Resplandores nucleares en el Atlántico Sur (I)
10/01/2011
- Opinión
La Base Patrick de la Fuerza Aérea estadounidense en la Florida amaneció en alerta roja el 22 de septiembre de 1979. La tensión era extrema pues el personal que monitoreaba las señales satelitales detectó transmisiones del satélite VELA con el patrón característico de las explosiones nucleares: dos grandes resplandores seguidos uno del otro, el primero de corta y el segundo de mayor duración, separados por oscuridad casi total.
Los sensores del satélite determinaron que la explosión había tenido lugar en el punto situado en las coordenadas 47º S y 40º E, donde se unen las aguas del Atlántico Sur y el Océano Indico, cerca de las islas Prince Edward y Marion, pertenecientes a Sudáfrica. Se trataba, por tanto, de una prueba nuclear, y analistas políticos y científicos llegaron rápidamente a la misma conclusión: la responsabilidad era de Sudáfrica, de Israel, o de ambos.
¿Qué interés táctico o estratégico podía tener Sudáfrica en el desarrollo de un arma nuclear? –En 1975, Cuba comenzó a enviar tropas para defender la independencia de Angola frente a la invasión sudafricana. Hasta esa fecha, el poderoso ejército racista no había tenido rival en el continente, pero las fuerzas internacionalistas cubanas, aliadas al Movimiento Popular para la Liberación de Angola (MPLA), lo obligaron a retroceder más de 700 kilómetros, desde las cercanías de Luanda hasta la frontera con Namibia. La derrota del ejército del apartheid en 1976 (la primera, porque sufriría una segunda aún mayor y decisiva en 1986, en la histórica batalla de Cuito Cuanavale) fue en extremo humillante para Sudáfrica porque la soberbia de una ideología de supremacía blanca había quedado hecha trizas frente a un ejército angolano-cubano que cubría todo el espectro de colores de piel. Fue seguramente por estos días que el gobierno de Pretoria adquirió la certeza de que sólo la posesión de armas nucleares podría garantizar –pensaban ellos- la existencia del régimen.
De acuerdo a la opinión más difundida por los medios, la prueba nuclear del Atlántico Sur había sido diseñada para que pasase inadvertida, al tener lugar en un sitio remoto del océano y en medio de una tormenta que disiparía las radiaciones. El satélite VELA, que podría detectar la explosión, se consideraba obsoleto, estaba fuera de servicio y el gobierno de Estados Unidos ya no publicaba sus trayectorias. Sin embargo, el VELA estaba allí la noche del 22 de septiembre y sus viejos sensores captaron el doble resplandor (1).
Lo cierto es que en ese año de 1979 era ya prácticamente imposible que ocurriese una explosión nuclear en cualquier parte del mundo sin que fuese detectada de inmediato. La que tuvo lugar el 22 de septiembre no sólo fue descubierta por el satélite VELA sino también por otros medios; por ejemplo, por la observación de alteraciones atmosféricas desde el laboratorio de la ionosfera de Arecibo en Puerto Rico y por los datos hidroacústicos (ondas de sonido que se mueven a través del océano) en la isla de la Ascensión, situada a mitad de camino entre Brasil y la costa occidental africana (2). Al presidente Jimmy Carter le faltó la energía necesaria para enfrentar el hecho y cometió el error, tal vez por consideraciones electorales, de inútilmente tratar de ocultar la evidencia. El panel de expertos convocado por Carter y presidido por el físico del MIT Jack Ruina sostuvo la tesis de que las señales habían sido causadas por el impacto de un meteorito sobre el satélite. Sin embargo, el informe de la “Defense Intelligence Agency” (DIA) de junio 26 de 1980, que permanece en gran parte sin desclasificar, señaló que las probabilidades de que un meteorito causase las señales eran inferiores a 1 en 100 billones.
Con la administración del nuevo presidente Ronald Reagan el “Incidente VELA”, por supuesto, fue rápidamente olvidado. “Con Washington cerrando los ojos y con Israel dándole la mano, el programa de armas nucleares de Sudáfrica se aceleró y sus capacidades convencionales se fortalecieron” (3).
Otra lectura de la información disponible es más convincente. Se acercaban las elecciones en Estados Unidos y para el gusto de la ultraderecha y de los halcones del Pentágono el presidente Jimmy Carter era demasiado decente y sin la garra que el imperio necesitaba en sus relaciones internacionales. Carter había adquirido prestigio con los Acuerdos de Camp David, su política anti-apartheid y su defensa de los derechos humanos. Todo ello y en particular su firme actitud con respecto a la no-proliferación de armas nucleares, fue puesto en solfa –de forma muy conveniente para sus adversarios- por los resplandores en el Atlántico Sur.
Pero una tercera lectura, me parece, se acerca más a la realidad. Sudáfrica percibía como una amenaza a su seguridad nacional los éxitos de los movimientos de liberación en los países vecinos y -en su propio territorio- del Congreso Nacional Africano (NAC). Además, el ejército internacionalista de la pequeña isla antillana constituía un enemigo formidable porque estaba compuesto en su totalidad por voluntarios que conocían perfectamente bien lo justo de la causa por la cual luchaban y se empeñaban en el combate como si estuviesen defendiendo a su propia tierra. Lo más preocupante para Washington y Pretoria era la creciente simpatía de los pueblos de África hacia los combatientes cubanos.
En septiembre de 1976, Sudáfrica estaba a punto de lograr la fabricación de un arma táctica nuclear y habría de lograrlo al siguiente año. Pero el tiempo apremiaba y necesitaba con urgencia un poder de disuasión que le permitiese una mayor capacidad de maniobra en la compleja situación político-militar que enfrentaba. La misma necesidad tenía Israel, sobre todo después del triunfo de la Revolución Islámica en Irán. Sudáfrica no podía detonar una bomba nuclear sin el concurso técnico de Israel y, a su vez, Israel necesitaba del uranio de Sudáfrica y de los inmensos espacios oceánicos al sur de Ciudad del Cabo para realizar pruebas nucleares. Lo importante pues no era determinar la paternidad de los resplandores nucleares sino que éstos demostraban la complicidad entre los dos gobiernos de apartheid: contra negros africanos uno y contra palestinos el otro.
La política de Tel Aviv ha sido y continúa siendo la de no afirmar ni negar lo que se relacione con su desarrollo nuclear. Señala el historiador Polakow-Suransky (4) que Sudáfrica aprendió de Israel que la “ambigüedad” en este campo podía lograr que el mundo los tomara más seriamente. Según él, el ministro de Defensa, Magnus Malan supo sacar ventaja del misterioso doble destello. Entrevistado por Polakow-Suransky, el general Malan confesó que había instruido explícitamente al embajador de Sudáfrica en Washington que no negara la responsabilidad de Pretoria, y añadió con sonrisa socarrona: “Recuerde una cosa en este tipo de situación: el bluff”. Sin embargo, las fuerzas cubanas no se amedrentaron ni se retiraron de Angola, ni en 1976 cuando el arma nuclear sudafricana era todavía probablemente un “bluff” ni en 1988 cuando era ya una amenaza real de aniquilación y podía ser el recurso desesperado de un régimen destinado a desaparecer.
Documentos secretos desclasificados por el gobierno sudafricano post-apartheid revelaron que en 1975 Israel convino en venderle armas nucleares a Sudáfrica. El entonces ministro de Defensa Shimon Peres (que sería galardonado con el Premio Nobel de la Paz) ofreció venderle a Pretoria misiles Jericó de tres tipos diferentes (para guerra convencional, química y nuclear). El ofrecimiento se produjo durante una reunión el 31 de marzo de 1975. La revelación “parece corroborar por primera vez en forma documentada una relación nuclear durante largo tiempo sospechada pero nunca probada” (5).
Los documentos incluyen actas de reuniones secretas entre oficiales de ambos países; en una de ellas aparecen las firmas de P.W. Botha (el “gran cocodrilo”) y de Shimon Peres, a la sazón ministros de Defensa de Sudáfrica e Israel respectivamente. Un documento previamente desclasificado, escrito por el jefe del estado mayor del ejército sudafricano, el mismo día en que tuvieron lugar las reuniones entre Israel y Sudáfrica, describía los beneficios de la adquisición de misiles balísticos Jericó con cabezas nucleares (6).
El “Wisconsin Project on Nuclear Arms Control”, organización privada no lucrativa fundada en cooperación con la Universidad de Wisconsin, publica periódicamente el “Risk Report” que ofrece información sobre los programas de armas de destrucción masiva en todo el mundo. En el informe de enero-febrero de 1996 (7) se afirma que “Israel fue el más importante suministrador de misiles a Sudáfrica. Pretoria obtuvo la mayor parte de lo que necesitaba de Tel Aviv”.
Citando al boletín industrial “Nuclear Fuel”, el Informe Risk revela que el tungsteno que envuelve al uranio para incrementar el poder de la reacción en cadena, era obtenido por Sudáfrica mediante traficantes de metales desde otros países africanos. En 1989 –se afirma en otra parte del informe- un poderoso misil (versión del Jericó-II israelita) fue disparado desde el centro de pruebas sudafricano (“Overberg Test Range”) y voló cerca de 1,500 kilómetros. El lanzador espacial RSA-4 es técnicamente similar al de Israel. El Informe Risk considera el lanzamiento de este misil como “fuerte evidencia” de la cooperación entre ambos países en armas nucleares y misiles de largo alcance.
Otros datos de extraordinario interés aparecen en el informe. Durante los años ochentas, Sudáfrica produjo uranio altamente enriquecido en su planta de Pelindaba. La técnica utilizada (“split-nozzle gaseous diffusion”) fue siministrada por Alemania Occidental. Entre 1984 y 1988 la compañía de Pennsylvania “International Signal and Control” (ISC) envió a Sudáfrica más de $30 millones en equipos militares que incluían antenas para el rastreo telemétrico de misiles en vuelo, giroscopios para los sistemas de guía y otros equipos imprescindibles para un sistema de misiles de alcance medio. En 1988, en la aduana estadounidense descubrieron un cargamento de giroscopios para la fabricación de misiles antitanques que iban a ser enviados clandestinamente a Sudáfrica. En 1990, cuando ya el régimen del apartheid agonizaba, se supo que la compañía de la Florida “York Ltd.” había estado vendiendo ilegalmente a “South Africa’s Telecom Industries” equipos computarizados que servían para guiar en su vuelo a grandes misiles balísticos.
En realidad, aunque la mayor parte de la ayuda a Sudáfrica para la fabricación de armas nucleares fue suministrada por Israel o a través de Israel, Estados Unidos y varios países europeos comparten la responsabilidad. Con el poder de las armas nucleares, el régimen de Pretoria hubiera desempeñado en África el mismo papel de gendarme imperial que juega Israel en el Medio Oriente. Sólo el heroísmo del ANC, de la SWAPO, del MPLA y del ejército internacionalista cubano lograron impedirlo.
Los mismos países que hoy piden sanciones y amenazan con la guerra a Irán, negándole el derecho a un desarrollo nuclear pacífico, son los que entregaron la tecnología y los recursos para la fabricación de armas nucleares a Israel y a Sudáfrica. Según cálculos de la Federación de Científicos de Estados Unidos (“Federation of American Scientists”) Israel puede poseer en estos momentos unas 200 armas nucleares.
(Continuará)
(1) Thomas C. Reed and Danny B. Stillman: “The Nuclear Express”, Zenith Press, 2009, p. 178.
(2) Sasha Polakow-Suransky: “The Unspoken Alliance”, Pantheon Books, 2010, p.140.
(3) Sasha Polakow-Suransky: Idem, p, 142.
(4) Sasha Polakow-Suransky: Idem, p, 141.
(5) Adrian Blomfield: “The Telegraph”, 24 May 2010.
(6) BBC News, Middle East, 24 May 2010.
The Risk Report: “South Africa Nuclear Autopsy”, Vol. 2, No. 1, January-February 1996.
https://www.alainet.org/fr/node/146683?language=es
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