Walter Benjamin y el socialismo del siglo XXI
- Opinión
En el mundo sólo hay dos entes que
creen en el progreso y crecimiento
ilimitados: Las multinacionales y las células cancerosas.
David Suzuki.
Lo primero que hay que hacer para salir de un pozo es dejar de cavar.
Proverbio chino.
“¡Que está creciendo la economía! Pero estás acabando los ríos, estás acabando los bosques y estás acabando el equilibrio y la vida; no, no es ningún crecimiento, estás destrozando el planeta, ¡ese es el capitalismo! Por eso hay que insistir en la creación de un nuevo modelo socialista, indoamericano, martiano, bolivariano, criollo, nuestro, pero un camino distinto a la destrucción del planeta, que amenaza la vida sobre la tierra...”
Comandante Hugo Chávez Frías. Foro Social Mundial. Caracas. 2006.
Cuando hablamos del nuevo tipo de organización política, económica y social que los seres humanos tendremos que construir en este siglo que comienza, batallando por ganarle la carrera a la destrucción y devastación ecosistémica que el capitalismo genera, en Latinoamérica hemos bautizado ese nuevo modelo con diferentes nombres: Sumak Kawsay (Buen Vivir), Socialismo del Siglo XXI, Socialismo Bolivariano, Revolución Zapatista, Socialismo Indigenista, Sandinismo, son los más conocidos hasta ahora.
Cada uno de estos procesos, con sus necesarias características, particularidades, contradicciones y signos de identidad, ha enunciado, algunos con más fuerza y convicción que otros, su voluntad de reescribir la historia de sus pueblos y sociedades desde el punto de vista de los vencidos, de los marginados, de los excluidos, pero todos, salvo los zapatistas, han caído en la trampa de enarbolar las banderas del progreso y desarrollo material, paradigmas fundacionales y esenciales del modelo civilizatorio moderno-burgués-capitalista, como estandarte y guía de sus procesos. Se declara la necesidad e intención de construir un nuevo modelo socialista que supere y deje atrás al capitalismo depredador y suicida, pero por ignorancia, desconocimiento, o simple necesidad de sobrevivir a las exigencias electorales, se obvia que la lucha anticapitalista es, necesariamente, la lucha contra el ideario moderno-burgués del desarrollo y el progreso.
La revolución digital, la nanotecnología, la ingeniería genética y la robótica, entre otras, han significado, en los últimos 50 años, un formidable envión al ímpetu destructivo y devastador que rige y gobierna la lógica capitalista. Las selvas tropicales, las reservas de agua dulce, la biodiversidad, las faunas y floras marinas y lacustres sucumben, acelerada y exponencialmente, a la expansión permanente, sostenida y cada vez más acelerada del circuito producción-consumo-desecho, todo ello enmascarado siempre bajo la luminosa e hipnótica fachada del progreso, a la que casi sin excepciones, se pliegan hoy pueblos, sociedades e individuos de todo el mundo.
Nuestro actual modelo civilizatorio es una trampa mortal. El progreso es hoy un fetiche al que nadie se atreve a cuestionar. En el ámbito político, hacerlo equivale a un suicidio, a ser tachado como demente, como enemigo de las grandes mayorías. La mayoría de las corrientes marxistas, en sus múltiples expresiones, no han escapado a esta tendencia.
Renán Vega Cantor ha escrito: “En un contexto de crisis civilizatoria, el marxismo necesita romper con su inveterado culto al progreso, a las fuerzas productivas y a los artefactos tecnológicos generados por el capitalismo”.
Romper con el marxismo vulgarizado y dogmático, en ningún caso con Marx, cuyas críticas radicales al modo de producción capitalista y su preocupación por el rompimiento del equilibrio metabólico de la naturaleza, revelan indicios de una sensibilidad ecológica muy avanzada para su tiempo. Se ha hecho clásica entre los movimientos socioecológicos su célebre cita, aparecida en La Ideología Alemana, sobre el carácter potencialmente destructivo de las fuerzas productivas.
El alucinante desarrollo tecnocientífico de las fuerzas productivas en los últimos 100 años, lo es, casi exclusivamente, desde el punto de vista del capital, porque desde la óptica del ecosistema terrestre, esas fuerzas productivas se presentan como fuerzas destructivas.
Una de las primeras voces que se levantó desde dentro del marxismo para cuestionar el culto a la técnica y su razón instrumental, al progreso y a su motor, es decir, el desarrollo de las fuerzas productivas de cada sociedad, fue la del pensador alemán Walter Benjamin. A lo largo de su obra, Benjamin insistió una y otra vez en el carácter potencialmente destructivo del progreso técnico.
Para Benjamin el socialismo no es el resultado natural e inevitable del progreso técnico y económico, producido a su vez por el desarrollo de las fuerzas productivas en cada sociedad; El socialismo, para el filósofo alemán de ascendencia judía, es, por el contrario, la interrupción de la continuidad histórica cosificada que conduce a la catástrofe ecosistémica frente a la que estamos. La continuidad histórica cosificada a la que se refiere Benjamin es la que arranca con la modernidad y que produce la racionalización instrumental de la actividad humana en función de administrar y controlar los procesos sociales y naturales para generar y reproducir el capital.
La modernidad es, para Benjamin, una catástrofe eternizada, una perenne y desesperante repetición de lo siempre igual (modas, tendencias, situaciones, fetiches y actores que se reciclan, pero sin modificar la esencia). Hace 500 años los pueblos originarios de América fueron invadidos y despojados de sus tierras por invasores que principalmente buscaban metales preciosos. Hoy, campesinos y pueblos indígenas de nuestramérica sufren la arremetida de transnacionales extractivistas y agroalimentarias que, tal y como hace 500 años, los expulsan y despojan de sus tierras, destruyendo y contaminando todo a su paso en busca de minerales y materias primas.
Para Benjamin, combatir el capitalismo pasa por reescribir la historia desde la perspectiva de los vencidos, de los derrotados, de las clases dominadas en el pasado por la modernidad capitalista y su progreso destructivo. Lo que de la historia interesa a Benjamin no es el desarrollo de las fuerzas productivas en sus contradicciones con las relaciones de producción (como casi unánime y canónicamente lo señalan las corrientes historiográficas marxistas), lo que en verdad considera relevante del pasado es la lucha a muerte entre opresores y oprimidos, explotadores y explotados, dominantes y dominados, civilizadores y “salvajes”, progresistas y atrasados, modernizadores y arcaicos, Ariel y Calibán.
La filosofía de la historia, científica, positiva, racional y occidental, ha cubierto con un barniz de legitimidad todos los crímenes, despojos y genocidios perpetrados por los representantes de la modernidad, del colonialismo y del capitalismo en los últimos 500 años, señalándolos como etapas necesarias del proceso civilizatorio, y como triunfos de la razón, del progreso y del desarrollo.
La historia universal de la modernidad es el tribunal universal donde los criminales se autoabsuelven de sus crímenes y condenan a sus víctimas.
En Venezuela, a principios de este año, el gobierno del Presidente Nicolás Maduro promulgó el decreto con fuerza de ley Número 1606, por el que se autorizó la explotación de carbón en el Parque Nacional Sierra de Perijá y la construcción de una planta carboeléctrica en esa zona, mientras que el año pasado la estatal Petróleos de Venezuela (PDVSA) firmó un contrato con la transnacional Halliburton para crear una empresa mixta (Petrowayuu) que explotara gas de esquisto en el subsuelo del Lago de Maracaibo a través de la técnica del fracking o fractura hidráulica (cuando esta información se filtró a la prensa el gobierno nacional ordenó anular esa asociación y planes).
Este tipo de explotación de hidrocarburos, (ahora potenciada y ampliada por el desarrollo de la tecnología) es la misma de hace 100 años atrás; las mismas relaciones imperialistas de depredación, la misma explotación obrera, la misma devastación ambiental, los mismos desplazamientos forzados de poblaciones indígenas. En las décadas de los años treinta y cuarenta del siglo pasado, las compañías petroleras transnacionales bombardearon las aldeas de los indígenas Barí en la Sierra de Perijá y el para entonces Distrito Colón, envenenaron sus ríos y arrojaron bultos de granos y otros alimentos envenenados para despejar la zona para sus contratistas y prospecciones. También está bien documentada la financiación y apoyo logístico que en ese tiempo hicieron estas corporaciones, conjuntamente con el estado venezolano, a las misiones capuchinas que pretendieron, y lograron, pacificar a estas comunidades indígenas en beneficio del progreso, el desarrollo y la civilización: Civilización cristiana, blanca y occidental, el progreso de la frontera agropecuaria y el desarrollo de las actividades y ganancias de las petroleras.
Hoy, el relevo de las misiones capuchinas ha sido tomado por las diferentes iglesias cristiano evangélicas que, en cumplimiento de los planes que las promovieron e instalaron por estos lares (Documentos de Santa Fe, Informe Rockefeller), alienan y desarraigan espiritualmente a las comunidades Barí, Wayu´u y Yukpas de su identidad, su pasado y su tierra. Hoy ya no son transnacionales petroleras anglosajonas sino carboníferas chinas (la misma razón energética las mueve) las que presionan para despojar de sus tierras a estas comunidades indígenas, y la labor de amedrentamiento y aniquilación física de nuestros indígenas la realizan sicarios de los terratenientes de la zona como en el caso del Cacique Sabino Romero, muerto hace ya tres años por oponerse a la invasión y despojo de sus tierras. La historia dentro del capitalismo, tal y como lo advertía Benjamin, es un retorno a lo siempre igual.
A pesar de que las firmes resistencias de los pueblos indígenas de la sierra de Perijá, de los grupos ecologistas y de las comunidades organizadas lograron detener momentáneamente ambos proyectos, estos evidencian que dentro de una parte importante de la dirigencia del proceso bolivariano se sigue privilegiando el valor de cambio de los hidrocarburos frente al valor de uso del agua dulce, de la biodiversidad y del entorno histórico-paisajístico del piedemonte perijanero y del lago de Maracaibo. Golpeada su economía por una de las crónicas y cíclicas crisis del capitalismo, los tecnócratas de la revolución bolivariana han apelado a la keynesiana fórmula de acelerar la depredación de los recursos naturales como vía de incrementar artificialmente el flujo de capital hacia sus arcas, con lo irracional e insostenible que dicha fórmula ha demostrado ser.
Una verdadera revolución socialista sólo podrá realizarse a partir de una ruptura civilizacional, una interrupción de la evolución histórica lineal del capitalismo que nos conduce, a cada vez mayor velocidad, hacia el desastre.
La construcción de un modelo social distinto, diferente a la barbarie capitalista, es un proceso difícil, largo y complejo, que no se podrá realizar en una sola generación, pero, precisamente por esto, y por los desajustes y destrucción que el capitalismo ha causado al ecosistema terrestre en los últimos 200 años este nuevo modelo histórico social tiene que autoimponerse principios vitales inviolables, fronteras ecosistémicas insalvables, preservar a toda costa las fuentes naturales de la vida, indispensables para que las generaciones venideras puedan continuar las luchas en pro de una sociedad más humana, mas vital y sustentable.
Marx señalaba que las revoluciones eran las locomotoras de la historia, pero Benjamin, con mucha agudeza, y con una percepción más clara de los peligros que el capitalismo, y sus fetiches del progreso y el desarrollo, presentan para la vida en nuestro planeta, afirmaba que quizás las revoluciones sean hoy, las formas en que la humanidad que viaja en ese tren, tiene de accionar el freno de emergencia.
Hasta ahora en Venezuela el proceso Bolivariano ha intentado una más justa y equitativa redistribución de la renta petrolera, del acceso a los servicios y los bienes materiales que ella proporciona, pero con ello ha mantenido y reforzado la cosificación capitalista del ser humano y de la naturaleza. La gran mayoría de quienes hasta hoy han apoyado el proceso bolivariano y sus llamados a construir el socialismo, lo han hecho por entender que el socialismo les permitirá acceder a los bienes materiales y al estilo de consumo que por décadas la propaganda del sistema capitalista ha identificado como sinónimos o equivalentes a bienestar, felicidad, progreso y desarrollo.
Sometida a una brutal agresión económica, agravada por elevados niveles de ineficiencia y corrupción, la revolución bolivariana se enfrenta hoy a lo que Hegel denominó segundo momento de la dialéctica, es decir, al momento en el cual la idea originaria (tesis) se hace otra cosa radicalmente distinta de sí misma (antítesis). O la Revolución Bolivariana rompe con la continuidad temporal cosificada de la historia clasista del imperialismo y las clases dominantes en Venezuela; o comienza en firme a reorganizar la vida social sobre principios diferentes a la acumulación lineal, progresiva y permanente del capital, o con petróleo y carbón seguirá contribuyendo a alimentar la caldera de la locomotora del progreso y del desarrollo capitalista que lleva a la humanidad y a todo el ecosistema terrestre hacia una catástrofe.
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