La política exterior de Biden post Afganistán: impactos en América Latina

La aplicación de la “guerra híbrida”, soft war y lawfare, así como los golpes de estado, no pudieron impedir la creciente presencia china en la región ni los convenios comerciales con Brasil, Argentina y México.

31/08/2021
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La pandemia y el triste manejo realizado por Donald Trump durante su mandato marcaron una torpe política exterior como no había ocurrido antes. Después de la triste experiencia ocurrida en la que EE. UU rompió con el paradigma del multilateralismo y se encapsuló tercamente dentro de sus fronteras, se peleó con viejos amigos en Europa y la Alianza Atlántica, se salió de la UNESCO, de la OMS y tensó a niveles nunca visto las relaciones políticas y comerciales con China, el advenimiento demócrata preveía vientos de cambio. En ese difícil contexto geopolítico, América Latina no solamente no existió en materia diplomática para la Casa Blanca, sino que las relaciones con los 34 países de la Patria Grande fueron limitados a asuntos muy puntuales como la construcción del Muro fronterizo con México y el incremento de las sanciones a los gobiernos de Cuba, Venezuela y Nicaragua.

 

Con el nuevo gobierno demócrata, se esperaba una recomposición de la diplomacia norteamericana por parte de un nuevo presidente que contaba con una larga trayectoria como congresista en la Comisión de Relaciones Exteriores del Congreso y como vicepresidente de los Estados Unidos durante la administración Obama (2009-2017). Se esperaba la recomposición, rearticulación y al menos plantear una salida mas acorde con las necesidades geopolíticas en un mundo post pandemia, particularmente en sus relaciones políticas y económicas con China. En los primeros meses, el nuevo presidente definió sus estructuras y cuadros diplomáticos con la presencia de gente joven, tecnócrata y con relativa experiencia. Había esperanzas de esfuerzos por un nuevo orden mundial más previsible y menos conflictivo.

 

Apenas se produjo la ruptura de la situación geopolítica internacional en Asia Central, Biden comete un grave error que es respondido por el rápido descalabro de la situación y de su presencia política y militar en Afganistán1, lo que puede incorporarse muy temprano a su triste legado presidencial en materia de relaciones internacionales. No solamente es una evidente derrota en el marco de la guerra contra el terrorismo que promovió EE. UU en las últimas dos décadas. Constituye también el fracaso de su experiencia en la construcción de estados (nation building) y gobernanza, que tendrá efectos sobre los impulsos que haga o proponga en el futuro en América Latina (nuevamente los casos de Cuba, Venezuela, Nicaragua), o los intercambios que pretendía hacer con Brasil como posible aliado estratégico de la OTAN, para que este descarte la tecnología china Huawei. Además, en el frente doméstico, acarreará otras consecuencias. Se caracterizará por la continuación de la disputa entre el partido demócrata y el republicano, entre civiles y militares, entre red skins y el resto de la población norteamericana más cercana al statu quo.

 

Pero de paso, constituye una gran derrota a la guerra global contra el narcotráfico que han venido impulsando diversos gobiernos norteamericanos, pues los Talibanes dependen de la economía de la heroína2. Esto determina consecuencias en el caso de la industria de la cocaína procedente de la región andina: menor legitimidad a los esfuerzos policiales y de inteligencia promovidos por Washington y una mayor amenaza de la presencia de actores irregulares en países como México y Colombia, donde los Acuerdos de Paz y el desarrollo del narcotráfico penden de un hilo.

 

Ahora bien, más allá de las implicancias geopolíticas extra regionales del descalabro del régimen pronorteamericano de Kabul, desde hace algunos años la situación política en América Latina se venía modificando en detrimento de los intereses norteamericanos tradicionales3 en materia de democracia, libre comercio y seguridad estratégicas. A pesar de los esfuerzos realizados por las agencias del entramado político militar de Washington en la región para mantener y favorecer sus intereses, no parecen haber sido suficientes para mantener el status quo. La aplicación de diversas experiencias de la “guerra híbrida”, soft war y lawfare, desde los affaires ocurridos en Honduras (2009), Paraguay, el Brasil de Roussef y la Bolivia de Evo Morales (2019), no pudieron impedir la creciente presencia china en la región con suscripción de convenios comerciales con Brasil, Argentina y México, además de otros países de la región.

 

Ni los gurúes académicos, ni los mayores think tank norteamericanos han podido prevenir el advenimiento de la segunda oleada progresista con los triunfos de partidos opositores y/o progresistas en Bolivia, Chile, Perú, y las posibilidades que se ciernen sobre Brasil y Colombia el 2022. La pandemia demostró el retorno del Estado: era mentira que el mercado triunfó de manera irreversible. Se hace prever la redefinición de una renovada arquitectura multilateral regional: UNASUR, CELAC. ¿Los retos?: salir de la dependencia a los commodities y una nueva industrialización. En búsqueda de una nueva alineación activa y altiva, como principio rector de las relaciones interamericanas.

 

https://www.alainet.org/es/articulo/213613
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