Escuelas de gerencia y administración:
La universidad al servicio de la producción científica de plusvalía
16/12/2010
- Opinión
El capitalismo es la última forma de esclavitud.
Mijail Bakunin.
Mijail Bakunin.
La función objetiva de la ideología
es asegurar la reproducción de las relaciones de
producción existentes y las relaciones que se derivan
de ellas…
Louis Althusser.
es asegurar la reproducción de las relaciones de
producción existentes y las relaciones que se derivan
de ellas…
Louis Althusser.
El fascismo no consiste únicamente
en mantener por la fuerza al capitalismo
establecido, sino también en transformarlo y adecuarlo.
Maurice Duverger.
en mantener por la fuerza al capitalismo
establecido, sino también en transformarlo y adecuarlo.
Maurice Duverger.
Las características externas (que no la naturaleza) de las relaciones sociales de producción dentro del capitalismo se han ido modificando según los diferentes escenarios históricos en los que este sistema ha desarrollado sus estructuras y leyes. Relaciones brutales, despóticas, piramidales y semiesclavistas en una primera etapa en la que la fuerza y la conciencia de las clases trabajadoras aun no se habían desarrollado lo suficiente como para organizar efectivamente su defensa; en un segundo momento, el triunfo de la Revolución de Octubre en Rusia que produjo la aparición de la URSS en la escena internacional y su establecimiento como gran potencia luego de finalizada la Segunda Guerra Mundial, y el establecimiento de gobiernos de tendencia socialista en múltiples países del mundo y de vigorosos movimientos obreros y partidos de izquierda en los países que funcionaban bajo el sistema capitalista, conllevó a un cambio en las formas y estilos de las relaciones de producción de dicho sistema.
Los ideólogos del capitalismo comprendieron que para contener el poderoso avance de los movimientos socialistas y obreros en el mundo era necesario un cambio de estrategia. Las mejoras salariales, la reducción de las jornadas de trabajo, las vacaciones pagadas, el reparto de utilidades y los seguros médicos laborales no fueron generosas dádivas otorgadas a las clases trabajadoras por los patronos sino conquistas producidas por las luchas obreras, sin embargo, el sistema capitalista siempre las ha presentado como muestras del progreso que trae a todos y cada unos de las personas que viven dentro de su órbita y las ha utilizado como mecanismos de control político a su favor. El estado de bienestar del mundo occidental, (hoy en franco proceso de retroceso), es hijo directo de las ideas y luchas por la construcción del socialismo.
En el campo administrativo, las relaciones de producción capitalistas también han tenido que adecuarse a los incesantes avances tecnológicos que se han producido en el mundo en los últimos 100 años, y a los rápidos cambios que las nuevas dinámicas políticas y sus procesos liberadores y democráticos han generado en las conciencias de los hombres y mujeres de las clases trabajadoras. Las brutales e inhumanas condiciones de trabajo del siglo XIX fueron paulatinamente sustituidas por las no menos duras pero más “científicas” y planificadas condiciones del taylorismo y el fordismo, y estas a su vez terminaron evolucionando hacia el toyotismo y hacia las actuales técnicas gerenciales de producción (calidad total, reingeniería), que buscan no sólo explotar al máximo el trabajo físico de los operarios sino incluso sus ideas, sus aportes intelectuales al proceso productivo, siempre en función de la producción de plusvalía.
A mediados de la década de los años ochenta del pasado siglo, el término Gerencia irrumpió con gran fuerza en la vida política, económica, académica y social de casi todos los países latinoamericanos. Este vocablo, aunque de origen latino (del latín “ingero”: llevar, ejercer, hacer en o dentro de), vino a ser introducido en nuestras tierras por los representantes de las diversas transnacionales que desde hace más de un siglo explotan nuestras riquezas y nuestro trabajo; fue, sin embargo, el huracán neoliberal que por esos años azotó a los pueblos de este continente, el que vino a popularizarlo como parte esencial del repertorio lingüístico de las clases dominantes en nuestras sociedades y, por extensión y reflejo, también entre sus clases trabajadoras y desposeídas. Se comenzó desde ese entonces a hablar de “gerenciar al país”, de “gerencia educativa”, “gerencia cultural”, “gerencia sanitaria”, hasta llegar hoy en día a hablar de “gerencia socialista” con lo que de posible oxímoron tenga esa expresión.
El mundo sufría por esos años una ofensiva ideológica conservadora y reaccionaria que, lanzada desde los centros del poder capitalista mundial, difundida y refrendada a través de sus minaretes mediáticos y legitimada por sus think thanks académicos, buscaba afianzar en el imaginario individual y colectivo de nuestros pueblos los fundamentos y valores del liberalismo económico neoclásico y la democracia representativa burguesa, con los gobiernos de Ronald Reagan en los EEUU y de Margaret Tatcher en Inglaterra como sus principales modelos y ejemplos.
Hay que recordar que para 1.989 el mundo del llamado socialismo real se derrumbaba (con la heroica y desafiante excepción de Cuba), y con él, también se esfumaban más de 100 años de conquistas laborales y socioeconómicas de las clases trabajadoras del mundo. El capitalismo mundial globalizado se autoproclamaba vencedor absoluto, dictaminaba que la historia había concluido, que no existían opciones distintas a la democracia representativa en su versión liberal y a la economía de mercado manchesteriana, y se preparaba, ahora que supuestamente no existía alternativa alguna, para tomar por asalto las riquezas y el trabajo de cada uno de los países del mundo.
Para lograr estos fines, el capitalismo mundial globalizado necesitaba formar técnicamente cuadros de capataces que garantizaran no sólo un rápido y abundante retorno de los capitales invertidos sino, y quizás esto era lo más importante, la instauración de la ideología neoliberal en las mentes de las clases trabajadoras de todo el mundo como única opción válida y deseable en la vida.
En los grandes centros académicos del mal llamado primer mundo se crearon carreras que desarrollaron y perfeccionaron los aspectos técnicos de la explotación del trabajo humano. Las escuelas de negocios y los estudios de administración y gerencia emergieron como la división universitaria del triunfante ejercito capitalista. La explotación del hombre por el hombre adquiría así rango científico y académico.
Nuestros gobiernos y universidades acogieron estas tendencias sin ningún tipo de espíritu crítico. Las facultades y escuelas de gerencia, administración de empresas e ingeniería industrial proliferaron como una plaga por el mundo académico latinoamericano. Los docentes que conformaron los primeros cuadros académicos en estas áreas (y que desde entonces han actuado como reproductores y multiplicadores de esta propuesta ideológica), se formaron en su mayor parte en universidades de los EEUU y Europa o en centros nacionales copiados al calco de aquellas (en Venezuela el Instituto de Estudios Superiores en Administración IESA). A los estudiantes que comenzaron a cursar estas carreras se les inculcaron verdaderos dogmas de la fe liberal: ¡La historia había concluido! La democracia representativa y la economía de mercado eran el último estrato a alcanzar por la civilización humana, ya no había nada que pudiera superar a estos modelos. Por supuesto que no existían las leyes de la dialéctica ni el materialismo histórico. Afirmaban que la división de la sociedad en clases y la lucha entre estas por el poder y el control de la riqueza jamás había existido, contradiciendo precisamente el hecho de que con la caída del muro de Berlín ellos se proclamaran vencedores de esa misma lucha. Afirmaban, (muchos todavía hoy lo hacen), con una aterradora mezcla de estupidez, candor, ignorancia y autosuficiencia que la economía política no existía y que nuestra pobreza y atraso se debía única y exclusivamente a nuestra falta de competitividad y productividad, generadas por el excesivo intervencionismo del estado. Pontificaban que, ahora sí, nuestros países serían competitivos y desarrollados, pues con las recetas neoliberales y las técnicas gerenciales de productividad y eficiencia tendríamos economías abiertas, especialización exportadora en rubros (materias primas y productos maquilados) de alta demanda internacional, propiedad privada de los principales (y accesorios también) medios de producción de riqueza, abundante inversión extranjera con libre flujo de capitales a los que habría que atraer con legislaciones complacientes, ¡como si cada una de estas características no hubieran sido nuestra historia (maldición) en los últimos 500 años!
El establecimiento de este tipo de carreras implicó en los hechos la privatización de nuestras universidades, en tanto que estas pasaban a asumir como propios los fines e intereses de las empresas privadas, aunque, por supuesto, manteniendo el financiamiento de las mismas a cargo del estado.
Se introdujo en el vocabulario académico términos propios del mundo empresarial: Se evalúa si un docente o una determinada cátedra o carrera son “productivos”. Si los egresados de determinada universidad son “competitivos” o no en el “mercado laboral”. El docente se convirtió en un “proveedor” de conocimientos que había de lograr que el alumno (un “cliente” en nuestras universidades privadas) se convirtiera en un “producto” con determinadas características.
La tesis subyacente dentro de esta propuesta era que, como supuestamente el socialismo había fracasado, las ciencias sociales sólo debían enfocarse a los negocios, la gestión de las empresas y la producción del capital. En nuestras escuelas de sociología se eliminaron casi por completo las materias relacionadas con el marxismo y la teoría crítica, y se hizo énfasis en materias relacionadas con la estadística, el muestreo y el marketing, más cónsonas con el perfil de “gerentes sociales” que ahora se quería formar. Tácitamente pareció establecerse el principio que de lo que se trataba era de interpretar al mundo y no de transformarlo.
Los gurúes gerenciales criollos patéticamente afirmaban (y repito, aun hoy en día a pesar de las lecciones que la historia y la economía mundial les sigue dando, algunos aun lo hacen) que, de aplicarse las correctas políticas macroeconómicas, las adecuadas técnicas y estrategias gerenciales y formar adecuadamente a los técnicos y administradores que las aplicaran, Venezuela pronto sería parte del primer mundo, sin detenerse un instante a reflexionar que esa misma afirmación la estaban realizando en ese momento profesores de escuelas de gerencia y administración en Colombia, Senegal, Pakistán, Filipinas, Marruecos y el resto de países dependientes y periféricos del mundo, por lo que no tenían jamás respuesta cuando se les preguntaba que si todos los países del mundo llegaban a ser tan “eficientes y productivos” como Japón o Alemania, o tan ricos como Suiza y Dinamarca:
¿A cuales otros países les venderíamos nuestros productos si todos, aplicando las mismas técnicas gerenciales aprendidas en los mismos manuales de Peter Drucker, Lester Thurow o Peter Senge, serian igual de productivos y competitivos que nosotros?
¿De dónde sacaríamos los insumos para echar a andar un aparato industrial-exportador si cada país podría procesar sus materias primas por sí mismo?
¿Si el 98% del dinero que circula a diario en el mundo es capital especulativo y no productivo, de qué carajo serviría ser competitivo o eficiente?
¿Dónde encontraríamos otros cuatro o cinco planetas tierras de los que sacar las materias primas necesarias para sostener el suicida ritmo de consumo y desecho que caracteriza a esas sociedades autodenominadas desarrolladas?
Estas eran (y siguen siendo) preguntas que nuestros sabios profesores de gerencia nunca han podido responder.
Las modernas técnicas gerenciales están dirigidas a obtener dos objetivos fundamentales: En primer lugar, persigue producir el mayor rendimiento económico posible de los capitales invertidos a través de la reducción sistemática de costos (sobre todo laborales), aumentando la producción de plusvalía en todas y cada una de las etapas de los procesos del sistema productivo capitalista; en segundo lugar, y no por ello menos importante, promueve entre los trabajadores de una organización (a los teóricos de la gerencia organizacional no les agrada utilizar los términos empresa, compañía o corporación que consideran políticamente incorrectos) una cultura de la obediencia y de la sumisión a los supremos intereses del capital (personificado por la empresa u organización), obtenida a través de métodos de manipulación psicológica y estimulación emocional. Sobre este punto hay que recordar que Marx en El capital señala que la base fundamental de la estructura económica capitalista (es decir, la plusvalía, verdadero origen del beneficio) se oculta completamente a la conciencia de los agentes de la producción (capitalistas y obreros).
Aquí es pertinente leer lo que al respecto escribe el sociólogo brasileño Ricardo Antunes en su obra Adiós al Trabajo: “A través de la manipulación envolvente, el capital busca el consentimiento y adhesión de los trabajadores, en el interior de las empresas, para viabilizar un proyecto que es aquel diseñado y concebido según los fundamentos exclusivos del capital. El despotismo se torna entonces mezclado con la manipulación del trabajo, con el involucramiento de los trabajadores, a través de un proceso todavía más profundo de interiorización del trabajo alienado (extrañado). El operario debe pensar y hacer por y para el capital, el que profundiza (en vez de ablandar) la subordinación del trabajo al capital”.
Las tesis gerenciales contemporáneas premian la obediencia y la pérdida de conciencia de clase entre sus trabajadores. Se inculca, a través de cursos, talleres motivacionales, charlas, seminarios y toda una serie de cotidianas y machaconas estrategias de manipulación y control ideológico, el anteponer los intereses de la organización a los de la clase a la que ellos pertenecen e incluso a sus intereses individuales. Se repite una y otra vez que, en busca de lograr los superiores fines de la organización, trabajadores y capital son una y la misma cosa (aunque siempre son los primeros los que se sacrifican y aportan).
La gerencia organizacional capitalista prioriza sancionar y expulsar a los insumisos para evitar que su ejemplo rompa la cohesión ideológica y la pasividad reivindicativa que la organización promueve entre sus trabajadores. No por casualidad corporaciones como Wal-Mart y McDonald’s, famosas por prohibir la sindicalización u organización entre sus trabajadores, son ensalzadas y estudiadas en las escuelas de administración y gerencia de nuestras universidades como paradigmas de productividad y eficiencia a imitar.
El profesor de la universidad de Roma Ugo Spirito afirmaba en los años treinta del siglo pasado, adelantándose en varias décadas a las actuales tesis de la gerencia corporativa, que: “La economía fascista es una mixtura. En ella se funden el capital y el trabajo para llegar finalmente a la corporación propietaria. Los bienes y la riqueza pasan a ser propiedad de la corporación que representa a los patronos, a los obreros y finalmente, también al estado”. En este sentido, en la Venezuela de los últimos años hemos visto las ofensivas publicitarias de grandes corporaciones que intentan aparecer como sólidos grupos unidos de patronos y trabajadores, tales como: “La gran familia RCTV”, o “Gente Polar”, o “La familia Venoco sabe que si la empresa está bien, ellos también” (esto a pesar de que la gerencia neoliberal promueve la tercerización y precarización del trabajo), y grupos empresariales como el Roraima o el Santa Lucia que propugnaban abiertamente a que el estado pasara a ser controlado directamente por los representantes de las corporaciones privadas.
El concepto de Gerente dentro de la ideología neoliberal excede con mucho al de simple administrador. En esta corriente al Gerente se le asocia a la idea de “Lider”, y como el neoliberalismo promueve una profunda deslegitimación de la política en beneficio de la empresa privada y el mercado, el Gerente-Líder ya no sólo actúa en el ámbito de la organización empresarial sino que su espacio se extiende a lo político y a toda la sociedad; fue así como durante la década de los noventa los ideólogos de las oligarquías nacional y extranjera con intereses en nuestro país, promocionaron a personajes como Gustavo Rossen y Luís Giusti como los supergerentes que Venezuela necesitaba. Hay que recordar aquí como se presentaban a sí mismos como salvadores de la patria los gerentes “meritócratas” de PDVSA en el golpe de estado de abril del año 2002 y la designación por parte de la cúpula golpista del Gerente Pedro Carmona Estanga, presidente de la mayor federación empresarial venezolana (Fedecamaras) como dictador en ese intento fascista, intento al que, por cierto, las autoridades rectorales de nuestras universidades autónomas se apresuraron a rendir pleitesía y postración.
La popularización de las escuelas de gerencia, administración y negocios en América Latina respondió a una estrategia coordinada con el proceso de terapias de choque y ajustes estructurales de las economías de la región, impuestas por organismos del gran capital financiero mundial (Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial), y llevadas a cabo a finales de la década de los ochenta y principios de los noventa. Es ilustrativo lo que al respecto comenta la Revista Latinoamericana de Gerencia en su número 23 del año 2000 dedicado a la educación gerencial en América Latina: “Ciertamente y sin contemplación de los obstáculos, debe afirmarse que el negocio de las escuelas de gerencia es liderar la transformación reiniciada por los líderes de América Latina hace una década”. Los líderes a que se refiere este artículo (Menen en Argentina, Salinas de Gortari en México, Collor de Melo en Brasil y Carlos Andrés Pérez en Venezuela, entre otros) fueron los que llevaron a la región latinoamericana a las críticas situaciones de quiebres de sus economías, pérdida de su soberanía económica a favor de los organismos financieros transnacionales, deterioro acelerado de las condiciones de vida de sus poblaciones y las consecuentes convulsiones sociales que se produjeron.(1)
Para no dejar dudas, el artículo antes citado continúa su apología de las escuelas de gerencia como arietes de las estrategias neoliberales: “La agenda planteada por el Consenso de Washington, con el fin de dinamizar a América Latina más allá de la “década perdida” debido a su deuda externa, comprende iniciativas tales como disciplina fiscal, prioridad de los gastos públicos, liberalización financiera, privatización e inversión extranjera directa y desregulación económica, entre otros.
En consecuencia, es preciso reconocer que el nuevo papel de las escuelas de gerencia es de la mayor importancia y exigencia.” Para culminar con esta declaración de principios, el artículo concluye con…”Las escuelas de gerencia, en razón de su carácter de formadoras de las dirigencias nacionales y modeladoras del liderazgo, en contraste con otras escuelas que participan de la actividad productiva (economía, ingeniería, etc.), tienen la responsabilidad mayor y la oportunidad única de contribuir con una educación selecta, de primera clase y justo a tiempo para encarar los desafíos de una economía mundial pincelada por los vectores de la tecnología y la globalización.(2)
Como se pudo apreciar en el desarrollo de este trabajo, la promoción y establecimiento de escuelas de administración y gerencia en América Latina, y el resto del sur del mundo, respondió en buena medida a una estrategia de profundización de las relaciones de dominación y dependencia por parte de los centros hegemónicos del capitalismo mundial. Los parámetros del consenso de Washington necesitaban de operadores nativos que agilizaran e hicieran eficientes los planes de saqueo neocolonial para el siglo XXI. Frente a lo anterior, parece contradictorio que un gobierno como el bolivariano del Comandante Chávez, que promueve la construcción de un modelo socialista, mantenga y financie unas facultades y escuelas universitarias que, tal y como hasta ahora están diseñadas y dirigidas, son herramientas instrumentales e ideológicas del capitalismo globalizado.
A pesar de que en las universidades nacionales experimentales (la mayoría en el país) las autoridades son designadas directamente por el ministerio de educación universitaria y que por tanto sería relativamente simple la revisión y transformación curricular de dichas carreras, en ninguna de estas casas de estudios, hasta ahora, se ha abierto una verdadera discusión y revisión sobre la pertinencia de mantenerlas (tal y como hasta ahora se encuentran diseñadas) como oferta de estudio (e ideologización) a la población venezolana.
El modelo socialista en construcción en Venezuela debe romper radicalmente con la división social jerárquica del trabajo que las modernas tesis gerenciales del capitalismo globalizado han venido a profundizar en las últimas décadas.
Las escuelas de administración y gerencia, tal y como fueron creadas, y hasta ahora siguen funcionando, son centros de formación en darwinismo social, perpetúan y convierten en aceptable, y hasta deseable, la división jerárquica del trabajo, para, como dice Istvan Meszaros “condenar a cualquier proyecto socialista al estancamiento cuando no a la recesión y la involución.
El principio constitucional de la democracia participativa y protagónica no puede entenderse únicamente referido al ámbito político, sino que tiene que extenderse a la esfera de lo económico, de las relaciones sociales de producción. La igualdad, la equidad y la justicia no pueden ser elementos ajenos a las nuevas formas de organización productiva que intentamos crear los venezolanos. Pero estas nuevas relaciones de producción no serán posibles ni viables mientras nuestras universidades formen, año tras año, cuadros de jóvenes administradores, gerentes e ingenieros industriales, firme y militantemente adheridos a la ideología del capital, convencidos defensores del capitalismo como, no el mejor, sino el único sistema de organización social posible en el mundo, y fanáticos de la teología del mercado y la empresa privada como máximas expresiones del desarrollo y felicidad humanas.
Notas
(2) idem
- Joel Sangronis Padrón es profesor de la Universidad Nacional Experimental Rafael Maria Baralt (UNERMB), Venezuela. Joelsanp02@yahoo.com
https://www.alainet.org/fr/node/146273
Del mismo autor
- Walter Benjamin y el socialismo del siglo XXI 17/08/2015
- Progreso, capitalismo y modernidad. Walter Benjamin y el socialismo del siglo XXI (I) 02/12/2014
- Stalin y Chávez: La mentira y la difamación como sistema (II) 01/05/2014
- Satanización de Stalin. Los inicios de la guerra de cuarta generación (I) 10/04/2014
- Modo de vida campesino 28/02/2014
- Mene de Mauroa: Génesis petrolera e impacto ambiental 24/02/2014
- Ecología, poesía y lenguaje 16/10/2013
- Drama en la Sierra de Perijá 19/03/2013
- El mágico ciclo del carbono 06/03/2013
- Pacificación de la existencia y construcción del socialismo 13/08/2012