Sin agua por culpa de un desastre

23/03/2004
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El agua es la vida, es esencial para garantizar la alimentación y la salud y, por tanto, el desarrollo de los pueblos. Pero no todas las naciones la disfrutan del mismo modo. Por este motivo, Naciones Unidas incluye el acceso al agua dentro de la larga lista de derechos humanos fundamentales. Aún así, enfermedades relacionadas con el agua dejan cada año alrededor de cuatro millones de muertos, en su mayoría niños y en su mayoría en países en desarrollo. Son enfermedades que, como la diarrea (que provoca 6.000 muertos al día), el tifus o la hepatitis, tienen mucho que ver con el consumo de agua en mal estado. Una práctica muy común en regiones pobres devastadas frecuentemente por desastres de todo tipo: sequías, inundaciones, desertificación, terremotos, ciclones, pero también conflictos armados, oleadas de refugiados y políticas erróneas. El 95 por ciento de estos desastres tiene como escenario países en desarrollo. Así, el Día Mundial del Agua, que tiene lugar el 22 de marzo, ha elegido este año, con el patrocinio de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y la Estrategia Internacional para la Reducción de los Desastres (EIRD), el lema 'Agua y Desastres'. Pero, ¿es cierto que los desastres se ceban con las regiones pobres? El pasado 26 de diciembre, un terremoto de 6,4 grados en la escala de Richter sacudió la ciudad iraní de Bam con un resultado de 40.000 muertos y el 70 por ciento de sus infraestructuras colapsadas. Cuatro días antes, la ciudad californiana de San Francisco sufría un temblor de tierra con una magnitud superior a la de Bam. Dos personas perdieron la vida. Parece evidente que los desastres no atacan el Sur por un capricho geográfico sino más bien por motivos muy relacionados con el subdesarrollo, si bien es cierto que hay zonas especialmente expuestas a amenazas naturales. En otras palabras, un terremoto, una avalancha o un ciclón tropical se convierten en un desastre de grandes dimensiones en regiones vulnerables, expuestas e indefensas en un escenario de pobreza y miseria. De ahí que la fórmula que se utiliza para explicar el riesgo de una población ante la posibilidad de un desastre sea la siguiente: Riesgo = Vulnerabilidad x Amenaza. Resuelta la fórmula en contra de las regiones más desfavorecidas, el agua es una de las víctimas (las primeras son las personas) en caso de desastre. Con el 70 por ciento de las infraestructuras inservibles, los habitantes de Bam vieron reducido a la mínima expresión su acceso al agua. Una carencia que en la mayor parte de las ocasiones lleva a los damnificados a beber o asearse en cualquier lugar, aguas estancadas y contaminadas habitualmente. Son los principales focos de infección y transmisión de enfermedades como el cólera o la disentería, mortales en el caos de la catástrofe. El porqué de la importancia que tiene el agua en un desastre, como raíz y víctima, parece claro. Queda saber en qué medida están las poblaciones expuestas a un desastre y cómo se puede frenar esta indefensión. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) ha elaborado un Índice de Riesgo de Desastre (IRD). Según este IRD y en términos anuales, 130 millones de personas están expuestas a sufrir un terremoto, especialmente en Irán, Afganistán, India, Turquía, Rusia, Guinea y Armenia; 119 millones podrían verse envueltas en un ciclón tropical, probablemente Bangladesh, Nicaragua, Honduras, Filipinas o Vietnam; las inundaciones podrían alcanzar a 196 millones de personas de 90 países, entre ellos y con mayor riesgo Venezuela, Somalia, Marruecos y Yemen; la sequía, por último, es la mayor amenaza para 220 millones de personas en riesgo, concentradas casi exclusivamente en África. A los desastres naturales hay que sumar aquellos motivados por la acción directa del hombre. Ejemplos hay muchos, aunque vale recordar el control del 95 por ciento de los acuíferos palestinos en manos del Gobierno de Israel; la privatización y usurpación del agua a los más pobres en Bolivia; o el exceso de población refugiada en Guinea llegada de los conflictos en Liberia, Costa de Marfil o Sierra Leona. Pero aquí no termina la responsabilidad del hombre. El sobrepastoreo, el cultivo excesivo, la deforestación o la irrigación inapropiada disminuyen las defensas de la tierra y facilita las inundaciones, la sequía, la desertificación y el calentamiento global. ¿Qué podemos hacer para mitigar el riesgo ante desastres? En la emergencia sólo cabe confiar en la buena labor de las organizaciones humanitarias. Se trata de asegurar la distribución de agua primero (quince litros por persona y día según los estándares del proyecto Esfera), y garantizar su saneamiento y limpieza para evitar la transmisión de enfermedades. Se trata también de trabajar con las comunidades locales en programas de desarrollo (construcción de pozos por ejemplo), para que recuperen su autonomía después de la emergencia, recobren la dignidad y salgan del impacto psicológico provocado por la catástrofe. Son medidas que intentan mitigar los efectos de un desastre. Pero no atacan la raíz, la vulnerabilidad de las regiones en desarrollo. Serían medidas que más que mitigar, tendrían que buscar la preparación ante posibles desastres, pero sobre todo, la prevención en el plano local, nacional e internacional. Son medidas encaminadas a la reforestación de zonas amenazadas, la gestión y evaluación de riesgos, los sistemas de alerta temprana, el fortalecimiento institucional, los planes de desarrollo sostenible y la reducción de la pobreza. De lo concreto a lo más abstracto, pero con la misma idea: que los desastres no vuelvan a ser el lema del Día Mundial del Agua. * Óscar Gutiérrez es periodista, Agencia de Información Solidaria
https://www.alainet.org/fr/node/110049
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