Del fin del comienzo al comienzo del fin
Capitalismo, violencia y decadencia sistémica
09/06/2014
- Opinión
De Libia a Venezuela pasando por Siria y México, Ucrania, Afganistán o Irak... en lo que va de la década actual hemos presenciado el despliegue planetario permanente de la violencia directa o indirecta (tercerizada) de los Estados Unidos y sus socios-vasallos de la OTAN, toda la periferia se ha convertido en su mega objetivo militar. La ola agresiva no se aquieta, en algunos casos se combina con presiones y negociaciones pero la experiencia nos indica que el Imperio no agrede para posicionarse mejor en futuras negociaciones sino que negocia, presiona con el fin de lograr mejores condiciones para la agresión.
Estas intervenciones cuando son “exitosas” como en Libia o Irak no concluyen con la instauración de regímenes coloniales “pacificados”, controlados por estructuras estables, como ocurría en las viejas conquistas periféricas de Occidente, sino con espacios caóticos atravesados por guerras internas. Se trata de la emergencia inducida de sociedades-en-disolución, de la configuración de desastres sociales como forma concreta de sometimiento lo que plantea la duda acerca de si nos encontramos ante una diabólica planificación racional que pretende “gobernar el caos”, sumergir a las poblaciones en una suerte de indefensión absoluta convirtiéndolas en no-sociedades para así saquear sus recursos naturales y/o anular enemigos o competidores... o bien se trata de un resultado no necesariamente buscado por los agresores, expresión de su fracaso como amos coloniales, de su alta capacidad destructiva asociada a su incapacidad para instaurar un orden colonial (“incapacidad” derivada de su decadencia económica, cultural, institucional, militar). Probablemente nos encontremos ante la combinación de ambas situaciones.
También es posible suponer que el Imperio en su decadencia se encuentra prisionero de una maraña de intereses políticos, financieros, mafiosos... conformando una dinámica autodestructiva imparable que lo obliga a desplegar operaciones irracionales si observamos al fenómeno desde una cierta distancia histórica, pero completamente racionales si reducimos la observación al espacio de la razón instrumental directa de los conspiradores, a su micromundo psicológico (la razón de la locura como razón de estado o astucia mafiosa imponiéndose a la racionalidad en su sentido más amplio, superior).
Aunque esos desastres no representan necesariamente acciones de verdugos despiadados destruyendo paraísos periféricos, el capitalismo es una totalidad global y lo que aparece como la decadencia del centro imperial es la manifestación decisiva pero parcial de un fenómeno planetario que incluye a la periferia atrapada por la sobredeterminación burguesa universal (decadente) de sus sociedades. La operación de destrucción de Libia lanzando sobre su territorio oleadas de mercenarios y bombardeos pudo triunfar aprovechando la degradación del régimen kadafista, el golpe neonazi de Febrero de 2014 en Ucrania capturó al gobierno de una “república” resultado del desastre soviético que la había sumergido en una gigantesca podredumbre sucedido por la instauración de un capitalismo mafioso, la desestabilización de Venezuela orquestada por los Estados Unidos se apoya en sectores de las clases medias conducidos por la vieja burguesía local que no fue eliminada después de quince años de “revolución” (“bolivariana”, autoproclamada “socialista”) eternamente a medio camino... esas élites no fueron barridas del escenario aunque si irritadas, enfurecidas por el ascenso social de las clases bajas.
Todo esto nos conduce a la necesidad de establecer el momento de la historia del capitalismo en que nos encontramos. ¿Se trata del burdel sangriento global preludio de una nueva acumulación primitiva cuna de un futuro suopercapitalismo o de los manotazos finales, desesperados de una civilización que ha entrado en el ocaso?
Propongo responder a ese interrogante utilizando aquella vieja y tan repetida frase de Churchill en plena Segunda Guerra Mundial cuando al terminar la batalla de El Alamein señaló que ese hecho no era “el comienzo del fin (de la guerra) sino el fin del comienzo” de un proceso mucho más importante, decisivo. Nos encontramos actualmente en presencia del fin del comienzo, va concluyendo la etapa preparatoria de la declinación occidental que se prolongó durante varias décadas y comienza a emerger el comienzo del fin, el desmoronamiento del capitalismo como civilización que como otras civilizaciones en declive probablemente recorra una trayectoria temporal compleja de duración indeterminable de antemano.
Aunque no puedo dejar de señalar diferencias decisivas con las civilizaciones anteriores como su carácter planetario (no limitada a una región), la masa de población incluida en el proceso (actualmente unas siete mil millones de personas y no unas pocas decenas o centenas de millones), el descomunal desarrollo de sus fuerzas productivas por ejemplo con capacidad industrial y militar como para destruir completamente la vida en el planeta. Lo que plantea de manera radicalmente distinta la opción a la que se han enfrentado todas las decadencias de civilizaciones: superación o hundimiento en un largo desastre del que emergía más adelante una nueva civilización desde el espacio anterior o impuesta por una fuerza externa. Esto no es la decadencia de Babilonia devastada por los pantanos difusores de malaria generados por su propio desarrollo ni la de la Roma imperial abrumada por el parasitismo y la hipertrofia militar resultado de su dinámica imperialista marchando hacia el abismo mientras buena parte del resto de la humanidad ignoraba esos hechos[1].
Violencia y decadencia sistémica
El fenómeno sobrederminante es la decadencia, demostrada por numerosos indicadores como la declinación en el largo plazo (desde los años 1970) de la tasa de crecimiento económico global motorizada por el enfriamiento tendencial del crecimiento de los países centrales y luego el acompañamiento de esta tendencia por un proceso de hipertrofia financiera que se articula con un despliegue parasitario sin precedentes: consumista, militar, burocrático.
Nos encontramos ante sociedades imperiales tan decadentes que ya no pueden movilizar militarmente a su juventud como en el siglo XX, aunque su capacidad financiera y sus avances tecnológicos le permiten contratar mercenarios en remplazo de las fuerzas operativas tradicionales (la oferta de lumpenes proveniente de todos los continentes es directamente proporcional al progreso de la decadencia), utilizar armas como los drones y otros artefactos mortíferos súper sofisticados que establecen una brecha técnica descomunal entre agresores y agredidos y abrumar con manipulaciones mediáticas a sus víctimas directas y al resto del mundo.
Estas “ventajas” son al mismo tiempo expresiones de poder y de debilidad, de capacidad destructiva pero también de descontrol ideológico de sus propias sociedades, de ilegitimidad interna de sus operaciones lo que sumado a su deterioro económico les impide pasar de la destrucción a la reconstrucción colonial de los territorios conquistados.
Las transformaciones burguesas de las sociedades europeas habían generado desde fines del siglo XVIII la posibilidad de integrar al conjunto de la población a sus distintas aventuras militares, de ese modo el ciudadano-soldado y la guerra de masas reemplazó al mercenario y a los ejércitos de las aristocracias. Los asesinos a sueldo dieron paso a los asesinos voluntarios o forzados que daban su vida no por dinero sino en defensa de la “patria”, de la “libertad”, etc.
Pero la decadencia del capitalismo y su transformación después del aggiornamento burgués de China y del derrumbe de la URSS en sistema único (es decir en dominación planetaria, visiblemente amoral de las élites parasitarias) derrumbó los mitos, las legitimaciones que permitían a los estados fabricar causas nobles para enviar a la muerte al ciudadano común.
La pérdida de legitimidad del aparato militar occidental aparece como un rasgo decisivo de la decadencia pero la reproducción imperialista continúa y el ejercicio de la violencia contra la periferia retoma la vieja tradición de los ejércitos mercenarios.
Ahora la propaganda del poder hacia sus poblaciones no tiene como objetivo arrastrarlas al campo de batalla (operación inviable) sino más bien obtener su aprobación pasiva o diluir su rechazo ante aventuras físicamente distantes presentadas como fenómeno virtual, como un elemento más del entretenimiento brindado por la televisión y otros medios de comunicación.
El despliegue bélico fue teorizado por la llamada “Guerra de Cuarta Generación” resultado de las reflexiones en el alto nivel militar de los Estados Unidos posteriores a la derrota de Vietnam visualizada como “guerra asimétrica” donde la fuerza enemiga con bajo nivel tecnológico y reducida potencia de fuego pero bien integrada a la población pudo derrotar al ejército imperial poseedor de un elevado nivel tecnológico y un gigantesco poder de fuego.
La nueva doctrina militar apunta no a la simple destrucción de la fuerza militar enemiga sino principalmente al conjunto de la sociedad que la sostiene. La desintegración social (económica, moral, cultural, institucional) pasa a ser el objetivo buscado y ese proceso puede darse o no con intervenciones directas sino más bien con combinaciones variables de intervenciones externas (militares, mediáticas, económicas, etc.) y acciones de desestabilización interna.
Se establece de ese modo una amplia variedad de escenarios de agresión. En un extremo podemos ubicar a las guerras de Afganistán e Irak, en una zona intermedia a Libia, Siria o Yugoslavia y en el otro extremo a las llamadas intervenciones blandas o revoluciones coloridas como en Paraguay, Honduras o Ucrania. Todas ellas implican el despliegue intenso de acciones violentas al comienzo de la operación, en algún momento de la misma o como resultado de la victoria imperialista. Pero estas guerras de configuración variable no resuelven el problema de la dominación colonial de la periferia, el caos instalado entorpece, encarece o a veces hace imposible los saqueos sistemáticos.
El atajo de la Guerra de Cuarta Generación aparece como lo que realmente es: el máximo posible de agresión en un contexto de debilidad estratégica del agresor cuyo resultado no es solo la caotización periférica sino también la degradación interna. Las operaciones mafiosas hacia afuera terminan por consolidar prácticas mafiosas dentro del aparato dominante del Imperio donde se extienden las camarillas parasitarias, las tendencias irracionales, las locuras elitistas, las rupturas de las reglas de juego institucionales.
Comienzo del fin: el mundo después de 2008-2013.
El sexenio 2008-2013 marca la transición entre la declinación relativamente suave, controlada del sistema iniciada hacia comienzos de los años 1970 y su degradación general de la que estamos presenciando los primeros pasos.
La crisis desatada entre fines de los 1960 y comienzos de los 1970 no fue superada como las anteriores a través de una gran ola depresiva destructora de empleos y empresas que reduciendo salarios y concentrando la producción y la demanda solvente disparaba un nuevo ciclo ascendente de la economía, la era de las “crisis cíclicas” descriptas por Marx había concluido. Aunque Marx explicaba que esas crisis recurrentes irían acumulando desorden en el sistema hasta que las fuerzas entrópicas adquirieran una dimensión tal que ya ninguna reconstrucción capitalista sería posible. Quedaba así pronosticada la crisis general del capitalismo, el esquema teórico derivado de la lógica de su dinámica de acumulación. Lo que de ningún modo podía ser pronosticado era su desarrollo histórico concreto, sus tiempos, sus protagonistas de carne y hueso, los atajos e innovaciones sociales que permitieran postergar o precipitar el desenlace.
La evaluación prospectiva de Marx era un escenario muy general que daba cabida a una amplia gama de futuros posibles, no se trataba de una profecía apocalíptica en la que se establece una fecha o como calcularla, descripciones precisas de actores y coreografía, etc. Pero ese esquema teórico permitía a Marx y Engels explicar por ejemplo que “dado un cierto nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, aparecen fuerzas de producción y de medios de producción tales que en las condiciones existentes provocan catástrofes, ya no son más fuerzas de producción sino de destrucción” [2] lo que abría la reflexión acerca del carácter autodestructivo de la civilización burguesa en su etapa decadente más avanzada.
Y ello comenzó a ser innegable alrededor de 2008-2013 aunque mucho antes de ese período fueron apareciendo alertas al respecto casi siempre ignoradas por los grandes medios de comunicación y por las ciencias sociales, cuando se referían a posibles desastres ambientales, sanitarios o políticos los atribuían a manejos irracionales corregibles al interior del sistema. A lo que se plegaron “desde la izquierda” algunos adoradores masoquistas del capitalismo proponiendo una suerte de eternización de sus ciclos, tratando de destacar en la crisis en curso las señales de la próxima recuperación del sistema, pero esas señales eran puras fantasías o bien letanías conservadoras basadas en que “siempre” el capitalismo había conseguido superar sus crisis por supuesto a costa de los trabajadores lo que normalmente entristecía al auditorio (y no mucho al disertante).
Entre los variados factores de la decadencia se destacan dos que resultan decisivos: la degradación (e hipertrofia) financiera y la degradación (e hipertrofia) militar.
Desde 1990 (aproximadamente) mientras el Producto Bruto Mundial venía decreciendo suavemente en progresión aritmética (desde los años 1970) la masa financiera comenzó a crecer en progresión geométrica. Los productos financieros derivados, su espina dorsal, pasaron de representar unas dos veces el PBM a fines de los 1990 a unas 12 veces en 2008 pero a partir de allí la expansión se estancó y tendió a decrecer poco a poco.
Durante su ascenso la especulación financiera fue la muleta parasitaria que permitió a los consumidores, empresas y estados del Primer Mundo seguir gastando e invirtiendo aunque los rendimientos marginales de la avalancha financiera fueron decrecientes al cuadrado en términos de crecimiento del producto bruto de los países centrales, cada vez hacía falta más droga financiera para obtener cada vez menos expansión económica hasta que finalmente en 2008 el mecanismo se quebró, el peso financiero se hizo insostenible y se desató una seguidilla de auxilios estatales al sistema financiero para impedir su derrumbe.
Pero estos auxilios no reactivaban la economía solo frenaban la debacle financiera haciendo aumentar las deudas públicas hasta el punto en que el estado norteamericano estuvo dos veces al borde del default mientras las deudas públicas más las privadas de Japón llegaron en 2013 al 520 % del PBI, al 510 % de Gran Bretaña, etc. A partir de allí los auxilios se agotaron y el Primer Mundo ingresó en lo que en el mejor de los casos para él podría ser descripto como un largo periodo de estancamientos, recesiones y crecimientos anémicos que no debe ser pensado como una meseta de enfriamiento estable de la producción, el consumo y el empleo sino como un tobogán descendente.
El crecimiento cero o la declinación aunque sea suave significan el aumento tendencial del desempleo y en consecuencia el ingreso en un complejo fenómeno de desintegración social.
Por su parte la militarización de los Estados Unidos no terminó con el fin de la guerra fría, luego de un breve estancamiento hacia fines de los años 1990 recomenzó la expansión de los gastos militares de tal modo que para 2012 su volumen real (sumando todas la erogaciones con finalidad militar del estado, no solo las del Departamento de Defensa) se llega a una cifra equivalente a aproximadamente el 9 % del producto Bruto interno[3]. Lo que podríamos abarcar como área militar y de seguridad se deslizó del pasado “clásico” poblado por militares y agentes profesionales de tipo tradicional adscriptos directamente a la administración pública a una nueva etapa con participación ascendente de mercenarios, estructuras privadas contratadas por el estado, y una multitud de organizaciones públicas y privadas informales oscilando entre la legalidad y la ilegalidad, mezcladas con negocios clandestinos (drogas, prostitución, tráfico de armas, etc.). Guerra de Cuarta Generación, lumpen-burguesía financiera y lumpen-militarismo se convirtieron en el núcleo duro ideológico-físico de una élite imperial degradada que algunos autores señalan como lumpen-imperialista[4].
Pero así como la mega burbuja financiera apuntaló primero el funcionamiento del sistema para luego convertirse en un salvavidas de plomo, la degeneración militarista-mafiosa y su novedosa doctrina aparecieron como la tabla de salvación de estructuras militares y de inteligencia ineficaces ante una periferia aparentemente lista para ser devorada pero que se les escapaba de las manos. Sin embargo esas esperanzas eran ilusorias, lo único que han conseguido es destruir países, fracasar en el intento o ambas cosas al mismo tiempo acumulando gastos y déficits fiscales: la criminalidad converge con la estupidez.
La “transición 2008-2013” significó un cambio fundamental en las formas de la guerra (su degradación radical) que dejó al descubierto el carácter de la mutación en curso del conjunto del capitalismo. Hacia mediados de los años 1950 y haciendo referencia a la por entonces reciente practica bélica nazi Johan Huizinga señalaba que históricamente la guerra siempre había formado parte de las civilizaciones o culturas “puesto que una comunidad (en guerra) reconocía a la otra (contra la que hacia la guerra) como humana... y separaba claramente y de manera expresa la guerra de la paz, por un lado, y de la violencia criminal, por otro. La teoría de la guerra total – destacaba el historiador- ha renunciado al último resto lúdico de la guerra (es decir a toda regla de juego) y con ello a la cultura, al derecho y a la humanidad en general”[5]
A mi entender la ruptura hitleriana con relación a la práctica y a la teoría de la guerra, es decir la “guerra total” y sus genocidios fue un anticipo, un primer ensayo en plena crisis capitalista de lo que actualmente aparece como Guerra de Cuarta Generación. En el primer caso se trató de una monstruosidad temprana, pionera “alemana” pero con antecedentes en la cultura más reaccionaria de los Estados Unidos, autores como Domenico Losurdo han establecido de manera rigurosa evidentes raíces ideológicas estadounidenses del nazismo[6]. Ese desastre expresaba la enfermedad de una civilización que todavía disponía de reservas sistémicas (morales, productivas, institucionales, etc.) como para reponerse y que aún no había sufrido una metástasis general. El tumor hitleriano fue extirpado a medias y el mal pudo sobrevivir ocultándose en las sombras a la espera de una nueva oportunidad, llegaron los juicios de Núremberg, los crímenes de guerra (la violación de las reglas de juego de la guerra moderna) fueron condenados selectivamente de manera prolijamente desprolija.
Cuando hacia fines de los años 1930 Hermann Rauschning escribió una obra esencial para entender el funcionamiento del fenómeno: “La revolución del nihilismo”, acertó al señalar que “la esencia de la dominación nazi es el nihilismo”, la negación a la vez criminal y suicida de la realidad humana, pero se equivocó completamente cuando pronosticó que “ese fanatismo producido y difundido por la maquinaria del poder es tan vacío, tan artificial e inauténtico que todo ese gigantesco aparato podría derrumbarse de un día al otro a causa de un solo acontecimiento sin dejar ningún rastro de vida autónoma”[7]. Rauschning no supo (o no quiso) hundir el bisturí hasta el fondo, de hacerlo se hubiera visto obligado a colocar en el banquillo de los acusados al conservadorismo burgués en su conjunto y a partir de allí a los aspectos destructivos (y autodestructivos) de la civilización occidental a la que él se enorgullecía pertenecer.
Ahora cuando vemos al cáncer fascista propagarse tranquilamente por toda Europa al ritmo de la crisis, desde el avance irresistible del Frente Nacional en Francia hasta la victoria neonazi en Ucrania, pasando por Holanda, Bélgica, Croacia, Hungría, los países bálticos, Grecia, etc. no podemos dejar de constatar el enraizamiento profundo del mismo no solo en la tragedia de los años 1920-1930-1940 sino en historias muchos más antiguas, en fanatismos religiosos, en genocidios coloniales y otras prácticas sociales de gran crueldad (el nazismo clásico no era superficial ni inauténtico, hundía sus raíces en la larga trayectoria criminal de Occidente).
Pero lo más significativo y terrible ha sido la reinstalación sin mayores escándalos de la doctrina hitleriana de la guerra total, rebautizada Guerra de Cuarta Generación y a veces edulcorada como “golpes blandos” o “suaves” o bajo la delirante presentación de guerras o bombardeos “humanitarios”. Ahora ya no se trata de una experiencia pionera y en cierto modo sorpresiva, “anormal” sino de un vale-todo aceptado por el conjunto de las élites imperialistas. El hecho de que la forma capitalista de hacer la guerra haya sufrido tal transformación está estrechamente vinculado a (forma parte de) la transformación del capitalismo en un sistema destructor de fuerzas productivas extendiéndose al contexto ambiental con sus tierras, mares, montañas, animales, etc. apuntando hacia la aniquilación de todo el patrimonio histórico de la humanidad, de toda la acumulación de civilizaciones.
¿Retorno al origen?
Podríamos establecer paralelos entre la coyuntura actual y los orígenes de la modernidad. Robert Kurz puso al descubierto los orígenes militares del capitalismo. Hacia el siglo XVI, según Kurz “no fue la fuerza productiva, sino por el contrario una contundente fuerza destructiva la que abrió el camino a la modernización, a saber, la invención de las armas de fuego. La producción y movilización de los nuevos sistemas de armas no eran posibles en el plano de estructuras locales y descentralizadas que hasta entonces habían marcado la reproducción social, sino que requerían en diversos planos una organización completamente nueva de la sociedad. Las armas de fuego, sobre todo los grandes cañones, ya no podían ser producidas en pequeños talleres, como las premodernas armas de punta y filo. Por eso se desarrolló una industria de armamentos específica, que producía cañones y mosquetes en grandes fábricas”[8] .
Un buen ejemplo de ello es la presencia en pleno siglo XVI del célebre “Arsenal de Venecia” fábrica militar muy admirada en su época, probablemente la primera industria moderna, que inspiró a muchos emprendimientos militares y civiles posteriores y cuya organización productiva basada en una eficaz división de tareas esbozaba el modelo que varios siglos después en el inicio de la revolución industrial inglesa describió Adam Smith.
Fue efectivamente en torno de los desarrollos militares que se fueron generando redes comerciales y financieras que permitían a los príncipes y demás señores de la guerra lanzar sus aventuras.
Las mismas estaban destinadas a las luchas intestinas de las aristocracias y a la represión de las masas campesinas pero su objetivo principal era el pillaje de la periferia, disparador decisivo y alimentación duradera, plurisecular de la emergencia y consolidación del capitalismo, sus mercados internos centrales, su ciencia, su arte y su expansión industrial y tecnológica (existe por ejemplo una sobreabundante literatura referida a la incidencia de la inundación de oro y plata proveniente de las colonias americanas en la transformación burguesa de Europa)[9].
Fue la alianza militar-parasitaria, entramado de mercenarios, aristocracia militarizada, comerciantes-bandidos, usureros de alto nivel, etc. la plataforma de lanzamiento de la conquista de la periferia permitiendo que una relativamente pequeña economía guerrera realizara un pillaje desmesurado con relación a su tamaño inicial. En el siglo XVI el producto bruto de Occidente apenas superaba el 10 % de lo que podríamos considerar como producto bruto mundial contra 23%-24 % China o 27%-28% India[10].
Hubo una primera tentativa: las Cruzadas cuando aproximadamente en los siglos XII y XIII los occidentales lanzaron una sucesión de invasiones al rico Cercano Oriente ocupando parte de su territorio[11].
Pero esa colonización fracasó pese a la enorme crueldad desplegada, los pueblos invadidos disponían de una capacidad militar que les permitió expulsar al invasor por medio de lo que podríamos llamar guerra de larga duración, la disparidad militar entre invasores e invadidos no fue lo suficiente grande como para sellar la derrota definitiva de las víctimas.
La situación fue cambiando desde el siglo XV y experimentó un gran viraje en el siglo XVI en que Occidente adquirió una superioridad técnico-militar decisiva sobre el resto del mundo.
La batalla de Lepanto (1571) probó la superioridad técnica occidental sobre el Imperio Otomano, la eficacia del Arsenal de Venecia estuvo detrás de esa victoria[12], medio siglo antes los españoles habían utilizado su abrumadora superioridad técnica para aplastar al Imperio Azteca que no conocía la pólvora ni las armas de metal.
Esa superioridad militar de Occidente no fue producto del azar, se apoyó en el vertiginoso desarrollo de su ciencia militar durante los siglos XV y XVI, la ingeniería militar estuvo en el centro del Renacimiento europeo, heredaba a la ingeniería militar medieval que su vez mantenía vínculos con la ciencia militar de la antigüedad greco-romana. Bertrand Gille relata que “cuando en 1328 Felipe V de Valois concibió el proyecto de partir a las cruzadas Guy de Vigevano se convirtió en su consejero militar y escribió para el rey un tratado sobre máquinas de guerra...que puede ser considerado como uno de los principales antecedentes de la ciencia militar posterior”. Gille destaca que “ciertas ilustraciones del tratado presentan analogías sorprendentes con algunas imágenes de antiguos manuscritos griegos y romanos” que junto a otros desarrollos medievales demuestran según el autor una clara continuidad científico-técnica en el tema militar desde Grecia y Roma hasta llegar a los siglos XV y XVI[13].
La continuidad histórica de la “demanda” (el militarismo) para esa ciencia se remonta primero a la Edad Media europea una de cuyas características principales fue el sobre dimensionamiento de sus dispositivos bélicos, la excesiva proliferación de organizaciones militares conducidas por príncipes aspirantes a emperadores y titulares de “imperios” como Carlomagno pasando por señores de la guerra de todo tamaño, bandas de mercenarios, etc. Militarismo feudal enlazado históricamente con la Antigüedad europea guerrera e imperialista, constatemos solamente que como lo observa James O'Donnell con relación al imperio romano ya en decadencia: “después de llegar al trono en el año 284 el emperador Diocleciano y sus sucesores pudieron restaurar las fronteras romanas y el orden romano multiplicando por cinco o diez el número de soldados y funcionarios. Diocleciano aumentó el número de soldados a 400 mil y más tarde llegó a alcanzar los 650 mil”[14].
En su libro “Matanza y cultura”[15] Víctor Hanson desarrolla la larga trayectoria belicista de Occidente y al referirse a sus victorias militares del siglo XVI señala que “el dinamismo militar europeo era un continuo de la Antigüedad clásica, no una consecuencia casual de la edad de la pólvora y del descubrimiento del Nuevo Mundo... desde Grecia hasta el presente... las afinidades demostradas por las sociedades occidentales en su forma de hacer la guerra resultan asombrosamente duraderas” y agrega luego: “las falanges macedonias, igual que el ejército de Cortés, la flota cristiana que combatió en Lepanto y la compañía de fusileros británicos que defendió Rorque's Drift (1879-África, las tropas coloniales fueron derrotadas por los zulúes) disponían de un armamento muy superior al de sus adversarios”.
No se trata solo de superioridad técnica sino de la extrema crueldad en su “forma de hacer la guerra” lo que lleva al autor (pese a su admiración hacia Occidente) a señalar que: “algunos estudiosos equiparan a Alejandro Magno con Cesar... o Napoleón con quienes compartía su voluntad de hierro, su genio militar innato y la búsqueda de un imperio más poderoso de lo que los recursos naturales de su tierra nativa les permitían. Alejandro en efecto guarda afinidades con ellos, pero a nadie se parece más que a Adolf Hitler”. El paralelo inevitable entre las falanges griegas, las legiones romanas, los cruzados, las tropas coloniales españolas, inglesas, francesas y los ejércitos hitlerianos establece el hilo conductor “occidental” de una larga sucesión de guerras, conquistas y matanzas.
La acumulación originaria del capitalismo se basó, fue exitosa gracias al saqueo desmesurado de una periferia y de recursos naturales gigantescos, relativamente “infinitos” dado el nivel técnico y la capacidad de rapiña de los imperialistas europeos de ese entonces. Pero esa desmesura es imposible actualmente, el planeta es demasiado pequeño para las necesidades de lo que sería un nuevo proceso de acumulación capaz de potenciar el parasitismo occidental hasta generar una suerte de supercapitalismo global.
Las potencias centrales son lo suficientemente grandes como para destruir al planeta (lo que significaría su autodestrucción) y es por ello, a causa de su gigantismo que no pueden salvarse, iniciar un nuevo ciclo ascendente devorando recursos humanos y naturales aunque para sobrevivir como imperio necesitan alimentarse de sus víctimas. Esto marca una diferencia cualitativa esencial con lo ocurrido hace cinco siglos, ahora la violencia imperialista no es la de un monstruo vigoroso, en su infancia o juventud sino la de un monstruo viejo y obeso.
Occidente
Es necesario asociar conceptos artificialmente disociados como “civilización occidental”, “civilización burguesa”, “Imperio” (occidental) y “capitalismo”. El capitalismo aparece como un fenómeno histórico con raíces geográficas occidentales bien delimitadas cargando una pesada herencia cultural específica. Occidente emergió como una empresa imperialista colectiva, agrupando a varios estados expandiéndose globalmente y al mismo tiempo enfrascados en feroces disputas intestinas, la unificación llegó luego de un largo recorrido plurisecular al final de la Segunda Guerra Mundial bajo el mando de una superpotencia neo europea: los Estados Unidos.
El estallido de la guerra en 1914 pero especialmente la ruptura rusa de 1917 marcó el inicio del declive occidental aunque la tendencia pareció revertirse desde los años 1990 con el desplome de la URSS y en cierto sentido antes a partir de la reconversión capitalista de China. Pero no fue así, de la desintegración soviética luego de una década de desastres apareció Rusia como potencia militar-energética crecientemente autónoma aunque manteniendo estrechos lazos comerciales y financieros con Occidente y del aburguesamiento chino no nació un país subdesarrollado dócil a los intereses norteamericanos como India o México sino una potencia periférica también con importantes márgenes de autonomía.
El deterioro general de la dominación occidental, de su jerarquía imperialista, es decir del capitalismo como sistema mundial ha engendrado el fenómeno de despolarización, de descontrol periférico, China y Rusia pero también Irán, y los juegos más o menos independientes de algunos estados “progresistas” de América Latina ilustran el proceso. Los “bárbaros” del siglo XXI se organizan sin tutela romana o negociando con la Roma moderna ya no como simples vasallos, pero esa Roma no puede reproducirse como tal, su parasitismo no puede sobrevivir sin los tributos crecientes de sus súbditos periféricos, necesita cada vez más sangre de sus víctimas (petróleo barato, litio, oro, cobre, salarios miserables, mayores ventajas comerciales, mega-transferencias financieras, etc.) mientras las víctimas van encontrando los caminos para reducir el pillaje gracias precisamente al debilitamiento del parásito (lo que no impide en ciertos casos que los bárbaros se pillen entre ellos).
Algunas precisiones nos pueden ayudar a entender mejor lo que está ocurriendo.
En primer lugar el hecho de que la consolidación de los estados burgueses centrales ha estado (y sigue estando) estrechamente asociada a la expansión y consolidación colonial, la extracción masiva de riquezas de la periferia permitió y sigue permitiendo la integración de las sociedades centrales y la permanencia de su guardián estatal-militar, el fin o el debilitamiento grave de dicha explotación marcaría el eclipse de esos estados y de sus bases sociales.
En segundo lugar la comprobación de que el capitalismo es un sistema basado en un encadenamiento de jerarquías fuertemente autoritarias, desde la empresa ascendiendo hasta llegar al centro del poder mundial a través de una compleja articulación de estados, grupos económicos, instituciones internacionales, medios de comunicación, etc. La jerarquía imperialista del capitalismo es inherente al mismo, es su forma histórica, concreta de reproducción, nunca fue una articulación pacífica sino un ensamble violento e inestable donde la autoridad es ganada y conservada con guerras, presiones, trampas, etc. Pero hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial esa jerarquía jamás pudo estructurarse en torno de un único centro estatal, superimperialista de poder, desde los inicios de la modernización y su sombra colonial nos encontramos ante sucesivas rivalidades y guerras interimperialistas.
La fantasía de la globalización regida por una sola potencia mundial aunque insinuaba concretarse en los lejanos años 1990 se fue desvaneciendo en la década siguiente, el sometimiento de Europa y Japón a la jefatura estadounidense continúa basada en la degradación de ambos socios menores, hechos recientes como los de Libia, Siria y Ucrania son buenos ejemplos de ello. Pero ocurre que el jefe imperial también se degrada lo que plantea la incertidumbre respecto del futuro de esa convergencia central. Por su parte la periferia se va descontrolando precisamente cuando más es necesario su control (superexplotación) para la reproducción del parásito, en consecuencia el imperio se enfurece, se desespera, rescata toda su memoria racista no solo para expulsar o reducir a la esclavitud a los intrusos periféricos que se instalan en los territorios imperiales sino para convertir a sus países de origen en zonas de libre cacería.
Esta última etapa ilumina toda la historia anterior del sistema, destruye sus mitos decisivos, deja al descubierto su falsedad esencial. Sobre todo el mito del capitalismo como progreso, como etapa superior en la sucesión de civilizaciones, es decir como la más potente negación de la barbarie.
Buena parte de las ideologías anticapitalistas de los siglos XIX y XX planteaban la superación del capitalismo como una suerte de continuidad a un nivel superior, de negación inicial, revolucionaria, apoyada en los logros “positivos” del viejo mundo (el proyecto de ruptura albergaba condicionamientos culturales que aseguraban la reproducción de aspectos decisivos de la civilización burguesa).
Pero la degeneración en curso de ese sistema le quita el velo ideológico a su verdadero rostro, los logros aparentemente positivos de su tecnología (donde el capítulo militar es decisivo) aparecen inscriptos en un contexto de conquistas coloniales con centenares de millones de asesinatos, con liquidaciones de creaciones culturales calificadas despectivamente como atraso o subdesarrollo, depredando hasta la extinción a una amplia variedad de recursos naturales.
Podemos incluir un pequeño agregado entre paréntesis a la célebre expresión de Voltaire para afirmar que la civilización (burguesa) no ha suprimido a la barbarie sino que la ha perfeccionado. El capitalismo no debe ser asumido como una etapa en última instancia positiva en la marcha del progreso humano sino como una desgracia, como un desastre, una degeneración cuya no existencia hubiera evitado numerosas tragedias. El balance histórico de su evolución es globalmente negativo, muchos de sus progresos científicos y tecnológicos habrían sido obtenidos siguiendo probablemente otros ritmos y caminos pero en contextos sociales menos terribles.
Hegel en sus lecciones de filosofía de la historia establecía que el desarrollo de la libertad, componente de la marcha de la Civilización entendida como encadenamiento de civilizaciones, como la evolución del progreso universal, nacía penosamente en Oriente (es decir en la periferia) para realizarse integralmente en Occidente con la victoria mundial de su civilización, de la modernidad burguesa[16]. La soberbia eurocéntrica le impedía a Hegel percibir que la libertad periférica (embrionaria, en desarrollo) había sido aplastada, abortada, liquidada por un Occidente parasitario y depredador concretando la mayor matanza de la historia humana y que su civilización sanguinaria solo podía afirmarse una y otra vez por medio de la fuerza bruta, de sus dispositivos militares contra los pueblos oprimidos de la periferia (y cuando fue necesario también contra sus propias poblaciones como lo demostró el fascismo europeo del siglo XX ahora en pleno renacimiento).
La subestimación, el desprecio occidental, su visión deshumanizante de las culturas periféricas constituye una pieza clave de su ideología imperial estructurada durante muchos siglos de saqueo, la animalización de la imagen del hombre del “resto del mundo” formó parte de la construcción psicológica que facilitó al colonizador de Occidente la realización de los grandes genocidios legitimados como obra civilizadora. La ignorancia o desprecio de las riquezas culturales de la periferia, de la creatividad de sus bases sociales, del potencial de autonomía de sus comunidades campesinas no solo atrapó a los cerebros de las élites occidentales sino también a buena parte de sus enemigos internos, así fue como Gramsci pudo llegar a afirmar que en la vieja periferia precapitalista “el Estado era todo, la sociedad civil era primitiva y gelatinosa” mientras que en Occidente existía una robusta sociedad civil[17] lo que no permite explicar como hicieron las poblaciones andinas de América, por ejemplo, para sobrevivir culturalmente al genocidio inicial de la conquista seguido por más de cinco siglos de opresión y pillaje occidental u otras proezas culturales de los periféricos de Asia y África.
Es necesario entender que la declinación en curso del mundo occidental se convierte en degeneración de su trama ideológica y económica planetaria, es decir del capitalismo como totalidad universal. Desde los años 1970 se sucedieron las ilusiones referidas a las emergencias capitalistas no occidentales, desde el milagro japonés, pasando por los tigres y dragones de Asia (Corea del Sur, Taiwan, etc.) hasta llegar a China. En todos esos casos era evidente que las expansiones industriales-exportadoras que lideraban los desarrollos “milagrosos” se apoyaban en las necesidades de los mercados occidentales o de mercados periféricos fuertemente dependientes de esas demandas por consiguiente el deterioro de dichos mercados golpea a los capitalismos no-occidentales. Además hechos tales como la hipertrofia globalizada de las redes financieras establecían un solo espacio mundial estrechamente intercomunicado, la imposible desfinancierización del capitalismo constituye un bloqueo común del que no pueden escapar ni el centro ni la periferia. Esta última además cuando se embarca en la prosperidad burguesa queda sometida al modelo consumista, a las pautas ideológicas occidentales que tienen un devastador efecto desestructurante (familiar, comunitario, ambiental).
A mediados de 2008 en pleno estallido financiero Richard Haass, presidente del Council on Foreign Relations de los Estado Unidos publicó un artículo donde daba la voz de alarma: la unipolaridad estaba condenada a muerte y no tendía a ser remplazada por la multipolaridad, estaba comenzado a emerger un mundo no-polarizado que el autor cargaba de imágenes caóticas[18], Haass percibía que el fin de la jerarquía imperialista, unipolar desde 1991 y multipolar en toda la historia anterior del sistema (incluido el período de auge de imperio británico) podía llegar a ser una suerte de “fin del mundo”, de derrumbe de la “civilización”, es decir de desarticulación del capitalismo como cultura universal y por supuesto adelantaba algunas medidas correctivas que permitirían mitigar el supuesto desastre.
Haass tenía razón cuando alertaba acerca de que la no-polaridad albergaba el fantasma del fin de la “civilización” (burguesa), George W. Bush y luego Barak Obama han intentado impedir ese futuro introduciendo correctivos militares que han terminado por agravar la enfermedad del Imperio propagando el caos allí donde les ha sido posible.
Por su parte potencias periféricas como Rusia y China no están en condiciones de reordenar, en el sentido burgués del término, el desorden causado por la decadencia occidental desarrollando nuevos espacios capitalistas jerarquizados en remplazo de los viejos espacios agonizantes, no son fuerzas negentrópicas del sistema sino zonas capitalistas resistentes sumergidas también ellas en la decadencia global. Intentan frenar los manotazos que contra sus intereses lanza el imperio pero al resistir, contragolpear o avanzar sobre los flancos débiles del adversario contribuyen al “desorden” general, bloquean las tentativas de recomposición del dominio occidental del mundo y de ese modo agravan la degeneración global capitalismo.
La insurgencia global como necesidad histórica
Las élites dominantes de China y Rusia, también las de Brasil, India o Irán creen en la posibilidad de desarrollar sus capitalismos nacionales, hacen lo que hacen para no hundirse en el desastre al que lo quiere condenar Occidente pero el carácter global, profundamente interrelacionado del sistema del que forman parte condiciona sus astucias.
Todas esas zancadillas y empujones entre el centro y la periferia contribuyen a crear un panorama global enrarecido que en cualquier momento puede derivar en guerras y situaciones pre-bélicas a nivel regional amenazando algunas veces con transformarse en confrontaciones mundiales como ocurrió en 2013 a raíz de la situación siria y en 2014 con Ucrania.
Karl Polanyi describía la larga “pax europea” (salpicada por conflictos menores) vigente desde el fin de las guerras napoleónicas hasta 1914 resultado según él del rol armonizador, apaciguador de conflictos cumplido por algunos factores ocultos entre los que destacaba a la “haute finance”, los círculos financieros europeos más encumbrados que poniéndose por encima de los intereses políticos nacionales anudaban compromisos, negocios atravesando países y calmando por consiguiente la disputas interimperialistas[19].
Pero Polanyi solo miraba la superficie del fenómeno en realidad los negocios de la “haute finance” se fundaban en la vertiginosa acumulación de capitales proveniente principalmente de la rapiña imperialista del mundo uno de cuyos pilares esenciales era la acción de los estados occidentales, el desarrollo de sus aparatos militares (decisiva fuente de negocios) y de las consiguientes megalomanías “patrióticas” de las respectivas burguesías nacionales rivales. Polanyi señala que “los Rothschild no estaban sujetos a un gobierno; como una familia, incorporaban el principio abstracto del internacionalismo; su lealtad se entregaba a una firma, cuyo crédito se había convertido en la única conexión supranacional entre el gobierno político y el esfuerzo industrial en una economía mundial que crecía con rapidez”[20]. En realidad el rol “pacificador” de los Rothschild formaba parte un doble juego peligroso pero muy rentable, por un lado excitaban a las bestias alentando sus ambiciones (y de inmediato les pasaban la cuenta) y por otro las calmaban cuando amenazaban hacer un desastre, pero esa sucesión de excitantes y calmantes aplicadas a bestias que absorbían drogas cada vez más fuertes terminó como tenía que terminar: con un gigantesco estallido (Agosto de 1914).
Trasladándonos al mundo actual es necesario afirmar que la globalización de negocios no establece un manto transnacional pacificador sino todo lo contrario, sobre todo en los centros globales de poder político-militar incentivando megalomanías criminales.
Es al interior del sistema global decadente que se desarrollan las ilusiones, esperanzas y rebeldías de la periferia. La ilusión de afianzar capitalismos autónomos bajo las banderas de la restauración de la “identidad rusa” o del “socialismo de mercado” chino o de un “socialismo” a medias como en Venezuela o de una sociedad basada en el islam como en Irán o de capitalismos “progresistas” como en Brasil, Argentina o Ecuador. Pero también la resistencia al invasor en Afganistán o en Libia hasta llegar a la guerra prolongada por el socialismo de las FARC en Colombia, a las protestas sociales en Europa, etc. Ese gran rompecabezas no constituye una insurgencia global ni mucho menos un movimiento en vía de articulación sino un proceso sumamente heterogéneo donde se presentan erupciones efímeras, ciclos de larga duración, tentativas de desarrollo capitalista relativamente autónomos, rebeliones anticapitalistas, etc. que pueden ser vistos de distintas maneras, una de ellas es la de una gran turbulencia periférica que se va expandiendo en medio de contradicciones de todo tipo anunciando al mismo tiempo escenarios futuros de insurgencia popular contra el sistema y su contrario: el hundimiento en degradaciones prolongadas.
Es ese espacio complejo al que las potencias occidentales tratan de aplastar, aislar, demonizar, triturar, allí se reproduce un gigantesco proletariado universal, varios miles de millones de campesinos, obreros, marginales, comerciantes miserables, etc. condenados a la muerte o a la supervivencia infrahumana por la dinámica decadente del sistema. Constituyen una realidad plural que se opone naturalmente a la homogeneización esclavizante de Occidente intentando preservar y/o construir identidades, espacios de libertad, sobrevivir, vivir dignamente.
Los próximos años dirán si desde esa masa proletaria irrumpe la insurgencia global que desplegando su pluralidad vaya convergiendo en la segunda ofensiva contra el imperio, la primera ocurrió en el siglo XX a partir de la Revolución Rusa convirtiéndose en una rebelión global que se prolongó durante cerca de seis décadas abarcando desde China hasta Cuba, pasando por Argelia, Vietnam, Nicaragua.
Hace medio siglo estaban de moda en Europa occidental autores que denunciaban la pérdida de hegemonía de la región superada por superpotencias extraregionales como la URSS, los Estados Unidos o Japón. Uno de esos textos, de gran éxito editorial, fue “El rapto de Europa”[21] de Luis Diez del Corral, su tesis era que naciones extra europeas le estaban robando o ya le habían robado a Europa su mayor creación cultural: la modernidad.
Deslumbrado por el mito griego el autor no recapacitó lo suficiente acerca de su significado histórico: Zeus roba, rapta a Europa, princesa del Cercano Oriente engañada por el dios que mimetizado como toro la induce a que lo monte cosa que aprovecha el ladrón para secuestrarla y llevarla a su isla. El origen del Occidente histórico es el engaño y el robo, su propio nombre: Europa es el de un trofeo producto del robo. En última instancia si el mundo no occidental se apropiaría de la modernidad occidental no estaría haciendo otra cosa que recuperar el capital más los intereses de las riquezas que el ladrón le había quitado durante siglos: oro, plata, petróleo, cereales, centenares de millones de vidas humanas. En realidad el planeta está hoy completamente modernizado, para unos (el centro del mundo) eso significa desarrollo capitalista, poder, privilegios mientras que para el resto quiere decir subdesarrollo capitalista, miseria, frustraciones.
De todos modos la “apropiación periférica de la modernidad” es un anzuelo envenenado, es la ilusión de reproducir los supuestos logros culturales de la civilización burguesa de manera independiente o enfrentando a Occidente, cuando el esclavo imita al amo o pretende regenerar a su comunidad adoptando-adaptando sus fundamentos ideológicos lo que consigue es bloquear la creatividad revolucionaria de su base social (así lo demuestra la experiencia histórica del siglo XX)(así lo demuestra la experiencia histórica del siglo XX[22][23], cree haber encontrado el hilo de Ariadna que le permitirá salir del laberinto, se aferra al mismo y marcha triunfalmente hacia la salida... en realidad se ha aferrado a la cola del diablo quien astutamente lo deriva hacia pasadizos aún más siniestros.
Pero la modernidad ha ingresado al estado de decrepitud y la liberación de sus víctimas centrales y periféricas solo puede ser lograda por medio de la negación absoluta del capitalismo, su completa destrucción, para desde sus cenizas construir un mundo nuevo. Nada autoriza a suponer que esa proeza (la mayor de la historia humana) sea inevitable, la regeneración postcapitalista es históricamente necesaria aunque no constituye un fenómeno inexorable impuesto por supuestas leyes de la historia. Se trata de una tarea que requiere un gigantesco esfuerzo voluntarista animado por ideas resultado de prácticas insurgentes, rebeldías más o menos radicalizadas, de pruebas, errores, fracasos, éxitos efímeros o duraderos.
[1] Las decadencias de civilizaciones anteriores y las reflexiones contemporáneas sobre las mismas en la medida en que lograban una visión de cierta amplitud asociaban a dichas decadencias con futuras renovaciones o instalaciones de nuevas civilizaciones en el mismo territorio. A nivel mundial mientras una civilización decaía otras permanecían o emergían. Ahora dado el potencial autodestructivo del capitalismo global aparece la posibilidad histórica del “fin de la historia” no en el sentido idílico (siniestro) del mundo liberal feliz que hace algunas décadas nos proponía por ejemplo Francis Fukuyama sino como desastre universal.
[2] Marx y Engels, “La ideología alemana”, Ediciones Progreso, Moscú, 1974.
[3] En 2012 los gastos del Departamento de Defensa llegaron a unos 700 mil millones de dólares, si a los mismos se les adicionan los gastos militares que aparecen integrados (diluidos u ocultos) en otras áreas del Presupuesto (Departamento de Estado, USAID, Departamento de Energía, CIA y otras agencias de seguridad, pagos de intereses, etc.) se llegaría a una cifra cercana a los 1,3 billones (millones de millones) de dólares. Esa cifra equivale al 50 % de los ingresos fiscales previstos o al 100 % del déficit fiscal. Esos gastos representaron casi el 60 % de los gastos militares globales y si les sumamos los de sus socios de la OTAN y de algunos países vasallos extra-OTAN como Arabia Saudita, Israel, Colombia o Australia estaríamos entre el 75 % y el 80 % del gasto global (Ref: Jorge Beinstein, “Capitalismo del Siglo XXI. Militarización y decadencia”, Ed. Cartago, Buenos Aires 2013).
[4] Narciso Isa Conde, “Estados neoliberales y delincuentes”, Aporrea, 20/01/2008, www.aporrea.org/a49620.html
[5] Johan Huizinga, “Homo ludens” (1954), Emecé Editores, Buenos Aires, 1968.
[6] Domenico Losurdo, “Las raíces norteamericanas del nazismo”, Enfoques Alternativos, nº 27, Octubre de 2006, Buenos Aires.
[7] Hermann Rauschning, “La révolution du nihilisme”, Gallimard, Paris, 1980.
[8] Robert Kurz, “Los orígenes destructivos del capitalismo”, 1997, ttp://www.oocities.org/pimientanegra2000/kurz_origen_destructivo_capitalismo.htm
[9] En otros textos he presentado un concepto de Anouar Abdel Malek a mi entender esencial para entender el fenómeno, se trata del “surplus histórico” acumulado durante siglos por Occidente resultado de un saqueo universal sin precedentes, patrimonio imperialista basado en la destrucción del contexto ambiental y de civilizaciones de todos los continentes (Anouar Abdel Malek, “Political Islam”, Socialism in the World, Number 2, Beograd 1978.
[10] Angus Maddison,”The World Economy: Historical Statistics”, OECD 2003.
[11] René Grousset la calificó como “la primera expansión colonial de Occidente”. Renée Grousset, “Las cruzadas”, EUDEBA, Buenos Aires, 1965.
[12] “El poder veneciano se basaba en su capacidad para fabricar armas de acuerdo a los modernos principios de la especialización y la producción capitalista” señala Víctor Davis Hanson para agregar que “tres años después de Lepanto el monarca francés Enrrique III, que se encontraba en Venecia, visitó el Arsenal que, para su asombro, montó, botó y equipó una galera en una hora!
En condiciones normales, el Arsenal, recurriendo a principios de construcción naval, financiación y producción en masa comparables únicamente a los del siglo XX, era capaz de botar una flota entera de galeras en el espacio de unos pocos días”, Víctor Davis Hanson, “Matanza y cultura. Batallas decisivas en el auge de la civilización occidental”, Fondo de Cultura Económica-Turner, México D.F. / Madrid 2006.
[13] Bertrand Gille, “Les ingénieurs de la Renaissance”, Herman, Paris 1964.
[14] James O'Donnell, “La ruina del imperio romano”, Ediciones B, Barcelona 2010.
[15] Victor Davis Hanson, op cit.
[16] G.W.F Hegel, “La Raison dans l`Histoire”, Union Générale d`Editions, 10/18, Paris 1965.
[17] Antonio Gramsci, “Cuadernos de la cárcel”, Ed. Era, México, 1999.
[18] Richard N. Haass, “The Age of Nonpolarity. What Will Folow U.S. Dominance”, Foreign Affairs, Mai/June 2008.
[19] Karl Polanyi, “The Great Transformation.The Political and Economic Origins of Our Time”, Bacon Press, Boston, Massachusetts, 2001.
[20] K. Polanyi, op. cit.
[21] Luis Diez del Corral, “El rapto de Europa”, Alianza Editorial, Madrid 1974.
[22] Desde los avatares burocráticos de la historia soviética hasta llegar al realismo burgués de los dirigentes chinos pasando por los diversos nacionalismos más o menos “socialistas” o capitalistas del Tercer Mundo.
[23] Desde los avatares burocráticos de la historia soviética hasta llegar al realismo burgués de los dirigentes chinos pasando por los diversos nacionalismos más o menos “socialistas” o capitalistas del Tercer Mundo.
https://www.alainet.org/es/articulo/86227
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