¡Ay que pena con ese Sr. Uribe!

10/03/2008
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Entre los sueños de muchos de nosotros por un mundo más amable y menos agresivo, se encuentra un cachito de sentimiento llamado por muchos solidaridad. No es una palabra más de las bonitas, menos un motivo para una tarjeta de cumpleaños; tampoco una palmada en la espalda del otro que sufre como para que diga "¡qué buenecito es!". La solidaridad es un manto que cubre el deseo de estar y vivir-sufrir con el otro. Es cundirse las manos de mierda porque el otro ya las tiene cundidas de hace rato...y lavarlas juntos; es querer reventar las venas que sobresalen del cuello cuando gritamos por la injusticia que se abalanza sobre ese otro. Nunca sabemos si ocuparemos el lugar del otro, de allí que la solidaridad es el aire que nos permite vernos a nosotros mismos, la solidificación de sentimientos y luchas.

Cada día mueren millones de hambre sin ni siquiera saber que en otras partes se tira la comida "porque no me gusta". Son tantas las noticias de hambre y muerte que pasamos los ojos por allí y ni cosquilla sentimos. Un accidente aéreo arranca ayes, lágrimas, suspiros y deseos para acompañar a los familiares porque no es noticia cotidiana, como la del hambre-muerte. Hace días masacraron a unas gentes en la selva ecuatoriana y supimos la novedad que habían matado a una persona con nombre. Uno lee un solo nombre en las noticias. Los demás parecen ser los extras de la película. Los demás, como en las noticias de hambre-muerte, pasaron a ser anónimos, meras excusas para la burla, el chisme y los prejuicios culturales que rebozaron los diarios. A veces pienso que en los diarios no escribe gente, sino hieleras que sudan por fuera y no lloran por dentro. A veces pienso que las hieleras necesitan muertos para mantener congeladas sus risas y sus trabajos asegurados. Muchas veces me doy cuenta que en el concierto de comprar-sin-pensar el lector de noticias es un consumidor más.

Los golpes de pecho por violaciones de soberanía, por irrupción militar no faltaron. Dimes y diretes desde oficinas sobre la violencia militar, sobre la violencia de un gobierno. El gritómetro en sus niveles más altos. ¿Y los nombres de los muertos?, ¿Y sus amigos?, ¿Y sus sueños?, ¿Y su dignidad? ¿Y sus familias? ... ¿Es que no tenían?

- ¡Ay qué pena con ese señor Uribe! – me parece oír a altos funcionarios del gobierno federal porque unos muchachos soñadores se acercaron a saludar gentes que luchan por lo que creen y en condiciones de total desventaja.

-¡Qué pena con el presidente colombiano, tan refinado él! ¡Dígame, esos muchachos metidos allá! ¿Qué hacían?

- La solidaridad no es palabra que encaje en sus léxicos, menos aún en su comportamiento, hasta que les toca, si es que les toca, pero no para darla sino para exigirla. No condenan, no reclaman al agresor, no dicen nada. -¡Es que no hace falta! ¿A quien le duele unos estudiantes universitarios del montón? No son importantes para el país. Las importaciones nos interesan más, órale-.

Pero allá los mataron, allá se quedaron represados los gritos, los estallidos, los ayes y sus sueños. Si no es porque Lucía vive, no sabría ni la gran prensa. De pronto es que Ecuador está muy lejos de México. De pronto es que los muchachos no tenían porqué ser solidarios

–Es que tú sabes, lo propio es la áipod, la rumba y tal, el trabajo de corbata con su gafete colgando del cuello y el silicón ¡faltaría más!-. De pronto, la solidaridad pasó de moda como el caderú. De pronto, ya el tráfico no nos deja pensar y sentir.

Entonces, uno entiende que para ellos –los todopoderosos- no hacen falta nombres y apellidos porque quedamos en el olvido cuando morimos, que los zapatistas seguirán marginados y presos en Chiapas, que los maestros en Oaxaca seguirán gritando en vano y con ellos los campesinos que luchan por el maíz para todos. Entonces, uno entiende que es la tarjeta de crédito nuestro nombre y apellido, que vivimos mientras somos consumidores y que la solidaridad está en periodo de extinción. Pero también uno entiende que en el olvido de ellos, el pueblo se forma, se organiza y cocina caldos de solidaridad; que estos muchachos sembrados allá en la tierra del Chimborazo nacerán en muchos otros para seguir soñando y luchando con un mundo más amable. ¡Honor y gloria para todos ellos, dignos representantes de la solidaridad!

Melva J. Márquez Rojas
Profesora ULA
https://www.alainet.org/fr/node/126237?language=en

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