Se llora a Chávez, se celebra la revolución
Reflexiones sobre el pensamiento chavista
06/03/2013
- Opinión
Bolivarismo, Socialismo del Siglo XXI, debates sobre la Democracia y el rol del Estado. Todo esto fue Chávez. Y lo fue todo al mismo tiempo que puso carne y sangre para pensar, militar, actuar, gestionar y transformar en lo político, social y cultural a Venezuela.
Debo decirlo. Mi relación con lo que Chávez representó fue variando. Y sí, no siempre fue la mejor. Hasta que lo entendí, y entendí la necesidad, importancia y legitimidad de su liderazgo.
Bajo la influencia de un pensamiento de base liberal institucionalista que discursivisa la igualdad sin ponerle el cuerpo a la lucha por la reducción de las diferencias, la emergencia de aquel militar singularmente populachero era difícil de interpretar y, mucho más, de aceptar.
Eran épocas de neoliberalismo acérrimo en las relaciones sociales, y de posibilismo a ultranza en la práctica política. En Argentina, la exacerbación obscena del menemato -que dejó a cientos sumergidos en el hambre y la ausencia de proyecciones- permitía la resistencia retórica de juveniles sectores clasemedieros y simplificaba los alcances concretos de la resistencia: marchas callejeras cargadas de consignas y acompañadas de un seguro retorno al hogar dejaba a nuestras conciencias tranquilas; y a las paupérrimas condiciones de existencia de millares de anónimos intocables.
En ese contexto, la reflexión desde el progresismo socialdemócrata de cuño europeo -toda una marca epistemológica- hacía de Chávez un problema: en lo cultural, se interpretaba como el líder mesiánico que guiaba a masas incultas en su beneficio. Así, desde las estigmatizaciones intelectualoides de Perón y Vargas a la comparación con el Trujillato era válido para referenciarlo.
A la par, la memoria reciente argentina cargaba con la “hijoputez milica” que cercenó vidas y sueños, que implicaba que su pertenencia a las fuerzas armadas -y el carácter de su levantamiento en 1992- lo convirtieran casi en un dictador abalanzado sobre las democracias de la región.
Hasta que algo pasó. Y esto no es una abstracción, sino que tomó materializaciones concretas.
Mejor dicho, pasaron tres cosas.
Por un lado, la aplicación de políticas que avanzaron en mejorar las condiciones concretas de los venezolanos y venezolanas: vivienda, salud, educación. En definitiva, vida digna. Y sí, rompiendo con las buenas formas de la democracia parlamentaria institucional.
En segundo lugar, el impulso a la construcción diaria de la Patria Grande, por sobre las diferencias coyunturales de las lógicas internas de cada país y entendiendo que los límites artificiales poco pueden frente a la sangre que riega la tierra. Así apareció y se consolidó la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), y se revitalizó el Mercado Común del Sur (Mercosur).
Por otro, la construcción de un pensamiento profundo que sostuvo esas medidas y que le da presente y futuro a la revolución bolivariana.
Es sobre esto que deseo detenerme de manera principal, porque permite entender cómo y porqué Hugo Chávez se convirtió, por lo menos en mi caso, en el comandante y compañero Hugo Chávez Frías.
Hugo Chávez Frías simboliza la emergencia del pensamiento regional del cambio de época, que se construye en la recuperación y resignificación de las bases emancipatorias decimonónicas, las críticas anticapitalistas de cuño marxista, y la reflexión latinoamericana autoafirmada y autodeterminada que toma al sujeto como base apriorística.
Esta construcción de sentido se expresó en diversas formas y producciones. De manera declamativa puede sintetizarse en aquel “Al Carajo” marplatense que enterró la pretensión libre comercial estadounidense. Pero también se sistematizó en presentaciones que dan lugar a hablar de un pensamiento boliviariano que da sustento a lo que denominó Socialismo del Siglo XXI.
El análisis de estas piezas permite determinar algunos aspectos centrales del pensamiento de Chávez: El Bolivarismo como sincretismo de ideas, el modelo propio y la democracia en América Latina
El Bolivarismo como sincretismo de ideas
Es habitual que cuando se pregunta acerca del soporte ideológico de Chávez, el sentido común dominante lo describa como socialista, nacionalista o populista; y hasta un poco de todo eso a la vez.
Si bien en él aparecen aspectos que podrían responder a cualquiera y a todas estas categorías, avanzar en el análisis del pensamiento que nutre a lo que se conoce como Socialismo del Siglo XXI implica entenderlo como una construcción derivada de las realidades vividas y que atravesaron a América Latina, pero que a su vez proyecta la América Latina deseada.
Esto permite una primera aproximación que sirve para definirlo como una construcción novedosa, que va a tomar categorías y modelos de diversas vertientes para reformularlas y, al problematizarlas con las ideas propias, resignificarlas a la luz de América Latina.
Aparece entonces una dimensión inicial, que toma la forma de desafío: la construcción de un sistema ideológico propio, que en el caso de Chávez y el Socialismo del Siglo XXI, se va a sintetizar en el Bolivarismo, y que constituye, como el propio Chávez señaló en sus diálogos con Agustín Blanco Muñoz, “nuestra inspiración ideológica. Esto sin excluir a cualquier otro pensador bien sea de esa otra época o la de hoy, de Venezuela o de cualquier parte del mundo. Aceptamos las corrientes libres de pensamientos que nos han llegado o que nos puedan llegar en un futuro. Pero como sistema ideológico, esos son los signos o puntos de ese sistema ideológico que estamos tratando de presentar: revolucionario en la praxis pero con bandera ideológica propia. Como decía nuestro Simón Rodríguez: Es necesario crearse un símbolo ideológico propio”.
El Bolivarismo, entonces, va a expresar un modelo propio; las concepciones respecto del capitalismo y el socialismo como los grandes modelos que dominaron la historia del Siglo XX; la visión de la democracia en América Latina; y el rol del Estado.
El modelo propio
La propuesta de revolución latinoamericanista implica el establecimiento de modelos distintos al capitalismo y al socialismo. En este sentido Chávez planteó que “el modelo que nosotros estamos diseñando, inventando, seguramente tiene elementos del socialismo, del capitalismo, del ser humano. Desde ese punto de vista, por ejemplo, el modelo económico lo hemos llamado Humanista… Y está compuesto por tres gruesos factores: uno es el Estado, y la necesidad de un Estado eficaz, que regule, impulse, promueva, el proceso económico; otro, la necesidad de un mercado, pero que sea sano, donde de verdad se cumplan relativamente las leyes de oferta y demanda, no un mercado monopolizado ni oligopolizado.
Y el tercer factor: el hombre, el ser humano. Por eso es que hemos hablado de un proyecto de economía humanista. Allí hay sin duda distintos elementos. No es un modelo puro, nuevo, totalmente original sino que toma elementos de los diversos modelos, de diversas corrientes, que en los últimos 200 años han estado imperando en el mundo. Pero eso se mantiene en nuestros proyectos, en el proyecto de transición”.
Explicitar la centralidad del ser humano permite a su vez distinguir la presencia de un a priori antropológico, es decir una determinación previa que implica tanto la valoración como la autovaloración del sujeto.
En este modelo humanista también cobra centralidad el rol Estado, al que consideró que “debe ser propietario de las empresas estratégicas, las industrias básicas, el petróleo en primer lugar…Debe ser del Estado, pero -claro- de otro Estado, no de este Estado. Debe ser administrada con otro criterio, otro perfil estratégico”.
En su propuesta de ruptura con el capitalismo hegemónico, aparece un cierto acercamiento a propuestas de sectores de izquierda. Más allá de esto, el modelo humanista también es distinto al marxismo, y esto responde a la pretensión y necesidad de construcción de un modelo ideológico propio, en el cual los aportes de aquellas corrientes se sinteticen con las miradas genuinas.
Esto se visualiza cuando Chávez afirmó que “al Frente Nacional Bolivariano le gustaría contar con muchos marxistas... siempre y cuando no caigamos en el radicalismo político. Creo que se impone la unidad de esas corrientes que son revolucionarias marxistas, marxistas cristianas revolucionarias, bolivarianas revolucionarias para buscar un camino auténticamente revolucionario pero propio a nuestra realidad, propio a nuestra idiosincrasia, a nuestras metas y posibilidades”.
Este planteo alcanza mayor claridad, en términos de práctica y acción política, cuando consideró que “Marx recoge corrientes históricas de una época, las reelabora y he allí su genio, las contextualiza, la teoriza y lanza su tesis que tomó vigor y recorrió medio mundo. Yo no diría que el marxismo ha muerto. Se derrumbó un modelo que se trató de llevar a la práctica y vemos el resultado. Ahora, como método de análisis histórico de la sociedad, como bandera de luchas de sectores sociales y políticos de América Latina y el mundo, tiene validez. Hay cosas que no comparto del marxismo, sobre todo en la praxis que se desarrolló, pero como bandera ideológica creo que tiene vigencia y que todavía es idea-fuerza de sectores revolucionarios, luchadores”.
La democracia en América Latina
El tema de la democracia es uno de los puntos claves en el debate en torno a las características de los procesos de liberación -o emancipatorios, de acuerdo a la perspectiva epistémica que se asuma- en curso en América Latina, los cuales, muchas veces, son catalogados como antidemocráticos.
A esta acusación, generalmente proveniente desde las minorías dominantes, subyace el hecho que, históricamente, la democracia en América Latina se redujo sólo a una versión de ella, la representativa liberal.
Como afirma Florencia Ferreira de Cassone, docente e investigadora en la Universidad Nacional de Cuyo, “para el Liberalismo, la única alternativa legítima de organización social era la democracia representativa y constitucional, dentro de matices que oscilaban del conservadorismo al populismo, pero siempre como la única forma que consagraba la república y el Estado de derecho, con su repertorio de garantías para la participación y la libertad. Este proceso, que debería evolucionar en un grado cada vez mayor de perfección, se convirtió en el único cauce para el desarrollo de las instituciones políticas iberoamericanas”.
Profundizando respecto del derrotero de la democracia en América Latina, también el politólogo argentino Atilio Borón esboza los reduccionismos con que este sistema se estableció en la región.
En un diálogo imaginario con Aristóteles, Borón pone en boca del filósofo griego su concepción respecto de la democracia: “debo confesar que estos regímenes que ustedes con mucha ligereza denominan ‘democracias latinoamericanas’, en rigor de verdad, son oligarquías o plutocracias, es decir, gobiernos de minorías en provecho de ellas mismas. En realidad, el componente ‘democrático’ de esas formaciones deriva mucho menos de lo que son que del simple hecho de que surgieron con la caída de las dictaduras de seguridad nacional y recuperaron algunas de las libertades conculcadas en los años setentas, pero de ninguna manera llegaron a instituir, más allá de sus apariencias y rasgos más formales, un régimen genuinamente democrático. Por lo tanto, si su caracterización como ‘plutocracias’ u ‘oligarquías’ les parece demasiado radical o les resulta indigesta…sugiero entonces otro nombre: ‘regímenes post-dictatoriales’. Pero ‘democracias’, jamás”.
Con estas referencias, es hacia la ampliación de la democracia a lo que aspira el Bolivarismo. En este proceso aparece primero la consideración de clausura del modelo dominante, explicitado por Chávez al señalar que “en cuanto al concepto de esta democracia liberal, creo que pasó su tiempo y es un fenómeno que se presenta en algunos países con unos picos más altos que otros. Creo que es el fin también, de un paradigma, la democracia liberal y su época”.
Ahora bien, el cierre de época que significa el agotamiento de la democracia liberal, impone el interrogante respecto del orden que vendrá a reemplazarla. El mismo Chávez indicó la existencia de incógnitas, como las posibilidades de retorno de dictaduras militares, la aparición de modelos de democracia popular, la instauración de gobiernos de corte popular revolucionarios, y hasta combinaciones de ambas.
Pero estas incógnitas acerca del modelo sucesor no implican que la opción elegida sea la antidemocrática, sino que, como entiende Chávez, “la democracia es como un mango, si estuviese verde hubiese madurado. Pero está podrida y lo que hay que hacer es tomarlo como semilla, que tiene el germen de la vida, sembrarla y entonces abonarla para que crezca una nueva planta y una nueva situación, en una Venezuela distinta”.
Vinculado al tema de la democracia, aparece el debate respecto del camino para trascender de la forma representativa liberal a otras formas de ampliación de la democracia.
Ante la disyuntiva entre revolución y reforma, el planteo Bolivariano es el de la articulación de ambas, y su consideración no como dicotómicas sino como fases de un mismo proceso, atado a factores y variables muy diversas que como sostuvo el Comandante, “favorecen, retardan o impulsan un proceso revolucionario, o de transformación, que no tiene fin”.
Bajo la influencia de un pensamiento de base liberal institucionalista que discursivisa la igualdad sin ponerle el cuerpo a la lucha por la reducción de las diferencias, la emergencia de aquel militar singularmente populachero era difícil de interpretar y, mucho más, de aceptar.
Eran épocas de neoliberalismo acérrimo en las relaciones sociales, y de posibilismo a ultranza en la práctica política. En Argentina, la exacerbación obscena del menemato -que dejó a cientos sumergidos en el hambre y la ausencia de proyecciones- permitía la resistencia retórica de juveniles sectores clasemedieros y simplificaba los alcances concretos de la resistencia: marchas callejeras cargadas de consignas y acompañadas de un seguro retorno al hogar dejaba a nuestras conciencias tranquilas; y a las paupérrimas condiciones de existencia de millares de anónimos intocables.
En ese contexto, la reflexión desde el progresismo socialdemócrata de cuño europeo -toda una marca epistemológica- hacía de Chávez un problema: en lo cultural, se interpretaba como el líder mesiánico que guiaba a masas incultas en su beneficio. Así, desde las estigmatizaciones intelectualoides de Perón y Vargas a la comparación con el Trujillato era válido para referenciarlo.
A la par, la memoria reciente argentina cargaba con la “hijoputez milica” que cercenó vidas y sueños, que implicaba que su pertenencia a las fuerzas armadas -y el carácter de su levantamiento en 1992- lo convirtieran casi en un dictador abalanzado sobre las democracias de la región.
Hasta que algo pasó. Y esto no es una abstracción, sino que tomó materializaciones concretas.
Mejor dicho, pasaron tres cosas.
Por un lado, la aplicación de políticas que avanzaron en mejorar las condiciones concretas de los venezolanos y venezolanas: vivienda, salud, educación. En definitiva, vida digna. Y sí, rompiendo con las buenas formas de la democracia parlamentaria institucional.
En segundo lugar, el impulso a la construcción diaria de la Patria Grande, por sobre las diferencias coyunturales de las lógicas internas de cada país y entendiendo que los límites artificiales poco pueden frente a la sangre que riega la tierra. Así apareció y se consolidó la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) y la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), y se revitalizó el Mercado Común del Sur (Mercosur).
Por otro, la construcción de un pensamiento profundo que sostuvo esas medidas y que le da presente y futuro a la revolución bolivariana.
Es sobre esto que deseo detenerme de manera principal, porque permite entender cómo y porqué Hugo Chávez se convirtió, por lo menos en mi caso, en el comandante y compañero Hugo Chávez Frías.
Hugo Chávez Frías simboliza la emergencia del pensamiento regional del cambio de época, que se construye en la recuperación y resignificación de las bases emancipatorias decimonónicas, las críticas anticapitalistas de cuño marxista, y la reflexión latinoamericana autoafirmada y autodeterminada que toma al sujeto como base apriorística.
Esta construcción de sentido se expresó en diversas formas y producciones. De manera declamativa puede sintetizarse en aquel “Al Carajo” marplatense que enterró la pretensión libre comercial estadounidense. Pero también se sistematizó en presentaciones que dan lugar a hablar de un pensamiento boliviariano que da sustento a lo que denominó Socialismo del Siglo XXI.
El análisis de estas piezas permite determinar algunos aspectos centrales del pensamiento de Chávez: El Bolivarismo como sincretismo de ideas, el modelo propio y la democracia en América Latina
El Bolivarismo como sincretismo de ideas
Es habitual que cuando se pregunta acerca del soporte ideológico de Chávez, el sentido común dominante lo describa como socialista, nacionalista o populista; y hasta un poco de todo eso a la vez.
Si bien en él aparecen aspectos que podrían responder a cualquiera y a todas estas categorías, avanzar en el análisis del pensamiento que nutre a lo que se conoce como Socialismo del Siglo XXI implica entenderlo como una construcción derivada de las realidades vividas y que atravesaron a América Latina, pero que a su vez proyecta la América Latina deseada.
Esto permite una primera aproximación que sirve para definirlo como una construcción novedosa, que va a tomar categorías y modelos de diversas vertientes para reformularlas y, al problematizarlas con las ideas propias, resignificarlas a la luz de América Latina.
Aparece entonces una dimensión inicial, que toma la forma de desafío: la construcción de un sistema ideológico propio, que en el caso de Chávez y el Socialismo del Siglo XXI, se va a sintetizar en el Bolivarismo, y que constituye, como el propio Chávez señaló en sus diálogos con Agustín Blanco Muñoz, “nuestra inspiración ideológica. Esto sin excluir a cualquier otro pensador bien sea de esa otra época o la de hoy, de Venezuela o de cualquier parte del mundo. Aceptamos las corrientes libres de pensamientos que nos han llegado o que nos puedan llegar en un futuro. Pero como sistema ideológico, esos son los signos o puntos de ese sistema ideológico que estamos tratando de presentar: revolucionario en la praxis pero con bandera ideológica propia. Como decía nuestro Simón Rodríguez: Es necesario crearse un símbolo ideológico propio”.
El Bolivarismo, entonces, va a expresar un modelo propio; las concepciones respecto del capitalismo y el socialismo como los grandes modelos que dominaron la historia del Siglo XX; la visión de la democracia en América Latina; y el rol del Estado.
El modelo propio
La propuesta de revolución latinoamericanista implica el establecimiento de modelos distintos al capitalismo y al socialismo. En este sentido Chávez planteó que “el modelo que nosotros estamos diseñando, inventando, seguramente tiene elementos del socialismo, del capitalismo, del ser humano. Desde ese punto de vista, por ejemplo, el modelo económico lo hemos llamado Humanista… Y está compuesto por tres gruesos factores: uno es el Estado, y la necesidad de un Estado eficaz, que regule, impulse, promueva, el proceso económico; otro, la necesidad de un mercado, pero que sea sano, donde de verdad se cumplan relativamente las leyes de oferta y demanda, no un mercado monopolizado ni oligopolizado.
Y el tercer factor: el hombre, el ser humano. Por eso es que hemos hablado de un proyecto de economía humanista. Allí hay sin duda distintos elementos. No es un modelo puro, nuevo, totalmente original sino que toma elementos de los diversos modelos, de diversas corrientes, que en los últimos 200 años han estado imperando en el mundo. Pero eso se mantiene en nuestros proyectos, en el proyecto de transición”.
Explicitar la centralidad del ser humano permite a su vez distinguir la presencia de un a priori antropológico, es decir una determinación previa que implica tanto la valoración como la autovaloración del sujeto.
En este modelo humanista también cobra centralidad el rol Estado, al que consideró que “debe ser propietario de las empresas estratégicas, las industrias básicas, el petróleo en primer lugar…Debe ser del Estado, pero -claro- de otro Estado, no de este Estado. Debe ser administrada con otro criterio, otro perfil estratégico”.
En su propuesta de ruptura con el capitalismo hegemónico, aparece un cierto acercamiento a propuestas de sectores de izquierda. Más allá de esto, el modelo humanista también es distinto al marxismo, y esto responde a la pretensión y necesidad de construcción de un modelo ideológico propio, en el cual los aportes de aquellas corrientes se sinteticen con las miradas genuinas.
Esto se visualiza cuando Chávez afirmó que “al Frente Nacional Bolivariano le gustaría contar con muchos marxistas... siempre y cuando no caigamos en el radicalismo político. Creo que se impone la unidad de esas corrientes que son revolucionarias marxistas, marxistas cristianas revolucionarias, bolivarianas revolucionarias para buscar un camino auténticamente revolucionario pero propio a nuestra realidad, propio a nuestra idiosincrasia, a nuestras metas y posibilidades”.
Este planteo alcanza mayor claridad, en términos de práctica y acción política, cuando consideró que “Marx recoge corrientes históricas de una época, las reelabora y he allí su genio, las contextualiza, la teoriza y lanza su tesis que tomó vigor y recorrió medio mundo. Yo no diría que el marxismo ha muerto. Se derrumbó un modelo que se trató de llevar a la práctica y vemos el resultado. Ahora, como método de análisis histórico de la sociedad, como bandera de luchas de sectores sociales y políticos de América Latina y el mundo, tiene validez. Hay cosas que no comparto del marxismo, sobre todo en la praxis que se desarrolló, pero como bandera ideológica creo que tiene vigencia y que todavía es idea-fuerza de sectores revolucionarios, luchadores”.
La democracia en América Latina
El tema de la democracia es uno de los puntos claves en el debate en torno a las características de los procesos de liberación -o emancipatorios, de acuerdo a la perspectiva epistémica que se asuma- en curso en América Latina, los cuales, muchas veces, son catalogados como antidemocráticos.
A esta acusación, generalmente proveniente desde las minorías dominantes, subyace el hecho que, históricamente, la democracia en América Latina se redujo sólo a una versión de ella, la representativa liberal.
Como afirma Florencia Ferreira de Cassone, docente e investigadora en la Universidad Nacional de Cuyo, “para el Liberalismo, la única alternativa legítima de organización social era la democracia representativa y constitucional, dentro de matices que oscilaban del conservadorismo al populismo, pero siempre como la única forma que consagraba la república y el Estado de derecho, con su repertorio de garantías para la participación y la libertad. Este proceso, que debería evolucionar en un grado cada vez mayor de perfección, se convirtió en el único cauce para el desarrollo de las instituciones políticas iberoamericanas”.
Profundizando respecto del derrotero de la democracia en América Latina, también el politólogo argentino Atilio Borón esboza los reduccionismos con que este sistema se estableció en la región.
En un diálogo imaginario con Aristóteles, Borón pone en boca del filósofo griego su concepción respecto de la democracia: “debo confesar que estos regímenes que ustedes con mucha ligereza denominan ‘democracias latinoamericanas’, en rigor de verdad, son oligarquías o plutocracias, es decir, gobiernos de minorías en provecho de ellas mismas. En realidad, el componente ‘democrático’ de esas formaciones deriva mucho menos de lo que son que del simple hecho de que surgieron con la caída de las dictaduras de seguridad nacional y recuperaron algunas de las libertades conculcadas en los años setentas, pero de ninguna manera llegaron a instituir, más allá de sus apariencias y rasgos más formales, un régimen genuinamente democrático. Por lo tanto, si su caracterización como ‘plutocracias’ u ‘oligarquías’ les parece demasiado radical o les resulta indigesta…sugiero entonces otro nombre: ‘regímenes post-dictatoriales’. Pero ‘democracias’, jamás”.
Con estas referencias, es hacia la ampliación de la democracia a lo que aspira el Bolivarismo. En este proceso aparece primero la consideración de clausura del modelo dominante, explicitado por Chávez al señalar que “en cuanto al concepto de esta democracia liberal, creo que pasó su tiempo y es un fenómeno que se presenta en algunos países con unos picos más altos que otros. Creo que es el fin también, de un paradigma, la democracia liberal y su época”.
Ahora bien, el cierre de época que significa el agotamiento de la democracia liberal, impone el interrogante respecto del orden que vendrá a reemplazarla. El mismo Chávez indicó la existencia de incógnitas, como las posibilidades de retorno de dictaduras militares, la aparición de modelos de democracia popular, la instauración de gobiernos de corte popular revolucionarios, y hasta combinaciones de ambas.
Pero estas incógnitas acerca del modelo sucesor no implican que la opción elegida sea la antidemocrática, sino que, como entiende Chávez, “la democracia es como un mango, si estuviese verde hubiese madurado. Pero está podrida y lo que hay que hacer es tomarlo como semilla, que tiene el germen de la vida, sembrarla y entonces abonarla para que crezca una nueva planta y una nueva situación, en una Venezuela distinta”.
Vinculado al tema de la democracia, aparece el debate respecto del camino para trascender de la forma representativa liberal a otras formas de ampliación de la democracia.
Ante la disyuntiva entre revolución y reforma, el planteo Bolivariano es el de la articulación de ambas, y su consideración no como dicotómicas sino como fases de un mismo proceso, atado a factores y variables muy diversas que como sostuvo el Comandante, “favorecen, retardan o impulsan un proceso revolucionario, o de transformación, que no tiene fin”.
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Facultad de Periodismo y Comunicación Social. Universidad Nacional de La Plata.
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