Bush recurre al keynesianismo de guerra para reactivar la economía del país
31/10/2001
- Opinión
El reino de Friederich Von Hayek, enemigo acérrimo del keynesianismo y de la social-democracia, parecía destinado a durar mil años, al igual que la promesa siniestra del III Reich; duró veinte, cuando mucho, desde el ascenso de la Dama de Hierro a Downing Street. Y el pensamiento, sobre todo la práctica, derivada de la teorización del lord inglés (Keynes), volvió con todo en este escenario pos-WTC. Qué se esconde detrás de la revalorización del papel del Estado, a manos del cow-boy que tal vez ni siquiera había oído hablar de aquel lord, y mucho menos haber puesto los ojos en alguno de sus textos? La desproporción entre el atacado, en este caso Afganistán, y los atacantes, sobretodo los Estados Unidos, pero también Inglaterra, y las reservas de la OTAN puestas a disposición de los norteamericanos, responde, parcialmente, a la revalorización del Estado. Una fuerza bélica descomunal, inferior apenas a la que fue utilizada contra Irak y Vietnam, contra un país militarmente insignificante, que dispone apenas de algunos tanques viejos heredados de la guerra y tal vez algunos miles de kalashnikovs destruidos, a lo largo de veinte años, por la invasión rusa y sus secuelas detonantes de conflictos tribales. Cómo se explica?
En parte porque las operaciones militares, el uso de un inmenso aparato, legitima al gobierno norteamericano frente a sus conciudadanos, sedientos de venganza después de los atentados y excitados por la belicosidad de su presidente. Es la prueba de la invencibilidad de América, tan a gusto de Hollywood. Y por los caminos de la espectacularización de la guerra, ella se gana cuanto mayor sea el ruido de los ataques. Se trata de una siniestra "industria cultural".
Pero todo eso es todavía poco para tamaña movilización, mismo porque, confiando en la propia perspectiva de los dirigentes norteamericanos, en la palabra de Donald Rumsfeld, el halcón secretario de Defensa, será una guerra de larga duración; esto es, el combate al terrorismo no puede prolongarse indefinidamente, sino al precio de su propia banalización, lo que anula el efecto espectáculo. Es como una novela de la Globo: nadie aguanta más de dos meses.
El resto, y tal vez lo más importante, son los gastos gubernamentales que pueden propiciar la reactivación de la economía norteamericana, a vísperas de una recesión, para la cual no se ve, todavía, salida próxima. Es el keynesianismo de guerra. Apenas para reparar los daños inmediatos de los atentados, el presidente prometió nuevos gastos en torno a los 130 mil millones de dólares, entre reparaciones, indemnizaciones, subsidios a las compañías de aviación mortalmente alcanzadas por el "síndrome del avión secuestrado". Algo como el 1% del PIB yankee, que anda por los 130 trillones de dólares. No se incluían los gastos propiamente militares.
Artículos publicados en los últimos días en los periódicos de gran circulación daban los "precios" -entre comillas, porque no se trata propiamente de precio- de algunos equipos militares, en dólares: 1 millón para un misil Tomahawk, los cuales son lanzados por decenas sobre el devastado Afganistán; 2.5 mil millones para un bombardero B-2; 40 millones para un helicóptero; y por ahí va. Aquí, el filet mignon. Heredando las finanzas norteamericanas en ciclo de superávit, Bush tiene todas las condiciones para gastar holgadamente, inflando la factura de la industria bélica y por la cadena industrial, toda la industria y toda la economía. Su programa económico se amplió más allá de los prometidos recortes de impuestos, punto importante de la biblia neoliberal, para transformarse en la versión guerrera del déficit spending keynesiano. Que, por lo demás, funcionó admirablemente en el resurgimiento de la economía estadounidense pos-depresión de los treinta, con Roosevelt y su New Deal.
Es interesante notar que los medios financieros norteamericanos reaccionaron mal al recorte de impuestos, porque ellos no creen en lo que dice la precaria teorización neoliberal y, al contrario, se animaron con las noticias de los gastos gubernamentales y los subsidios. Exactamente lo opuesto a lo que pregonan los manuales, que, además, sirven de alimento tan sólo para economistas y algunos gobernantes despistados del Tercer Mundo. Bush va a salirse todavía mejor. Con una situación presupuestaria holgada, ni la amenaza de una leve inflación, que para Keynes era saludable, cubre los horizontes: puede inyectar dinero en la economía sin alteraciones en la estructura y curva de precios.
Pero no es sólo en los Estados Unidos que el Leviatán regresa. En la bucólica Suiza, donde el mercado había realizado la promesa bíblica de la tierra donde corre leche y miel, con la ventaja de ser achocolatada, la impecable Swissair entró en aprietos tras un largo deterioro financiero, debido, en parte, a la guerra de tarifas en el mercado internacional. Dos poderosos bancos se aprestaron a salvarle, por las propias fuerzas del mercado. Luego se vio que el hueco podía llegar más abajo, o más encima, dependiendo de la perspectiva, y el Estado suizo, el Estado ideal de Von Hayek, que existe pero parece no existir, entró en escena, para subsidiar a la compañía aérea que lleva en los aires el emblema de la cruz blanca sobre fondo rojo.
La cuestión más grave y más importante es el papel y el lugar del Estado en el capitalismo contemporáneo. Locos y aprovechadores pensaron que había llegado la época del mercado puro, sin darse cuenta de que cuanto más se torna complejo el sistema y la producción del lucro, más aumenta la incertidumbre. El Estado es, todavía, en el capitalismo, reductor de incertidumbres por excelencia, sobre todo cuando esa operación de reducción de riesgo socializa las pérdidas y privatiza las ganancias. Esta es la lectura "económica" pos-WTC, porque la lección política es cruel y criminal.
* Francisco de Oliveira es profesor titular de la Universidad de Sâo Paulo (USP) y coordinador del Centro de Estudios de los Derechos de Ciudadanía.
https://www.alainet.org/fr/node/107218?language=en
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