Siria, diez años de odio

Durante una década, de manera cotidiana,  el pueblo sirio ha sido martirizado por no acatar las directivas de las grandes potencias o de los grandes bancos que son prácticamente lo mismo.

16/03/2021
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Foto: Telam
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Exactamente hace diez años se inició la guerra contra Siria, planteada en el marco de la operación conocida como Primavera Árabe, que apuntaba con exclusividad a derrocar los gobiernos del Coronel Mohammed Gadafi en Libia y al del presidente Bashar al-Assad, en Siria, las únicas dos naciones musulmanas, junto a Irán, no subordinadas a Washington.

 

Las fuerzas operacionales que pergeñaron las acciones contra Trípoli y Damasco, ni siquiera sopesaron la posibilidad de que aliados históricos como lo eran los gobiernos de Túnez, Egipto y Yemen, al son de las manifestaciones y las trapisondas palaciegas irían a derrumbarse, profundizando las contradicciones de los regímenes que derivaron en dictaduras, con fachadas democráticas (Egipto y Túnez),  y guerras apocalípticas como la que Arabia Saudita, junto a una larga lista de secuaces, lleva a cabo en Yemen desde 2015.

 

A diez años de la Primavera Árabe, las operaciones se encuentran empantanadas: Libia, es,  literalmente,  un país demolido,  ya no solo en el plano lo militar o económico sino también en su integridad como nación, habiendo generado un caos tal que existen muchas posibilidades que para concluirlo, las mismas fuerzas que lo originaron, los Estados Unidos y la Unión Europea, deban balcanizar a esa nación, que en un acuerdo reciente intentan llegar a elecciones en diciembre próximo como si nada hubiera pasado, una verdadera eternidad para una realidad tan cambiante como el desierto (Ver: Libia o la serpiente que se muerde la cola).

 

Por otra parte, en Siria, las huestes imperiales que el 15 de marzo de 2011 supusieron que entrar a Siria y derrocar al presidente al-Asad iba a ser tan sencillo como con el Coronel Gadafi. La negativa de Rusia y China a repetir el error de aprobar la Resolución 1973 de Naciones Unidas dio al gobierno sirio el suficiente aire como para soportar los primeros años de guerra y,  tras consolidar la alianza con Rusia, Irán y el Hezbollah libanes,  pudiera soñar con un triunfo definitivo, al que día tras días continua acercándose.

 

El acuerdo entre Moscú y Ankara del 5 de marzo del 2020 impidió que Damasco detuviera el asalto a la ciudad de Idlib lo que provocó un congelamiento de las acciones que se estaban desarrollando en lo que se considera como el último frente activo de la guerra. Y permitió que Turquía incrementara su presencia militar en la provincia de Idlib, asegurando el apaciguamiento de todo el noroeste sirio.

 

Aunque con la innumerable cantidad de participantes e intereses que se siguen jugando en esta guerra, la posibilidad de que nuevas escaladas bélicas está siempre latente, ya que, dado la indefinición de ciertos puntos del acuerdo, hace que de manera permanente se esté violando el alto el fuego.

 

A pesar de que el acuerdo de marzo del 2020 obliga a ambas partes a eliminar a las bandas terroristas de la zona: brigadas “rebeldes” que un día se presentan como partes del Ejecito Libre Sirio y al otro como una khatiba del Hayat Tahrir al-Sham (Organización para la Liberación del Levante) HTS o mejor conocido como frente al-Nusra, una antigua membresía de al-Qaeda,  siguen actuando  las fuerzas pro norteamericanas, junto a las acciones del ente sionista, quizás el mayor interesado en que Siria no encuentre la paz.

 

La pretensión del gobierno de Vladimir Putin es que Damasco vuelva a retomar el poder en esa provincia, urgido por la presencia militar norteamericana, cuya excusa es dar protección a la población local y fundamentalmente a sus aliados, los kurdos de las Unidades de Protección del Pueblo (YPG), un grupo armado que se opone tanto al presidente al-Assad como al turco Tayyip Erdogan. El YPG, a lo largo de estos años de guerra ha generado una fuerte alianza con los Estados Unidos, por lo que sirve como excusa para que Washington, pueda continuar allí en defensa de sus aliados, y que a pesar de que durante la administración Trump, en reiteradas oportunidades, se mencionó el retiro de tropas norteamericanas de Siria, lo que nunca se ha llevado a cabo, dados los importantes intereses geoestratégicos que representa para Washington mantener un pie en el norte sirio donde se encuentra la mayoría de los recursos naturales del país y su larga alianza con Irán.

 

Por otra parte, Ankara representa una amenaza letal para los kurdos sirios, cuyos hermanos en Turquía, desde hace más de 37 años a un coste de más de 50 mil vidas, libran una guerra independentista, por lo que vencer en ella, significa,  para Erdogan, uno de sus mayores objetivos políticos.

 

¿A cuánto del final?

 

La pregunta es casi incontestable, si bien, desde que se fraguó la alianza con Moscú y Teherán, la guerra en Siria tomó otros caminos y la victoria total puede estar todavía lejanas, no hay duda de que, ya sin la presencia del presidente al-Assad, nada es posible.

 

Después de haberse mantenido al frente de su pueblo durante todo el transcurso de la guerra, el final parecía estar a la vuelta de la esquina, como los días de agosto de 2013, cuando tras un ataque de falsa bandera con armas químicas más de dos mil civiles murieron en el barrio damasceno de al-Ghutta, por lo que el entonces presidente Barak Obama amenazó con bombardear abiertamente todo el país.  Esto obligó a la intervención abierta del presidente Putin, y a advertir que llevaría la guerra a un nivel casi de confrontación directa entre Moscú y Washington,  obligando a Obama a dar una muy poco elegante e histórica marcha atrás.

 

El presidente al-Assad, desde entonces,  ha podido sortear junto a pueblo y el Ejercito Árabe Sirio. (EAS) los momentos más acuciantes de la guerra, cuando sus enemigos, quizás los gobiernos más poderosos del mundo, Washington, Londres y Paris, siguieron abasteciendo de armamento e inteligencia a los cientos de miles de terroristas, reclutados y pagados por Arabia Saudita y Qatar, que hacen lo mismo en todas las letrinas del mundo islámico, desde Nigeria a Filipinas, convirtiendo a la crueldad en un distintivo, humillando todos los preceptos del Corán,  y acatando las mejores técnicas de tortura y extermino, salidas desde los laboratorios del Pentágono, la CIA y el Mossad, que también se volvieron en su contra. Los muyahidines que operaron en Paris, Londres y Barcelona, entre otras tantas ciudades de occidente, también se habían forjado en la guerra siria.

 

Durante diez años, de manera cotidiana el pueblo sirio fue martirizado, por no acatar las directivas de las grandes potencias o de los grandes bancos que son prácticamente lo mismo. Naciones Unidas ha intervenido siempre en contra de Damasco, responsabilizándola de todas las acciones de lesa humanidad existentes, mientras miró al costado frente a las aberraciones perpetradas por occidente y sus mandados. Ni siquiera se atrevió a continuar llevando el conteo de muertos, el que interrumpió hace cinco años cuando la cifra, por cierto, muy mentirosa, había superado los 400 mil, mientras que son unos seis millones los refugiados en diferentes países vecinos y europeos,  y unos 10 millones los desplazados internos.

 

Damasco controla más del setenta por ciento del país y sus principales ciudades, más allá de que al-Qaeda y el Daesh, con mucha frecuencia siguen produciendo sangrientos atentados fundamentalmente contra la población civil.

 

Por otra parte, en los diez años de guerra, las sanciones económicas y bloqueos también han devastado la economía del país, sin poder acceder todavía a los recursos naturales del norte del país (petróleo y gas) y reordenar la producción agrícola fundamentalmente la triguera. Su infraestructura casi un sesenta por ciento destruida está siendo nuevamente levantada, aunque para la reconstrucción del país los gastos deberán ser extraordinarios y no se deben esperar ni de Estados Unidos, ni de Europa, que siguen apostado a la crisis económica para colapsar el gobierno de Bashar al-Assad, generando inquietudes en el pueblo sirio, que, a una década de ese intento, con miles de muertos, millones de refugiados y desplazados, parecen no haberse dado por enterado y mucho menos por vencidos, a pesar de los diez años de odio.

 

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

 

 

 

 

 

https://www.alainet.org/es/articulo/211410
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