construir sociedad y para orientar la praxis política fueron el andamiaje que le dio forma al discurso filosófico de la modernidad europea y a la misma occidentalización del mundo tras su implantación deformada en instituciones que conformaron la génesis del capitalismo y el Estado-nación en las naciones subdesarrolladas.

 

Sin embargo, la palabra en el ámbito de la vida pública, a lo largo de la historia es despojada de sustancia e invadida por la mentira que afianza las estructuras de poder, dominación y riqueza. Salvo porque a ello hoy día se le denomina post-verdad, no es en sí un fenómeno nuevo sino de vieja data que en las últimas cinco décadas se magnífica con la erosión de la cultura ciudadana, con la intensa presencia de los mass media y recientemente con las redes sociodigitales.

 

La mentira como dispositivo para la construcción del poder (https://bit.ly/3ivDXOQ) se nutre del clasismo, el racismo, la conspiranoia, el negacionismo, el individualismo hedonista, el social-conformismo, y el autoengaño que aflora entre la ciudadanía. De ahí que la mentira sea una parte consustancial y necesaria en el ejercicio de la praxis política y en el tratamiento de los problemas públicos. Un dispositivo no solo retórico, sino uno capaz de construir significaciones que afianzan un pensamiento hegemónico, una “verdad”, una serie de cosmovisiones, así como pautas de comportamiento.

 

Aunado esto a los mass media y a la plaza pública digital, se difunde y afianza un virus desinformativo (una desinfodemia) que infecta a su paso la mente del ciudadano. Son exaltadas las emociones, subordinado el razonamiento, envenenada la capacidad de juicio, y suprimida la tolerancia hacia "el otro" que piensa y actúa diferente. El odio y la denostación terminan funcionando como falsas vacunas que reconfortan a la ignorancia tecnologizada (https://bit.ly/2BMr039) en esta lapidación de la palabra.

 

La trivialización y frivolidad en la vida pública se corresponden con la erosión de los mecanismos de mediación entre Estado y la sociedad y con la pérdida de fe de los ciudadanos en las instituciones públicas. Particularmente, los sindicatos y los partidos políticos como mecanismos de canalización de las demandas ciudadanas entraron en crisis (https://bit.ly/2LJ1fpe) al agotarse la racionalidad de las grandes burocracias que predominaron hasta 1970 a la par del Estado intervencionista. La pérdida de confianza en la vida pública y entre los ciudadanos es lo que conduce a la entronización de la mentira, el rumor (fake news) y al asalto de la plaza pública a través de la farsa y el espectáculo mediático.

 

La mutación antropológica, de la cual hablaba fehacientemente Pier Paolo Pasolini, irrumpe con virulencia en la praxis política y trasciende el hábito del híper-consumismo de bienes, servicios y demás dispositivos de evasión de la realidad. En esta involución de la sociedad, los símbolos sacian la voracidad que impone en el ciudadano la crisis de sentido y la orfandad ideológica.

 

Desencanto, malestar en la política y con la política (https://bit.ly/2ZKkZgg), crisis de representatividad, gobiernos ilegítimos, desinterés, indiferencia, simulación, conspiranoia, polarización y extremismos (https://bit.ly/3oWfhlT), violencia simbólica, desafío de las instituciones, y/o resignación, se funden con la urgencia que imponen los problemas públicos y con el apoyo a liderazgos mesiánicos de distinta procedencia y signo ideológico. De ahí que la praxis política sea escenario de conflictividades que condensan las desigualdades, la exclusión social y la depauperación de amplios sectores de la sociedad. Al tiempo que también se erige en territorio de disputas como las protagonizadas por las élites plutocráticas de los Estados Unidos durante los últimos cinco años, y que evidencian el agotamiento del American Way of Life y la decadencia de la hegemonía de esta nación en el sistema mundial (https://bit.ly/36GXQO3).

 

El artificial distanciamiento entre la lógica voraz y socavadora del mercado y las posibilidades de intervención y regulación del Estado en el proceso económico ampliaron el foso de los problemas públicos desde hace casi cuatro décadas. Ello no solo significó el abandono de las funciones económicas del sector público, sino la pérdida de control sobre las decisiones estratégicas, sobre todo en el mundo subdesarrollado. De ahí la incapacidad de los Estados para responder a las necesidades más acuciantes de sus ciudadanos. Esta pérdida de control se extiende también a la vida cotidiana de los individuos y familias que se tornan incapaces para hacer frente a sus problemas inmediatos en medio de la era de la incertidumbre y de el fin de la sociedad salarial.

 

Instaurada la sociedad paradojal (innovaciones tecnológicas y cuantiosas posibilidades materiales en un mar de desigualdades extremas globales), el colapso civilizatorio se abre paso y, con ello, los márgenes de barbarie se amplían sin que desde la palabra se construyan nuevas significaciones que propicien el retorno a lo político.

 

La defenestración de la palabra se exacerbó con la crisis epidemiológica global hasta afianzar una tergiversación semántica (https://bit.ly/3l9rJfX) y una construcción mediática del coronavirus (https://bit.ly/2VOOQSu). Desde ideologías conspiranóicas (https://bit.ly/36d82iJ) hasta comentarios infundados e ingenuos dotados de pensamiento parroquial, y otros que encubren intereses creados, se esbozan desde que se declaró el confinamiento global en marzo de 2020. En esa lógica, la pandemia se erige en un escenario para la disputa del poder y la construcción de significaciones, sin importar si la palabra está dotada de razón, de rumor o de mentiras.

 

Un ejemplo de lo anterior se suscitó en México con la declaratoria oficial de cierre de la Basílica de Guadalupe –principal santuario religioso del país– entre el 10 y el 13 de diciembre de 2020. Esta medida se estipuló desde la autoridad sanitaria para evitar aglomeraciones y contener la irradiación del coronavirus SARS-CoV-2. Ante ello, Juan Sandoval Iñiguez –antiguo Cardenal de la Diócesis de Guadalajara y actual Arzobispo Emérito– increpó a la autoridad (http://bit.ly/2Ne5Wb1) por adoptar esa medida preventiva. En esencia, su discurso señala que la pandemia del Covid-19 “es obra del demonio que tiene sus agentes en este mundo”; la define “como el caballo bermejo y verdoso del Apocalipsis, que es la peste y un sello de la bestia”, que fue configurado por la Organización Mundial de la Salud (OMS) en colusión con sus filiales, los gobiernos y la mafia internacional, o bien, por los mismos que fabrican la vacuna, representando ello “un negocio redondo, perverso y malvado”. Apela también a que la única salvadora de los fieles ante la amenaza sanitaria será la misma Virgen de Guadalupe. Quienes secundan en las redes sociodigitales esta modalidad de pensamiento esbozan dichos como los siguientes: “Abran la basílica. Esto es inconcebible. La Virgen de Guadalupe le pisará la cabeza a la serpiente. Gracias Señor Cardenal, Dios lo cuide”; “el virus es un pretexto para despojarnos de nuestra fe”, y otros comentarios por el estilo que apelan a la urgencia de exorcizar al mundo.

 

El dogmatismo –que se funde con intereses creados– no solo nubla el entendimiento, sino que filtra esa desinfomedia e instala en el imaginario social pautas de comportamiento. Y ello se extiende hasta el pensamiento sistemático y mediado por la razón. Filósofos como el italiano Giorgio Agamben considera desproporcionadas las medidas sanitarias tomadas en su país; al tiempo que adopta una postura negacionista respecto al conocimiento razonado y sistemático. Instalado en su posición clasista, Agamben observa la realidad desde el resguardo y el confinamiento, sin necesidad de salir a trabajar para satisfacer sus necesidades.

 

Se trata de dos posturas extremas que en el mundo contemporáneo evidencian la lapidación de la palabra y de la razón. No son posturas asiladas, sino que se inscriben en la crisis de la política como expresión del colapso civilizatorio (https://bit.ly/2OdSmBL) en el mismo extravío del pensamiento crítico y en el destierro del pensamiento utópico (http://bit.ly/30kbnsV), fenómenos que terminan por ataviar a la praxis política de la emoción pulsiva y de los desnudos intereses creados. Solo la formación de la cultura ciudadana a través de la información veraz y oportuna trastocará estas tendencias que se entronizan en las sociedades contemporáneas en medio de la crisis de sentido.

 

Isaac Enríquez Pérez

Investigador, escritor y autor del libro La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación semántica y escenarios prospectivos.

Twitter: @isaacepunam

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/210588
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