La izquierda domina la cultura, pero el mundo sigue siendo de los bancos
Si el debate sobre los grandes procesos sociales de nuestro tiempo favorece a la izquierda, no ocurre lo mismo cuando se trata de discusiones sobre el sistema económico.
- Opinión
“Hay una gran pobreza intelectual por parte de la derecha”, dice Héctor Béjar en nuestro último dossier, Un mapa del presente en América Latina: entrevista con Héctor Béjar. “Hay una carencia de intelectuales de derecha en todas partes”.
Béjar habla con mucha autoridad sobre estos temas porque, durante los últimos sesenta años, ha estado íntimamente involucrado en los debates intelectuales y políticos que han tenido lugar en su Perú natal y en toda América Latina. “En el mundo cultural, la izquierda lo tiene todo, la derecha no tiene nada”, señala. Cuando se trata de los grandes debates culturales de nuestro tiempo, que se manifiestan en la esfera política en torno a los cambios sociales (los derechos de las mujeres y de las minorías, la responsabilidad con la naturaleza y con la supervivencia humana, etc.), el puntero de la historia se inclina casi totalmente hacia la izquierda. Es difícil encontrar un intelectual de derecha que pueda justificar la destrucción de la naturaleza o la violencia histórica contra los pueblos indígenas en América.
La apreciación de Béjar me recordó una conversación que mantuve el año pasado con Giorgio Jackson en Santiago (Chile). Jackson —que será ministro secretario general de la Presidencia de Gabriel Boric— me dijo que la agenda de la izquierda más amplia se impone con facilidad en muchas cuestiones sociales clave. A pesar de las profundas raíces del conservadurismo en gran parte de la sociedad latinoamericana, a estas alturas está bastante claro que hay una mayoría de personas —sobre todo jóvenes— que no toleran las rigideces del racismo y el sexismo. Si bien esto es cierto, también es cierto que la estructura objetiva de las relaciones económicas, como la naturaleza de la migración y el trabajo doméstico, reproduce todas las viejas jerarquías en formas que la gente podría no querer reconocer, y que mantienen la severidad del racismo y el sexismo. Béjar y Jackson estarían de acuerdo en que ni en Perú, ni en Chile, ni en muchas partes de América Latina, un/a intelectual podría hacer una defensa creíble de las ideas sociales reaccionarias.
Héctor Béjar no solo es un destacado intelectual de izquierda en América Latina, sino que, durante algunas semanas en 2021, fue el ministro de Relaciones Exteriores del presidente Pedro Castillo en Perú. La brevedad de su mandato se entiende por el escaso espacio de maniobra que tiene el gobierno de Castillo, ya que se ejerció una presión inmediata e inmensa para sacar de su gobierno al intelectual de izquierda más respetado del Perú. La base de esa presión es doble: en primer lugar, que la clase dominante peruana se mantiene en el poder a pesar de la victoria electoral de Castillo, un líder sindical y docente que se presentó con una plataforma mucho más a la izquierda de lo que ha podido poner en práctica, y, en segundo lugar, que Perú es, como dijo Béjar, «un país dominado desde el exterior». La palabra «extranjero» se entiende claramente en América Latina: significa Estados Unidos.
Aunque las y los intelectuales de la derecha tienen una visión desgastada —el más famoso de ellos es el novelista y profesor Mario Vargas Llosa—, son estxs escritores y pensadores quienes reflejan los puntos de vista de la oligarquía peruana y de los «backroom boys» de Washington, como los llama Noam Chomsky. Ser el espejo del poder permite que las ideas estériles de los intelectuales de derecha parezcan razonables y que estas ideas sigan dando forma a nuestras instituciones y estructuras socioeconómicas. Para quienes no lo sepan, Vargas Llosa apoyó públicamente la fallida candidatura presidencial de José Antonio Kast en Chile. El padre de Kast fue un teniente nazi y su hermano fue uno de los Chicago Boys que desarrollaron las políticas económicas neoliberales implementadas durante la dictadura cívico-militar de Augusto Pinochet, a quien Kast sigue alabando.
Si el debate sobre los grandes procesos sociales de nuestro tiempo favorece a la izquierda, no ocurre lo mismo cuando se trata de discusiones sobre el sistema económico. Como dice Béjar, «el mundo sigue siendo de los bancos». Son los intelectuales de los bancos —como los profesores que repiten las consignas de «liberalización del mercado» y «elección personal» como tapadera para justificar el poder, los privilegios y la propiedad de una ínfima minoría— los que controlan la propiedad intelectual y las finanzas. Los intelectuales de la banca no se preocupan por los profundos costos que paga el pueblo por sus ideas en quiebra. Cuestiones relevantes —como el abuso tributario mundial (que cuesta a los gobiernos casi 500.000 millones de dólares al año), los paraísos fiscales ilícitos que albergan billones de dólares improductivos y la gran desigualdad social que ha generado un sufrimiento masivo— rara vez figuran entre las preocupaciones de los intelectuales de la banca. Aunque la derecha sea «intelectualmente pobre», sus ideas siguen enmarcando la política socioeconómica en todo el mundo.
Resulta fascinante acercarse a las ideas de alguien tan erudito como Héctor Béjar. La profunda entrevista que aparece en nuestro dossier sugiere muchas líneas de investigación, algunas de las cuales requieren nuestra atención urgente para un análisis más profundo y otras que son simplemente puntos para anotar mientras construimos una evaluación adecuada de por qué las ideas de la derecha siguen siendo dominantes. Por supuesto, la razón más importante es que las fuerzas políticas de la derecha siguen teniendo el poder en la mayor parte del mundo. Estas fuerzas apoyan las ideas de la derecha con su generosidad a través de fundaciones, construyendo think tanks (centros de pensamiento) y financiando universidades para ahogar el análisis realista de los tópicos del poder. Béjar señala que el pensamiento intelectual en las instituciones académicas sufre de una cultura que desalienta el riesgo y —debido al retroceso de la financiación pública democrática— se vuelve adicto a los fondos de la élite poderosa.
Más allá de estas limitaciones institucionales, las ideas de la derecha prevalecen porque no se ha hecho suficiente recuento de lo repulsivo de la historia en dos ejes. En primer lugar, América Latina, al igual que otras partes del mundo antiguamente colonizado, sigue siendo presa de una «mentalidad colonial». Esta mentalidad sigue alimentándose intelectualmente de las ideas dominantes en Occidente y no de las ideas emancipadoras que existen tanto en el pensamiento occidental como en las largas historias de países como Perú (como la obra de José Carlos Mariátegui). Un ejemplo de cómo se manifiesta esta limitación, dice Béjar, es la forma en que entendemos la idea de «inversionista». Resulta que, en muchos países, como Perú, los principales inversores no son los bancos multinacionales, sino los y las emigrantes de clase trabajadora que envían remesas a su país. Sin embargo, cuando se habla de un «inversionista», la imagen que surge es la de un banquero occidental y no la de un trabajador o trabajadora peruana en Japón o Estados Unidos. En segundo lugar, países como Perú han dado impunidad a quienes participaron y se beneficiaron de la época de las dictaduras, durante la cual las élites se apropiaron de aún más riqueza de la sociedad que antes. Ninguno de los regímenes políticos de Perú desarrolló una agenda para desmontar el poder de las élites de la dictadura tras su finalización formal. En consecuencia, esas élites económicas extraordinariamente poderosas, con sus estrechos vínculos con Estados Unidos, siguen estando a cargo de las palancas políticas del Estado. El Estado peruano, dice Béjar, «es un Estado colonizado por las empresas», y «cualquiera que pretenda gestionar el Estado se encontrará con un Estado corrupto». Son palabras fuertes y contundentes.
La claridad de Béjar, y la de otros miles de intelectuales como él, son la prueba de que la batalla de ideas está viva. Lxs intelectuales de la derecha —caracterizados por su «gran mediocridad», como dice Béjar— no tienen vía libre para definir el mundo. Se necesitan debates serios para reivindicar un lado mejor de la historia. Eso es lo que hacemos en Instituto Tricontinental de Investigación Social.
Cuando escuchaba a Béjar hablar, me vino a la mente la última parábola de Espejos: Una historia casi universal (2008) de Eduardo Galeano, titulada «Objetos perdidos». Aquí está, un recordatorio de lo que se esconde:
El siglo veinte, que nació anunciando paz y justicia, murió bañado en sangre y dejó un mundo mucho más injusto que el que había encontrado.
El siglo veintiuno, que también nació anunciando paz y justicia, está siguiendo los pasos del siglo anterior.
Allá en mi infancia, yo estaba convencido de que a la luna iba a parar todo lo que en la tierra se perdía. Sin embargo, los astronautas no han encontrado sueños peligrosos, ni promesas traicionadas, ni esperanzas rotas.
Si no están en la luna, ¿dónde están?
¿Será que en la tierra no se perdieron?
¿Será que en la tierra se escondieron?
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