El conflicto en Ucrania:
A diez años del fracaso de la Revolución Naranja
12/03/2014
- Opinión
El actual conflicto en Ucrania de 2014 y las sombras de una invasión militar por parte de la Federación Rusa, no pueden entenderse sin el análisis de los alcances y fracasos de la llamada Revolución Naranja, un acontecimiento de indudable importancia en Europa postcomunista, donde la democracia nunca terminó de echar raíces sólidas, debido a que la dinámica para administrar el poder no siempre se resuelve por medio de reglas electorales y la definición de instituciones democráticas. En muchos casos, el hecho de ejecutar elecciones libres con la participación de varios partidos políticos tampoco es la garantía que asegure plena legitimidad, ni queden resueltas por completo las contradicciones de un sistema político como el que existe en Ucrania, donde constantemente imperan las inclinaciones autoritarias. Esto hace necesario volver a evaluar las condiciones de surgimiento y desenlace de la Revolución Naranja en el año 2004. Diez años después todo vuelve al caos y los riesgos de un conflicto a escala continental.
Fue muy extraño que los medios de comunicación internacionales bautizaran como “revolución” a un proceso de negociaciones políticas que terminó con la definición del poder a manos de un conjunto de élites partidarias. Las elecciones del 31 de octubre de 2004 en Ucrania marcaron un proceso de pugnas muy hostiles entre los candidatos de entonces donde destacaban Viktor Yushchenko, líder de la coalición de partidos “Nuestra Ucrania” y Viktor Yanukovych, cabeza del “Partido de las Regiones” del este y del sur, además de ser el favorito del entonces presidente Leonid Kuchma. Yanukovych volvió a desencadenar una crisis de gobernabilidad al abandonar el país en medio de la violencia en febrero 2014, luego de negarse a firmar un tratado comercial con la Unión Europea, convocando más bien a un acercamiento geopolítico con Rusia. La crisis contemporánea trasluce la manera en que la sociedad civil está dispuesta a sacrificarse con todo y a dar mayores mártires en cualquier movilización, aunque el desenlace final esté, tristemente, en las manos de los partidos y políticos profesionales.
Los temas irresueltos durante los conflictos en la Revolución Naranja
¿Cuáles fueron las condiciones políticas que dieron lugar a un conflicto de carácter político, electoral y social entre noviembre y diciembre de 2004? Básicamente, cinco elementos: primero, las intenciones de reelección que Kuchma tenía, para lo cual ejerció un control del Parlamento donde intentaba aumentar las facultades presidenciales. Asimismo, Kuchma tropezó con un rechazo popular por las denuncias de corrupción, abuso de poder y su involucramiento en la desaparición y asesinato del periodista Georgiy Gongadze (nunca resuelto hasta el día de hoy).
Los intentos de Kuchma por controlar los hilos del poder, hicieron que armara la candidatura de Yanukovych y posicionara un recambio calculado frente a cualquier otra alternativa más democrática y pluralista. El perfil personal y político de Yanukovych era muy singular: fue condenado a prisión en su juventud por robo y asalto, pero terminó convirtiéndose en una figura central que siempre cautivó al interior del escenario electoral. La gente, a pesar de su oscuro pasado, siguió votando por él.
El segundo elemento gira en torno del sorpresivo empate en las elecciones de octubre entre los dos candidatos más votados, Yushchenko y Yanukovych. Ninguno de ellos obtuvo la mayoría del 51 por ciento, de tal forma que se realizó una segunda vuelta el 21 de noviembre de 2004. La Comisión Electoral declaró vencedor a Yanukovych en medio de múltiples denuncias de fraude, evidenciándose una serie de ventajas a favor del líder protegido del presidente Kuchma. Los observadores internacionales detectaron intimidación, uso indebido de influencias y recursos del Estado, así como incompatibilidades entre el conteo de la Comisión Electoral y la ausencia de otros mecanismos de control. Varios integrantes de algunas comisiones electorales locales fueron impedidos de asumir sus funciones, mostrando una clara manipulación del proceso eleccionario.
El tercer elemento fue la movilización de la sociedad civil que tomó las principales calles y plazas de la capital Kiev. El distintivo colorido fue el uso de bufandas, gorras y chaquetas de color naranja, un símbolo electoral que rápidamente se transformó en una señal política de protesta pacífica para desafiar al orden imperante, con el fin de promover el cambio de gobierno y forzar reformas más democráticas. Sin embargo, todo fue un juego mediático con publicidad bien montada en el ámbito europeo. Aunque se advirtieron auspiciosos procesos de auto-organización y democratización desde las bases civiles, lamentablemente éstas tuvieron un peso relativo a la hora de clarificar la vocación y el ejercicio del poder durante las negociaciones entre las élites políticas. El denominativo de Revolución Naranja tuvo un atractivo solamente por el color vistoso en las calles, aspecto que hábilmente fue explotado por la televisión y los fabricantes de souvenires autóctonos en Ucrania.
El cuarto elemento trascendental fueron las amenazas y presiones internacionales que atenazaron las negociaciones políticas. Por un lado, los Estados Unidos emitieron un comunicado público por medio del entonces Secretario de Estado, Collin Powell, que afirmó rechazar los resultados electorales a favor de Yanukovych, al no cumplir con los “estándares internacionales” en materia de elecciones democráticas. Simltáneamente, Vladimir Putin, presidente ruso, se expresó públicamente en contra de cualquier “intervencionismo extranjero en la agenda política ucraniana”.
Este conflicto internacional que se mantuvo por diez años hasta la actualidad, transmitió una realidad evidente: por un lado, la candidatura de Yanukovych y el presidente Kuchma eligieron el apoyo ruso debido a sus relaciones comerciales y alianzas histórico-tradicionales con Moscú. Por otro lado, los Estados Unidos recomendaron la ejecución de nuevas elecciones, favoreciendo la candidatura de Viktor Yushchenko. Además, este líder pasó a la fama por el intento fallido de envenenarlo, terminando con la cara desfigurada pero bastante seductora para fomentar un apoyo electoral y la solidaridad internacional.
Este tipo de tensiones dibujaron un panorama trascendental donde la Revolución Naranja luchaba por establecer su propia voluntad de autodeterminación democrática, frente a las estructuras internacionales donde Rusia buscaba conexiones incondicionales con regímenes afines que son considerados “estratégicos para su seguridad territorial”. Esto chocaba, por lo tanto, con las previsiones estadounidenses que trataban de expandir los lazos de Ucrania con la Unión Europea, la Organización del Atlántico Norte (OTAN) y una proyección nacionalista pro-occidental de los frentes ucranianos que rechazan el intervencionismo ruso. La agenda internacional expresaba, a su vez, cuán delicadas eran las condiciones de Rusia y las ex repúblicas soviéticas luego de la desaparición del comunismo en 1991. Los planes de Yanukovych, Kuchma y Putin consistían en desarrollar proyectos y relaciones lejos de la OTAN y los Estados Unidos, mientras que Yushchenko y sus bases nacionalistas tuvieron que aprovechar los signos de apoyo político estadounidense, junto a la eventual apertura hacia una agenda pro-europea.
Después de diez años de la Revolución Naranja, el conflicto en Ucrania presenta dos perfiles. En un lado de la medalla están en juego los intereses democráticos para una consolidación pluralista del sistema político y una legitimidad que valore en su correcta dimensión el voto ciudadano como eje de cualquier democracia. Mientras que al otro lado de la moneda se encuentran las previsiones de aquellos líderes que harían cualquier cosa para controlar el poder, instrumentalizando para eso el apoyo internacional y los equilibrios de influencia en un contexto geo-estratégico.
El lado democrático se halla en las protestas y capacidad de organización que tiene la sociedad civil, mientras que el lado autoritario se identifica con los cálculos de poder de los líderes nacionalistas o pro-rusos y los partidos políticos como los liberal-conservadores Batkivschyna y el Bloque Nuestra Ucrania-Autodefensa Popular; el Congreso de Nacionalistas Ucranianos, el Partido Comunista de Ucrania, el Partido de las Regiones de fuerte inclinación hacia la cultura y la hegemonía rusa, así como el ultranacionalista partido Svoboda.
El quinto elemento gravitante para las negociaciones políticas de la Revolución Naranja fue la institucionalidad doméstica; es decir, el funcionamiento del sistema político democrático en sí mismo. Ucrania debía consolidar sus instituciones políticas o correr el riesgo de un retroceso antidemocrático. Este dilema fue resuelto por la Corte Suprema de Ucrania que intervino para anular los resultados de la segunda vuelta electoral de noviembre de 2004, tratando de preservar un equilibrio entre los postulados constitucionales y las elecciones que debían solucionar los problemas sobre la titularidad del poder por medio de mecanismos con legitimidad. Las movilizaciones sociales rechazaron directamente la victoria de Yanukovych y se aprestaron a enfrentar una posible represión por parte del presidente Kuchma.
Colofón: el pragmatismo eclipsó a la Revolución
A lo largo de aquello que parecía ser un proceso revolucionario – y en similar orientación a los conflictos de hoy –, los intereses de la sociedad civil representaron un ámbito significativo pero al mismo tiempo contradictorio. Por una parte, la movilización de masas que dio nacimiento a la denominada revolución, promovió una intensa participación para que el voto popular sea respetado en las urnas, exigiendo a las élites políticas la necesidad de negociar con el objetivo de evitar un estancamiento y el surgimiento de la violencia. Sin embargo, esto limitó el accionar de la sociedad civil y su intervención efectiva en la esfera democrática porque las negociaciones sobre la titularidad del poder fueron transferidas hacia la Corte Suprema, el Parlamento y la Comisión Electoral que luego promovieron diversos acuerdos sobre la base de intereses estrictamente partidarios.
Por otra parte, las élites siguieron siendo las mismas para repartirse los beneficios. El poder fue entregado a Viktor Yushchenko que finalmente ganó el proceso electoral luego de ser repetida la segunda vuelta en diciembre de 2004, aunque Yanukovych, los llamados oligarcas (nuevos ricos que brotaron después del fin del comunismo soviético), y otros líderes que aparecían como independientes, permanecieron sólidos en sus ejes de influencia. La revolución fracasó porque al final, los resultados respondieron a las élites dominantes, inclusive las supuestas novedades como Sergei Tigipko, ex presidente del Banco Central y ex asesor de campaña de Yanukovych en el año 2004. Tigipko fue una revelación en las elecciones de 2010 al obtener un tercer lugar y participar en las negociaciones para resolver otra crisis en el nombramiento de un Primer Ministro y la conformación de un gobierno de mayoría relativa.
Las negociaciones entre élites políticas se realizaron en dos escenarios. Primero, por medio de acercamientos oficiales con la presencia de las partes en conflicto; es decir, el partido de Yanukovych y los negociadores de la alianza que apoyaba a Yushchenko. Las discusiones giraban en torno a la presión de la sociedad civil que había bloqueado los edificios gubernamentales amenazando el orden político e impugnando totalmente la autoridad del presidente Kuchma. El oficialismo, por su parte, exigía la suspensión de cualquier medida de presión, barajando la alternativa de una intervención violenta con las fuerzas policiales y el mismo ejército hasta retomar las condiciones de orden.
Segundo, las negociaciones por “debajo de la mesa”, tuvieron lugar para asegurar que las élites políticas conserven sus dominios más allá de las expectativas de reforma y cambio democrático que aparecían en los medios de comunicación. Estas negociaciones resultaron efectivas porque se trataba de satisfacer aspectos neurálgicos que podían ser difícilmente aceptados por la opinión pública, como por ejemplo: evitar aquellas reformas políticas donde el voto de censura en el Parlamento se transforme en un boomerang para afectar la estabilidad de cualquier futuro gobierno. Otro punto central era reducir el antagonismo anti-ruso, debido a la fragilidad económica y la enorme dependencia energética de Ucrania respecto al petróleo producido en Rusia.
Las negociaciones de la Revolución Naranja finalizaron en la convocatoria a nuevas elecciones nacionales para el 26 de diciembre de 2004. La sociedad civil participó activa y emotivamente hasta que triunfó nuevamente Viktor Yushchenko. De cualquier modo, su presidencia nunca impulsó nuevas transformaciones como inicialmente se esperaba, mientras la crisis política se reprodujo al romperse por dentro la coalición Nuestra Ucrania que apoyó su elección como Presidente. Todos los esfuerzos de la sociedad civil quedaron en la nada cuando la política profesional negoció el conflicto y fue incapaz de generar cambios dentro del Parlamento.
La Primera Ministra que emergía triunfante de la Revolución Naranja, Yulia Tymoshenko, acompañó por poco tiempo al Presidente Viktor Yushchenko hasta el año 2006, siendo removida de su cargo por acusaciones de abuso de autoridad y corrupción, lo cual promovió la realización adelantada de elecciones parlamentarias. Yushchenko tuvo que nominar a su anterior rival político, Yanukovych como Primer Ministro, únicamente para conseguir estabilidad por medio de acuerdos de gobernabilidad.
Este final pragmático y realista mostró que la democracia de coaliciones electorales en un sistema multipartidista, mezclado con un régimen presidencial-parlamentario como el que rige en Ucrania, exige que las negociaciones sean el núcleo principal para la definición del poder. Los acuerdos pueden moverse muy bien dentro de intercambios sobre ofertas de espacios de poder, al margen de la legitimidad que brinda el voto popular y la opinión pública. Por lo tanto, el denominativo de Revolución Naranja fue una ilusión vendible ante la prensa internacional y el mercado de aspiraciones postmodernas donde todo se confunde con todo: autoritarismo con democracia, contubernios con negociaciones, o simplemente ambiciones personales con actitudes elitistas para la distribución de prerrogativas.
La negociación, más allá de sus virtudes para resolver conflictos, transmite claras oportunidades políticas donde es posible tomar lo que se pueda en el momento oportuno. Ganar, en el fondo, implica negociar con Dios y con el Diablo, con la izquierda o la derecha, con buenos y malos, nacionalistas, europeístas y aprovechadores. La negociación es el arte de lo posible y, en el fondo, el escenario donde la política se desplaza con sus verdaderos rostros y facultades. Todo es negociable mientras sirva para validar alternativas y vocaciones por el poder.
Las elecciones presidenciales de febrero de 2010 dieron la victoria al Partido de las Regiones de Yanukovych aunque sin obtener la mayoría absoluta, pues las fuerzas de Yulia Tymoshenko se posicionaron como la segunda alternativa de poder, resistiéndose a reconocer su derrota. El gobierno nuevamente tuvo que pactar para controlar el Parlamento y el nombramiento del Primer Ministro, llegando a aliarse Viktor Yanukovych (Presidente electo) con Mykola Azarov (Primer Ministro) y los líderes del Partido Comunista y el Partido del Pueblo.
La historia se repitió y todo guardó el silencio de las negociaciones pragmáticas. Entretanto, el ex presidente Viktor Yushchenko perdió popularidad y la sociedad lo removió del cargo, profundamente decepcionada. Su liderazgo durante la Revolución Naranja se eclipsó porque simplemente dicha revolución nunca existió, pues este ejemplo histórico muestra claramente que en el siglo XXI es imposible el surgimiento sólido de un impulso revolucionario, tanto desde la sociedad civil como desde el ámbito político.
La violencia tomó nuevamente las calles en febrero de 2014 cuando Yanukovych se negó a llevar adelante un conjunto de acuerdos comerciales que acercarían mucho más a Ucrania con la Unión Europea, además de ordenar una represión que dejó 77 muertos. Escapó del país en medio del caos, denuncias de enriquecimiento ilícito y provocando un vacío de poder que hasta ahora no puede ser llenado, razón por la cual Vladimir Putin tomó la decisión peligrosa de probar su hegemonía en Crimea, optando por intervenir militarmente con el objetivo de realinear Ucrania a los intereses rusos. Esto desafía a la Unión Europea y aprovecha la decadencia de los Estados Unidos como potencia mundial.
Diez años después de la Revolución Naranja, Ucrania continúa dividida entre el ánimo por europeizarse bajo la égida del liberalismo conservador y globalizante de la economía, en contraposición a las fuerzas que se identifican con el pasado soviético y la gran patria rusa. El nacionalismo exacerbado moviliza fuertemente el coraje popular, aunque la inestabilidad política es endémica, haciendo ver al mundo que Ucrania no alcanzó la mayoría de edad democrática y ahora está tensionada por probables hostilidades bélicas venidas de Estados Unidos, Europa central y la Federación Rusa.
Franco Gamboa Rocabado
Doctor en gestión pública y relaciones internacionales, miembro de Yale World Fellows Program, franco.gamboa@aya.yale.edu
https://www.alainet.org/es/articulo/83873
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