Escritor sin rostro

01/05/2014
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El escritor no es un autor. La gloria y la vanidad es el camino de quienes buscan el camino de la notoriedad, de quienes quieren salir una y otra vez en la televisión, en los medios masivos de comunicación. Lo importante es vender una determinada figura que luego será premiado con altos ranking de fama, de fans, y luego revertidas en sus cajas registradoras. La fama y el dinero es la finalidad del autor, de mostrarse, es un asunto de marketing publicitario, de mercadeo.
 
No importa su libro, su obra en sí, interesa más vender su imagen. Incluso muchos buenos libros terminan en esa miserable dinámica, los comentaristas hablan del autor, de sus banalidades, de sus curiosidades de la vida privada más que de la obra, abortando a posibles buenos lectores. En fin, vale es la cursilería, el autor, la persona, su fama. Por ejemplo, muchos periodistas transcriben, escriben sus habladurías, ponen sobre el papel sus pendejadas de diario hablar, como el portero de los edificios que se creen los biógrafos más competentes de los residentes del edificio.
 
Un escritor es lo contrario, el deviene experiencias, sensaciones que se traducen en una obra determinada. Es más bien un medio que un fin en sí mismo, por eso es posible hacer la lectura de una obra escrita igual a como se escucha una pieza musical, para dejarse afectar, para experimentar las sensaciones que despiertan en uno. Por ello se habla del escritor sin rostro, pues cuenta más su obra, las experiencias que despierta en cada quien.
 
Foucault definió del libro algo bien distinto a ello, es una caja de herramientas, se extrae lo que necesita para trabajar. Deleuze lo definió como un devenir o agenciamiento, algo que ocurre, un acontecimiento, su experimentación deviene algo inesperado, algo inédito, en el cual muchos tienen que tocar fondo en la droga, en el alcoholismo, Fitzgerald por ejemplo. En este sentido importa más la obra en sí que el escritor.
 
Un escritor es un transgresor, revierte ordenes establecidos develando las miserias humanas, poniendo al descubierto las trampas de la cultura que a fuerza de rutina todo se nos vuelve normal, incluso aquello que amenaza con devastarnos. Por estar por fuera de los códigos de la cultura, fuera de la domesticidad social es que se dice que un escritor es quien inventa una lengua extranjera incluso en su propio idioma. En esa medida es un extranjero en su propio país, dibuja mapas, cartografías inéditas, intempestivas diría Nietzsche.
 
Por eso poco importa ese ruido de fondo que no deja escuchar lo excelso de la música, cada vez que ocurre una fatalidad, la muerte incluso de un interesante escritor, nobel, etc, todos los medios salen en su alaraca a sacar partido de su vulgar negocio, olvidando que los verdaderos escritores no tienen rostro.
 
Mauricio Castaño H.
Historiador
https://www.alainet.org/es/articulo/85220

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