Los saldos electorales de la 4T: propaganda y clases sociales (II)
¿Qué respuestas se han ofrecido por parte de la izquierda capitalina y cuáles de esos argumentos resultan en verdad plausibles para dar cuenta de las consecuencias profundas que conlleva la derrota de MORENA en la capital de México?
14/06/2021
- Análisis
En el debate capitalino posterior a los comicios de medio término, celebrados este pasado 6 de junio, dadas las múltiples victorias que obtuvo la coalición Va por México en un gran número de alcaldías del occidente de la ciudad, dos de las preguntas que más se han repetido y que más difícil ha resultado responder son, en primer lugar, ¿por qué MORENA perdió tanto respaldo a su plataforma y su agenda entre la sociedad?; y, en seguida, ¿qué factores son los que explican el desplazamiento de una parte considerable del electorado hacia la derecha del espectro ideológico?
La respuesta a estas interrogantes no es, por supuesto, única. Al ser fenómenos interconectados y que se corresponden mutuamente, las causales que explican uno y otro son múltiples y diversas. De ahí que no exista un único argumento que logre englobar a la totalidad de variables que intervinieron en el cambio de las correlaciones de fuerzas que en los próximos años se vivirá en la entidad, tanto por la redistribución de alcaldías como por el cambio de representaciones en la Asamblea Legislativa de la ciudad.
Ahora bien, de cara a este necesario recuento de los daños, ¿qué respuestas se han ofrecido por parte de la izquierda capitalina y cuáles de esos argumentos resultan en verdad plausibles para dar cuenta de las consecuencias profundas que conlleva la derrota de MORENA en la capital de México, para muchos y muchas la entidad más progresista del país (y que en efecto lo es)?
Propaganda y clases sociales
Una de las hipótesis que más se ha reproducido en el postludio al proceso electoral es aquella que coloca en el primer plano de la discusión a la enorme influencia que tuvieron los medios de comunicación, la desinformación, la publicidad disfrazada de información y, en general, la guerra sucia mediática. Las razones para que esto sea así, hay que reconocerlo, no son intrascendentes. Si se toma en consideración que MORENA es un partido político que tiene como marca de nacimiento el haber sido fundado por López Obrador como un instrumento de resistencia y contraataque a las descalificaciones sistemáticas de las que fue objeto a lo largo de tres ciclos electorales federales, por parte de grandes corporativos y de sus principales analistas y comentaristas, lo que queda claro son dos cosas.
En primer lugar, el precedente histórico de que, cuando ciertos intereses políticos y empresariales se sienten hostilizados o en la mira de fuego del proyecto político de López Obrador y el partido en el gobierno, son esos mismos intereses los que logran superar sus diferencias para constituir bloques, frentes o coaliciones ad-hoc, pragmáticas, para penetrar en lo más hondo del imaginario colectivo nacional, entre el electorado, y así, paulatina pero sistemáticamente, a través de la difusión permanente, ininterrumpida y repetitiva de los mismos mensajes, condicionar las preferencias del voto. Y, en segunda instancia, en el fondo de esta hipótesis también queda clara la sensibilidad que se tiene al interior del propio partido ante el rol que juegan los medios de comunicación y las personalidades de las que se nutren y valen para hacer llegar sus mensajes. No es, pues, azarosa la enorme relevancia que desde el seno del partido y de la militancia morenista se confiere a la campaña mediática que a lo largo de estos tres años (pero sobre todo en el proceso electoral) se echó a andar para construir una imagen por completo detestable de cualquier cosa que tuviese algún vínculo con la agenda de gobierno del presidente y la plataforma política de MORENA.
Infinidad de casos en el resto de América, pero también al interior de Europa oriental y occidental, además, dan cuenta de que ésta no es una realidad particularísima de México o de eso que tiende a denominarse eufemísticamente como democracias jóvenes o inmaduras. Por lo contrario, si algo caracteriza a los procesos electorales que a lo largo y ancho de Occidente han tenido lugar en los últimos años, ese algo es que en cada caso se experimentaron serias dificultades ligadas al papel de los medios de comunicación (tradicionales o no) y el uso social que se le dieron a estos a lo largo de las campañas para beneficiar a unos intereses por encima de otros, a menudo recurriendo a mentiras, propaganda ilegítima (además de ilegal), esfuerzos de abierto adoctrinamiento en espacios que tendrían que ser de discusión y análisis, al margen de todo dogmatismo; información tergiversada, sacada de contexto o simplemente manipulada.
Para el caso de América, asimismo, no sobra subrayar que este tipo de recursos se manifiesta con singular profusión y virulencia ahí en donde son las fuerzas políticas de la izquierda las que se muestran más pujantes, con mayores perspectivas de triunfo, de fortalecimiento y/o de consolidación. Éste es el caso de México.
Ahora bien, concediendo, en efecto, que el rol de los medios y su campaña sucia de (des)información fue una condicionante fundamental para redefinir las preferencias electorales de una parte considerable del electorado capitalino, ¿cuál es, no obstante esa obviedad, el problema con esta hipótesis de partida? Quizá lo más problemático de la manera en que este argumento se ha estado utilizando para justificar (y, hasta cierto punto, excusar) la derrota de MORENA en la capital del país tiene que ver con la forma específica en que fue usado por el presidente y, a partir de él, un número relativamente amplio de figuras bastante cercanas a él. Y es que, de acuerdo con la formulación del presidente, si la Ciudad de México se perdió, ello se debió, sobre todo, a la manipulación mediática que se echó a andar desde el momento mismo en que la 4T cobró vigencia como gobierno en funciones, en el ámbito federal y local.
Así pues, siguiendo el argumento del presidente, lo que la geografía electoral estaría demostrando es que ahí en donde mayor fue el voto en favor de MORENA menor fue la penetración de los medios y su campaña de desinformación entre la sociedad; mientras que, por el otro lado, en los territorios en los que más se votó en contra del partido en el gobierno se puede inferir que mayor fue, proporcionalmente, el impacto que esta estrategia tuvo entre el electorado. Si se concede así, sin más, esta explicación dada por el presidente y personalidades como la Jefa de Gobierno de la CDMX, en los hechos, lo que se estaría diciendo es que: entre mayores son los grados de empobrecimiento de las personas, menor es su predisposición a verse influenciadas por campañas mediáticas espurias; mientras que, por el otro lado, a mayores ingresos, mayor es la manipulación de la que se es susceptible. Y ello es así, porque, aunque el presidente y su círculo cercano no lo explican de esta manera, en el fondo de la argumentación lo que se pasa por alto es que esas demarcaciones en las que se dice que fue menor la manipulación mediática son los mismos territorios en los cuales se concentra la pobreza (no la desigualdad) de la capital.
Tláhuac, Milpa Alta, Iztapalapa, Venustiano Carranza, Gustavo A. Madero y, en menor medida, Iztacalco, de acuerdo con esta lógica, al ser las alcaldías que MORENA conservó en las recientes votaciones, serían los ejemplos más claros de que el partido tiene todas las posibilidades de vencer a sus contrincantes, vayan en coalición o no, ahí en donde la desinformación no alcanza a penetrar y a convencer al pueblo. Pero si a ese argumento se superpone el reconocimiento de que son esas las delegaciones en las que la pobreza resulta ser más lacerante, al final, lo que se termina aceptando es que donde la pobreza gobierna, lo hace con ella cierta inmunidad a la manipulación mediática. Por derivación, lo inverso también terminaría siendo concedido: en donde la riqueza es mayor, mayor es la susceptibilidad del electorado a dejarse manipular.
Una manera bastante sencilla de comprobar esta lógica en el discurso presidencial y de la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, es observar la forma en que procesan y el rol que juega en su discurso el impacto que tuvo el derrumbe de una parte de la línea doce del metro capitalino en la definición del electorado. ¿En qué sentido? De acuerdo con el presidente y la Jefa de Gobierno, a pesar de que Tláhuac e Iztapalapa son las dos alcaldías directamente afectadas por la falla estructural de esa línea del transporte colectivo, en ambas demarcaciones el apoyo a MORENA se mantuvo, pero no ocurrió así en el resto de la capital, en donde, siguiendo este razonamiento, la manipulación mediática que se le dio al tema terminó por condicionar en contra del partido el voto del grueso del Occidente de la ciudad.
Es decir, de alguna manera, lo que parecen querer implicar el presidente y la Jefa de Gobierno es que en Tláhuac y en Iztapalapa los acontecimientos de la línea doce del metro no tuvieron un impacto significativo en la definición del voto en ambas alcaldías porque, al final del día, son esas poblaciones las que experimentan en carne propia la realidad de sus propias demarcaciones. El resto de la ciudad, por oposición, al no vivir en esa parte de la capital y sólo tener acceso a su realidad a partir de lo que se comunica en medios, habrían votado en contra de MORENA por no saber más allá de lo que las televisoras, las redes sociales, el radio y el resto de la prensa expresaban sobre el tema.
Cuestionar esta forma en la que el presidente lee las derrotas de MORENA en la Ciudad de México, por supuesto, de ninguna manera debe conducir a aceptar que lo contrario a su argumentación es lo cierto; esto es: que es en donde mayores grados de empobrecimiento se dan en donde resulta más sencillo manipular a la sociedad y que, por oposición, también, es en las colonias, las alcaldías y los distritos electorales con mayores ingresos en donde mayor propensión hay a votar de manera razonada. Sólo el más descarado y canalla de los clasismos podría argumentar algo parecido y aceptar, sin cortapisas, que existe una correlación entre nivel de ingresos y racionalidad, en general; o racionalidad electoral, en particular. ¡Como si la capacidad de hacer cálculos políticos-electorales, en el seno de la ciudadanía, fuese una facultad exclusiva de aquellas personas que cuentan con determinados grados de riqueza, relegando al resto de la población a una masa informe de ignorantes y viscerales votantes por completo manipulables!
No hace falta ir mucho más lejos en esta argumentación para alcanzar a apreciar que, de hecho, lo contrario es en parte cierto: que es en las geografías más marginadas, explotadas y empobrecidas en donde el cálculo electoral parte de una mayor racionalización, en el entendido de que lo principal, en un proceso electoral, es el que las personas que se hallan en esa condición, en extremo vulnerable y vulnerada, logren paliar las necesidades materiales inmediatas que las aquejan. De ahí que, por infame que resulte, sea verdad que, en cierto grado y de conformidad con determinados contextos, muy específicos, la compra-venta del voto, por una parte de la ciudadanía, no sea ni de cerca un acto egoísta y visceral, propio de masas poblacionales poco educadas y racionales, sino todo lo contrario: un acto totalmente racional que tiene por objeto el que, ahí en donde la explotación es insufrible, se logren satisfacer algunas necesidades vitales para seguir sobreviviendo.
¿Hacia dónde, entonces, debería de dirigir la crítica hecha al tratamiento que el presidente le da al problema de la desinformación, por lo menos en lo que concierne a la capital del país (aunque es un ejemplo extrapolable a otras grandes urbes con dinámicas de desigualdad similares)? Por principio de cuentas, la crítica tendría que dejar en claro que no existe una relación mecánica entre la maleabilidad de una población, a manos de los medios de comunicación, por un lado; y sus ingresos, por el otro. Tampoco existe una relación de esa naturaleza, automática, inmediata, entre los niveles de escolarización y los grados de manipulación. Pero más que eso, tendría que conducir a cuestionar qué condiciones se modificaron (o no) en la vida material de esas personas como para que la penetración de las campañas mediáticas desleales cause estragos en ellas y transformen de manera tan aguda sus preferencias electorales.
Y es que, lo que es innegable es que el rol de los medios de comunicación es una variable profundamente condicionante de los resultados que se tienen en un proceso electoral. De lo contrario, y de proceder a simplemente omitir, desestimar o colocar al margen su importancia, fenómenos de masas como los que en las últimas décadas han caracterizado al ascenso de gobiernos de extrema derecha por todo Occidente (incluyendo a América) no se explicarían; toda vez que sus éxitos se basaron en un manejo de redes, de medios y de la información meticuloso (recuérdese, para no ir tan lejos, los escándalos de Facebook, Cambridge Analytica y Donald. J. Trump). Lo que está a discusión, por eso, es el establecimiento de toda causalidad o linealidad entre esas variables y la clase social a la que apuntan. Sin duda una buena preparación escolar ayuda a inmunizar en cierto grado a la ciudadanía de los virus que esparcen los medios, sin embargo, de ese sólo rasgo no depende todo.
Acá, lo que parece no estarse alcanzando a observar por parte del presidente, de la Jefa de Gobierno y de una parte importante de la militancia y la población que tiene preferencias electorales por MORENA es que, a esa campaña de desprestigio que se echó a andar en su contra y que asedió al partido por tantos frentes como era posible se sumaron otros factores, como los perfiles de las candidaturas presentadas por la dirigencia nacional y capitalina del partido, la ausencia de trabajo de base, las intrigas y las disputas internas en MORENA, la fortaleza y el arrastre del bloque conformado por las derechas unidas en Va por México, etcétera. Además, algo que en definitiva aún no es sencillo lograr explicar a cabalidad es el comportamiento de una porción de las clases medias capitalinas: sus estratos más volátiles y sensibles a los cambios y/o las permanencias impulsadas por el gobierno de la Ciudad.
Culpar de todo a la campaña de desinformación, atizada por infinidad de medios de comunicación, asociaciones civiles, cámaras empresariales y círculos de ilustrados e ilustradas comentócratas correría el error de ignorar que el partido en verdad cometió faltas imperdonables en la capital, muchas de los cuales se explican por esa soberbia que le embriagó: creer acríticamente en ese mantra alguna vez esgrimido por López Obrador, en un informe de gobierno, sobre la derrota moral y política de la derecha luego del 2018. ¡Como si la derecha, en México, América y todo Occidente no hubiese dado muestras suficientes ya de que siempre se esfuerza por reorganizarse y reconstituirse como la fuerza política más pujante en momentos de crisis coyuntural, como la que atraviesa el continente!
Ricardo Orozco, internacionalista por la Universidad Nacional Autónoma de México, @r_zco razonypolitica.org
https://www.alainet.org/es/articulo/212633?language=en
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