El uso de las TIC en los pueblos de conflicto del alto Sinú
13/09/2009
- Opinión
Resumen
El departamento de Córdoba tiene muchos pueblos que han padecido el conflicto armado desde hace muchos años. Los actores han sido guerrillas liberales, guerrillas de izquierda, grupos paramilitares y actualmente los grupos ilegales surgidos después de la desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia. Los efectos económicos, sociales, políticos, ambientales y culturales sobre estas comunidades han sido grandes y complejos, no estudiados con suficiencia todavía. Los proyectos, programas y políticas del Estado no han resuelto del todo la situación ni se vislumbra que lo haga a corto plazo. Las TIC, de reciente y limitado uso en pueblos de conflicto del alto Sinú, ¿en qué sentido o a través de qué programas o iniciativas pueden colaborar con estas comunidades a superar en algo su situación?
Palabras claves
Zona de Ubicación, conflicto armado, pueblos de conflicto, TIC
Características de los pueblos de conflicto
Primero fue el acuerdo del 15 de julio del 2003 que permitió iniciar formalmente las conversaciones entre el gobierno nacional y las Autodefensas Unidas de Colombia AUC. Diez meses después, el 13 de mayo del 2004, crearon la Zona de Ubicación como sitio de concentración de los jefes de las Autodefensas con sus grupos de seguridad y sede del proceso de negociación.
Ambos acuerdos los firmaron en Santafé Ralito, una población rural pobre y olvidada del municipio de Tierralta en el Alto Sinú. Fundada por varios señores que le compraron lotes dispersos del predio de la finca llamada Santafé a la viuda María Yánez Montiel. Como las casas construidas quedaron retiradas unas de otras la gente empezó a llamarlo pueblo Ralito, que significa escaso, separado. Con el tiempo, a medida que el número de casas crecía, retomaron el viejo nombre de Santafé y le dejaron el Ralito. Era el año de 1950. Para finales de la década de los setenta lo elevaron a categoría de corregimiento.
La zona tiene un área de 368 kilómetros cuadrados y la conforman 5 corregimientos: El Caramelo, Bonito Viento, Nueva Granada llamado también Pueblo Pando, Palmira y Santafé Ralito con 34 veredas aproximadamente. Al momento del proceso contaba con 8.643 habitantes y 1.714 viviendas aproximadamente, dos puestos de salud y un centro de atención médica de urgencia; carecía de acueducto, el agua la tomaban de pozos o jagüeyes; no había establecimientos para educación secundaria completa; funcionaban dos líneas telefónicas; las vías eran destapadas y muchas en mal estado; la mayoría de los hombres eran jornaleros ocasionales de las grandes haciendas ganaderas, había pequeños productores de arroz, plátano, yuca, maíz, cacao, ahuyama, ají criollo y berenjena y unos pocos dedicados a la atención de las tiendas, el billar y la gallera.
Las familias en la Zona de Ubicación
Las familias que habitan el área conocida ahora con el nombre de Zona de Ubicación han pasado en los últimos 34 años por diferentes formas de vida impuestas por el aislamiento y el abandono del Estado (1975–1991), la lucha contra el Estado impulsada por la guerrilla del Ejército Popular de Liberación EPL (1985-1991), el proceso adelantado por el narcotráfico, grupos de defensa y justicia privados y el paramilitarismo (1984-2002), el proceso de negociación del gobierno con las AUC (2003-2006) y la conformación de grupos de la posdesmovilización (2007-2009) integrados por no desmovilizados, reincidentes, delincuentes comunes y reclutados.
La época del aislamiento y abandono del Estado
La presencia del Estado y los gobiernos departamentales y municipales era mínima y esporádica. La autoridad local, los corregidores, limitaban su labor a evitar que las escaramuzas entre vecinos pasara a mayores, controlar los excesos de borrachos, las ocurrencias o travesuras de uno u otro loco, chistoso o bobo que nunca faltan y de vez en cuando convocar a la comunidad a arreglar la vía o el puente; desmalezar el cementerio o la escuela; hacer colectas para sacar enfermos, mandar hacer ataúdes, mudar casas, organizar las fiestas patronales y servir de padrinos a cuantos amigos y conocidos lo solicitaran. Las creencias, costumbres, comidas, crianzas de niños, atención de enfermedades, fugas de enamorados o casamientos eran cosas típicas de pueblos campesinos costeños. Nadie tenía armas de fuego. El machete o la rula era un instrumento de trabajo o de defensa personal contra animales peligrosos o ladrones.
Los padres por lo general eran hombres mayores de 25 años dedicados al hogar y las faenas del campo en grandes fincas y pequeñas parcelas. En las primeras servían de vaqueros, caseros o corraleros, era la mayoría. Las parcelas por lo regular eran propias, aunque también había arrendadas o cedidas por temporadas. En ellas sembraban productos de pancoger, hortalizas, frutas y mantenían animales para la venta, el trueque o el consumo.
La jornada de trabajo empezaba a las cinco de la mañana cuando salían de casa y terminaba a las tres o cuatro de la tarde con el regreso. Casi siempre llegaban con algo entre manos: barbasco y varitas de cogollo de palma de coroza para hacer escobas; palos de maderas finas para encabar hachas, cavadores, martillos; bejucos para hacer chocóes y balayes; frutas, leña o cualquier animal para comer o tener como mascota. No conocían el hambre. Tanta sencillez, tranquilidad y respeto por la vida los hizo alegres, enamorados, humildes, nostálgicos, fiesteros y fanáticos de las peleas de gallos finos. No sabían cómo pero deseaban que sus hijos no siguieran el trabajo de jornalear.
Las madres pasaban de los 18 años, la prole que alcanzaban a tener superaba los cuatro hijos. Dedicadas por entero al cuidado de los maridos y los hijos, a los oficios del hogar, a criar aves de corral y cerdos y al cuidado de las plantas aromáticas y de jardín. Por lo regular las madres solteras eran cocineras o lavadoras de ropa en casa de familia con mejores condiciones económicas. Eran fieles, sumisas y recatadas. Los hijos, obedientes, respetuosos y admiradores de sus padres. Aficionados al béisbol y futbol, en tiempos de verano organizaban campeonatos con participación de los pueblos cercanos. Oyentes de programas musicales y deportivos en la radio. Ante la imposibilidad de seguir estudiando después de la primaria, la gran mayoría terminaba de jornalero o sirvientes de medianos y grandes propietarios.
La época de la guerrilla de izquierda
A pesar de las deficiencias y desigualdades de la zona, la mayoría de la población no concebía otra forma de vida y mucho menos creía posible cambiarla. Por esta razón cuando llegó la guerrilla del EPL hablando de las injusticias de los ricos contra los pobres, la corrupción de políticos y administradores del gobierno y el aprovechamiento de los gamonales, muchos se sorprendieron y atemorizaron por semejante osadía. Otro grupo, menos numeroso, expresó su apoyo por considerarlo justo. Unos y otros quedaron convencidos que las arengas de los guerrilleros no eran simples bravuconadas cuando mataron a varios trabajadores del desaparecido Servicio Nacional de Erradicación de la Malaria en 1978 cerca de la zona y atacaron, dos años después, el puesto de policía de Santafé Ralito. Después, las muertes y ajusticiamientos fueron hechos frecuentes.
Los padres tomaron actitudes diferentes. Algunos preocupados por la situación, previendo el reclutamiento o la incorporación voluntaria de los hijos al grupo insurgente, trasladaron sus familias a Tierralta y Montería, la capital del departamento. Otros acogieron con entusiasmo las ideas y propuestas del grupo armado; ingresaron a sus filas o permitieron que sus hijos lo hicieran. Se convirtieron en simpatizantes o colaboradores. Hablaban de justicia social y fomentaban o hacían parte de organizaciones por reivindicaciones económicas y sociales. La mayoría optó por no manifestar respaldo ni rechazo abiertamente. Debieron acomodarse a la nueva situación. En silencio escuchaban los informes y discursos. Evitaban encontrarse o hablar con los comandantes y combatientes. Mermaron las salidas, las fiestas y juegos. La relación con los propietarios se volvió difícil y un tanto hipócrita.
Los primeros guerrilleros que llegaron a la zona fueron cachacos blancos y negros del Urabá antioqueño. Transcurrió poco tiempo para que los mestizos o trigueños del Alto Sinú también hicieran parte de este mosaico racial de combatientes.
A medida que la fuerza pública y los hacendados abandonaban el área la presencia de la guerrilla fue haciéndose más notoria y frecuente, a tal punto que muchos de sus miembros dormían y permanecían en las veredas. Las madres debieron sortear muchas situaciones con el fin de mantener a sus hijos alejados de las influencias del grupo armado. Con afecto y atenciones intentaron retenerlos a su lado, muchas veces sin éxito.
Los hijos, con excepciones, dejaron de ser tímidos y respetuosos. Se volvieron atrevidos, independientes, los padres dejaron de ser ejemplo a seguir, los temas de las charlas cambiaron y el consumo de alcohol y cigarrillo aumentó entre los adolescentes y jóvenes. Relaciones amorosas de adolescentes y jóvenes menores de 18 años con comandantes y combatientes eran comunes.
La época del narcotráfico y el paramilitarismo
Las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá ACCU llegaron a la zona a erradicar a la guerrilla y establecer un nuevo poder. Los métodos que utilizaron fueron contundentes y bárbaros: masacres, ajusticiamiento y desplazamientos. Los simpatizantes y colaboradores fueron perseguidos y ultimados y al cabo de cierto tiempo el control sobre el área fue absoluto.
Los padres asumieron posiciones diferentes. Aquellos que habían tenido relaciones amistosas o de apoyo a la guerrilla abandonaron la zona. Las victimas, los afectados y los que estaban en desacuerdo con este grupo, poco a poco expresaron su respaldo a la nueva fuerza. Un número no precisado prefirió mantenerse al margen aunque debieron acomodarse a otro ritmo y estilo de vida donde primó el arrepentimiento por convivir con la guerrilla, el respeto a la propiedad privada, la cautela al expresar ideas, la aceptación de normas y el acatamiento a las propuestas políticas de las ACCU y después de las AUC. ¿Seguimiento o apoyo real o ficticio? Difícil saberlo.
Las madres no cesaban de llamar la atención de sus hijos para que no se vincularan a los recién llegados. Algunas los convencieron para salir a otros lugares paro casi todas debieron soportar las groserías y atrevimientos de que eran objeto cuando les hacían observaciones sobre lo ilegal y peligroso de estos grupos o daban consejos para que no se metieran en líos.
Al final, en los últimos años, ante la pobreza y la imposibilidad de mejorar las condiciones de vida personal y familiar, hubo madres que aceptaron el ingreso de sus hijos a las filas contrainsurgentes. Los hijos con capacidad para la guerra o las actividades complementarias estaban abocados a esta disyuntiva: hacer parte o no de las AUC. La mayoría ya había entendido que ser combatientes les permitía obtener pagos más altos que los jornales de las haciendas, vestir camuflados, usar armas y radios de comunicación, tener cierta autoridad, ser admirados, tener a su disposición algunas chicas.
Los adolescentes y jóvenes que a diario conversaban con los combatientes fueron los primeros en enterarse de las historias de sus vidas y la de los comandantes, los alias, el tipo de armamento, las experiencias vividas. Sabían, además, de las haciendas y negocios que poseían los jefes, los vehículos lujosos, los costales con dinero que manejaban, las fiestas deslumbrantes, los bacanales con mujeres hermosas, las relaciones con gobernantes, políticos, empresarios, comerciantes, periodistas, militares, jerarcas de la iglesia e intelectuales. Al vislumbrar tantas posibilidades en medio de tantas penurias y zozobras, los jóvenes quedaron sorprendidos. Desde ese momento ser paramilitar se convirtió en obsesión y meta de algunos de ellos.
Cuando llegó la desmovilización hubo festejos y desánimo en los combatientes de base. En general hubo apoyo y rechazo por parte de ellos. En la mayoría de los habitantes de la Zona de Ubicación primaba un sentimiento o corazonada de incertidumbre y esperanza. Nadie se atrevía a asegurar con firmeza lo que sucedería de ese momento en adelante. Las expresiones de los familiares y asistentes a los actos de desmovilización fueron de llanto, convicción, ruego y aflicción.
Los que estaban al tanto de los acontecimientos, callaban, sabían lo que se avecinaba y no quisieron dañar la fiesta. La mayoría, incrédula o convencida, no tardó mucho tiempo para salir de dudas: hombres sin uniforme, armas cortas, algunos con motocicletas y radios o celulares empezaron a merodear por algunos sitios de la Zona. Después llegaron las amenazas y las advertencias. El miedo, que nunca desapareció, lo están viviendo de otra forma, así la muerte siga siendo lo mismo de cruel y dolorosa. Los grupos de la posdesmovilización han crecido y cada vez el daño que ocasionan es mayor.
El uso de las TIC
De acuerdo con el profesor José Ortega López de la vereda Carrizola en la Zona de Ubicación “la llegada de las TIC (internet y señal de telefonía celular) produjo gran revuelo en nuestra Zona, me refiero más exactamente a las veredas del corregimiento de Bonito Viento. La emoción de la comunidad con los rumores que iban y venían generaron un ambiente de expectativa pero con el tiempo la gente se acostumbró a ellas o a lo poco que saben de ellas. Hoy en día no es extraño encontrar a cierto número de campesinos laborando con su indumentaria tradicional: el machete en la mano, el sombrero en la cabeza, botas pantaneras cubriéndoles los pies, el sudor corriendo por su frente y enganchado en una rama del árbol que le da sombra tiene su comida: el calabazo del agua y la sarapa de arroz cocido envuelto en hojas de bijao y a un lado podemos observar un aditamento nuevo, el celular, el compañero que le permite recibir inmediatamente información de su mujer que quedó en la casa o de un familiar de la ciudad.
Pero ¿qué tanto están aprovechando en la zona rural estas tecnologías? Se puede notar de entrada que estas son utilizadas en formas diferentes. De acuerdo con la edad podemos distinguir dos grupos de usuarios: los jóvenes (entre los 12 y 25 años) y los adultos (entre los 26 y 40 años). El primero de estos es más dado a las novedades, son curiosos y decididos a experimentar, por lo tanto son ellos los que están aprovechando más intensamente estas tecnologías. Aún así, se puede decir de ellos que no tienen el nivel de madurez para utilizar de manera adecuada estas tecnologías. Se nota la ingenuidad de estos nuevos usuarios en la forma en que reciben indiscriminadamente todo lo que estos medios les proporcionan sin tomar una postura particular ante ellos y mucho menos los utilizan para mostrar sus luchas, necesidades y frustraciones. Se han convertido en receptores pasivos de estos medios.
El segundo de estos grupos solo se acerca tímidamente a estas tecnologías, en la mayoría de los casos con mediación de alguien más. Esto se nota al escuchar en las personas las solicitudes de “míreme en Internet para ver si ya me llegó la cedula”, ¿es cierto que por Internet puedo mirar si ya me consignaron la platica del subsidio?, “ayúdeme a chatear con mi hijo que está en Medellín”, “ayúdeme a agregar un numero en mi celular”.
Al analizar esto nos podemos dar cuenta que las TIC son subutilizadas en la zona, el celular que hoy en día tiene gran cantidad de funciones se ve relegado a la función primaria para la que fue diseñado: hacer y recibir llamadas y la Internet se ha convertido solo en un medio de consulta con la falsa e ingenua creencia de que todo lo que dice es cierto.
Por último, bienvenida sean las TIC a la zona rural pero con ellas también deben llegar los programas de capacitación a la comunidad para un mejor uso de ella. En la institución educativa de Carrizola por ejemplo:
- Aproximadamente un 8% de la población estudiantil de esta sede utiliza el Internet para realizar tareas y trabajos, de los cuales el 100% solo se dedica a copiar lo primero que encuentra sin reflexionar sobre su contenido.
- En el pasado mes de agosto se recibieron 12 solicitudes de consulta de si ya podían reclamar las cédulas nuevas y cinco de si habían consignado el dinero del programa gubernamental Familias en Acción.
- 38 personas han solicitado que se les enseñe a utilizar el computador, por lo que la institución brinda un taller de informática básica para dos grupos de adultos de la comunidad con un costo de solo $100 la sesión, utilizados para el mantenimiento de la sala de informática”.
- En general, los equipos que utilizan en la Zona son insuficientes, obsoletos y lentos, además hay muchas interrupciones del fluido eléctrico.
Algunas reflexiones
- ¿En un área de conflicto viejo, complejo y grave como el de la Zona de Ubicación que problemas o necesidades pueden ser atendidas con la incorporación de las tecnologías informáticas? ¿Acaso ayudar a solucionar tareas escolares, averiguar por cédulas y subsidios o contar con cierta facilidad de comunicación con amigos y familiares?
- ¿La presencia permanente de actores armados ilegales impide un uso más amplio de estos medios, sobre todo divulgar la situación que viven, hablar de organización, hacer reuniones, solicitar atención, denunciar atropellos, participar de capacitaciones y tener libertad para consultar temas sin restricciones?.
- ¿Por la pobreza, el aislamiento y la inseguridad, estas comunidades rurales no tendrán posibilidad de contar con suficientes y modernos equipos y una adecuada y permanente capacitación?
- ¿Cuál es el papel de las secretarías de educación y demás instancias gubernamentales en la solución de estas necesidades?
- ¿Es posible adelantar una investigación que nos permita identificar las reales posibilidades que nos ofrece la tecnología digital para superar en algo el conflicto de tantos pueblos rurales?
Montería, septiembre 2009
- Víctor Negrete Barrera, Centro de Estudios Sociales y Políticos. Universidad del Sinú
https://www.alainet.org/fr/node/136326?language=es
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