¿Y las armas?
Irak, 10 años después
19/03/2013
- Opinión
Tenía 15 años. Conocía la guerra por películas en televisión, pero sabía que eran actores, no morirían de verdad. De Irak, sólo recordaba las palabras de mi padre, cuando en 1991, durante la Guerra del Golfo, me hacía muecas nombrando los apellidos Hussein y Bush.
Ese 20 de marzo de 2003 me senté frente a la tv. La CNN se hizo tremendo festín con la cuenta regresiva a las bombas que muy pronto caerían en sitios estratégicos de Bagdad. Esta era una verdadera guerra, no de actores, pero sí con guiones falsos. Los actores son mentirosos, porque imitan emociones, pero esta vez, el dolor en el desierto de Babilonia, era real, se convertía en dunas de muerte.
No entendía muy bien las lógicas del mundo en aquel entonces, era presa fácil de la guerra contra el terrorismo y del miedo, que ahora sé, impregnan en la gente. Entendía, que los árabes eran unos viejos maniáticos, con mucha barba, llenos de armas y felices tirando bombas desde edificios. Estaba tan equivocado, que hace 10 años, pensaba que Irak era país de locos y que todo sería como lo pintan en Hollywood.
Pero el mismo CNN, que tanta publicidad se encargó de hacer para invadir a Irak, me demostró que todo estaba mal. Que una mujer, junto a sus hijos, no eran más peligrosos que los guionistas de las grandes productoras en Estados Unidos. Que vivir en pequeños pueblos en el desierto, no puede ser tan malo como el establecimiento lo proclama.
10 años después, no son mejores las cosas. No hay una Irak libre, ni con vestigios de armas biológicas como lo decían unos argumentos inventados desde Estados Unidos. La desesperación que produjo y produce en la economía de Norteamérica la obtención de oro negro y la especulación de falsos informes sobre tenencia de armamento nuclear por parte del viejo Saddam Hussein, hicieron de Bagdad una ciudad inmortal. La madrugada del 20 de marzo de 2003, el ejército invasor norteamericano en la llamada “Operación Libertad Iraquí” atacó y destruyó lo que quedaba de la antigua Babilonia.
Ahora, y 100 mil muertos después, es como ver en la tele al aberrante gobierno del norte, que pareciera jugar billar en una mesa de arena. Pero el desierto no es un juego, es un mapa milenario lleno de viejas historias; de beduinos en camello, de mágicas esfinges, de milagros bíblicos, de invasiones persas y babilónicas. Un mapa que es manipulado para crear una tormenta sobre dunas de arena y robarle a Mahoma sus mil y una noches. El Tigris y Éufrates continúan llorando hasta su desembocadura en el golfo Pérsico.
Todo parece muy tranquilo ahora. Los invasores pasan su tiempo en casa, pintando en momentos libres; otros viajan tranquilos, con la certeza de que la arena del desierto se quede allí y no forme tormentas de venganza. Ya todo está consumado, incluso el petróleo iraquí fuera de sus tierras originales, y la sangre de los miles de luchadores, que de ambos bandos defendieron su derecho a ser parte de la historia contemporánea del mundo. Los gringos ganaron, petróleo; los iraquíes perdieron, vidas; la tele basura ganó, Saddam murió en la horca.
No entendía muy bien las lógicas del mundo en aquel entonces, era presa fácil de la guerra contra el terrorismo y del miedo, que ahora sé, impregnan en la gente. Entendía, que los árabes eran unos viejos maniáticos, con mucha barba, llenos de armas y felices tirando bombas desde edificios. Estaba tan equivocado, que hace 10 años, pensaba que Irak era país de locos y que todo sería como lo pintan en Hollywood.
Pero el mismo CNN, que tanta publicidad se encargó de hacer para invadir a Irak, me demostró que todo estaba mal. Que una mujer, junto a sus hijos, no eran más peligrosos que los guionistas de las grandes productoras en Estados Unidos. Que vivir en pequeños pueblos en el desierto, no puede ser tan malo como el establecimiento lo proclama.
10 años después, no son mejores las cosas. No hay una Irak libre, ni con vestigios de armas biológicas como lo decían unos argumentos inventados desde Estados Unidos. La desesperación que produjo y produce en la economía de Norteamérica la obtención de oro negro y la especulación de falsos informes sobre tenencia de armamento nuclear por parte del viejo Saddam Hussein, hicieron de Bagdad una ciudad inmortal. La madrugada del 20 de marzo de 2003, el ejército invasor norteamericano en la llamada “Operación Libertad Iraquí” atacó y destruyó lo que quedaba de la antigua Babilonia.
Ahora, y 100 mil muertos después, es como ver en la tele al aberrante gobierno del norte, que pareciera jugar billar en una mesa de arena. Pero el desierto no es un juego, es un mapa milenario lleno de viejas historias; de beduinos en camello, de mágicas esfinges, de milagros bíblicos, de invasiones persas y babilónicas. Un mapa que es manipulado para crear una tormenta sobre dunas de arena y robarle a Mahoma sus mil y una noches. El Tigris y Éufrates continúan llorando hasta su desembocadura en el golfo Pérsico.
Todo parece muy tranquilo ahora. Los invasores pasan su tiempo en casa, pintando en momentos libres; otros viajan tranquilos, con la certeza de que la arena del desierto se quede allí y no forme tormentas de venganza. Ya todo está consumado, incluso el petróleo iraquí fuera de sus tierras originales, y la sangre de los miles de luchadores, que de ambos bandos defendieron su derecho a ser parte de la historia contemporánea del mundo. Los gringos ganaron, petróleo; los iraquíes perdieron, vidas; la tele basura ganó, Saddam murió en la horca.
- Luis Hernando Restrepo desde Bogotá
APAS | Agencia Periodística de América del Sur | www.prensamercosur.com.ar
Facultad de Periodismo y Comunicación Social. Universidad Nacional de La Plata.
Facultad de Periodismo y Comunicación Social. Universidad Nacional de La Plata.
https://www.alainet.org/es/articulo/74732
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