Los bailes religiosos de La Tirana, Chile

21/07/2013
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Acabo de retornar de la fiesta-peregrinación del Carmen en el pueblito de La Tirana, Pampa del Tamarugal, Iquique, que por sus conjuntos de danzantes recuerda a muchas de nuestras fiestas andinas, incluidas las del Carmen esos mismos días en El Alto. Una primera iglesia colonial desapareció con el terremoto de 1868, pero a los 11 años se construyó la actual, mayor y recubierta de láminas grandes de calamina, como en las empresas salitreras esparcidas por toda la pampa, atrayendo obreros de todas partes. Se inauguró en 1886, ya después de que la Guerra del Pacífico anexionara Arica e Iquique, hasta entonces peruanos, a Chile.
 
En La Tirana del Tamarugal (2004, p. 92), el historiador y arqueólogo chileno Lautaro Núñez cuenta que entre 1900 y 1930 se desató “una política de despiadada chilenización, a través de las tristemente célebres Ligas patrióticas”, expulsando incluso de la zona a muchos peruanos que vivían allí desde siempre. Aquella Virgen del Carmen es ahora la Patrona de Chile y Generalísima del Ejército Chileno. En momentos clave de la celebración, la banda oficial del Ejército entona no sólo el himno nacional, cantado con fervor por la multitud, sino también la Canción de Yungay (derrota de peruanos y bolivianos en 1839). Pero no tuvo éxito pleno su intento de “chilenizar el boato de una Virgen anterior a los Estados nacionales (y…) enraizada en las tradiciones andino-tarapaqueñas de naturaleza multiétnica y plurinacional... Como tal, en ella no importan las fronteras territoriales”.
 
Viajé como parte de un acercamiento trifronterizo también a través de esas fiestas. Un grupo significativo de conjuntos lleva todavía el nombre de antiguas salitreras, pese a que éstas desaparecieron ya hace medio siglo. Los grupos de baile reflejan la disparidad de orígenes: unos provienen del centro de Chile, como los gitanos, moros y chinos; pero hay también kullawas, tinkus, tuquris o diabladas; unas al estilo chileno, más calmado y cantado... o “diablos sueltos”, que se entrometen en cualquier otro conjunto; otras más recientes con ritmos y trajes traídos de Bolivia. Hay chunchos pero muchos más “pieles rojas”, eco de las películas que llegaban a los cines de las salitreras.
 
Los 217 conjuntos registrados de danzantes están afiliados a nueve asociaciones de diversas ciudades (esa fiesta en el campo es ante todo urbana), agrupadas a su vez en una férrea federación, que tiene controlado al minuto todo lo que se debe hacer durante el festival. Uno de sus controles más fuertes es la “ley seca”, no por ser evangélicos, sino porque todo el sistema es profundamente católico y practicante, incluso con retiros y sus asesores religiosos. No he visto ni un solo borracho por las calles y carpas del pueblo, donde “civiles” y danzantes pululaban por doquier. No vi conjuntos llegados desde Bolivia ni Perú, pero sí oí bastante música y ritmos bolivianos, y saludé a muchos comerciantes ambulantes, mayormente orureños, que vendían sobre todo pasancalla.
 
Un toque final de rituales sanitarios: poco antes, un rebrote de la gripe N1H1 causó varios muertos, por lo que sólo pudimos entrar a la fiesta los vacunados y, por tanto, la aglomeración fue visiblemente menor. Se instalaron puestos sanitarios en el contorno, se colocaron 82.000 vacunas, se repartieron desinfectantes y miles de mascarillas. En las misas masivas se eliminó el abrazo de paz, sólo se permitía repartir la comunión en la mano, y el agua bendita fue sustituida por gotas de desinfectante.
 
- Xavier Albó es antropólogo, lingüista y jesuita.
 
Artículo publicado el domingo 21 de julio de 2013 en La Razón.
 
CIPCANotas,Boletín Virtual No 511, Año 12. julio de 2013. RED de comunicación del personal de CIPCA-Bolivia - www.cipca.org.bo
https://www.alainet.org/es/articulo/77887
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