Biopiratería y la colonialidad del capitalismo cognitivo
- Opinión
La biopiratería es el acto de aprovechamiento ilícito de la diversidad biocultural a través de sistemas de propiedad intelectual empresarial (ej., las patentes), que otorgan un monopolio temporal sobre el uso y usufructo de bienes comunes y los saberes y prácticas asociadas a los mismos. Este acto constituye uno de los principales obstáculos para la materialización de transiciones y/o transformaciones socio-ecológicas profundas en una región tan bioculturalmente diversa como América Latina y el Caribe.
A nivel internacional, existen importantes tratados y acuerdos que buscan abordar esta problemática, como el Convenio sobre la Diversidad Biológica o el Protocolo de Nagoya, pero estos han resultado insuficientes. Ello se debe a que tales documentos no abordan con profundidad los fundamentos onto-epistémicos de la economía en la que se basa la biopiratería, a saber, la economía del conocimiento o, más bien, el capitalismo cognitivo. En este breve escrito, reflexiono sobre dos aspectos medulares en este tipo de economía: 1) las formas de explotación cognitiva y 2) la colonialidad constitutiva de su horizonte cultural o civilizatorio.
Desde una mirada anclada en los Estudios Sociales de Ciencia y Tecnología, la biopiratería es una de las formas de explotación cognitiva descritas por Pablo Kreimer y Mariano Zukerfeld (véase “La explotación cognitiva: tensiones emergentes en la producción y uso social de conocimientos científicos, tradicionales, informacionales y laborales”). Para ellos, la explotación cognitiva es un tipo de relación social caracterizada por la apropiación con fines de lucro de conocimientos originados sin un interés crematístico.
En esta relación participan tres grandes tipos de actores en contextos asimétricos de poder: 1) los productores, 2) los apropiadores y 3) los mediadores. Los primeros son quienes generan o detentan un tipo particular de conocimiento, mientras que los segundos son quienes expropian el mismo sin ofrecer ningún tipo de compensación y los terceros se encargan de la resignificación y/o transmisión del conocimiento en cuestión. Dependiendo de cada caso, la explotación cognitiva puede ocurrir de forma voluntaria, legal o no regulada, con diferentes grados de consentimiento. Por tanto, puede hablarse de explotación de conocimientos científicos, informacionales, laborales y tradicionales, como en el caso de la biopiratería. Esto último me lleva a mi siguiente punto.
La noción de conocimiento tradicional entraña un profundo dualismo y es expresión de un sistema de jerarquización epistémica. Aunque el término suele ser empleado “inofensivamente” para nombrar los conocimientos generados en comunidades afro, indígenas y campesinas, reproduce un patrón de poder en el que dichos saberes están en una posición de subordinación ante aquellos conocimientos no tradicionales, ergo, modernos. Este patrón de poder, a su vez, es consecuencia de un fenómeno histórico complejo que se extiende desde la colonización de América hasta nuestros días. Ese fenómeno ha sido definido como colonialidad, la cara no-tan-oculta de la modernidad. Por tanto, para que el capitalismo cognitivo, en tanto economía-mundo del conocimiento, pueda continuar reproduciéndose, necesita de la naturalización y articulación de diferentes jerarquías, no solo epistémicas, sino también raciales, territoriales, culturales, entre otras. Esto crea un imaginario social, un tipo de subjetividad y toda una arquitectura institucional que hace posible la biopiratería. Después de todo, se trata tanto de un acto de aprovechamiento ilícito como de un acto que desvirtúa formas-otras de conocer y hacer mundo importantísimas para cumplir con el imperativo de la sustentabilidad.
Los dos puntos que he abordado brevemente en esta reflexión me permiten comprender el carácter multiplejo y de largo plazo del combate a la biopiratería. En tal sentido, quisiera concluir enunciando dos ideas generales para la discusión sobre cómo luchar contra esta problemática. Por un lado, estimular discusiones sobre otros tipos de economía del conocimiento y sus respectivos marcos legales y normativos. Esto podría hacerse a través de cátedras libres sobre diversidad epistémica y sistemas de propiedad intelectual sui generis. Por otro lado, fomentar una reconceptualización de las políticas de ciencia y tecnología como políticas de conocimientos. Ambas acciones permitirán una revalorización de todos los saberes existentes en un territorio, fortaleciendo al mismo tiempo su relevancia en materia de política pública. Eventualmente, esto implicará el rediseño completo de organismos ministeriales, instancias regionales, marcos legales y programas de formación a todos los niveles del sistema educativo.
Una transformación socio-ecológica para América Latina y el Caribe requiere el compromiso activo con la heterogeneidad constitutiva de la región. Esta transformación es, también, un cambio a nivel ontológico y epistemológico. Las dos ideas enunciadas son solo una muestra del desafío que tenemos por delante. La biopiratería existe porque vivimos en sociedades monoculturales. Para combatirla efectivamente, es necesaria la realización de comunidades interculturales o comunidades transmodernas, como diría el maestro Juan José Bautista. No es un camino fácil de transitar, pero es uno de los caminos que permite hacer visibles historias, subjetividades, lenguajes, conocimientos y naturalezas hasta ahora silenciadas, reprimidas y subalternizadas.
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