Movimos ficha
08/06/2014
- Opinión
La sobreactuación del poder ante cualquier respuesta ciudadana que desafíe a la injusticia es señal de que tienen más miedo de lo que imaginamos. Sus centros de alertas tempranas llevan tiempo activados. Nos faltaba saberlo. Decíamos en “Mover ficha” el día que arrancaba el desafío de Podemos hace apenas cuatro meses: “El vapor de la indignación flota en el ambiente. Falta la caldera que lo concrete y ponga a trabajar las turbinas”. Se trataba de patear, con maneras elegantes, la aburrida partida de ajedrez que mantenían jugadores conchabados. No era sencillo. Es costumbre hispánica preferir ser cabeza de ratón antes que cola de león. La unidad de las fuerzas políticas contrarias a los mandatos de la Troika no es sencilla. Sobre todo desde los marcos rígidos heredados del franquismo, enquistados durante la transición y necrosados con los gobiernos del PSOE y del PP. Como los contratos sociales los arman las mayorías, se trataba de apelar a las mayorías. Para evitar que delante de nuestras narices las minorías siguieran su tarea de dinamitadores con el discurso del consenso sobre que no hay alternativas. El diagnóstico estaba claro: “la Troika y su amparo alemán, el sector financiero nacional e internacional, el austericidio endiosado, las patronales europeas, la cartelización de los partidos del régimen, todos ellos en una alianza viciada, se han erigido en enemigos de la democracia. Como ocurrió después de la Segunda Guerra Mundial, el miedo tiene que cambiar de bando. Para que pierdan esa impunidad que tienen los ladrones, los corruptos, los que ofrecen trabajos basura, los que ofenden a las mujeres, los que quieren regresar a una España de sacristía, los que insultan la memoria histórica, los que vibran con Franco, los que expulsan a los universitarios de las aulas, los que niegan el acceso a una sanidad digna, los que tienen a este pueblo con la alegría robada. Los zapatistas se taparon el rostro para que se les viera. Ahora nosotros decimos que no para que podamos construir un sí que nos emocione”. Para eso había que romper los candados que no dejan crecer a la izquierda real. Sabíamos que el espacio político estaba ahí, esperando ser representado. La fuerza a la que le correspondía salir a ganar el partido en mitad de una crisis creada y gestionada desde el bipartidismo, parecía contentarse con aumentar unos puntos sus votos. El vapor de un movimiento social que asombró al mundo, el 15M, seguía diluyéndose en los vastos caminos sin aurora. Mientras, el contrato social democrático en España se estaba rompiendo. Había que dar un paso. Y ese paso era un grito, una piedra en el estanque, una metodología: si vamos a convocar a las mayorías, invitemos a las mayorías a participar. Que elijan a su cabeza de lista, que elaboren el programa, que recuperen el poder delegado. Podíamos equivocarnos, pero íbamos a equivocarnos, llegado el caso, de manera diferente. “No vivimos del pasado/ ni damos cuerda al recuerdo/ Somos, turbia y fresca, un agua que atropella sus comienzos”.
El PSOE desperdició su conferencia política despreciando escuchar a sus bases que le pedían incorporar demandas nacidas del 15M. La parte más detenida de Izquierda Unida condenaba a la modorra a la parte más fresca, recreándose en sus ensoñaciones pequeñas. En otros lugares del Estado, la izquierda más novedosa estaba acomodada en la identidad nacional, sabiendo que su fuerza reside en que no hay nadie fuera que represente con credibilidad la invención -porque nunca la hemos inventado- de una España federal que se aprenda a sí misma de otra manera. Que sea creíble porque sabe que España es una realidad plurinacional y que sea sincera porque saca las consecuencias de nuestra historia.
La respuesta de la izquierda no podía ser tampoco el reproche interminable dentro de las propias filas (insistimos: a los que les pese demasiado el oprobio biográfico debieran tener la generosidad de dar un paso atrás). No puede ser, de igual manera, la reivindicación de demandas envejecidas o vestidas de gris que ignoren la necesidad de un nuevo lenguaje y un nuevo gesto.
Los consensos del régimen del 78 están agotados. La monarquía –pese a que se intente una tercera restauración borbónica con Felipe de Borbón-; la judicatura –con el Tribunal Constitucional saltándose borracho los semáforos de la democracia-; la estructura territorial –con las costuras reventadas en Cataluña y el País Vasco.; el consenso basado en las mejoras sociales –con uno de cada dos jóvenes en el paro; con la mejor sanidad de Europa saqueada; con crecientes impuestos para los pobres y amnistías fiscales y jubilaciones insultantes para los ricos-; la mirada embobada sobre Europa –que manda memorándum secretos con el poder de cambiar nuestra Constitución humillada-; sobre las relaciones capital y trabajo –con seis millones de parados y el penúltimo jefe de la patronal en la cárcel-; de los medios de comunicación emblema de la Transición –convertidos en una mezcla de amarillismo e intereses económicos espurios-. Es tiempo de construir nuevos consensos. Y no los pueden hacer los mismos porque entonces repetirán los mismos errores.
Confiamos en la gente y, como sabe el pueblo llano, cuanto más das, más recibes. Sacamos 5 eurodiputados. El 8% de los votos. En apenas cuatro meses. Queda aún mucha pared, pero la grieta marca la tendencia. Vamos a construir un partido del siglo XXI. Que, por eso mismo, no puede ser sin más un partido. Al vector representativo hay que acompañarlo del vector participativo. El 15M y el movimiento indignado no pasaron en España para nada. Después de las elecciones del 25M los últimos consensos se han dinamitado. El bipartidismo se ha roto al no sumar el PSOE y el PP ya ni el 50% del Parlamento; la justicia no tiene credibilidad. Europa ya no la miramos con arrobados ojos de amor. Hay un 26 % de desempleo, desahucios, pérdida del derecho a la sanidad y a la educación. Faltaba la monarquía. Y el Rey ha abdicado para acelerar la sucesión antes de que un nuevo Parlamento sea menos amable con los borbones y su régimen carente de democracia. Pero la sociedad española ha cambiado. Si Felipe VI no se somete a referéndum va a ser un rey con la línea de flotación quebrada.
Movimos ficha. Dijimos que sí se puede y pudimos. La respuesta nos invita a reinventar la democracia en España. Seguimos.
Juan Carlos Monedero
Profesor de Ciencia Política, Universidad Complutense de Madrid
Fuente: Semanario Virtual Caja de Herramientas Nº 402
Semana del 6 al 12 de mayo de 2014
Corporación Viva la Ciudadanía
https://www.alainet.org/es/articulo/86222?language=en
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