El fin de la izquierda ¿qué izquierda?
Sostener que la izquierda tiene las horas contadas en América Latina consiste más en un intento de sembrar profecías autocumplidas que en una realidad inexorable.
- Opinión
Los resultados de las últimas elecciones en Ecuador apresuraron los pronósticos apocalípticos respecto del fin de la izquierda en la región.
La derrota en segunda vuelta del candidato correísta Andrés Arauz en manos del empresario conservador Guillermo Lasso el pasado 11 de abril; el triunfo en 2019 de Luis Lacalle Pou en Uruguay tras quince años de gobierno del Frente Amplio, y el ascenso al poder de Jair Bolsonaro ante la proscripción de Lula, en los comicios de 2018, son algunas de las premisas de las que estos análisis infieren su conclusión.
Ahora bien, ante el escenario planteado vale la pena, al menos, sugerir algunos interrogantes: ¿puede hacerse esto extensible a toda la región o sólo a los países que contaron con largos períodos de gobiernos progresistas y experimentaron el consecuente desgaste del ejercicio del poder?; ¿qué sucede con aquellos países como Perú, Colombia y México donde gobernó la derecha durante décadas?; ¿sólo fracasan los proyectos progresistas o, acaso, estos mismos no fueron consecuencia del hartazgo ante los proyectos neoliberales a inicios de la década del 2000?
Cabe aclarar que este tipo de análisis no distinguen matices dentro de la diversidad de las izquierdas y los progresismos latinoamericanos y agrupa bajo una misma etiqueta corrientes y movimientos disímiles.
Aun así, sostener que la izquierda tiene las horas contadas en América Latina consiste más en un intento de sembrar profecías autocumplidas que en una realidad inexorable.
En primer lugar, porque si bien la mayoría de estas experiencias populares vieron menoscabadas sus bases de apoyo como consecuencia del desgaste propio de años de ejercicio del poder -con sus aciertos y errores-; las denuncias de corrupción y las campañas mediáticas y judiciales de desprestigio, algunas de ellas han logrado volver a posicionarse como opción de gobierno. Tal es el caso del kirchnerismo que, tras perder las elecciones de 2015 ante Mauricio Macri, volvió a imponerse en los comicios de 2019 con la coalición Frente de Todos[1]. Así, la fórmula Fernández (Alberto)- Fernández (Cristina), -en un claro intento por morigerar el peso de la presencia de la ex presidenta en la contienda electoral-, ganó en primera vuelta con el 48, 24% de los votos.
En esta misma línea, las encuestas de cara a las presidenciales de Brasil de 2022 ubican a Lula Da Silva, nuevamente, como un claro favorito, con un 50% de intención de voto, ante un Bolsonaro que apenas alcanzaría el 38%, políticamente debilitado por la desastrosa gestión de la pandemia y la crisis sanitaria, social y económica.
En el caso boliviano, el MAS demostró mantener el poder a pesar de las maniobras destituyentes orquestadas por la oposición y sus aliados internacionales. Cabe recordar que en las elecciones de 2019, denunciadas como fraudulentas y anuladas por pedido de la OEA, Evo Morales había obtenido el 47,08%. Tras el golpe de Estado que forzó la renuncia de Evo Morales e instauró el gobierno interino de Jeanine Áñez, en los comicios de 2020, el candidato del Movimiento al Socialismo, Luis Arce se consagró presidente con el 55, 11% superando así el resultado obtenido por su antecesor.
En segundo lugar, porque las señales de agotamiento no son exclusivas de los gobiernos del denominado giro a la izquierda. En efecto, el triunfo de Andrés Manuel López Obrador en los comicios federales de 2018 en México constituye un claro ejemplo del fracaso de décadas de aplicación de políticas neoliberales. Con más del 53% de los votos, la victoria de la coalición Juntos Haremos Historia (MORENA, PT y PES) significó el fin de casi un siglo de alternancia entre el PRI y el PAN.
En este sentido, también puede incluirse Perú, cuyas elecciones presidenciales se desarrollan en el marco de una profunda crisis político-institucional, además, de la económica y sanitaria derivada de la pandemia de COVID-19. La segunda vuelta, prevista para el 6 de junio y marcada por la polarización, tiene como candidatos a Pedro Castillo, sindicalista de magisterio y rondero, y a la empresaria Keiko Fujimori, hija del ex presidente. Resulta llamativo, entonces, que el líder de Perú Libre, que se autodefine como representante de una izquierda socialista y provinciana y propone incrementar la intervención del Estado en la economía o nacionalizar sectores estratégicos como el gas y el petróleo, alcance una intención de voto que asciende al 42%, superando ampliamente a la candidata del establishment.
Lo que une a ambos contendientes es el rechazo a la despenalización del aborto, al matrimonio igualitario y a la incorporación de la perspectiva de género en las escuelas.
En el caso de Colombia, las últimas encuestas respecto de las elecciones presidenciales de 2022 arrojan una ventaja para el senador por Colombia Humana, Gustavo Petro[2], cuya intención de voto se ubicaría en el 38,3%, estableciendo una ventaja de 22,4 puntos porcentuales sobre Sergio Fajardo, el candidato que le sigue inmediatamente en porcentajes.
El mismo estudio afirma que la gestión del conservador Iván Duque alcanzó elevados niveles de desaprobación (63,2%) con una fuerte percepción por parte de la ciudadanía de que la corrupción es el principal flagelo del país.
El agotamiento del uribismo en el poder resulta evidente a la luz del paro masivo y las protestas multitudinarias iniciados el 28 de abril pasado en los que, a pesar de las restricciones de circulación y la feroz represión de las fuerzas armadas colombianas, miles de personas continúan movilizándose en todo el país contra el gobierno y la reforma tributaria propuesta por la gestión Duque.
En tercer lugar, porque la centralidad que adquieren determinadas demandas en las agendas político-sociales como las vinculadas al medio ambiente; los derechos de las mujeres y la comunidad LGBTIQA+, o la defensa de derechos conquistados ante la implementación de políticas de ajuste neoliberales, pueden significar la irrupción de actores o movimientos políticos, institucionalizados en menor o mayor medida, con profundos cuestionamientos antisistema y propuestas más radicalizadas o hacia la izquierda que las de los propios progresismos.
Las masivas manifestaciones de 2019 en Chile, Ecuador y Perú, y las actuales protagonizadas por el pueblo colombiano ponen en evidencia a una ciudadanía dispuesta a resistir los avances regresivos de la derecha.
Ya sea por el incremento del precio del combustible; la suba de la tarifa del transporte; o por un mayor peso impositivo sobre la clase trabajadora, lo que resulta evidente en estas manifestaciones es el hartazgo tras años de neoliberalismo y la sensación de rezago que experimentan amplios sectores de las clases populares ante democracias formales pero de baja intensidad que, en la práctica, excluyen más que incluir.
En este sentido, el caso del Pachakutik en Ecuador resulta ejemplar en cuanto a que, tras las manifestaciones de 2019, en las que el movimiento participó activamente, logró consolidarse como la tercera opción en las elecciones de 2021, sobreviviendo a la crisis de los partidos e incrementando su representatividad.
El movimiento Pachakutik manifiesta abiertamente su resistencia y oposición al modelo neoliberal y propone el cambio de las estructuras económicas, sociales y políticas de opresión colonial y explotación [...] El Pachakutik significa (la reestructuración del tiempo-espacio) la transformación estructural de la situación actual que depende de la acción colectiva radical…
En esta misma línea, los feminismos latinoamericanos han demostrado ser una fuerza creciente que trasciende las pertenencias políticas, socioeconómicas, étnicas y religiosas, capaz de disputarle la conquista de derechos a diversos gobiernos. La inmensa lucha por el derecho al aborto en Argentina, que impulsó a los feminismos de la región a enarbolar el pañuelo verde, logró que un gobierno de derecha como el de Mauricio Macri se viera compelido a dar tratamiento legislativo al Proyecto para que, finalmente, se aprobase bajo el gobierno del Frente de Todos, con la paradoja de que en los doce años de gobierno kirchnerista el proyecto no fue tratado en sesiones ni una sola vez.
La izquierda y los progresismos en América Latina todavía tienen mecha para encender. Requerirán, claro está, de cierta plasticidad para acoger las demandas sociales y políticas de las nuevas generaciones y adaptarse a la compleja realidad configurada tras la pandemia de Covid-19.
En tanto, los profetas de la derecha deberán recordar que, como reza el dicho popular, una golondrina no hace verano.
[1] Algunos autores, como el politólogo Julio Burdman, caracterizan al gobierno del Frente de Todos como neoprogresista o tardoprogresista, retomando así la conceptualización elaborada por el Instituto Roosevelt. https://www.tiempoar.com.ar/nota/neoprogresismo-un-concepto-llave-para-entender-al-albertismo
En el mismo sentido, sostienen que el gobierno de Andrés Manuel López Obrador puede incluirse dentro este nuevo tipo de progresismo. https://nuso.org/articulo/donde-quedo-el-progresismo/
[2] Petro propone un Pacto Histórico, una coalición de partidos de izquierda para alcanzar la Democracia, la paz y la Justicia social, que cambie la historia de Colombia.
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