De la primavera al otoño árabe
29/09/2013
- Opinión
La generalizada oposición que afrontó el bombardeo a Siria obligó a Obama a cancelar el operativo. El pretexto de las armas químicas no alcanzó para crear el clima belicista que exigía esa acción. Por eso el gendarme -que ostenta un insólito premio Nobel de la Paz- aceptó la propuesta rusa de instaurar un control internacional sobre el arsenal. Pero las inspecciones en Damasco requerirían un despliegue de tropas que nadie quiere enviar y un complicado proceso de traslado de armas que todos descartan.
El rechazo al bombardeo fue contundente dentro de Estados Unidos. Las encuestas ilustraron el descreimiento de la población, luego de la estafa sufrida con las armas de destrucción masiva de Irak. Tampoco funcionaron las imágenes del sufrimiento sirio que difundieron los medios.
Ya es sabido que las incursiones de “protección humanitaria” no se circunscriben a objetivos militares y afectan a la población civil. Hay cierto desgaste del discurso hipócrita que propaga el principal proveedor mundial de sustancias químicas. Estados Unidos encubrió recientemente el uso de fósforo blanco por parte de Israel en Gaza y es culpable de Hiroshima y de los mutilados de Vietnam.
Obama tampoco logró la cobertura de Naciones Unidas para disfrazar su matanza con normas de derecho internacional. Las invasiones que ampara ese organismo nunca son resueltas por la “comunidad internacional”. Invariablemente emergen de algún contubernio entre las cinco potencias con derecho a veto en el Consejo de Seguridad.
Los socios tradicionales del sheriff global se negaron esta vez a repetir el acompañamiento aportado a las invasiones de Irak, Afganistán y Libia. En el G 20, Estados Unidos sólo obtuvo el apoyo de Francia, Turquía y Arabia Saudita, frente al llamativo rechazo de Alemania y el repliegue de Inglaterra.
Pero la suspensión del bombardeo constituye tan sólo un episodio de la contraofensiva imperial en Medio Oriente. Debe lidiar con la pérdida de varios dictadores y el deterioro de gobiernos adversarios que garantizaban la estabilidad regional. Estados Unidos busca contener a sus rivales, aplastando al mismo tiempo todas las expresiones de resistencia popular.
En una región explosiva se han intensificado las disputas entre los imperios, los sub-imperios, los emiratos y las castas militares por la apropiación del petróleo y el control de las rutas estratégicas. Pero las potencias occidentales, el islamismo reaccionario y los ejércitos represivos están conjuntamente embarcados en el entierro de la primavera árabe. Siria concentra estas múltiples dimensiones del problema.
MULTITUD DE CONFLICTOS GEOPOLÍTICOS
En Siria se registró una sublevación con demandas democráticas semejantes a Egipto o Túnez y se formaron comités populares para exigir reformas políticas. Pero la respuesta oficial fue brutal y el conflicto derivó en una guerra civil con rasgos inter-comunitarios. Los yihadistas que se sumaron a la oposición elevaron el nivel de crueldad y el país quedó desgarrado en un mar de víctimas.
Este conflicto se agravó por el papel central de Siria en la región. Su gobierno es un aliado tradicional de Rusia, está asociado con Irán y se opone a Israel-Estados Unidos. Obama apoya a un sector de la oposición armada (ELS), pero maneja con cautela la entrega de armas, para evitar su captura por los yihadistas (Al Nusra, EIIL).
El presidente del imperio busca disciplinar a la enorme variedad de grupos opositores mediante un juego maquiavélico. No quiere repetir lo ocurrido en Afganistán, alimentando una fuerza de talibanes bajo la protección norteamericana. Destruir a un régimen adversario sin alumbrar otro Bin Laden es la gran dificultad que enfrenta Obama.
Para equilibrar ambos objetivos sostiene a la oposición cuando pierden terreno y la abandona cuando acumulan victorias. Es la política del desangre que ha explicitado un conocido estratega[1]. Obama justamente decidió el bombardeo luego de varios triunfos militares del gobierno. Ese resultado y no el uso de armas químicas fue “línea roja” que alarmó al imperialismo.
Pero la intervención fue también concebida como una advertencia a Rusia, que maneja una base naval en Siria y provee de pertrechos al gobierno. Se buscó retomar la ofensiva iniciada hace una década con el ataque a Serbia y el despliegue de misiles en Europa Oriental. Estados Unidos está empeñado en impedir el resurgimiento de su principal rival de la guerra fría.
Esta pulseada geopolítica tiene correlatos económicos directos. Rusia proyecta un gasoductodesde sus yacimientos hasta el Mediterráneo (South Stream), en competencia con el conducto promovido por Estados Unidos y los emiratos del Golfo (Nabucco). Siria está ubicada en el medio de estas redes, como un centro de pasaje y almacenamiento de combustible. Además, Rusia está directamente interesada en impedir la expansión de los islamistas en las ex repúblicas soviéticas que rodean sus fronteras[2].
También Turquía afronta serios dilemas frente al estallido de Siria. Actúa como la principal sub-potencia de la zona, alberga bases de la OTAN y promueve el debilitamiento de su vecino. Pero al mismo tiempo comparte con Siria la oposición a la independencia de los kurdos que habitan en ambos territorios. La guerra de Irak ya abrió el camino para el surgimiento del temido Kurdistán.
El bombardeo a Damasco constituía, además, un sustituto del postergado ataque a Irán, que continúa desarrollando una política nuclear independiente. Estados Unidos e Israel han saboteado esa economía, asesinado científicos y desplegado presiones diplomáticas para frenar el procesamiento del uranio. Pero no están en condiciones políticas de concretar el bombardeo a Teherán. El frustrado ataque a Siria era una advertencia a los Ayathollas
Obama se disponía a repetir la “zona área de exclusión” que instauró en Libia para preparar la caída de Gadafi. Pero existen significativas diferencias con ese precedente, puesto que Libia no es un centro del ajedrez geopolítico internacional. Allí prevaleció la unanimidad imperialista, Rusia jugó un papel secundario, Irán no fue determinante y las potencias que financiaron a la oposición se repartieron amigablemente el petróleo. Las tensiones tribales al interior del estado libio nunca alcanzaron relevancia y los yihadistas no lograron prosperar frente al control impuesto por la OTAN.
El laberinto sirio induce a Estados Unidos a una intervención más cuidadosa. Esa cautela genera vacilaciones en las elites republicanas y demócratas que definen la política exterior e indecisiones en el Ejecutivo. Por eso el Congreso resistía el bombardeo, repitiendo el escollo que enfrentó Cameron en el Parlamento inglés.
El margen de acción norteamericano está recortado luego de la caída de los mandatarios fieles a Occidente (Mubarak, Ben Alí) y el colapso de sus sustitutos (Morsi). No es fácil restaurar el manejo imperial frente al eje de Irán-Rusia-Chiitas. Medio Oriente se está incendiando más que de costumbre y predomina el descontrol sobre sucesos imprevisibles[3].
Frente a estas restricciones Estados Unidos retomó las negociaciones con Rusia, para consumar una “transición” parecida al cambio de fachada concertado en Yemen, mediante el desplazamiento del presidente Saleh.
El régimen sirio navega en esta tormenta con su pragmatismo habitual. Choca con Estados Unidos pero participó en la primera guerra del Golfo. Confronta con Israel pero disciplina a los palestinos. Rivaliza con Turquía pero obstruye el Kurdistán. Durante mucho tiempo acantonó tropas en el Líbano para ordenar las fracciones en conflicto. Pero esta vez enfrenta una dislocación sin precedentes.
Yihadistas e islamistas
Arabia Saudita y Qatar financian a los batallones más activos de la oposición siria (FILS) y probablemente apuesten a una ocupación extranjera, siguiendo el modelo aplicado en el Líbano durante los años 80. Tienen intereses geopolíticos propios, influyen a través de Al Jazeera en la formación de la opinión pública y operan a través de vastísimas redes de caridad islámicas.
Las monarquías del Golfo intervienen, además, con un ojo puesto en sus propios países. Han reprimido todas las protestas, golpeando especialmente a los inmigrantes. Arabia Saudita despachó directamente tropas para aplastar a la mayoría chiita de Bahrein.
Pero las columnas yihadistas que desembarcaron en Siria (Jabat al Nusrah, EIL) recurren a una intimidación mucho más extrema, especialmente contra otras confesiones. Los cristianos -que ya abandonaron en masa Irak- ahora se escapan de Siria.
Los fundamentalistas son reclutados por todo el mundo árabe y conforman un tejido transfronterizo que se financia con diversos negocios. Se jactan de los asesinatos perpetrados en Afganistán, Bosnia, Chechenia e Irak y han decretado una guerra santa contra el laicismo, la acción sindical, los derechos de las mujeres y las conquistas democráticas. En las zonas bajo su control restauran códigos medievales de regulación de la vida social.
Los yihadistas cumplen una función semejante al fascismo de Europa. Conforman una fuerza internacional de terror que utiliza la religión para restablecer retrógradas jerarquías. Este rol fue visible por primera vez en los años 80 con la irrupción de los talibanes, que Estados Unidos financió en Afganistán para destruir un régimen progresista asociado a la URSS.
Con el auxilio directo del estado pakistaní, esos grupos destrozaron todos los logros de educación, transformación agraria y modernización cultural, que había introducido un gobierno de izquierda. Los talibanes se afianzaron posteriormente en Pakistán, creando una gran plataforma de islamización reaccionaria. De esta red surgió Al Qaeda[4].
Los yihadistas no sólo trasladan a Siria la guerra sectaria entre sunitas y chiitas que ya desgarró a Irak. También se perfilan como una atroz amenaza para la clase obrera. Basta registrar sus acciones en Túnez para notar la magnitud del peligro. Allí declararon una guerra abierta a la central sindical y asesinaron a un dirigente histórico de la izquierda (Chukri Belaid). Ese crimen retrató como ambicionan reconstruir el Califato sobre las cenizas de la organización obrera.
Túnez está en la mira de estas falanges por la vitalidad del sindicalismo y la izquierda. Allí se desarrolló la irrupción más radical de la primavera, cuando una rebelión de jóvenes auto-organizados tumbó el régimen policial de Ben Alí.
El islamismo reaccionario intenta destruir este despertar político que persiste en Túnez, luego de la victoria electoral de una variante moderada del islamismo neoliberal (Nahda). Esa corriente gobierna Turquía y gestionó Egipto durante el breve mandato de Morsi. Rechaza el terror, pero promueve una islamización incompatible con los anhelos democráticos de la población[5].
Eclipse palestino y auge fundamentalista
La gravitación de los yihadistas es paralela a la tragedia de los palestinos, que sufren la consolidación de la expansión colonial israelí. El gobierno sionista bombardeó varias localidades de Siria pero se ha manejado con cautela. Mantiene un status quo con su detestado vecino en la frontera del Golán, para taponar Gaza y extender la ocupación de Cisjordania. Israel quiere fortalecer su predominio, sin afrontar una caótica “libanización” de Siria. Está muy interesado en eliminar las armas químicas -que su contrincante acumuló para contrapesar el poder atómico israelí- y que ahora manejan los dos bandos de la guerra civil.
La estabilidad con Siria ha sido un ingrediente clave para impedir el surgimiento de un estado palestino en los últimos 20 años. Israel aprovecha los tratados con Egipto y Jordania (y la cobertura brindada por los convenios de Oslo) para reforzar su extensión territorial. Como no puede expulsar abiertamente a los palestinos, ni proceder a su limpieza étnica, proclama su vocación de negociar mientras multiplica las colonias.
Las áreas palestinas de Cisjordania se reducen diariamente. Fueron recortadas por un serpenteo de muros, perdieron las fuentes de agua y están sometidas a un hostigamiento militar que empuja a la emigración. Esta “des-arabización” ya se ha consumado en los alrededores de Jerusalén, mientras Gaza ha quedado convertida en un gueto de miseria y olvido[6].
La guerra civil en Siria permite legitimar esta silenciosa desposesión. Israel afianza entre su población la presentación de los árabes como “gente incivilizada”, que debe ser “tratada por la fuerza”. Este terrible mensaje contribuye a contrapesar el descontento social que el año pasado pusieron de relieve las marchas de 400.000 indignados[7].
Los palestinos no sólo sufren torturas, encarcelamientos, asesinatos selectivos y el probable envenenamiento de sus dirigentes (como Arafat). También están acorralados por los gobiernos militares e islámicos que sucedieron a Mubarak. El encierro de Gaza por los gendarmes egipcios es un atroz efecto de su sometimiento financiero y militar a Estados Unidos.
Israel también actualiza sus conspiraciones dentro del ámbito palestino. Incentivó primero a los islamistas contra OLP y promovió posteriormente una autoridad fantasmal contra el Hamas. La guerra en Siria induce a nuevas maniobras, puesto que Hamas abandonó su alianza tradicional con ese país, aceptó financiación de Qatar y tomó partido a favor de la oposición. En cambio Hezbolah apoya con acciones militares al régimen de Assad. La pertenencia a la vertiente sunita y a la Hermandad Musulmana en el primer caso, y la adscripción al eje chiita junto de Irán el segundo, han sido determinantes de estos alineamientos.
La expansión de los yihadistas en Medio Oriente está eclipsando la causa palestina como prioridad común del mundo árabe. Frente a una oleada confesional ha perdido centralidad el gran estandarte anticolonial de las últimas décadas. Este giro ilustra las dificultades que afrontan en la región los proyectos progresistas.
Mutaciones regresivas en Siria
El gobierno sirio reaccionó en forma brutal frente a los reclamos de su población. Estas demandas tienen la misma legitimidad que las exigencias del pueblo egipcio o tunecino. Son los mismos derechos enarbolados contra tiranos prohijados por Estados Unidos o enemistados con la primera potencia.
En Siria no se logró el triunfo alcanzado en los dos países que iniciaron la primavera. La represión fue más sangrienta. Incluyó disparos a mansalva, bombardeos de aldeas y asesinatos de familias. Los 100.000 muertos y millones de refugiados ilustran, además, el perfil intercomunitario que asumió el conflicto (aluitas, sunitas, chiitas, cristianos).
No es la primera vez que el país sufre este tipo de tragedias. En 1982 se perpetró una masacre contra las protestas en la región de Homs. Esos desangres también se registraron en el Líbano. Son represalias en gran escala que aparecen cuando los choques políticos-sociales se entremezclan con tensiones étnico-religiosas. Estos desgarramientos forman parte de la historia regional desde que Turquía masacró a los armenios a principio del siglo XX.
La conversión de una lucha democrática en una guerra sectaria -con sectores laicos dispersados a ambos lados de la trinchera- ha distorsionado el sentido inicial de la sublevación. También acentuó la dependencia de cada contrincante de su proveedor bélico externo. Esta injerencia obedece a intereses geopolíticos totalmente ajenos a las exigencias populares[8].
El régimen actual de Assad no guarda el menor parentesco con el viejo partido del Baath, que confrontó con el poder religioso para forjar un estado nacional aglutinante de todas las comunidades. Ese propósito se desvaneció con la degeneración dinástica, la corrupción de camarillas y el enriquecimiento de una burguesía que impuso el giro neoliberal de las últimas décadas[9].
Esta involución se asemeja a lo ocurrido con el régimen de Sadam Hussein. Compartieron originalmente el mismo tipo de partido político y desembocaron en la misma criminalidad de estado
La comparación podría extenderse también a Gadafi, que debutó con proyectos de reformas sociales y concluyó comandando un gobierno de clanes mafiosos. Se arrepintió de su pasado panarabista, persiguió militantes, detuvo inmigrantes africanos y hostilizó a los palestinos. También buscó congraciarse con Occidente para asegurar los negocios de las compañías petroleras.
Pero el mayor antecedente de masacres perpetrado por un régimen de origen antiimperialista se localiza en Argelia durante la década pasada. Ese sistema político destruyó un legado de historia anticolonial sin parangón en el mundo árabe, a partir de un triunfo del FLN comparable a las victorias revolucionarias de China y Vietnam.
La prolongada gestión de clanes militares que usufructuaron del poder para su propio beneficio demolió esa herencia. Cuando en la década pasada fueron sorpresivamente derrotados en las elecciones por los islamistas del FIS, desconocieron los comicios y desataron una guerra con infernales masacres en ambos bandos[10].
La conducta del régimen sirio no constituye, por lo tanto, una particularidad de ese país. Repite la trayectoria seguida por procesos que tuvieron un origen semejante y registraron involuciones del mismo tipo.
Destrucciones combinadas, reorganización imperial
La población siria ha quedado entrampada en una confrontación entre un régimen represivo y una oposición plagada de yihadistas y solventada por Estados Unidos y los emiratos. Esta combinación de actores reaccionarios multiplica la tragedia, anulando los impulsos de lucha por la democracia y las mejoras sociales.
Lo ocurrido en el Líbano y Argelia brinda una pauta de esta perspectiva. Al cabo de muchos de años de confrontaciones entre bandos regresivos, la población quedó agotada y sin disposición para participar en la primavera.
Irak ofrece otro categórico retrato de esta combinación de sucesiones destructivas. La primera demolición del país fue realizada por Sadam con matanzas de kurdos y aventuras externas contra Irán instigadas por Estados Unidos. La segunda devastación fue consumada por Bush, que legó un dantesco escenario de aniquilamiento social. Nadie sabe el número de víctimas, pero algunas estimaciones indican 600.000 muertos, cuatro millones desplazados y dos millones exiliados.
La tercera destrucción está en curso a través de una guerra sectario-confesional que genera decenas de muertos diarios. Chiitas y sunitas dirimen supremacía en un laberinto de disputas clientelares, que se procesa con voladuras de edificios y diseminación de coches-bomba[11].
Si en Siria prevalece cualquiera de estas variantes del desangre reaccionario, el país perderá su rol geopolítico internacional y ningún contrincante propiciará el mantenimiento del estado nacional unificado. En ese caso se afianzará la misma fractura en tres partes que se observa en Irak. Estas divisiones en micro-estados confesionales resucitarían la cirugía colonial que padeció de Siria, cuando su territorio fue repartido entre Francia e Inglaterra[12].
El colapso de países bajo el doble efecto de agresiones imperialistas e invasiones fundamentalistas es una tendencia que también salió a flote recientemente en Mali. Varias columnas yihdistas llegadas desde Libia derrotaron al ejército local e intentaron capturar todo el territorio. Francia reactivó sus reflejos coloniales y despachó tropas para auxiliar a los asediados gendarmes. Frenó a veteranos brigadistas de Afganistán y Argelia, pero no ha ganado la partida.
Todos esperan el próximo round en una región africana plagada de hambrunas y con cuantiosas riquezas minerales. Francia controla el uranio que utiliza para abastecer su sistema energético, pero hay un gran botín en disputa[13].
Algunos analistas estiman que en este escenario las grandes potencias pierden peso, frente a nuevos jugadores económicos y actores multipolares. El retroceso de Estados Unidos es visto como el principal resultado de este cambio. Pero habrá que ver cuán prologando será el repliegue de la única potencia con capacidad militar para ordenar el funcionamiento del capitalismo global.
Estados Unidos fracasó en su intento colonial de apoderarse del petróleo iraquí. Pero dejó una sociedad descalabrada y sin recursos para gestionar ese recurso. El país ha perdido autonomía en todos los terrenos.
El sheriff del planeta aprovecha la coyuntura actual para reorganizar su intervención militar. Busca reemplazar la acción de los marines por la utilización de drones y misiles. Jerarquiza otras regiones (Asia, el Pacífico), privatiza la acción bélica, incrementa el espionaje y privilegia las operaciones encubiertas[14].
Mediante este reajuste Washington reordena su guerra perpetua contra el mundo árabe. Tiene recortados sus márgenes de intervención, pero no sufrió una derrota comparable a Vietnam. No es lo mismo retroceder frente a una revolución socialista, que replegarse ante los escenarios caóticos y sin horizontes progresistas que se observan en Irak[15].
La centralidad de Egipto
Afortunadamente el mundo árabe no sólo genera noticias sombrías. La primavera recobra vitalidad en países como Egipto, que pueden definir la tónica general. El epicentro inicial de las rebeliones democráticas mantiene una incidencia decisiva sobre el resto de la región. La gravitación de la clase obrera puede aportar, además, otro perfil social a esa batalla.
En Egipto se registró el principal triunfo de la primavera con la movilización que enterró al tirano Mubarak. El ejército asumió inmediatamente el gobierno para preservar los intereses de las clases dominantes. Actúa como un emporio económico estrechamente asociado al Pentágono, pero mantiene el prestigio logrado durante las guerras contra Israel.
Ese protagonismo político le permitió a las fuerzas armadas expropiar la sublevación popular y embarcarse en maniobras gatopardistas, para impedir cambios significativos en el régimen político. Después de muchas vacilaciones convocaron a elecciones y aceptaron el triunfo de los Hermanos Musulmanes.
Esa congregación emergió como la única fuerza política organizada, a partir del extendido arraigo de sus redes de asistencia social. El presidente Morsi intentó copiar el modelo turco de islamismo neoliberal, manteniendo la impunidad represiva y el encarcelamiento de opositores. También ratificó los acuerdos con el FMI y los pactos con Israel. Resistió cualquier democratización del estado y preparó un borrador de Constitución repleto de ingredientes totalitarios. Se prohibía incluso a la justicia contradecir cualquier medida gubernamental.
Pero lo gota que rebalsó el vaso fue la islamización compulsiva mediante leyes oscurantistas. Los sectores más extremos (salafistas) emprendieron provocaciones sangrientas contra la minoría de los coptos. La legitimidad del gobierno se esfumó en forma vertiginosa.
En la simbólica plaza Tahir se repitió el estallido de una gran sublevación. El ejército desplazó a Morsi y prometió una nueva transición para atemperar la belicosidad popular. Nuevamente confiscó un gran movimiento de masas para evitar el colapso del estado. Derrocó a un gobierno surgido del sufragio mediante un golpe, disfrazando el perfil clásico de la asonada reaccionaria. Repitieron el libreto de la intervención anterior bajo la presión de un inmenso clamor democrático. Los militares tomaron el gobierno para impedir la concreción de las demandas democráticas desde abajo.
Pero esta vez fueron más allá y descargaron una feroz represión contra los Hermanos Musulmanes. Dispararon contra manifestantes desarmados y asesinaron a1000 personas. El freno de la islamización forzosa -que exigía un vasto conglomerado de progresistas y laicos- quedó totalmente ensombrecido por esta abominable masacre[16].
Lo ocurrido brindó un nuevo ejemplo del comportamiento reaccionario que tienen los gendarmes enfrentados con el islamismo. En Egipto abrieron el camino para repetir el desangre consumado en Argelia y Siria. Pero hasta ahora gozan de una gran protección diplomática internacional. Como todas las potencias necesitan la estabilidad de Egipto, Estados Unidos hizo la vista gorda, Europa y Rusia se mantuvieron en silencio y Arabia Saudita, Qatar e Israel aprobaron enfáticamente al ejército.
Sólo Turquía levantó la voz y no sólo por el debilitamiento de su proyecto poder regional junto a los Hermanos Musulmanes. El mismo movimiento democrático que congregó a millones de manifestantes en El Cairo irrumpió en Estambul.
La sorpresa en Turquía
La reacción contra la islamización convirtió en mayo pasado a la Plaza Taksim, en un espejo de la Plaza Tahir. Una marea de manifestantes ocupó ese lugar durante semanas para rechazar las restricciones religiosas. La movilización estuvo precedida por luchas contra la brutalidad usual de la policía. Contingentes de trabajadores precarizados confluyeron con los jóvenes de clase media opuestos a las prohibiciones confesionales.
A diferencia de Egipto los recortes al laicismo no fueron una improvisación de líderes recién llegados al gobierno. Desde hace once años Turquía padece una administración islámica conservadora. Asumieron con promesas de renovar el viejo estatismo nacionalista, desprestigiado por décadas de autoritarismo y corrupción (Kemalismo). Pero implementaron un viraje neoliberal que acrecentó la desigualdad social.
La gran movilización modificó la realidad de un país agobiado por agresiones sociales y retrocesos democráticos. El contagio de Egipto ilustró cómo se transmiten los anhelos populares en un espacio del Mediterráneo que desborda al mundo árabe
En Turquía no se lograron las victorias obtenidas en Egipto o Túnez, pero el gobierno de Erdogan quedó muy debilitado. Ya no puede presentarse como un ganador de la primavera, ni continuar con tanta displicencia sus peregrinajes para disputar hegemonía regional con Arabia Saudita y las monarquías del Golfo.
La clase dominante turca tantea sus posibilidades sub-imperiales. Ha lucrado con el alto crecimiento de los últimos veinte años y ya forjó fuertes lazos con la Unión Europea y las economías árabes. Pero la inesperada irrupción popular amenaza sus proyectos. Turquía es parte de las revueltas y no un modelo para superarlas. El usurpador potencial de las protestas ha quedado contagiado por la oleada que pensaba desactivar[17].
El gobierno afronta un efecto adicional más severo de esta convulsión. La confluencia de guerras circundantes y demandas democráticas ha potenciado las posibilidades de independencia de los kurdos. Los derechos nacionales de esta comunidad son negados por todos los países de la región. Pero los kurdos han logrado establecer una región autónoma en Irak y están consumando esta misma construcción en Siria. Allí batallan en forma simultánea contra los gendarmes de Assad y los batallones yihadistas.
El paso siguiente sería la extensión de esa conquista a zonas kurdas de Turquía. Al cabo de treinta años de heroicas luchas están forzando una negociación con el gobierno. Esas tratativas son favorecidas por la conmoción que sacude a la región[18].
Las respuestas democráticas contra la islamización forzosa se perfilan en varios países como un camino de prolongación de la primavera. El otro sendero es la resistencia a los crímenes del yihadismo. Túnez ocupa un lugar central en esa batalla. La manifestación de repudio al asesinato del líder de la izquierda congregó un millón de personas y rompió todas las restricciones a la presencia de mujeres. En medio de una huelga general dio lugar a la movilización más imponente de la historia de ese país[19].
Comparaciones con América Latina
Cualquier acontecimiento político- social en un lugar del mundo árabe tiene un rápido impacto sobre otra localidad. Así ocurrió con la primavera y con la ofensiva posterior para sepultarla. Estos efectos confirman la existencia de un universo común, resultante de condiciones históricas similares. Como en América Latina sucede lo mismo, ciertas comparaciones son pertinentes.
Medio Oriente ha padecido el demoledor impacto del neoliberalismo. Las presiones por privatizar, abrir los mercados, reducir el gasto social y eliminar subsidios a los alimentos masificaron el desempleo y la precarización del trabajo. Como en Latinoamérica millones de jóvenes fueron empujados al desamparo. No pueden subsistir en sus países y tienen vedada la emigración a Europa, en un marco de elevada presión demográfica. Estos desposeídos encendieron la mecha de la primavera, cuando un vendedor tunecino se inmoló para protestar contra las prohibiciones a la venta callejera [20].
Las demandas democráticas contra los regímenes semi-dictatoriales han sido el elemento unificador de las movilizaciones. Como en América Latina la exigencia de nuevas Constituciones irrumpe en todas partes.
Estados Unidos le asigna al Medio Oriente una importancia estratégica semejante al sur del hemisferio americano. Depreda el petróleo y los recursos naturales de ambas regiones con la misma impunidad. Las dos zonas han padecido históricamente un trato colonial de patio trasero. El canal de Suez estuvo sometido a un control imperial similar al canal de Panamá. Las bases militares del Pentágono en Arabia Saudita cumplen la misma función que las instalaciones en Colombia y las amenazas de bombardeo a Irán son semejantes al chantaje que soporta Venezuela.
Por estas razones en Medio Oriente predomina la misma hostilidad popular hacia el imperialismo que se observa en América Latina. Algunas comparaciones que se establecieron inicialmente entre la primavera y las revoluciones de terciopelo en Europa Oriental omitieron este dato. Aunque la clase media liberal comparte los valores norteamericanos, la sublevación árabe no irrumpió para copiar a Occidente. Estuvo motivada por el rechazo a las tiranías que amparó el imperio.
Estados Unidos conoce esa animadversión. Celebró la caída del muro de Berlín, pero no el derrumbe de sus títeres de Egipto o Túnez. Ha vivido el desplome de Mubarak con el mismo pesar que el destronamiento del Shá de Irán.
Pero los procesos políticos de América Latina han seguido un rumbo muy diferente. La región no sufrió destrucciones bélicas, ni desangres internos. Las tragedias de Irak, Argelia o Siria son vistas como acontecimientos lejanos.
Esta diferencia obedece a muchas razones, pero un aspecto central ha sido el dispar destino de las tradiciones nacionalistas, progresistas y de izquierda, que se reconstituyeron en Latinoamérica y declinaron en los países árabes. La expectativa de una recuperación de ese legado bajo el impulso de la primavera no se verificado. Al contrario, las organizaciones político-religiosas conservadoras han consolidado su predominio, en desmedro del laicismo antiimperialista[21]..
En América Latina la derecha actúa a través de los medios de comunicación, los partidos y el dinero. La iglesia católica ha perdido fieles y compite con una multitud de sectas evangélicas. No existe ninguna fuerza regresiva a escala regional comparable con el enraizamiento logrado por la Hermandad Musulmana[22].
Esta disparidad de caminos se expresa en la pujanza de los ideales de unidad latinoamericana, en contraste con el retroceso que afronta el panarabismo. Esta meta quedó inicialmente golpeada por el fracasado ensayo de una República Árabe Unida (1957-61), por las derrotas de Palestina frente a Israel y por la decadencia del Baath. La guerra actual en Siria refuerza esta regresión. Existen algunos síntomas de resurgimiento del nasserismo, pero todavía no indican una tendencia y están muy lejos de cualquier proceso latinoamericano conectado al ALBA.
Ciertamente las experiencias nacionalistas de la segunda mitad del siglo XX legaron más frustraciones que realizaciones en América Latina. Pero en ningún país se registró la degradación que tuvieron los regímenes de Argelia, Irak, Libia o Siria.
Esta diferencia se extiende también a la presencia de la izquierda, que en América Latina logró permanencia a través la revolución cubana. Esta continuidad ha sido retomada por Bolivia y Venezuela. La izquierda árabe protagonizó experiencias de gobierno (Yemen) y alcanzó arraigo (Irak, Siria), pero sufrió traumáticas derrotas y no pudo conservar su influencia.
En última instancia las diferencias entre ambas regiones obedecen a condicionamientos históricos muy dispares. La secularización que conquistó América Latina con las revoluciones de la Independencia del siglo XIX, nunca fue lograda por el mundo árabe.
Ese proceso permitió forjar estados nacionales con rasgos modernos de laicismo y relativa separación de la iglesia y el estado. Las revoluciones burguesas fueron incompletas pero facilitaron una tradición democrática, que se proyectó a las luchas sociales y a los movimientos populares de la última centuria. Por el contrario en los países árabes subsistió la tutela teocrática y los privilegios religiosos-educativos de los clérigos del Islam. Esta carga torna más compleja la batalla de los movimientos progresistas[23].
Una respuesta desde la izquierda
Los debates en la izquierda han sido muy dispares desde el comienzo de la primavera. Las posturas actuales en torno a Siria reproducen lo ya discutido frente a Libia. No es sencillo tomar posición frente a situaciones alejadas de un campo progresista visible.
En Medio Oriente proliferan los grises y existen formaciones de derecha e izquierda en los bandos en pugna. También abundan las paradojas y las coincidencias de opuestos. Los nazis de Europa apoyan a Assad porque son islamofóbicos y varios partidos comunistas lo sostienen, como un dique de contención de los Estados Unidos.
Pero frente a la inminencia de un bombardeo hubo total unanimidad en el rechazo a la intervención imperialista. Todas las corrientes subrayaron que el pueblo sirio debe adoptar sus propias decisiones sin ninguna interferencia externa. Si Estados Unidos bombardea las consecuencias serán más adversas para la población. No hay que repetir lo ocurrido con Noriega en Panamá o con Sadam en Irak. Son los ciudadanos de cada país y no los marines, quiénes deben juzgar a los tiranos.
Las caracterizaciones acertadas de la situación siria subrayan que hubo un legítimo levantamiento democrático, reprimido por el gobierno y copado por los agentes de Estados Unidos y las milicias yihadistas. Esa usurpación acentuó las tensiones intercomunitarias y desembocó en una guerra civil sin resultados progresistas a la vista. En estas condiciones el triunfo de uno u otro, no abriría horizontes de independencia nacional, democratización o mejoras sociales.
Libia ofrece un antecedente cercano de esta misma encerrona. Una rebelión inspirada en demandas democráticas fue dominada por clanes serviles del imperialismo y las empresas petroleras. Gadafi no cayó como Mubarak o Ben Ali por el descontento popular. Fue tumbado mediante una operación militar controlada por la OTAN[24].
Una forma de evitar la repetición de ese desenlace o su opuesto (masacres de la oposición como en Argelia) sería el fin de las hostilidades, gestado a partir de tratativas concretadas por los sectores progresistas. Es la propuesta promovida por algunas personalidades y movimientos sociales embarcados en la campaña por la “Paz con Justicia”. Trabajan con sectores de ambos campos para alcanzar un alto el fuego y la apertura de negociaciones. Denuncian la intervención del imperialismo y el peligro de un desmantelamiento colonial de Siria[25].
Esta iniciativa es totalmente ajena a las negociaciones que desarrollan Obama y Putin y a las propuestas de la Liga Árabe o los gobiernos europeos. La paz debe discutirse por abajo, retomando las demandas democráticas que originaron la crisis actual y reconociendo los reclamos nacionales kurdos.
Una propuesta de ese tipo fue impulsada por dirigentes latinoamericanos del ALBA durante guerra en Libia. Denunciaron el cerco imperial, la zona de exclusión de la OTAN y la acción del espionaje norteamericano. Promovieron una mediación entre ambas partes, que hubiera sido más progresiva que el derrocamiento de Gadafi por los agentes del Pentágono.
Frente a Siria estas propuestas han sido acompañadas en ciertos casos por categóricas actitudes de apoyo al gobierno de Assad. Especialmente el gobierno de Venezuela realiza visitas de solidaridad y explicita ese sostén. Esta actitud se explica por la percepción de una amenaza imperial semejante.
Existen abrumadoras pruebas de las conspiraciones que impulsan la CIA y el Departamento de Estado, para repetir en Sudamérica las agresiones de Medio Oriente. Frente a este peligro los gobiernos del ALBA construyen alianzas internacionales con los adversarios de Estados Unidos (Rusia, China, Irán), para asegurarse protección defensiva.
Esta estrategia es totalmente comprensible y legitima, pero no obliga a ningún elogio de Assad. Existen numerosos antecedentes de alianzas militares y convergencias diplomáticas, que eluden opiniones sobre los gobiernos involucrados en los acuerdos. Esta omisión sería particularmente pertinente, frente a un régimen que acumula tantas acusaciones.
Los movimientos sociales, las organizaciones populares y los intelectuales de izquierda no cargan con las obligaciones que afrontan los funcionarios de cualquier estado. Tienen la posibilidad de exponer abiertamente su opinión sobre Siria. Decir la verdad es indispensable para actuar como militantes solidarios con los sufrimientos de cualquier pueblo.
Pero esta responsabilidad debería extenderse también a muchos críticos de Evo, Maduro y Fidel, que exigen pronunciamientos reñidos con las necesidades de defensa que afrontan los procesos revolucionarios o radicales. Olvidan que no es lo mismo escribir un manifiesto que confrontar diariamente con alguna amenaza del Pentágono. Si la revolución cubana ha logrado resistir durante 50 años y Venezuela o Bolivia evitaron la sangría que padece Medio Oriente, es porque alguien supo actuar con la inteligencia que no demuestran los objetores.
Dos posturas erróneas
Algunas corrientes de izquierda estiman que el levantamiento democrático inicial en Siria se ha profundizado y radicalizado, hasta convertirse en una revolución popular que tiende a tumbar al régimen. Asignan un carácter progresista a la dirección de este movimiento, desestiman la influencia norteamericana y consideran que los yihadistas cumplen un rol secundario.
Partiendo de esta caracterización promueven la victoria de la oposición, desechan las convocatorias al diálogo, reclaman el reconocimiento internacional de los rebeldes como fuerza beligerante y exigen la entrega de armas a este sector[26].
Pero esta postura es contradictoria con el rechazo de un bombardeo norteamericano que debilitaría al enemigo a vencer. El Pentágono es el gran proveedor de las armas pesadas que se solicitan y el Departamento de Estado es el principal interlocutor, para jerarquizar la relevancia internacional de la oposición. Varios sectores del establishment estadounidense toman en cuenta ese rol para motorizar una política más activa contra Assad.
Se podría alegar que esta coincidencia con el imperialismo tiende precedentes históricos en movimientos populares, que concertaron compromisos con las potencias para sostener sus luchas nacionales. Los irlandeses del IRA aceptaban armas del Kaiser y los maquis franceses recibían pertrechos de los norteamericanos. ¿Pero la derrota de Assad equivaldría al desmoronamiento de Hitler? ¿Los marines y los yihadistas se asemejan a las resistencias europeas en las guerras mundiales?
Es más sensato comparar al grueso de las milicias de la oposición siria con los kosovares de Europa Oriental, que se transformaron en agentes OTAN o con los afganos que devinieron en talibanes. La escalada bélica aumentó la subordinación de esos sectores a sus sponsors imperiales. Hay muchas discusiones sobre la gravitación de los yihadistas, pero actúan como fascistas y nunca podrían integrar un campo progresista.
El antecedente libio es muy esclarecedor, puesto que allí se extinguió la progresividad de los opositores cuando se situaron bajo la egida de OTAN. Visto retrospectivamente es evidente la distorsionada idealización que hicieron algunas vertientes de la izquierda de los denominados “rebeldes”. No sólo fue erróneo reclamar armas para un sector que ya recibía un arsenal desde Qatar, Arabia Saudita y Estados Unidos, sino también aprobar la “zona de exclusión” que establecieron las potencias occidentales sobre el espacio aéreo de ese país[27].
La victoria de la oposición no fue un “triunfo popular”. Una coalición de fuerzas reaccionarias ganó la partida y reforzó la gravitación del imperialismo en la zona. Este balance es evidente para cualquier observador. No lo pueden registrar quiénes adoptan una actitud de celebración ingenua de cualquier revuelta. Suelen omitir quién sostiene los levantamientos y cuáles son los propósitos e intereses de su dirección[28].
La postura opuesta considera que la guerra en Siria es un resultado unívoco de conspiraciones imperiales perpetradas a través de mercenarios, para socavar a un gobierno tolerante, laico y embarcado en la continuidad del proyecto panárabe[29].
Otras variantes más atenuadas de esta visión silencian el problema. Suelen denunciar la intervención del imperialismo, evitando cualquier mención de Assad, como si se librará una batalla abstracta sin protagonistas de carne y hueso.
Estas miradas cierran los ojos ante el horror creado por las masacres de familias indefensas. Al omitir la existencia de estos hechos o atribuirlos a infiltrados externos se reproduce un viejo vicio de negación. Esa actitud condujo durante décadas a ignorar los crímenes de Stalin y propinó un terrible daño a la causa del socialismo.
No tiene sentido edulcorar la imagen de Assad con fantasiosos supuestos de progresismo. Encabeza un régimen opresivo que enterró todos los vestigios del nacionalismo antiimperialista. La demonización norteamericana no debe conducir a reivindicar lo indefendible.
Con esta misma actitud algunos autores presentaron a Gadafi como un coronel patriótico, que antes de su asesinato preparaba la radicalización revolucionaria de su régimen[30]. Esta imagen invierte la realidad. El coronel transitaba por un carril opuesto de compromisos con las empresas petroleras occidentales, para reforzar políticas neoliberales al servicio de los clanes privilegiados.
La defensa de Asad como reacción a la barbarie que despliega el imperialismo constituye una inadmisible simplificación. Una gran variedad de criminales pululan por la escena contemporánea. Los maxi-genocidas del Pentágono coexisten con los mini-genocidas del mundo árabe.
La reducción de complejos procesos políticos a una simple oposición entre dos campos impide entender lo que está ocurriendo. El ultimátum de “estar con uno u otro” termina generado el desprestigio de la izquierda. Es la mirada binaria que condujo a aceptar la invasión rusa a Checoslovaquia o la represión de Tian An Men. La acción criminal de los talibanes enfrentados con Washington demuestra que algunos adversarios coyunturales de Estados Unidos no son mejores que el imperio.
La izquierda no debe callar. Cuando se resigna a la “Realpolítik” olvida su compromiso con la defensa del derecho básico a la vida. Con esa renuncia empieza la sutil adaptación a lo que siempre ha combatido.
Principios, tácticas y posibilidades
En Medio Oriente las fuerzas reaccionarias están ubicadas en varios bandos. Actúan con el imperialismo, con ejércitos represivos y con islamistas conservadores. En ciertas oportunidades predomina la asociación entre estas vertientes y en otros casos el conflicto. No hay someterse al chantaje de optar por alguno de ellos.
Este problema apareció recientemente en Egipto, cuando los militares se hicieron eco de una demanda democrática y masacraron posteriormente a los islamistas. No es admisible que la izquierda se ubique en uno u otro bando. Es tan desacertado defender a un impugnado en las calles, como avalar los asesinatos de los Hermanos Musulmanes. Este problema ha generado una fuerte discusión en ese país[31].
Otra falsa opción se planteó en Mali frente a la intervención francesa. Algunas justificaciones del operativo alertaron contra los yihadistas y resaltaron la conveniencia de un contrapeso geopolítico a la presencia norteamericana.
Pero también aquí rige el principio de respetar el derecho de cada pueblo a resolver sus conflictos sin injerencia externa. Los yihadistas y franceses son agresores y no artífices de un mal menor. El secesionismo y las ambiciones imperiales son igualmente nefastos y la izquierda no tiene porque resignarse a elegir entre opciones regresivas[32].
Ciertamente no alcanzan los enunciados generales y en cada circunstancia se plantean formulaciones tácticas que priorizan uno u otro peligro. Frente al inminente bombardeo norteamericano a Siria tiene evidente primacía la denuncia de esa intervención. En ese momento la crítica al régimen de Assad debe quedar inscripta en la batalla central contra el imperialismo.
Conviene recordar que cuando el criminal Hitler invadió la URSS gobernada por el criminal Stalin, la izquierda se colocó en el campo soviético, sabiendo que la derrota del nazismo era indispensable para cualquier proyecto democrático. Lo mismo vale para el ataque de Thatcher contra Malvinas bajo la dictadura de Galtieri o la invasión norteamericana a Irak bajo la tiranía de Sadam. Las abstracciones neutralistas son particularmente inconvenientes en estos casos.
Los tres principios que guían a la izquierda -rechazo de las intervenciones imperialistas, oposición a los dictadores y solidaridad con los pueblos sublevados- adoptan formas muy diversas en cada circunstancia.
Estos debates seguramente continuarán, puesto que el mundo árabe atraviesa una conmoción sin precedentes. Todos los mitos sobre la pasividad de ciertos pueblos han quedado desmentidos por los acontecimientos de Medio Oriente.
Se obtuvieron grandes victorias en Egipto y Túnez, pero el desenlace de Libia marcó un giro hacia la contraofensiva derechista. Esta arremetida se ha extendido a Siria y la reacción ensaya varios caminos para sepultar los anhelos populares. Pero El Cairo y Estambul han demostrado que la batalla continúa.
Medio Oriente afronta un contradictorio escenario de luchas y tragedias. La primavera ha devenido en un duro otoño y puede desembocar en un invierno imperial o talibán. Pero el resultado permanece abierto y en muchos lugares se avizoran despuntes de un verano democrático. Hay esperanzas y posibilidades de alcanzar esa estación.
25-9-2013
Resumen
La suspensión del bombardeo a Siria ilustró la oposición que enfrentan las agresiones imperialistas. Pero Estados Unidos mantiene su propósito de destruir a un régimen adversario, impedir el resurgimiento de Rusia y frenar el desarrollo nuclear de Irán. No puede repetir Libia en una región que concentra complejas disputas geopolíticas.
Arabia Saudita y Qatar sostienen otro eje reaccionario, mientras Israel consolida la desposesión del pueblo palestino. Los yihadistas cumplen un papel análogo al fascismo y son enemigos de la unidad antiimperialista árabe.
La revuelta democrática en Siria se ha transformado en un desangre manipulado por potencias rivales. Esta involución tiende a repetir lo ocurrido en Irak o Argelia. Las destrucciones imperiales, confesionales y estatal-militares permiten remodelar la estrategia norteamericana. Pero la primavera recobra vitalidad en la oposición a la islamización forzosa que ha irrumpido en Egipto, Turquía y Túnez.
Existen semejanzas con América Latina en los efectos del neoliberalismo, las dictaduras y la dominación extranjera. Pero el predominio confesional y el declive del nacionalismo radical y la izquierda reflejan experiencias políticas y condicionamientos históricos muy diferentes.
La guerra en Siria carece de horizontes progresistas y las campañas por una “Paz con Justicia” aportan una salida. Las obligaciones diplomáticas que enfrentan los gobiernos no se extienden a los movimientos sociales.
El antecedente de Libia demuestra cuán erróneo es el apoyo a los “rebeldes” o al régimen. No existen sólo dos campos en disputa. La primavera ya ha devenido en un duro otoño y puede desembocar en un invierno imperial. Pero también despuntan perspectivas de un verano democrático.
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