El ejemplo japonés
14/03/2013
- Opinión
Mientras que las autoridades europeas se empeñan en actuar afirmando que no hay más alternativa que la austeridad y el fundamentalismo que nos ha llevado a una segunda recesión, el primer ministro japonés, Shinzo Abe, ha demostrado que eso es completamente falso, poniendo en marcha un amplio incremento del gasto público (a pesar de que la deuda pública de Japón es de 220% del producto interno bruto) y haciendo que el banco central lo financie.
Comenzó, cuando era solo candidato, pidiendo al Banco Central del Japón “humildad para ayudar al país” y ha terminado llevando a cabo una auténtica intervención para obligarle a realizar una política monetaria que ayude a levantar la economía y a recuperar la actividad y el empleo, en lugar de seguir condenándola a la depresión en aras de mantener la estabilidad de los precios.
Abe ha obligado al banco central japonés a que revise el objetivo de inflación, a que compre masivamente deuda pública y a que inyecte mucha más liquidez en la economía.
Se trata de un paso importante porque de esa manera se rompen varios de los mitos neoliberales que se vienen manteniendo para hacer que la política económica, y en particular la monetaria, se hayan podido convertir en un mero instrumento de ayuda a la banca privada.
Es cierto que el Banco Central de Japón (BCJ) había venido inyectando grandes cantidades de dinero, como ha hecho el europeo, para hacer frente a la crisis. Pero lo ha hecho en una medida bastante escasa (en términos relativos, casi la mitad que la Reserva Federal, por ejemplo) y de manera que solo ha favorecido a la banca privada.
Al igual que en Estados Unidos y en Europa, el dinero que el BCJ ha ido creando ha sido puesto a disposición de los bancos privados, pero éstos lo han utilizado en la mayor medida para “limpiar” sus balances de activos tóxicos y no para volver a financiar a la economía. Y lo que ahora pretende el gobierno japonés es obligarle a que sirva para financiar al gobierno y a las empresas.
La injerencia, porque así hay que calificar la actuación del primer ministro japonés en el Banco Central, rompe también la idea de que éste debe ser una institución independiente y completamente ajena a la problemática de la política económica y de la situación general del país, para centrarse solo en luchar contra la inflación.
Detrás de ese principio lo que de verdad hay es un apoyo constante de los bancos centrales a los propietarios del capital financiero a costa de crear burbujas y de llevar a cabo una política monetaria que solo aparentemente controlaba con disciplina la cantidad de dinero en circulación.
Esto último es así porque mientras que los bancos centrales mantenían tipos de interés elevados o restringían la cantidad de dinero que ellos creaban (que más o menos es el 5% del total), no hacían nada para evitar que creciera el dinero que crean los bancos (el 95%), de modo que lo único que han conseguido ha sido facilitar que se multiplique el beneficio bancario permitiendo y alentando un incremento gigantesco de la deuda (que es el procedimiento por el que se crea el dinero bancario) que ha terminado siendo fatal para la economía.
Lo que ha hecho el primer ministro japonés es nada más y nada menos que poner al Banco Central Europeo del Japón al servicio de los intereses nacionales y de la recuperación económica que precisa su país. Lo que hacen las autoridades europeas es permitir que una institución pública actúe simplemente como un instrumento más de los intereses bancarios privados.
La cuestión no es un mero capricho. Ni siquiera una simple exigencia elemental de la democracia, que carece de sentido cuando el manejo del dinero, del que depende al fin y al cabo el bienestar de la sociedad, le está vedado a los poderes representativos. Se trata de poder poner orden en la economía y resolver los problemas más acuciantes que le afectan. Si los bancos centrales independientes hubieran sido capaces de evitar las crisis, de sacarnos de la actual, de evitar la quiebra de cientos de miles de empresas y la destrucción de millones de empleos, si hubieran controlado el aumento terrible de la deuda y los fraudes y estafas bancarias que han arruinado a millones de personas, todavía se podría pensar que su independencia es el precio que conviene pagar para que las cosas vayan bien. Pero es que lo que ha sucedido es lo contrario. La independencia de los bancos centrales solo ha sido la carta blanca para que estos hayan actuado en plena complicidad con la banca privada que ha provocado la crisis y cometido todos esos desmanes.
El cambio del estatuto que los rige es una exigencia fundamental si de verdad queremos empezar a salir de la situación en la que estamos. Y no solo eso. Es fundamental que se investigue su actuación, que se depuren responsabilidades, que se castigue su pasividad y su connivencia con quienes han provocado el daño que estamos sufriendo.
La actuación del gobierno japonés muestra, en definitiva, que es una gran mentira que no haya alternativas como dicen siempre las autoridades europeas. Las hay y solo basta tener dignidad y anteponer los intereses nacionales a los de la banca para ponerlas en marcha.
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