Esa farsa llamada Afganistán
El reordenamiento que se busca sin duda alguna pasa por América Latina donde ya se comenzó a observar un escenario de polarización en varios frentes, en específico en el Gran Caribe.
- Análisis
«En el análisis final, la profesión militar es el arte de prevalecer»
H. Kissinger
La derrota de Estados Unidos en Afganistán será asumida por el gobierno de Joseph R Biden. Hace tiempo se pedía desde los movimientos antiimperialistas, en eco de las palabras de Ernesto Guevara, «crear dos, tres...muchos Vietnam» Guevara, 1967). Sin embargo, esto lejos de ser algo a valorar dentro de un juicio, tiene que ser sometido al análisis de los riesgos que dicha retirada conlleva al mismo Afganistán y la región circundante, así como a la misma América Latina.
La llegada de J. Biden en 2020 al poder trajo una serie de expectativas de cambio para Estados Unidos (EE. UU.). Mientras que por otra parte se reiteró que solo se cambiaba el rumbo de la administración, pero los objetivos continuarían a la voz del ex Secretario de Estado de ese país entre 1949 y 1953, Dean Acheson, quien propugnó en su momento la doctrina de la fuerza; es decir, crear la fuerza (militar) suficiente para asegurar los intereses nacionales de EE. UU.
Años más tarde del desarrollo de esta doctrina, el 34º presidente estadounidense Dwight D. Eisenhower, señaló la base material que la sostenía: el complejo industrial militar. Mismo que se desarrolla como eje fundamental de su política, porque sobre este se encuentra el sustento militar de sus acciones bélicas en el mundo.
Sin embargo, el periodo en el que Estados Unidos ha logrado mantenerse y autoerigirse sobre ese poderío bélico que se robusteció en su momento con el geopolítico y geoeconómico, está en franco descenso. La desaparición de la Unión Soviética le auguraba un periodo amplio de unilateralismo que fue mal administrado y que apostó todo a la guerra. Sólo una década se mantuvo: de 1991 cuando se anunció la disolución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas hasta 2001 cuando se anunció la doctrina Bush Jr., derivada de los ataques terroristas en Nueva York y Washington, momento en que se (re)ordenó la cruzada militar en contra de los infieles a la religión gringa civilizadora.
¿Qué sucedió en ese intervalo de tiempo? La revolución de las telecomunicaciones fue radical, por ejemplo. En pleno siglo XXI la humanidad navega y no sobre el agua, sino en las profundidades de redes digitales cada vez más complejas y con actores dedicados desde la producción de contenido hasta la minería de datos con distintos fines (ventas, robo, creación de patrones, etc.). Pero en ese mismo momento, naciones como China y Rusia se fortalecieron en los ámbitos militar, tecnológico, económico y político, a veces con alianzas, otras de manera independiente en la búsqueda de sus respectivos mercados. No hay que olvidar que poco representan del socialismo, en específico los otrora soviéticos.
Tras este empuje y las promesas antibélicas de Barak Obama en años más recientes, mismas que le hicieron merecedor de un falso premio Nobel a la paz, porque EE. UU. sí mantuvo guerras en específico en Medio Oriente y pese a que prometió (x2) –entre otras– retirar las tropas que su país dirige en Afganistán, eso no pasó. ¿Por qué? Sabedor de las consecuencias y el no reconocer en ese momento una fallida incursión militar de su país; de la misma manera el no querer ser protagonista de un episodio similar a la vergüenza soviética cuando ocupó el territorio afgano; pero esta vez es peor. En la época soviética se respiraba, ahora las mujeres afganas salen a las calles, organizadas en autodefensas, para luchar por su libertad, misma que los invasores norteamericanos le cedieron al régimen Talibán que, pese al gasto exorbitante de más de dos billones de dólares en esta aventura bélica, se mantienen.
No sólo eso sucedió en este periodo en el que se deseó llevar el ideario heroico hollywoodense de la pantalla a la realidad. En América Latina se presentaron cambios significativos. La tutela estadounidense se comenzó a romper a martillazos.
Por otro lado, el impresionante asenso económico chino y sobre todo su mantenimiento en ese camino no se ha dejado de criticar, atacar y comparar con el caso alemán a inicios del siglo XX; la estrategia de provocar animadversión contra los adversarios del país de las barras y estrellas es una constante. Aunado a esto, habrá que tener en cuenta que en su imaginario son los rusos causantes de las tragedias cibernéticas que padecen aún y cuando a los euroasiáticos les ha costado establecer hasta ahora una red soberana de Internet.
Lo mencionado permite visualizar entonces que la estrategia de EE. UU., que en un principio contempló eliminar a su competencia china y rusa en el campo de la disputa por el espacio digital, ahora sólo busca reducirla lo más que se pueda. Está en juego quién dirigirá la revolución científico-tecnológica que abre el siglo XXI y para ello EE. UU. necesita reorganizarse, dado que en ella está el control del orden internacional de la época.
La ironía de este proceso que debe alertar a los países del mundo es que, se está ante un periodo similar a la pasada década de los setenta. La izquierda arribando al poder en América Latina, un presidente estadounidense que muestra ambigüedad en sus posicionamientos geopolíticos, una Europa dividida, movimientos internos que luchan por sus derechos civiles, la disputa por el poder mundial ante enemigos considerados comunistas, mismos que se encuentran invirtiendo en lo que consideran su área natural de influencia, entre otras en las que destaca la retirada de una guerra fallida, pero ahora no es Vietnam, sino Afganistán.
Aquí es muy pertinente recordar esta frase que Marx señala al iniciar el Dieciocho brumario de Luis Bonaparte: «Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa» (Marx, 1971, pág. 17).
¿Por qué retirarse ahora y asumir el costo geopolítico de una nueva andada bélica fallida? Es un hecho que J. Biden no se alejó de la política de castigos impuesta e iniciada por su antecesor Donald Trump, solo la matizó para reforzar el sistema de alianzas que se acabó de resquebrajar con la política dura de este último. Ello porque en la búsqueda de continuar con la estrategia de «hacer grande a Estados Unidos de nuevo» se mantendrá como una constante.
Aquí es necesario resaltar que el tiempo de crear esas grandes organizaciones internacionales lideradas por EE. UU. caducó. Hoy se ve una política exterior activa y de resultados encabezada por China, que logró crear en el marco de la pandemia por SARS-Cov-2 (Covid-19) una (macro)alianza en la región Asia Pacífico que incluyó a miembros de la Asociación de Países del Sudeste Asiático (ANSEAN): Myanmar, Brunei, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Singapur, Tailandia y Vietnam; más otros Estados de la región: Australia, Corea del Sur, Japón y Nueva Zelandia. Esto significó la creación del tratado de libre comercio más grande en la historia en el espacio, hoy considerado, el polo de atracción de las inversiones y de los principales movimientos de la cadena de valor mundial. No sólo eso, existe ya un acuerdo de inversiones entre China y la Unión Europea que, a pesar de las presiones estadounidenses y su uso como estrategia de presión frente al país asiático, se mantiene.
En este recorrido de ideas se va dibujando un contexto adverso a los intereses mundiales estadounidenses. Pese a que sigue controlando una parte importante de la producción de tecnología debido al desarrollo de Silicon Valley. Es evidente que el proyecto afgano no es sostenible dentro del plan de recuperación del orden internacional en el que EE. UU. busca mantenerse como líder.
Para lidiar con esto, el gobierno de J. Biden ha movido sus piezas. El reordenamiento que se busca sin duda alguna pasa por América Latina donde ya se comenzó a observar un escenario de polarización en varios frentes, en específico en el Gran Caribe: Cuba (tema del que se escribirá más adelante), Nicaragua, Haití y el cuarto, silencioso, pero de carácter geoestratégico es Guyana, donde quien opera a favor de los intereses de EE. UU. es la empresa Exxon Mobil.
Es necesario ver en este sentido que deslegitimizar al gobierno de Nicaragua no es un plan nuevo, llevan años intentándolo sin resultados favorables para la oposición, por el contrario, les ha costado vidas. Mientras que en Haití se ha mantenido un estado permanente de conflicto. La fundación Clinton se intentó hacer de un complejo turístico tras el sismo de 2010; la ayuda que Venezuela envía a esta porción de La Española genera una balanza que el gobierno estadounidense no logra inclinar a su lado; el magnicidio del 8 de julio es un aviso de que EE. UU. tiene la posibilidad de mover las tropas retiradas de Afganistán y enfocarlas en América Latina, falta aún saber el alcance que tuvo la participación de ciudadanos estadounidenses en el homicidio; así como el reposicionamiento político pro-estadounidense que se intenta formar. Es una llamada de atención para recordar que el triunfo de cualquier candidato no se queda después del reconocimiento de las autoridades electorales internas o de algún otro mandatario, la soberanía se debe defender todos los días.
En el tema de Guyana hay que hacer hincapié en lo siguiente, la promesa de descabonificación y de disminución en el uso de petróleo no se dará tampoco con la administración de J. Biden. A la petrocracia estadounidense le urge tener presencia en el Orinoco, más aún cuando existen intereses rusos, chinos e iraníes en el mismo espacio; eso sin contar que la petrolera Lukoil, de manera probable comenzará pronto a explotar petróleo en el Golfo de México.
Todos los escenarios son de una complejidad amplia para que los estadounidenses recuperen su jerarquía. Basta recordar que no buscan el establecimiento de un orden mundial (que no es lo mismo que orden internacional, el cual está dado por la supremacía incuestionable de una potencia), que implicaría negociar con China y Rusia en estos momentos; sin embargo, dentro del poder legislativo tampoco hay un acuerdo entre republicanos y demócratas sobre quién de la dupla sino-rusa es el principal enemigo de la aún potencia norteamericana; eso sin mencionar que al interior de la Secretaría de Estado se experimentan los mismos problemas de racismo y machismo que se denuncian en las calles de ese país.
Para que EE. UU. tenga un camino con menos obstáculos en su intento de recuperar su zona de influencia histórica –en donde fracasó esa quimera llamada Organización de los Estados Americanos en su objetivo de mantener gobiernos favorables al status quo estadounidense–, es de enfatizar que la farsa que representa la retirada de Afganistán intenta dejar una amenaza en Eurasia, con especial dedicatoria a Rusia. Hay que observar que el llamar J. Biden «asesino» a Vladimir Putin, fue una provocación para reactivar un escenario permanente de confrontación.
El presidente ruso lo comprendió desde el principio al no caer un diálogo beligerante. Lo mismo ha sucedido con la salida –por la puerta trasera– del ejército estadounidense de Afganistán, V. Putin ordenó que se estuviera en alerta máxima en las bases militares rusas instaladas en Tadyikistán, la frontera con Afganistán, previniendo un escenario de confrontación una vez que los Talibán intenten retomar el país centroasiático. EE. UU. pensó en dejar una bomba con dedicatoria para V. Putin.
Sin embargo, hasta inicios de julio de 2021 lo que logró J. Biden es reincorporar a sus acciones a viejas alianzas de las que poco se hablaba o se analizaban como referentes de la Guerra Fría, en específico el Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) y la Comunidad de Estados Independientes (CEI); es decir que, como paradójico que suene, a J. Biden le cuesta trabajo reestablecer su sistema de alianzas, pero le es fácil reincorporar el de sus jurados enemigos.
El escenario que pinta EE. UU. es el de mantenerse a manera de una potencia bélica, económica y tecnológica, pero ya no la más importante en el mundo. Como dijera Kissinger en los setenta del siglo pasado, en Estados Unidos, pese a todo, lo militar prevalece (Kissinger, 1979).
Si el aire no tuviera sangre
Un poema de José Revueltas invita a pensar cómo sería el mundo si este no se disputara por las potencias mundiales. La nueva revolución científico-tecnológica da la oportunidad a América Latina y a sus gobiernos de plantear una estrategia para saber qué hacer con sus recursos crítico-estratégicos, más ahora que el litio y el agua se convierten en elementos de primer orden en la mira de las potencias que buscan liderar dicha revolución. Pensarlo evitará que no se hable en este caso de una doble, triple o vasta tragedia.
- Abdiel Hernández, UNAM, México.
Del mismo autor
- Esa farsa llamada Afganistán 16/07/2021