Lentitud para hacer el tiempo

21/12/2007
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  • Opinión
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Algunas personas encabezan un movimiento para bajar ‘revoluciones’ al ritmo de vida de las ciudades, que albergan ya a más de la mitad de la Humanidad según informes recientes de Naciones Unidas. Carl Honoré, periodista inglés,  explica en su libro El elogio de la lentitud los sucesos que le llevaron a convertirse en un militante ‘antiprisa’.

Los medios de comunicación comienzan a hablar de este regreso a los orígenes del hombre, cuando asumía su pertenencia a la Tierra y veneraba la vida y aquello que le rodeaba. Después descubrió la agricultura, la desarrolló. Más tarde, se concentró en ciudades y empezó a desarrollar una vida industrial para la que eran necesarias las riquezas naturales. Se lanzó a la conquista de estos recursos y, aún hoy, ha sido incapaz de saciar esas ansias.


Atrás han quedado los cadáveres de las miles de especies de plantas y animales extintos, la capa de ozono perforada, el calor atrapado por los gases que produce el desarrollo, los glaciares derretidos y desiertos con miles de desplazados que buscan los recursos necesarios para subsistir.


‘Contra el agobio, pereza’, dice uno de los slogans del triunfo de la lentitud. No se trata de la desidia y el desinterés que anquilosa a muchas personas en tiempos de una deshumanización promovida por nuestros medios de comunicación. Se trata de saber descansar, de frenar el ritmo, de respirar, de observar lo que nos rodea y de agudizar los sentidos para percibir lo importante y no sólo lo urgente.


Si cada persona se detiene a reflexionar, el ritmo de la vida cobrará la paz necesaria para crear, para innovar y para inventar aquellas cosas a las que, de no desacelerar, el hombre continuará sometiéndose y acabará cediendo su voluntad. Sobre todo, los pueblos y el planeta se beneficiarán de la pérdida de ansiedad y de estrés que alimentan el ritmo de consumo y la violencia mundial en muchos de sus niveles.


En La resistencia, el escritor argentino Ernesto Sábato nos recuerda algo que podríamos repetirnos a nosotros mismos cada mañana, ahora que se avecina un nuevo año lleno de buenos propósitos: “No hay otra manera de alcanzar la eternidad que ahondando en el instante, ni otra forma de llegar a la universalidad que a través de la propia circunstancia: el hoy y aquí”.


En la sociedad actual, es posible ir de un continente a otro en cuestión de horas y, al llegar al destino, conectarse a la red para comunicarse con un ordenador que se encuentre en un continente aún más remoto y, después, llamar a casa para decir que volverás al día siguiente.


Gandhi lo adivinó en su tiempo. En realidad, la revolución en las comunicaciones y en el transporte no ha liberado el tiempo de las personas. Hemos llenado el vacío con actividades o con trabajo. Gracias a inventos como los portátiles, los celulares modernos y la popular Blackberry, las personas ya también trabajan en el tren de alta velocidad que los transporta en sus viajes de trabajo.


En los países “desarrollados”, la gente trabaja 200 horas anuales más que en 1970, según la asociación estadounidense Take Back Your Time que, en una traducción que refela su verdadero sentido, diría “recupera el tiempo que te pertenece”. En México D.F, para muchos trabajadores es habitual levantarse a las 5:00 para salir de casa a las 6:00, meterse en el tráfico, y llegar a las 8:00 a la oficina. Nueve horas de trabajo y, a la salida, de nuevo el tráfico para llegar a casa de noche para ir a dormir.


En el fondo de todo está el modelo de vivir para trabajar, vivir para el dinero, vivir para el saber. Es decir, vivir en abstracto, como dice Sábato, en lugar de darnos cuenta de que la vida no es un medio sino un fin. Que el trabajo, el dinero y el saber sirvan para vivir y no al revés.


- Carlos Mígueles es Periodista
Centro de Colaboraciones Solidarias, www.solidarios.org.es
https://www.alainet.org/fr/node/124888?language=en
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