Les llegó la hora de subrayar lo que los une
Lula, Kirchner y Chávez... San Pablo y después
27/04/2006
- Opinión
Los presidentes de los socios mayores del MERCOSUR hablaron a calzón quitado. El proceso de integración sudamericana sigue en pie pero se impone un giro histórico.
Buenas noticias desde San Pablo. Quizá muy buenas si se tiene en cuenta que, al contrario de lo que suele suceder entre los rituales diplomáticos, esta vez lo importante no fue la foto con abrazos y sonrisas compartidas, sino que los lideres de los tres socios mayores del Mercado Común del Sur (MERCOSUR) hicieron lo que deben hacer los buenos médicos antes de tomar decisiones: identificar y admitir los síntomas, componer un diagnóstico y recién entonces pensar en una terapia, la que para este caso no es otra que la preservación de la unidad estratégica.
Elegimos el recurso de una figura médica para ser consecuentes con lo que apuntáramos en un artículo anterior, que puede ser consultado en esta misma página electrónica. En esa oportunidad decíamos más o menos lo siguiente: el MERCOSUR y los procesos de integración sudamericana en general, no están en terapia intensiva pero sí se ven severamente afectado por un virus, el silencioso virus del diseño estratégico de Estados Unidos para la región, que en esta etapa se denomina Tratado de Libre Comercio (TLC).
Diseño ese que en realidad no es muy novedoso, sino que Washington viene proponiéndolo -en otros contextos históricos y con otros nombres y características- desde las primeras décadas del siglo XIX, desde su entonces convocatoria panamericanista.
No todos los protagonistas del proceso de integración regional son idénticos entre sí ni siquiera existe una conjunción perfecta de intereses -ingenuo y ahistórico resultaría pretenderlo-. Si embargo Luiz Inácio Lula Da Silva, Néstor Kirchner y Hugo Chávez reconocieron una necesidad que muchas veces ha dejado de reconocerse en la historia reciente y anterior de América Latina, siempre con efectos catastróficos.
Esta vez, y al menos por ahora, parece que sí se logró identificar lo que une, lo que es imperativo común, y apostar a que el resto de las cuestiones pendientes pasen a ser accesorias y como tales, discutidas en el marco del común denominador.
¿Y cuál fue el punto de unión o vértice que reconocieron los tres líderes sudamericanos reunidos esta semana en ese gigante urbano e industrial que se llama San Pablo?
Que el proceso de integración debe continuar y ser preservado. Que la máxima amenaza proviene de Estados Unidos, que al fracasar en sus intentos de imponer un Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA) conforme a su versión original, se esfuerza por llegar al mismo objetivo por distintas vías, siendo éstas los TLCs bilaterales. Que una buena línea de acción para fortalecer los esfuerzos integracionistas -aunque no la única ni por si misma suficiente de suficiencia absoluta, consideramos desde esta columna- pasa por la resolución de los problemas energéticos. En ese sentido es saludable el compromiso asumido en San Pablo con la continuidad del proyecto Gasoducto del Sur, ampliado al mayor número de países posible y fundamentalmente a Bolivia, porque dejar solo Evo Morales sería letal para toda la región.
También fue muy positivo que los jefes de Estado hablasen a calzón quitado, incluso se reprochasen actitudes que para algunos resultaron molestas, como lo fueron para Lula y Kirchner, las presencia y algunos de los dichos de Chávez, la semana pasada, en Asunción, cuando se encontró con sus homólogos Nicanor Duarte Frutos, de Paraguay, y Tabaré Vázquez, de Uruguay.
De la misma manera resulta más que verosímil creer que a Chávez debe haberle sino molestado por lo menos sí provocarle cierta comezón el pedido formulado por Lula en el sentido de que reconsiderase el alejamiento de Venezuela de la Comunidad Andina de Naciones (CAN) después que Colombia y Perú anunciasen sus respectivos TLCs con Estados Unidos. Cuando existe una estrategia común, las diferencias puntuales no separan sino que ayudan a encontrar los caminos para que esa estrategia se convierta en acción concreta.
Es saludable entonces que las fuerzas y los actores políticos que encabezan procesos de confrontación en distintos niveles de intensidad y profundidad con los poderes hegemónicos o imperiales ejerzan la gimnasia de reconocer que, en política internacional, las líneas divisorias nunca se trazan en negro y blanco. Que existen grises y que esos grises se ven expresados en las diferencias y contradicciones que existen entre aquellos actores entre sí y entre las que cada uno de ellos se mueven dentro de sus propios escenarios domésticos.
Los poderes hegemónicos comprendieron ese fenómeno hace mucho tiempo y actúan en consecuencia, en el caso que nos ocupa lanzando el virus del TLC dentro del cuerpo económico, social y político sudamericano.
Sin embargo, la identificación de lo que une no será suficiente para terminar con el virus que afecta al MERCOSUR y a los procesos de integración en su conjunto. Será necesario reformular las bases del mismo, abandonar el criterio comercialista y entrar de lleno en la construcción social y política de un nuevo paradigma para la región.
Si esos objetivos no se cumplen, los procesos de integración seguirán priorizando sus divergencias internas y, en el mejor de los casos, sobrevivirán apenas como meros acuerdos formales de carácter arancelario, incompletos y con más excepciones que rigores. Es decir, morirán. Es decir, se habrá impuesto la otra integración, la del ALCA y los TLCs.
Son interesantes, aunque no únicas ni excluyentes, las propuestas que comparten los presidentes Chávez y Fidel Castro, de Cuba, según un artículo firmado por ambos y distribuido por varios medios de prensa durante la pasada semana.
Recordemos aquí algunos de los puntos sobresalientes de esas propuestas, dadas e integración a conocer en ocasión de celebrarse este fin de semana el primer aniversario de los convenios de complementación firmados por Cuba y Venezuela en el marco del proyecto Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA).
El proceso de integración de nuevo paradigma "no se hará realidad con criterios mercantilistas ni intereses egoístas de ganancia empresarial o beneficio nacional en perjuicio de otros pueblos. Sólo una amplia visión latinoamericanista, que reconozca la imposibilidad de que nuestros países se desarrollen y sean verdaderamente independientes de forma aislada, será capaz de lograr (un nuevo tipo de MERCOSUR o como se llame ese modelo)".
Es en ese marco que deben comprenderse la palabras de Chávez, de la semana pasada, en el sentido de que si para que nazca uno nuevo este MERCOSUR debe morir, pues entonces que muera. No así las de Tabaré Vázquez, quien sigue insistiendo en la "inutilidad" de este bloque de integración, a la vez que propone el ingreso de México al mismo y se reúne con el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, para dialogar justamente sobre el fortalecimiento de los lazos comerciales de su país con Washington.
Recordemos que hace meses que tanto el gobierno uruguayo como el de Paraguay vienen dando señales de querer firmar sus respectivos TLCs con Estados Unidos.
Quizá el nuevo tipo de MERCOSUR que proponemos pueda aventar esos peligros -de no hacerlo las intenciones de Asunción y Montevideo significarían un verdadero golpe al corazón mismo del bloque-, si se aplican otras de las propuestas de Chávez y Fidel Castro: un trato especial y diferenciado, que tenga en cuenta el nivel de desarrollo de los diversos países y la dimensión de sus economías, y que garantice el acceso de todas las naciones que participen en los beneficios que se deriven del proceso de integración.
En ese sentido, debe establecerse "la complementariedad económica y la cooperación entre los países participantes y no la competencia entre países y producciones, de tal modo que se promueva una especialización productiva eficiente y competitiva que sea compatible con el desarrollo económico equilibrado en cada país, con las estrategias de lucha contra la pobreza y con la preservación de la identidad cultural de los pueblos".
Desde allí podrían surgir mecanismos de "cooperación y solidaridad que se expresen en planes especiales para los países menos desarrollados en la región, que incluya un Plan Continental contra el Analfabetismo, utilizando modernas tecnologías que ya fueron probadas en Venezuela; un plan latinoamericano de tratamiento gratuito de salud a ciudadanos que carecen de tales servicios y un plan de becas de carácter regional en las áreas de mayor interés para el desarrollo económico y social".
Está bien que se establezca un frontera misma para ser considerado dentro o fuera de ese proceso -y la no firma de TLCs con Estados Unidos parece un límite razonable-, pero de ahí en más, el cambio de paradigma civilizatorio al que hacíamos referencia en párrafos anteriores debe darse no "dentro del proceso de integración", sino que éste debe convertirse en herramienta para que las transformaciones se operen al interior de cada una de los países latinoamericanos.
Este último punto también es señalado dentro de las propuestas de Chávez y el líder cubano. El nuevo proceso de integración debe tener por objetivo "la transformación de las sociedades latinoamericanas, haciéndolas más justas, cultas, participativas y solidarias y que, por ello, está concebido como un proceso integral que asegure la eliminación de las desigualdades sociales y fomente la calidad de vida y una participación efectiva de los pueblos en la conformación de su propio destino. El comercio y la inversión no deben ser fines en sí mismos, sino instrumentos para alcanzar un desarrollo justo y sustentable, pues la verdadera integración latinoamericana y caribeña no puede ser hija ciega del mercado, ni tampoco una simple estrategia para ampliar los mercados externos o estimular el comercio. Para lograrlo, se requiere una efectiva participación del Estado como regulador y coordinador de la actividad económica".
En el contexto que acabamos de realizar resulta lógico que hayan sido Brasil, Argentina y Venezuela los responsables de tomar la iniciativa que podría conducir, por lo menos y como lo dijimos en forma reiterada, a la identificación de lo que une y a la discusión sincera de las diferencias que dividen. Resulta lógico no porque sean las economías de mayor volumen, sino porque, y por diferentes motivos, son los únicos países de Sudamérica -con la inclusión de la actual Bolivia- que vienen, por ahora, expresando con claridad su negativa a los TLCs.
Eso sí. El carácter lógico de la iniciativa conlleva obligaciones: la de motorizar el cambio de paradigma que proponemos. Ese cambio de paradigma implica, necesariamente, lograr que América Latina deje de ser un mero exportador de "commodities" (materias primas con mercados regulados) y diseñe un nuevo modelo de organización productiva, social y política, sustentable a largo plazo, soberana en materia de recursos naturales, basada en un concepto de democracia y soberanía popular ampliadas y con un objetivo que parece utópico pero que nada tiene de eso: que en nuestro continente se vea a lo pobreza con el mismo rechazo que en la actualidad nuestras sociedades ven, por ejemplo, a la antropofagia.
- Víctor Ego Ducrot, desde la redacción de la Agencia Periodística del MERCOSUR.
https://www.alainet.org/fr/node/115022
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