Incertidumbre y caos global: la pandemia como crisis del capitalismo
Vivimos una crisis de larga duración que se expresa en recurrentes colapsos en los sistemas monetarios y financieros internacionales, caídas del crecimiento del PIB y recesiones en las economías nacionales.
- Opinión
La crisis de la economía mundial que se entrelaza con la pandemia del Covid-19 y su consustancial confinamiento global no es una crisis cualquiera en el curso de la historia económica del capitalismo. Si bien las recurrentes crisis económico/financieras signan el curso del último siglo, la actual es una crisis sistémica y ecosocietal de larga gestación y duración que lo mismo conjuga la decadencia hegemónica de los Estados Unidos; la exacerbación de las contradicciones sociedad/naturaleza; el agotamiento del ilusorio modelo del crecimiento económico ilimitado; la transición a un nuevo patrón energético (el de las llamadas "energías verdes") y tecnológico (la robotización de la producción y los servicios, el Internet de las cosas, el big data, la nube, la algoritmización, etc.); el híper-endeudamiento de los Estados y la cuantiosa transferencia de recursos públicos a manos privadas; y la pauperización y el avasallamiento de las clases trabajadoras.
Una aclaración es pertinente en el contexto actual: la crisis económica mundial acelerada en el 2020 responde a un declive estructural del capitalismo que se remonta a la rigidez propia de la producción en serie, a los altos volúmenes y la consecuente caída de la productividad; fenómenos experimentados en las principales economías nacionales desde finales de la década de los sesenta.
La transición a la organización flexible para la producción de alto valor, y el mismo proceso de financiarización no lograron remontar esta crisis estructural –que concretamente se tradujo en la reducción de las ganancias y la quiebra masiva de empresas durante los años setenta– y al imponerse un modelo financiero/rentista por encima de la base material y productiva, esos desajustes y desórdenes especulativos derivaron –cuando menos desde 1994– en crisis regionales con repercusiones globales.
Para el 2008, el mantra de la desregulación financiera llegó a su punto más álgido con el estallido de la crisis inmobiliario/financiera y la quiebra de bancos comerciales –por autosaqueo de dueños y accionistas– y de múltiples empresas. Se necesitó recurrir al blanqueo de recursos de procedencia ilícita para lubricar al sistema bancario/financiero y mantener a flote a la economía mundial. Se trata, al ser estructural, de una crisis de larga duración que se expresa en episodios recurrentes de colapsos en los sistemas monetarios y financieros internacionales, caídas del crecimiento del PIB y recesiones en las economías nacionales.
Entonces, la desaceleración económica radicalizada desde marzo del 2020 con los confinamientos globales y la ruptura de las cadenas de valor y suministro es fruto de tendencias históricas acumuladas y que evidencian la fragilidad congénita de la economía mundial. De ahí que, a contracorriente de lo que se hace creer en la industria mediática de la mentira, el coronavirus SARS-CoV-2 no sea el causante de la crisis económica actual, sino que la pandemia es resultado de la crisis del capitalismo y de la acumulación de contradicciones que se recrudecen con la inoperancia, la postración y las ausencias del Estado movido por la ideología del fundamentalismo de mercado.
En décadas anteriores, con el despliegue del pacto social de la segunda post-guerra entre el Estado, el capital y la fuerza de trabajo, la aparente seguridad regía a las sociedades nacionales. Los individuos y colectividades se acostumbraron a ciertas regularidades durante las décadas siguientes. Las sociedades, si bien se exponían a ciertas crisis y catástrofes (terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas, huracanes, colapsos climáticos como el ascenso de las temperaturas), privaba cierto orden que convivía con intermitencias de caos y alejamiento del equilibrio sistémico. La incertidumbre no solo se radicalizó, sino que se erigió en el signo de los tiempos que corren. Y, con ello, la vulnerabilidad se incrementó con la emergencia de fenómenos expuestos a esa incertidumbre.
Lo inédito del caos pandémico es la emergencia de pequeños cambios que detonan efectos sistémicos imprevistos que modifican profundamente el curso y desenlace de los acontecimientos. Esto no significa que la pandemia del Covid-19 fuese un fenómeno inesperado como se pretende hacer creer con la metáfora del “cisne negro”, sino que fue larvado a lo largo del tiempo hasta conformar un todo interrelacionado en sus partes que se renuevan en ese intercambio e influjo.
El caos adquiere el don de la ubicuidad y acelera su presencia en todo espacio local con la intensificación de los procesos de globalización. Se trata de fenómenos dinámicos que no responden a una linealidad, pero propenden a equilibrios no pocas veces efímeros y cambiantes. Pero el caos no es permanentememte destructivo, sino que guarda en sí mismo una lógica generativa en la cual, tras atravesar por los desajustes disruptivos cabe la posibilidad de gestarse un nuevo orden multidireccional que al emerger interconecta el conjunto de sus partes y las expone a fluctuaciones sistémicas.
Si el telón de fondo de la pandemia es la crisis estructural del capitalismo –y de su consustancial sistema mundial–, es necesario comprender que la crisis epidemiológica global se relaciona con una cierta forma de organizar el proceso económico regida por la depredación, el extractivismo extremo y el imperativo del afán de lucro y ganancia.
Entonces el carácter destructivo del capitaloceno se expresa en el desafío que el nuevo coronavirus impone a la vida humana en tanto efecto bumerán que desdobla la naturaleza. La condición última del capitalismo lo es la vida humana, y si ésta es sofocada con el paso implacable del huracán pandémico, entonces el caos destructivo se impone sin darnos pauta para saber cuándo concluirá ni hacia dónde nos conducirá un hecho social total como la pandemia. Esta situación de incertidumbre se acentúa con el generalizado miedo irradiado desde la construcción mediática del coronavirus y desde la misma ciencia que no logra acuerdos ni evade sus cegueras para dar paso a la comprensión multidimensional del nuevo agente patógeno.
De ahí que sea urgente reivindicar el ejercicio del pensamiento crítico para desestabilizar el consenso pandémico y escudriñar en las causas profundas y multidimensionales de los fenómenos. Del mismo modo, es pertinente diseccionar en el comportamiento de la crisis del capitalismo y las bifurcaciones sistémicas que se abren en medio del caos pandémico. Con este cambio de ciclo histórico emergerá no sólo un mundo nuevo, sino uno mayormente expuesto a la incertidumbre y que nos exige la transformación radical de las formas de pensar y de organización humana.
Isaac Enríquez Pérez es investigador de El Colegio Mexiquense, A . C., escritor y autor del libro “La gran reclusión y los vericuetos sociohistóricos del coronavirus. Miedo, dispositivos de poder, tergiversación semántica y escenarios prospectivos.”
Twitter: @isaacepunam
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