Partido y democracia interna
25/05/2013
- Opinión
“Quien habla de organización muestra tendencia a la oligarquía. En cada organización, dígase un partido, una confederación de oficios, etc., la tendencia aristocrática se manifiesta de forma bastante pronunciada. El mecanismo de la organización, al mismo tiempo que le da a ésta una estructura sólida, provoca graves modificaciones en la base organizada. Invierte completamente las respectivas posiciones de los jefes y de las bases. La organización tiene como efecto dividir todo partido o sindicato en una minoría dirigente y una mayoría dirigida.
“Cuanto más se complica el aparato de una organización, o sea cuanto más ve aumentar el número de sus afiliados, crecer sus recursos y desarrollarse su imprenta, más terreno pierde el poder directamente ejercido por la base, suplantado por el creciente poder de las comisiones.
“Teóricamente el jefe no es más que un empleado, sujeto a las instrucciones que recibe de la base. Su función consiste en recibir y ejecutar las órdenes de esta última, de la cual él es sólo un órgano ejecutivo. Pero en la realidad a medida que se desarrolla la organización, el derecho de control reconocido a las bases se vuelve cada vez más ilusorio. Los afiliados deben renunciar a la pretensión de dirigir, e incluso de supervisar, todos los asuntos administrativos.
“Por eso la esfera de control democrático se retrae progresivamente hasta quedar reducida a un mínimo insignificante. En todos los partidos socialistas el número de funciones retiradas a las asambleas electorales y transferidas a los consejos de dirección aumenta sin cesar. De ese modo se levanta un enorme edificio de complicada estructura. A medida que se va imponiendo el principio de la división del trabajo, las jurisdicciones se dividen y subdividen. Se forma una burocracia rigurosamente delimitada y jerarquizada.
“A medida que el partido moderno evolucionó hacia una forma de organización más sólida, vemos acentuarse la tendencia a substituir los jefes ocasionales por los jefes profesionales. Toda organización de un partido, aunque sea poco compleja, exige cierto número de personas que se consagren enteramente a él.
“Puede completarse esa crítica del sistema representativo con la siguiente observación política de Proudhon: los representantes del pueblo -decía él- apenas alcanzan el poder, ya se ponen a consolidar y reforzar su fuerza. Rodean incesantemente sus posiciones con nuevas trincheras defensivas, hasta conseguir liberarse completamente del control popular. Es un ciclo natural que le acontece a todo poder: emanado del pueblo, acaba por situarse por encima del pueblo”.
Todos estos textos no son de mi autoría sino que fueron escritos en 1911 por el sociólogo alemán Robert Michels (1876-1936), de convicciones socialistas, que enseñó en universidades de Alemania, Francia e Italia.
Dichos textos fueron publicados en el libro Sociología de los partidos políticos (1982). La última cátedra de Robert Michels fue en la universidad de Turín, donde enseñó economía, ciencias políticas y sociología. Decepcionado con la falta de democracia en los partidos progresistas, murió acusado de connivencia con el fascismo.
Lo que Michels denunció hace 102 años por desgracia es una práctica todavía hoy. La dirección del partido va siendo ocupada progresivamente por un selecto grupo profesionalizado que, en cada elección, se distribuye entre sí las diferentes funciones. Los caciques son casi siempre los mismos, sin que las bases tengan condiciones para influir y renovar los cuadros dirigentes.
A medida que el partido gana espacios de poder, menos se interesa en promover el trabajo de base. La movilización es cambiada por la profesionalización (incluidos los que ocupan cargos electivos), la democracia cede su lugar a la autocracia, la ampliación y preservación de los espacios de poder se vuelven más importantes que los principios programáticos e ideológicos.
La Iglesia Católica, por ejemplo, es una institución típica que absorbe la estructura imperial y vertical del Imperio Romano, y todavía hoy no se ha liberado de ella. E intenta justificarlo con el pretexto de que esa estructura proviene de la voluntad divina…
En cuanto indagamos en busca de democracia real, en la cual la voluntad del pueblo no signifique sólo una retórica demagógica, tenemos el consuelo de una invencible aliada de quienes critican la perpetuación de los políticos en el poder: la muerte. Ella sí hace que la fila ande, promueve el baile de las sillas y abre espacio a los nuevos talentos. (Traducción de J.L.Burguet)
- Frei Betto es escritor, autor de “Lo que me enseñó la vida” (Ed. Saraiva). www.freibetto.org/> twitter:@freibetto.
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