Redes sociales – Redes alternativas

30/03/2011
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Artículo publicado en la Revista América Latina en Movimiento No. 463: Redes sociales: ni tanto ni tampoco 06/02/2014
Tweets don’t overthrow governments: people do
(Evgeny Morozov)
 
Desde hace unos pocos años, la presencia de las autodenominadas Redes Sociales (social networks) se ha vuelto incuestionable e incontestable.  Una de las más exitosas, Facebook, se creó en la versión norteamericana en 2004 con la idea de conectar a antiguos alumnos universitarios, extendiéndose posteriormente a otros espacios extraacadémicos y, en los años siguientes (a partir de 2007), a otros países.  Desde entonces, Facebook, un espacio web de contactos e intercambio de información entre supuestos “amigos virtuales” es la segunda página más visitada de todo Internet (tras Google) y acapara más de 500 millones de usuarios.  La demografía de una “Red Social” así es tan compleja y variada que se ha convertido en una especie de continente virtualizado donde las personas reproducen de una manera peculiar sus relaciones offline mediante comunicaciones y mensajes online.
 
No obstante, tras Facebook, sigue una larga lista de espacios digitales de encuentro, canje y comunicación electrónica (Twitter, Linkedin, Hi5, Xing, etc.) donde podemos extender ad infinitum nuestras listas de contactos, alargar sin cesar nuestras agendas y agrupar diversas direcciones o cuentas de correo en grupos de afinidad.  Estas madejas de identidades, nombres, nicks, contactos, apodos, conocidos de conocidos, fans de lo mismo, anónimos con quienes se comparten emociones y experiencias, etc. forman un híbrido extraño, un engendro formado por correspondencias que pareciera representar el contexto relacional de nuestro “yo virtual”.  A través de la construcción de “perfiles” podemos diseñar al gusto la presencia telemática de cara a nuestra proyección de ocio y/o profesional.  Sin embargo, los términos utilizados (tanto “redes sociales” como “medios sociales”) pueden resultar confusos o ambiguos.  A pesar de que se consideran formados por “vínculos débiles” (caracterizados por el contacto poco frecuente, la falta de cercanía emocional y una corta o inexistente historia de favores recíprocos), este sistema enredado de lazos variados ha ido tomando cuerpo hasta aparentemente sustituir o representar nuestra sociabilidad cotidiana.  No se puede negar a estas alturas que un conjunto de micro-intercambios informativos puede suponer de alguna manera un tipo de relación, aunque dista de la tradicional noción de amistad que siempre se ha utilizado (vínculo fuerte, sostenido en el tiempo, formado por un intercambio y una reciprocidad estables).
 
Usando una terminología más precisa, estas redes de contactos o “agendas interactivas online”, más allá de su funcionalidad cotidiana y del tipo de sociabilidad débil que genera, dista mucho de las clásicas redes sociales.  Tradicionalmente, éstas eran cimentadas desde la materialidad del tiempo vivido y no desde las interacciones mediadas por ordenador.  Eso, nos debería llevar a matizar, y plantear que este tipo de colecciones de contactos son un servicio de redes comerciales (empresas privadas que se benefician de nuestra capacidad para incorporar conocidos en listados interminables) con un claro objetivo de ocio y movilidad profesional/laboral.  No es una crítica frontal, ni siquiera un descrédito a las potencialidades que este tipo de capital relacional o “popularidad virtual” puedan tener.  Pero no dejan de ser versiones comunicativas de una carrera por recolectar usuarios afines o por cosechar tejidos de conocidos con múltiples grados de interacción.  Además, una mirada terriblemente tecnologista se ha instalado en la opinión pública, imaginando esta suerte de “asociaciones débiles” a través de acumulación de links como si estuvieran por encima del encuentro físico, como si las redes online existieran al margen y antes de las redes offline, como si sustituyeran a las antiguas redes sociales.
 
Por otro lado, y en otro orden de cosas, la historia de los movimientos sociales es también una historia de movilización de redes sociales (alternativas) en un sentido clásico.  Los movimientos políticos se han alimentado siempre de los tejidos sociales, de los sistemas de conocidos, de las inquietudes afines entrelazadas, de demandas compartidas y comunicadas, de intercambio de experiencias vividas.  Y, particularmente, desde los años 1990, muchos movimientos sociales han hecho uso de la comunicación digital y de la “red de redes” (Internet) como soporte para su actividad (centro de operaciones y estructura organizativa) y acción de protesta (repertorio de acción).  Es decir, se ha ido produciendo cierta convergencia entre el orden comunicativo y la participación política no convencional, entre el esqueleto tecno-comunicativo y las redes alternativas de acción barrial, local, nacional e internacional de activistas y militantes cada vez más mundializados.  La interacción entre ambas ha sido un interesante fenómeno de retroalimentación y simbiosis entre lo técnico y lo político.
 
Hibridación entre tecnologías y personas
 
Los recientes acontecimientos registrados en toda la franja árabe, desde Egipto a Túnez, pasando por otros tantos países y emiratos, ha vuelto a poner en juego esta idea, en ocasiones indefinida, de redes sociales tecnológicas.  Sin embargo, la mayoría de análisis, por cierto los de fuentes occidentales a más señas, han abordado las revueltas populares siempre desde una óptica determinista y confusa, anunciando la liberación de las masas a golpe de mouse, mediante llamadas de teléfonos móviles o celulares, a causa de los videos de Youtube o por el arte de un doble click sobre los iconos principales de agendas y bitácoras.  Como si las redes comerciales hubieran eclipsado a las redes alternativas.  La sensación que queda tras leer los mass media occidentales es que, sin la ayuda del progreso técnico capitaneado por Facebook y Twitter o los blogs nacientes, los aletargados árabes hubieran sido incapaces de levantarse contra sus dictadores particulares.  Hay, nuevamente, un énfasis excesivo en el soporte, en la estructura canalizadora de la comunicación y una minimización de la capacidad popular por elegir estrategias conscientemente.
 
Egipto, Túnez, Bahréin, Libia, Siria, etc. son etapas de una larga lista de países que han sido testigos del potencial de los modernos medios digitales para catalizar y movilizar las redes alternativas en torno a temas políticos.  Como es sabido, ya en 2008, en Túnez, por ejemplo, se habían sucedido una serie de acontecimientos y huelgas (con hasta 4 muertos) en las minas de fosfatos que no habían prosperado.  Actualmente, es cierto, Túnez posee unos 10,3 millones de habitantes de los cuales 3,6 usan Internet (una tasa de penetración algo más alta que los países de su entorno) y con 1,4 millones de cuentas abiertas en Facebook.  Además, sabemos que entre 2003 y 2011 han aumentado los teléfonos móviles en ese país un 34%, llegando a más de 8 millones y medio de unidades en uso (International Telecommunication Union).  Incluso la oposición en Egipto se calcula que ha estado utilizando los “medios sociales” desde el movimiento de la 'Kifaya' en 2004.  Ello ha conducido a algunas personas a asegurar taxativamente que este incremento era la prueba del ocho de que solo mediante una batería mediática digital es posible tener éxito en las arenas políticas (gracias a que las redes telemáticas están fuera de la órbita del poder).  Los antecedentes de este tipo de insurrecciones mediáticas son numerosísimos: el uso de los SMSs en Filipinas en 2001 para expulsar al presidente Estrada o en España en marzo de 2004 tras los atentados islamistas para protestar contra el gobierno o las así llamadas 'Twitter Revolutions' en Moldavia y en Irán en 2009.  Lo cierto es que ya en su momento, hubo decenas de debates sobre si las revoluciones van a ser televisadas o tweeteadas a partir de ahora o no y sobre las conclusiones que pueden sacarse de casos específicos y concretos. 
 
Lo único evidente es que los movimientos sociales o alternativos actuales son cada vez más tecno-dependientes o comunicativo-dependientes y que, en general, la opinión pública tiende a necesitar explicaciones deterministas, cerradas, completas, drásticas.  Esa es la razón por la que miríadas de gurúes, visionarios y tertulianos han corrido velozmente a ponerle la medalla a los dispositivos técnicos o comerciales como autores materiales de los disturbios y sublevaciones en el mundo árabe.  Es cierto que los protagonistas de las revoluciones acaecidas en las últimas semanas han tenido acceso a recursos que habían sido inaccesibles para movimientos anteriores.  Muchos de ellos, han sido jóvenes, nativos digitales socializados en la era Internet y con altas tasas de uso digital con respecto a generaciones precedentes.  Pero también ha existido un descontento acumulado, una presencia en la calle constante (un repertorio de acción variado), una combinación de participantes y movimientos diversos, un rechazo a las medidas neoliberales auspiciadas por gobiernos occidentales, un hartazgo colectivo frente a la autoridad y el saqueo corrupto, un aumento de los niveles de desempleo y marginalidad de gran parte de la población, etc.  La utilización de estos nuevos recursos técnicos (y el conocimiento de cómo maximizar su uso sociopolítico, más importante aún) ha formado parte de las herramientas que han ayudado a tambalear y derribar los regímenes mencionados.  Pero no han sido los teléfonos móviles, ni los posts en los blogs o los tweets enviados desde la plaza Tahrir los encargados de ejecutarlos.  El grado de contribución de teléfonos, mensajes o SMS, convocatorias por Facebook y blogs es todavía objeto de disputa y acaloradas discusiones.
 
Seguramente la realidad sea algo más compleja y deberíamos intentar comprender la hibridación conjunta entre tecnologías y personas; la formación de redes sociotécnicas con militantes y medios, con humanos y conexiones de información.  O, el solapamiento y la sinergia entre las redes sociales alternativas (culturales y políticas) y las redes mediáticas digitales.  El punto medio de equilibro nunca debería aceptar que es posible tener éxito hoy en día siendo ajeno a todo ente comunicativo (tecnopesimismo) pero tampoco asumir su capacidad independiente de conducir las revueltas (tecnooptimismo).  Abordar el fenómeno desde una cierta perspectiva de combinación y complementariedad evita el tan frecuente (en sus versiones light y sutiles) determinismo tecnológico.  Por tal, se entiende una lógica que sigue otorgando a la tecnología capacidad de acción y autonomía plena.  Se asume con facilidad e ingenuidad que la técnica dirige la historia, que el talento ingenieril es el causante de los cambios sociales y que descansa en el interior de los artefactos una brújula que guía los acontecimientos.
 
Son las redes simultáneas de activistas y tecnología o la conjunción de revuelta popular con usos estratégicos de los nuevos medios digitales los protagonistas reales de los motines que hemos presenciado.  Los nuevos medios digitales son más bien un indicador útil, pero no un líder o predicador del cambio político.  Los recursos mediáticos se han transformado desde hace ya unas décadas en un factor crítico en los modos de hacer política pero no en las palancas causales o bálsamos milagrosos.  Las nuevas tecnologías no solo refuerzan viejas prácticas y antiguas estructuras de participación sino que colaboran en la creación de una nueva cultura participativa alternativa (no necesariamente mejor para todo tiempo y lugar).  Una lección hemos aprendido de estos fenómenos: realmente las redes sociales (personas) pueden llegar, en momentos y lugares dados, a fluir por las redes sociales (tecnológicas), hibridándose de forma espectacular.  Pero, es un cóctel que necesita de todos sus ingredientes.
 
- Igor Sádaba es profesor en el departamento de sociología IV de la Universidad Complutense de Madrid.  Ha investigado las relaciones entre nuevas tecnologías y movimientos sociales, y ha participado de algunos medios de comunicación alternativos.
https://www.alainet.org/es/articulo/86470

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