Una nueva conjura de féminas
La que vence
08/11/2010
- Opinión
Argentina y Brasil a traviesan un momento histórico en la relación bilateral. Factores económicos así lo indican, y aún más la consonancia política y estratégica frente al mundo. A partir de enero de 2011, dos rostros de mujer serán la mejor toma de la nueva película.
Con el triunfo de Dilma Rousseff en la segunda vuelta electoral de las presidenciales de 2010, se consolidó en Brasil la política iniciada por Lula da Silva. A su vez, cuatro días antes, Cristina Fernández engrandeció su figura política ante las manifestaciones de reconocimiento popular que precipitaron la muerte de Néstor Kirchner. Se trata de una ratificación del rumbo transformador iniciado en 2003 en Argentina.
Asimismo, se abrió una situación inédita en la larga historia de encuentros y desencuentros entre Brasil y Argentina. Por primera vez, dos mujeres son las interlocutoras protagónicas de un diálogo que tiene su antecedente más concreto en la relación Perón-Getulio Vargas. Esta primera experiencia concluyó trágicamente.
El 24 de agosto de 1954, en Brasilia, se suicidó el entonces presidente Getulio Vargas. Jaqueado por un inminente golpe de Estado, promovido desde la oligarquía brasileña alineada con Estados Unidos, se quitó la vida quién había sido el artífice del “Estado Novo” brasilero.
Un año más tarde, en septiembre de 1955, la Revolución Fusiladora en la Argentina derrocó al gobierno de Juan Domingo Perón. Se inició, así, uno de los momentos más oscuros de nuestra historia reciente.
Estos dos hechos clausuraron una etapa de inusitadas conquistas para las clases populares que habían irrumpido de la mano de estos líderes de manera definitiva en la vida política de sus países. Además, echó por tierra el proyecto ambicionado por Perón: el de la Unidad Sudamericana.
Esa idea estaba encarnada en el ABC que, según Perón, se resumía de la siguiente manera: "La Argentina, sola, no tiene unidad económica; Brasil, solo, tampoco; Chile, igual. Pero estos tres países, unidos, forman actualmente la unidad económica más extraordinaria del mundo. No caben dudas de que, realizada esa unión, los demás países sudamericanos entrarán en su órbita".
Según esa línea de pensamiento, el año 2000 nos encontraría unidos o dominados y, según Perón, esta vez había que dejar de ser yunque para convertirse en martillo y dar el primer golpe.
Habría que esperar casi treinta años, después de cruentas dictaduras y sangre derramada, para que aquel proyecto de unidad fuese retomado. Una vez más, la Argentina se puso a la cabeza de la iniciativa. A principios de 1985, el presidente Ricardo Alfonsín propuso al mandatario electo del Brasil, Tancredo Neves, iniciar un proceso de integración económica entre Argentina y Brasil “para fortalecer la democracia, afrontar la deuda externa y posibilitar la modernización productiva”.
Pocos meses más tarde, Neves murió sin poder asumir la presidencia y el encargado de acompañar la iniciativa argentina fue su vicepresidente José Sarney, quién a poco de asumir dio un gran gesto en pos de la integración.
Sarney autorizó al embajador Francisco Thompson Flores una importante compra de trigo argentino en condiciones desventajosas, por razones puramente políticas. Con este gesto se inauguró una serie de actos de gobierno que sentarían las bases para la conformación del Mercado Común del Sur (Mercosur).
Así, el 30 de noviembre de 1985, Alfonsín y Sarney suscribieron la Declaración de Foz de Iguazú, piedra basal del Mercosur. Esta fecha es hoy conmemorada por ambos países como el Día de la Amistad Argentino-Brasileña.
Este proceso naufragó entre golpes económicos que provocaron tremendas escaladas hiperinflacionarias en ambos países. Ese contraviento preparó el terreno para el proceso de profundización de proyectos cerradamente neoliberales.
El nuevo modelo imperante postergó el sueño de la integración sudamericana. El proyecto Alfonsín-Sarney derivó en la conformación de un Mercosur subordinado al mercado. Se perdió la centralidad política reduciéndose a un mero acuerdo aduanero plagado de rispideces. Encarnaron esta relación el presidente brasilero, Fernando Collor de Melo -a quién Gerge W. Bush le gustaba llamar el “Indiana Jones Latinoamericano”- y el argentino Carlos Menem, que en un inglés chapuceado y servil bendecía al imperio.
Los veinte años del Mercosur encontraron a la región en otro contexto. Puerto Iguazú fue el escenario en el que los ex presidentes Ricardo Alfonsín y José Sarney se volvieron a juntar, convocados por los presidentes Néstor Kirchner y Lula da Silva.
Unos días antes de ese reencuentro, se había realizado en la ciudad costera argentina de Mar del Plata la Cumbre de las Américas, con la presencia de los jefes de Estado del continente. Pero esa vez, el presidente de los Estados Unidos se fue sin bendiciones y sin el Área de Libre Comercio de la Américas (ALCA) promovido por Washington.
Y se sabe que cuando Estados Unidos habla de América sólo se mira el ombligo, los grandes intereses financieros del imperio. “No nos venga a prepotear” le había dicho el presidente argentino a Bush, apoyado por los presidentes de Brasil y Venezuela. Mientras que Hugo Chávez proclamaba “hemos venido a Mar del Plata a enterrar al ALCA” al grito de “unidad, unidad, para hacer posible el sueño de la Patria Grande”.
Con 39 grados y 89 por ciento de humedad, Brasil y Argentina se encontraron en un nuevo Día de la amistad Argentino-Brasileño, el de 2005, que quedó como hito de este nuevo momento. Con la imagen fresca de lo conseguido en Mar del Plata, el presidente Kirchner dijo: “Hemos sido testigos y protagonistas de lo logrado cuando reclamamos juntos”.
Esta Cumbre fue bautizada como “Compromiso de Puerto Iguazú” en la cual ambos países firmaron 24 protocolos de cooperación en medicina, deportes, tecnología nuclear, espacial, cultura y educación. “Queremos una sociedad entre iguales. Brasil quiere una Argentina fuerte, que recupere su vocación manufacturera y la calidad técnica de su industria” anunció Lula para concluir: “Algo está cambiando en América Latina”.
Y algo definitivamente cambió. Ese tercer encuentro histórico entre ambos países, clave para la integración sudamericana, encarnado en Lula da Silva y Néstor Kirchner, inauguró una nueva etapa. Sin suicidios, ni golpes de Estado ni de mercado. Esa tercera oportunidad fue como la confirmación de una vieja tradición popular: es la que logró vencer.
Hoy, Cristina Fernández y Dilma Rouseff son las herederas de esta historia. Es tiempo de perseverancia para consolidar lo conseguido. Es tiempo de restañar las heridas que aún perduran de una historia de cinco siglos de desencuentros. Estamos alumbrando una nueva Patria Sudamericana, no esta mal que dos mujeres pujen por conseguirlo.
Fuente: Agencia Periodística del MERCOSUR (APM), Facultad de Periodismo y Comunicación Social, Universidad Nacional de la Plata, Argentina.
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